Salmo 007
Dios es mi refugio
2 Señor, Dios mío, me acojo a ti. Sálvame de todos los que me persiguen.
3 No sea que me atrapen como un león, y me arrastren sin que nadie me salve
4 Señor, Dios mío, si he actuado mal, si ha manchado mis manos la maldad,
5 si he devuelto a un amigo mal por bien, o despojado sin razón a mi contrario,
6 que mi enemigo me persiga y me alcance, que me aplaste contra el suelo apretando mi vientre contra el polvo.
7 ¡Levántate, Señor, ponte en pie! ¡Álzate contra el abuso de mis opresores! ¡Despierta, Dios mío y convoca un juicio!
8 Que te rodee la asamblea de las naciones; presídela tú asiento desde lo más alto.
9 El Señor es el juez de los pueblos, proclama, Señor, mi rectitud y reconoce mi inocencia.
10 Pon fin a la maldad de los injustos y apoya tú al inocente, pues tú sondeas el corazón y las entrañas, tú que eres un Dios justo.
11 Dios es quien me protege; él, quien salva a los rectos de corazón.
12 Dios es un juez justo. Dios amenaza cada día.
13 Si no se convierten, afila su espada, tensa el arco y apunta;
14 prepara sus armas mortíferas, apunta sus flechas incendiarias.
15 Mirad: el injusto ha concebido el crimen, está preñado de ambición y da a luz el engaño.
16 Cava y ahonda una fosa, y acaba cayendo en el hoyo que ha excavado.
17 Su maldad se vuelve contra él, y le rebota en la cara su violencia
18 Yo daré gracias al Señor por su justicia, cantaré el nombre del Señor Altísimo.
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Introducción.- Cuando en la vida me encuentro con una dificultad y pienso en Ti, Señor, no es para pedirte que quites la dificultad, sino que me des fuerzas para enfrentarme a ella; no es para imponerte a ti mi solución, sino para aceptar la tuya, sea la que sea; no es para forzarte a ver las cosas como yo las veo, sino para aprender a verlas como tú las ves. Tú eres mi fortaleza, porque tú eres mi ser.
2 Señor, Dios mío, me acojo a ti. Sálvame de todos los que me persiguen.
La vida del justo está siempre en terreno hostil, ya que son más los que viven fuera de la ley divina que los que se conforman a ella; y la hostilidad de los pecadores contra los buenos es un hecho universal en la historia de la humanidad. El fiel israelita, en particular, tenía que soportar las ironías y desprecios de los que vivían olvidados de su Dios.
“Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. Estad alegres y contentos, que vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 5. 11).
Dios de misericordia, confesamos que hemos pecado contra ti por pensamiento, palabra y obra, por lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer. No te hemos amado con todo el corazón; no hemos amado a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Sincera y humildemente nos arrepentimos. Por amor de tu Hijo Jesucristo, ten piedad de nosotros y perdónanos; así tu voluntad será nuestra alegría y andaremos por tus caminos, para gloria de tu Nombre.
¿Es real el peligro; el enemigo quiere destruir nuestra vida, si Dios no actúa? ¿Podemos hacer algo ante los fundamentalismos que realmente destruyen la vida y hacienda de los que no piensan como ellos? ¿Somos nosotros, a nuestro modo, fundamentalistas en nuestra manera de pensar?¿Oramos al Señor por todos aquellos en peligro de exterminación?
3 No sea que me atrapen como un león, y me arrastren sin que nadie me salve
El salmista pide a Dios socorro contra un adversario que le hostiga como un león hambriento, deseoso de caer sobre la presa. Su alma o vida está en peligro, y en tal circunstancia, el único salvador es el propio Yahvé; no obstante, en los salmos encontramos muchas veces dramatizada la situación de un justo al que le cercan los enemigos, que por su hostilidad descarada son comparados a fieras que acechan la presa codiciada. La vida del justo está siempre en terreno hostil, ya que son más los que viven fuera de la ley divina que los que se conforman a ella; y la hostilidad de los pecadores contra los buenos es un hecho universal en la historia de la humanidad. El fiel israelita, en particular, tenía que soportar las ironías y desprecios de los que vivían olvidados de su Dios.
Actualmente tenemos la terrible amenaza y los ataques de esos fundamentalistas y ambiciosos islamistas que están atacando a todos aquellos que no comulgan con su especial modo de ver el Islam, y que son especialmente crueles con los cristianos que encuentran a su paso invasivo.
¿Sentimos ese temor en los avatares normales de la vida corriente?
¿Somos capaces de recurrir al Señor confiándole nuestras angustias con lealtad?
¿ Nos sentimos amenazados? ¿Somos capaces de andar en compañía del Señor?
4 Señor, Dios mío, si he actuado mal, si ha manchado mis manos la maldad,
David, huyendo por el desierto, declara a Saúl que es inocente de las falsas imputaciones que le atribuyen. "¿Qué crimen he hecho yo y de qué mal mi mano es culpable?" Y, en prueba de que no atenta contra su vida, le devuelve su lanza, que le arrebató en un momento en que le pudo matar. El salmista declara que no ha cometido injusticia alguna, y, por tanto, que no le remuerde la conciencia.
Pedro nos habla de la mansedumbre de Jesús: “El no cometió pecado ni encontraron mentira en sus labios; cuando lo insultaban no devolvía el insulto, mientras padecía no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga rectamente” (1 Pe 2,22-23).
Nuestras reacciones son, a veces, demasiado impulsivas, nos llenamos pronto de razón y queremos defender nuestra postura a toda costa.
¿Procuramos “no desbocarnos” en nuestros diálogos/discusiones? ¿Tenemos una conciencia bien formada capaz de “darnos un toque de atención si nos pasamos”?
5 si he devuelto a un amigo mal por bien, o despojado sin razón a mi contrario,
Si queremos realmente producir un cambio en una sociedad que ve el perdón como una falta contra la justicia, tenemos que perdonar y pedir por los que nos hacen el mal, tenemos que amar realmente a los que nos hacen el mal: “amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os difaman“.
Si no logramos devolver bien por mal, si amamos solo a los que nos aman, ¿qué diferencia hacemos?, ¿no hacen acaso eso mismo los paganos?
Esta sociedad necesita que las bienaventuranzas sean predicadas pero sobre todo que sean vividas.
¿Has causado algún daño, de palabra o de obra al que estaba en paz contigo, es decir, al que gozaba o goza de tu amistad? ¿y a alguien que puedes considerar como tu contrario o adversario has tenido con él alguna acción fuera de la ley? ¿Y fuera del amor?
6 que mi enemigo me persiga y me alcance, que me aplaste contra el suelo apretando mi vientre contra el polvo.
Si nuestra conducta no es adecuada, es decir, en caso de que nos hayamos portado mal con el amigo, que es tanto como decir que no amamos a nuestro prójimo, deberíamos hacer como el salmista, que pide a Dios que el enemigo le persiga y humille, pisoteando su honor o gloria y arrojándole al polvo .
En verdad, el tener enemigos ya no es algo cristiano, con lo cual este versículo quedaría sin valor, pero la realidad es que muchas veces nos enfrentamos con otras personas por discusiones familiares, políticas, religiosas, y no salimos “bien parados” de ánimo ni de sentido cristiano.
¿Nos sentimos tan seguros de llevar a cabo una conducta irreprochable?
¿Pensamos que nunca seremos nosotros capaces de hacer eso?
7 ¡Levántate, Señor, ponte en pie! ¡Álzate contra el abuso de mis opresores! ¡Despierta, Dios mío y convoca un juicio!
Levántate, Señor, en tu bondad y misericordia y acércate al corazón de los hombres; quita la venda de los ojos que no ven sino tinieblas, y ablanda el corazón del hombre soberbio y violento. Surge, Señor, como una llama viva, en medio de la tierra y atrae hacia ti a los hombres, hijos tuyos, que viven sin conocerse.
“Ahora levántate y ponte en pie: me he manifestado a ti para hacerte servido y testigo de lo que has visto de mí …”, le dice el Señor a San Pablo, iniciando así su, más tarde emocionado y eficaz camino misionero.
El día del juicio es el día del Señor. En la Iglesia naciente, una Iglesia perseguida, es un día esperado y, además, pronto: Ven, Señor Jesús (Ap 22,20). Sin embargo, en la Iglesia medieval, una Iglesia poderosa, es un día tremendo, el día de la ira, y se deja para el más allá. En el fondo, es un test que indica dónde estamos.
"Pedimos por la paz y la libertad de muchos hombres y mujeres sujetos a viejas y nuevas formas de esclavitud por parte de individuos o grupos criminales", dice el Papa Francisco
¿Es que no vemos al Señor actuando a nuestro alrededor? ¿O es que estamos ajenos a su acción y, por tanto, a cualquier tipo de colaboración? ¿Somos aficionados a juzgar a los demás? ¿Sabemos discernir las situaciones malignas?
8 Que te rodee la asamblea de las naciones; presídela tú, asiento desde lo más alto.
La comunidad de cristianos es asamblea que debe estar alrededor del Señor, alabándolo y bendiciéndolo, dándole gracias por todas sus mercedes. Y Él estará en el centro de la asamblea atendiendo y respaldando a los creyentes.
Así es una Eucaristía, así es cualquier reunión convocada en nombre del Señor, siempre que seamos Cuerpo de Cristo, como bien nos dice San Pablo, en varias de sus cartas (1 Co 10, 17; Ef 1, 10; Rm 8, 29)
¿Forzamos al Señor a retirarse a los cielos? ¿Nos va a presidir “a distancia”? ¿Es que Dios no se vuelve a las alturas a causa de esta asamblea, que se aleja de la luz de la verdad por culpa de sus pecados, de modo que nadie mantiene ni escucha la fe genuina y auténticamente limpia de toda impureza de opiniones corruptas, a no ser esos poquísimos de quienes se dice: Dichoso el que persevera hasta el final, porque se salvará? No anda, pues, desacertado el texto que dice: Y por causa de esta congregación, vuélvete a las alturas. Es decir, retírate de nuevo a la cumbre de tus secretos. Hazlo precisamente a causa de esta asamblea de pueblos que tienen tu nombre, pero que no hacen tus obras.
¿Somos conscientes de formar asamblea/Cuerpo de Cristo? ¿Nos lleva este convencimiento a las obras por la fe? O, por el contrario, ¿Estamos en el ritualismo estéril?
9 El Señor es el juez de los pueblos, proclama, Señor, mi justicia y reconoce mi inocencia.
Dice el Primer Canto de Isaías: “Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: "Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: Él nos instruirá en sus caminos, y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la Ley, de Jerusalén la palabra del Señor." Será el árbitro de las naciones, el juez de los pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven: caminemos a la luz del Señor”. (Isaías 2,2-5)
Isaías siempre preciso (y precioso) en sus escritos y aseveraciones; nos da perfecta idea de la función de juez que ejerce el Señor, función pacificadora, de unión de las gentes, de “pista” del camino que deberíamos de seguir, en vez de estar permanentemente enfrentados.
La auténtica inocencia es la que no hace daño ni siquiera al enemigo. El hecho de ser justa e inocente el alma, no se lo debe a si misma, sino al Dios que resplandece e ilumina. De esta iluminación dice en otro salmo: Tú, Señor encenderás mi lámpara. (Sal 17, 29). Y de Juan se dice que no era él la luz, sino que daba testimonio de la luz.(Jn 1, 8) El era la lámpara que ardía y alumbraba. (Jn 5, 35). Luego aquella luz en la cual se encienden las almas como lámparas no lucen con luz ajena, sino propia, porque es la misma verdad. Por eso se expresa así: Según mi justicia y según mi inocencia, como si la lámpara que arde y luce hablara diciendo: Júzgame según la llama que está sobre mí, es decir, no por la llama que yo soy, sino según la llama por la que brillo, encendida en ti.
¿Cómo vemos la labor de los jueces? ¿Nos erigimos con frecuencia en jueces de otras personas? ¿Tratamos de buscar justicia en nuestras opiniones, eliminando en lo posible toda subjetividad? ¿Formamos nuestra conciencia en la inocencia? ¿Fiamos en la justicia del Señor? Pero, ¡de verdad!
10 Pon fin a la maldad de los injustos y apoya tú al inocente, pues tú sondeas el corazón y las entrañas, tú que eres un Dios justo.
Jesús es el cordero que eliminó del mundo la opresión. Es el mejor resumen de toda la actuación de Jesús. Sólo actuando como cordero, se puede conseguir ese objetivo. Arremetiendo contra los demás como un toro bravo, se aumenta la violencia.
Ser cristiano significa repetir las actitudes y manera de actuar de Jesús. Por más que nos empeñemos no existe otro camino. Ser libres, ser fuertes, no dejarse dominar, sin emplear la violencia, He ahí el secreto del que quiera ser cristiano de verdad.
La fuerza que no necesito para triunfar, la tengo dentro de mí. Ni instituciones ni ritos ni ceremonias ni doctrinas te pueden dar seguridad. Si descubro dentro de mí la fuerza del Espíritu, nada puede hacerme daño. Esa fuerza ya está en mí, no tengo que esperar a que me la den.
De la ley que era “venganza exterminadora” (Gn 4, 23 – 24) se pasó a la ley de “equidad-igualdad” o diente por diente (Lv 24, 20); y de esa norma se ha de pasar al imperio de la “ley de caridad” que sabe de perdones por las ofensas y de búsqueda del bien del otro incluso con sacrificio personal. (Mt 5, 38 – 42)
“Justicia y misericordia, justicia y caridad, bisagras de la doctrina social de la Iglesia, son dos realidades diferentes sólo para nosotros los hombres, que distinguimos atentamente un acto justo de un acto de amor. Justo, para nosotros, es "lo que se debe al otro", mientras que misericordioso es lo que se dona por bondad. Y una cosa parece excluir a la otra. Pero para Dios no es así: en Él, justicia y caridad coinciden; no hay acción justa que no sea también acto de misericordia y de perdón y, al mismo tiempo, no hay una acción misericordiosa que no sea perfectamente justa.” (Benedicto XVI, 18 de diciembre de 2011)
¿Cómo ejercemos la justicia en nuestro ambiente? ¿Desechamos rumores y habladurías? ¿Sabemos perdonar “de verdad”? ¿Apoyamos a los “inocentes”?
11 Dios es quien me protege; él, quien salva a los rectos de corazón.
“Hijos, vosotros sois de Dios y ya lo habéis vencido, porque el que está con vosotros es más fuerte que el que está con el mundo” (1 Jn 4, 4).
Mi identidad ya no radica en lo que hago para ganarme la vida, sino en quien soy: Soy un hijo de Dios. Si vives con temor, dentro del miedo o asustado, no tienes al Señor en tu corazón. Con Jesús todo es más fácil, no en el sentido que NADA te pasará, si no que la cruz se hace menos pesada, las dificultades se pasan, con paz y con fe de que saldrás venciendo. Dale la oportunidad de Ser Cristo quien te sostenga, te fortalezca, te de vida, el Señor te protegerá.
Así dice Pablo: “A todo puedo hacerle frente, pues Cristo es quien me sostiene” (Fil 4, 13)
Se requiere humildad, y deseos de mejorar la vida hacia el Bien Común. Si no decidimos un cambio en nuestra vida hacia el bien a los demás, no estamos listo a “meter” en nuestra vida al Espíritu, a ser conscientes de la protección del Señor. Cuando el Espíritu accede a comunicarse con nosotros, lo hace cuando nota que somos humildes, que somos sinceros y que tenemos fe. Si nuestro comportamiento sigue siendo de envidia hacia los demás, de engaño, de egoísmo, de orgullo, de ira o de cólera cuando no nos gusta que nos critiquen, de ser avaro con los demás, de ser codicioso, de ser materialista, no podemos pretender que el Espíritu está a nuestro lado.
Daniel era un hombre de oración y nada le privó su comunión con Dios; no le importó arriesgar la integridad de su vida a cambio de seguir teniendo comunión con Dios en todo momento, expresándole el amor de su corazón, buscándolo a cada momento como muchos de nosotros deberíamos hacerlo para reafirmar nuestro amor hacia Dios y como consecuencia El nos fortalecerá constantemente tanto para buscarlo como para servirle porque debemos saber que si algo hacemos con excelencia, es porque Dios lo ha puesto en nuestra vida, no es por nuestras propias fuerzas, es porque de El proviene toda sabiduría de lo alto. (cf. Dn 6, 8-10)
Si en un alma no hubiera más que el deseo ardiente de amar a su Dios, ahí ya está todo, ahí está el mismo Dios, porque Dios sólo no está donde no hay deseo de su amor.
¿Creemos en la protección de ese Señor, nuestro Creador y Padre? ¿Nos aproximamos a Él mediante la escucha y la oración? ¿Nos consideramos “rectos de corazón”? ¿Cómo andamos de humildad y de tolerancia?
12 Dios es un juez justo. Dios amenaza cada día.
Un juez humano está limitado cuando se trata de conocer la verdad y de averiguar la verdad de los hechos. Tiene que depender del testimonio de los hombres, muchos de los cuales mienten, aún bajo juramento. La gente puede fallar en decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, pero esto no es problema para Dios. La verdad de los hechos está abierta y desnuda ante Él. Él no necesita de testigos ni de jurado, porque Él ha visto personalmente todo crimen y todo pecado que jamás se haya cometido. (Rm 2, 2) Él conoce todos los hechos (Heb 4:12-13). Él nunca representa mal el caso de una persona. Podemos estar seguros de que el juicio de Dios siempre está de acuerdo con la verdad.
Al decir que Dios es justo, estamos diciendo que Él siempre hace lo que está correcto, lo que debe hacerse y en forma consistente, sin parcialidad ni prejuicios. La palabra justo y la palabra recto, son idénticas tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Está relacionada con las acciones de Dios. Su significado siempre es recto y justo.
La rectitud (o justicia), es la expresión natural de Su santidad. Si Él es infinitamente puro, quiere decir que debe oponerse a todo pecado y esa oposición debe demostrarse en el tratamiento que Él da a Sus criaturas. Cuando leemos que Dios es recto o justo, se nos está asegurando que Sus acciones hacia nosotros, están en completo acuerdo con Su naturaleza santa”
¡Cuantas angustias originadas por falsos sentimientos religiosos! Dios produce miedo, y algunos se empeñan en hablar, en sentir, un Dios que prohíbe, amenaza, persigue y castiga. Nuestro corazón humano sólo se puede curar mediante una profunda relación con Jesús, que ha transformado el temor en su verdadero concepto de amor, con una confianza inquebrantable en ese amor.
No hay que ver «la ira de Dios» y su perdón como diametralmente opuestas, sino más bien como las dos caras de una misma realidad. La noción de «ira», aplicada a Dios, quiere subrayar el hecho de que su amor no sabría tolerar nada que haga obstáculo a la vida o que la destruya, lo que con otras palabras llamamos el mal. Si Dios ama verdaderamente no puede permanecer indiferente viendo ese amor maltratado, rechazado, pues eso sería entonces resignarse al fracaso del designio de dar la vida en plenitud.
¿ Somos conscientes de que cuando la Biblia nos presenta palabras aparentemente duras, estamos llamados a interpretarlas como el grito del corazón – de Dios o de su portavoz – indicando las consecuencias del rechazo de un amor siempre ofrecido? Si Dios es amor, ¿no debe ese amor vencer todas las resistencias? El verdadero problema no es tanto saber si hay ira en Dios, sino cómo esa ira puede ser eficaz eliminando el mal sin violentar la libertad del otro. ¿Será posible que nos hagamos conscientes de que nuestro corazón sólo se puede curar mediante una prolongada relación con Jesús y una inquebrantable confianza en la libertad del amor?
13 Si no se convierten, afila su espada, tensa el arco y apunta;
Este salmo presenta a Dios como un soldado fuertemente armado que lucha por la justicia y que amenaza constantemente a los injustos para que se conviertan. Es juez universal y refugio y aliado de quien lucha por la justicia. Es, en definitiva, el Dios de la Alianza que hace justicia y defiende al justo que hace propia su causa, poniendo fin a la maldad de los injustos. Es el Dios que quiere ver la justicia restaurada en la tierra. Este salmo muestra la cólera diaria de Dios contra la injusticia.
La justicia es principio fundamental de la existencia y coexistencia de los hombres, como asimismo de las comunidades humanas, de las sociedades y los pueblos. Además, la justicia es principio de la existencia de la Iglesia en cuanto Pueblo de Dios, y principio de coexistencia de la Iglesia y las varias estructuras social es, en particular el Estado y también las Organizaciones Internacionales. En este terreno extenso y diferenciado, el hombre y la humanidad buscan continuamente justicia: es éste un proceso perenne y una tarea de importancia suma.
La justicia del Señor es aquella que dimana de la Alianza, donde Dios se entrega a los suyos e Israel debe responder a esa fidelidad divina, sin apartarse de la guarda de los mandatos, leyes y preceptos. Dios demuestra su justicia con respecto a las relaciones existenciales entre Él y su pueblo. Dios aparece como Juez y al mismo tiempo como Salvador de los suyos (Is 45, 8; 46, 13; 51, 5-8), a los que defiende y exige una conducta agradable exenta de impiedad.
San Pablo como buen rabino realiza el procedimiento de la contraposición y acuña la justicia de la fe, es decir, la justicia que viene de Dios. Esto quiere decir que Dios mismo crea la justicia, no por el camino de la Ley, sino a partir de la fe, en vista al acontecimiento que se ha cumplido que solamente acontece como fe en Jesucristo. De ahí que la Ley llega a su fin, porque su final ha llegado con la salvación de Cristo. Por eso trata de demostrar que la relación entre la fe y la justicia es conforme a la Escritura (Rm 4, 1; Gál 3, 6; Rm 4, 3. 5. 6. 9. 22).
¿Sabemos interpretar este “aspecto guerrero” de Dios? ¿Aspiramos nosotros también a la justicia? ¿Tratamos de llevar justicia al oprimido? ¿ Comprendemos que la justicia es una virtud que motiva y ayuda al hombre en su camino hacia la felicidad, es un aporte a vivir más dignamente la libertad y que favorece a otros a poder vivir con mucha más dignidad.?
14 prepara sus armas mortíferas, apunta sus flechas incendiarias.
“Me gustaría, dice San Agustín, interpretar este arco como las sagrada Escritura, donde la dureza del Antiguo Testamento adquiere flexibilidad y queda domada con esa especie de nervio de reciedumbre del Nuevo Testamento. De este arco salen disparados los apóstoles como flechas o se lanzan proclamas divinas. Estas flechas las fabricó para los ardorosos, es decir, para quienes ardían tocados por e1 amor de Dios.
Flechas afiladas de valiente con ascuas devastadoras, para que, tocado e inflamado por ellas, ardas en un amor tan grande por el reino de los cielos que llegues a hacer caso omiso de todas las lenguas que se te enfrenten y pretendan apartarte de tu propósito, riéndote también de sus persecuciones y diciendo: ¿Quién me separará del amor de Cristo?” Es la pregunta que se hace San Pablo (35-39)
La respuesta es: "NADA" absolutamente nada nos puede separar del amor de Cristo. El apóstol Pablo hace la pregunta y menciona algunas cosas:
Tribulación: Estar atribulados, sufrir aflicciones. Sufrir debido a la presión de las circunstancias, o debido a la oposición de otras personas.
1. Muchos no aguantan las tribulaciones, las aflicciones y se dejan vencer por ellas y así
se separan del amor de Cristo.
2. El apóstol Pablo se gozaba en las tribulaciones. (Rm 5, 3) .
3. Las tribulaciones tienen un propósito: producir paciencia.
4. ¿Te están separando las tribulaciones del amor de Cristo?
5. No debemos dejarnos vencer por las tribulaciones de la vida, al contrario permanezcamos firmes para recibir la corona de la vida. (Sant 1, 12)
Angustias: La angustia que proviene de hallarse en situación apurada o aprietos.
1. La angustia puede venir por muchas cosas y nos puede deprimir.
2. Jesús se angustió. (Mt 26, 37)
3. Pablo estaba afligido pero no desesperado. (2 Co 4, 8)
4. Pablo tuvo muchos conflictos. (2 Co 7, 5)
5. Pablo se complacía en angustias y persecuciones. (2 Co12,10)
6. Algunas cosas nos pueden afligir, angustiar, pero no son motivos para separarnos del amor de Cristo.
7. ¿Qué angustia nos esta separando del amor de Cristo?
Persecución: La persecución para muchos seria causa de tropiezo y de alejarse del amor de Cristo. Seria difícil soportar la persecución que se desato en el primer siglo.
1. Hubo una gran persecución. (Hch 8,1)
2. Pablo Y Bernabé fueron perseguidos. (Hch 13, 50)
a. Pero esto no los hizo volver atrás y separarse del amor de Cristo.
3. Recordemos las palabras de Cristo. (Mt 5, 10-12)
4. ¿La persecución nos está separando del amor de Cristo?
Hambre y Desnudez: El hambre es uno de los elementos mas importante en la vida del ser humano, sino comemos moríamos por el hambre, pero aún así esto no nos debe separar del amor de Cristo.
1. Actualmente muchos cristianos dejarían el amor a Cristo por el hambre o necesidades físicas.
2. Cristianos primitivos sufrieron el despojo de sus bienes. (Heb 10, 34)
3. Eso seria motivo para que muchos dejaran el camino de Dios y abandonaran a Cristo.
4. El apóstol Pablo padeció hambre. (1 Co 4, 11; 2 Co 11, 27).
a. Pero eso no fue un obstáculo para separarse del amor de Cristo.
b. Pablo aprendió el secreto de estar contento cualquiera que fuera su situación. (Fil.4:11-12)
5. No nos alejemos del amor de Cristo aunque tengamos necesidades del alimento de cada día. Dios es poderoso para ayudarnos.
6. ¿Te esta venciendo el hambre para separarte del amor de Cristo?
Peligro: El apóstol Pablo siempre estaba en peligro de muerte. (2Cor.11:26)
1. ¿Qué peligros afrontamos nosotros hoy en día? Nadie nos persigue, nadie nos va a matar por decir que somos cristianos o predicar el evangelio o andar con la Biblia en la mano.
2. Claro que en muchos lugares de la Tierra la situación es diferente y hay gente que muere por amor a Cristo.
3. Pero lamentablemente incluso sin estar en esas situaciones apuradas queremos seguir a Cristo, sin tener esos peligros con facilidad no alejamos del amor de Cristo.
4. ¿Qué peligro nos está alejando del amor de Cristo?
Espada: La espada era el arma principal en aquellos tiempos, era muy
fundamental en las guerras, servían para quitar la vida.
1. Juan el Bautista fue muerto por una espada le quitaron la cabeza, también el apóstol Santiago murió por la espada.
2. Los cristianos primitivos estaban dispuestos a morir por el amor de Cristo.
3. ¿Estamos dispuesto nosotros a morir por el amor de Cristo?
Nada ni nadie nos puede separar del amor de Cristo.
A. No hay nada en este mundo que nos pueda separar del amor de Cristo.
1. Leamos (Rm 8, 38-39) ¿Estamos convencidos de que nada ni nadie nos puede separar del amor de Cristo?
B. Somos más que vencedores por medio de Cristo. (Rm 8, 37)
C. En Cristo podemos tener más seguridad por que El ha vencido al mundo.
(Jn 16, 33). Y nosotros también podemos vencer al mundo con todas sus
adversidades y dificultades que se nos presente en esta vida.
D. Dios nos da la victoria por medio de Cristo. (1 Co 15, 57)
¿Qué me separará del amor de Cristo? O ¿Qué me está separando del amor de Cristo?
¿Sabemos esquivar armas y flechas mortíferas, sin afán de “venganza”?
15 Mirad: el injusto ha concebido el crimen, está preñado de ambición y da a luz el engaño.
¡Qué hermosa y precisa es la palabra de Dios! Dios nos ha mostrado el ciclo vital del pecado en el impío. Comenzó concibiendo maldad y terminó atrapado en la misma maldad que concibió. Una vez más se cumple el principio divino que todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Dios retribuye al impío haciendo que el impío reciba el mismo mal que diseñó para otros. Cuán peligroso es concebir maldad.
La mejor forma de no entrar a este ciclo vital es evitando la concepción. Esto es, al nivel del pensamiento. Todo pecado se inicia en el pensamiento. Allí es donde se debe evitar la concepción. Cada vez que pienses en algo cuestionable o en algo dudoso o en algo contrario a lo que Dios ha dicho en su palabra, reconócelo como el intento de concebir maldad y con el poder que ya tienes por ser hijo de Dios, expulsa ese pensamiento de tu mente. No le des vueltas en tu cabeza, no medites en ello, expúlsalo directamente de tu mente.
La mejor forma de expulsar un mal pensamiento es sustituyéndolo con un buen pensamiento. Haz la prueba. La próxima vez que pienses en algo malo, inmediatamente repite algún pasaje bíblico conocido, o canta una alabanza al Señor, o eleva al Señor una oración, o habla a otro del amor de Dios en Cristo, y notarás que aquel mal pensamiento desaparece de tu mente.
Deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama, esa es la definición de ambición, que, sin embargo, puede ser comedida y entendida como aspiración natural del ser humano. El salmo la indica como desmedida, dando lugar a la acción indebida o reprensible, es decir al crimen y al engaño.
¿Controlamos nuestras acciones y las llenamos de cordura y buenas intenciones?
¿Tenemos iniciativa y deseos de progreso, no respaldados por una ambición que incida en perjuicio de otros? ¿Forma el engaño parte de nuestra forma de actuar?
16 Cava y ahonda una fosa, y acaba cayendo en el hoyo que ha excavado.
Abrir una fosa es tender una trampa en las realidades de la tierra, es decir, algo así como a ras del suelo, para que caiga la persona a la que desea engañar el injusto. Esta fosa se abre al dar el consentimiento a las sugerencias malas de los apetitos terrenales. Se ahonda cuando, después del consentimiento, se insiste en la ejecución del fraude. Pero, ¿cómo es posible que la maldad haga daño antes al hombre justo, contra el que va dirigida, que al corazón injusto de donde procede? Un estafador, por ejemplo, al querer perjudicar a otro, queda él personalmente destrozado por las heridas de la avaricia. ¿Y quién, por muy loco que sea, no repara en la diferencia existente entre uno y otro, viendo que el primero sufre un daño pecuniario, mientras que el otro sufre menoscabo de su inocencia? (S. Agustín)
El pecador es como el cazador que cae en la fosa que cavó para su presunta presa. Sus maquinaciones son como una piedra lanzada al aire, que termina por caer sobre la cabeza del que la tiró. Dice Proverbios: “El que cava una fosa caerá en ella; el que hace rodar una piedra, ésta se volverá sobre él” (Pro 26, 27)
¿Evitamos poner “zancadillas” a otras personas que aparecen en nuestro camino y parecen importunarnos? ¿Evitamos cualquier “ojo por ojo”? ¿Vemos antes la paja en nuestro ojo que en el ajeno?
17 Su maldad se vuelve contra él, y le rebota en la cara su violencia
Dice San Juan: “El que vive en el pecado es esclavo del pecado” (Jn 8, 34). Porque no quiso evitar la maldad, sino que se hizo su esclavo, para ganar otras prebendas. Ha invertido el orden, y resulta que la razón es esclava y la maldad “patrona”.
El que hizo daño algún día deberá pedir perdón, y solo entonces podrá curar la herida que se infligió a sí mismo cuando hirió al otro; ahora bien, tanto más fácilmente llegará a pedir perdón –como el centurión junto a la cruz de Jesús, cuanto más incondicionalmente se sienta perdonado –como el centurión junto a la cruz de Jesús. Pero ¿habrá esperanza en este mundo, habrá esperanza de otro mundo, mientras todos los heridos exijan de sus respectivos victimarios el arrepentimiento, la petición de perdón y la reparación como condición previa para el perdón?
Por supuesto, debe existir el Derecho, y seguramente que en este mundo tal como es debe existir el castigo. Sea, si así debe ser, pero ¡cuán triste me parece que tenga que ser así! Pero, realmente, en el Evangelio que debe de presidir nuestra vida cristiana, no es así. Dios no es así, por mucho que nosotros lo hayamos deformado con nuestros viejos esquemas de culpa y castigo o de ritos penitenciales para obtener el perdón. Jesús no fue así. Y creo que el Evangelio del perdón que restaura y cura es la única alternativa, y que de ese evangelio estamos llamados a ser sacramento todos los seguidores de Jesús.
Resalta más, entonces, este versículo; porque lo que sí está claro es que el que hace el mal, éste le rebota a él y siempre, por mucho que nos parezca que no es así, su maldad y su violencia “le rebotarán en la cara”. Y no es que le Señor “tome venganza”,es que , por muy deformada que alguien tenga la conciencia, nunca le satisfará el hacer el mal a otros. La bajeza y la maldad destruyen al malvado mucho más que a su víctima.
¿Nos damos cuenta de que a veces nuestros pequeños defectos pueden convertirse en vicios? ¿Hacemos examen de conciencia de vez en cuando?¿Cómo es nuestro perdón ante una ofensa? ¿Recordamos a Jesús y su Evangelio de Buena Nueva? ¿Somos capaces de “pasar página”?
18 Yo daré gracias al Señor por su justicia, cantaré el nombre del Señor Altísimo.
El concepto de justicia constituye una de las piezas más básicas y al mismo tiempo más complejas del lenguaje moral. Esto es así porque con él nos referimos siempre a nuestra relación con los demás, ya sean personas individuales, grupos, e incluso el orden social en general. Ahora bien, la justicia no se ocupa de cuáles son estas relaciones, sino de cuáles deberían ser. En el lenguaje común, el término justicia arrastra consigo la intuición de que «las personas deben recibir el trato que se merecen» y, en este sentido, conserva aún todo su vigor la definición de Ulpiano: «Dar a cada uno lo suyo». Desde el punto de vista individual, según Aranguren, la virtud de la justicia es el hábito consistente en la voluntad de dar a cada uno lo suyo. Pero esta voluntad puede ser tanto privada como pública, esto es, puede referirse tanto a los individuos como al orden social en general. Dependiendo de qué entendamos por lo suyo, tendremos una concepción u otra de la justicia.
Este versículo es una confesión de la justicia de Dios, que nos hace hablar así: Realmente eres justo, Señor, cuando das a tus justos tal protección que los iluminas por ti mismo, y ordenas a los pecadores de tal modo que el castigo que les cae encima no procede de tu malicia, sino de la suya.
Esta confesión de gracias supone tal alabanza al Señor que de nada les sirven sus blasfemias a los impíos. Estos, al tratar de excusar sus crímenes, no quieren reconocer su propia culpabilidad en el hecho del pecado, es decir, no quieren echar a su propia culpabilidad sus culpas reales.
Así pues, o se la imputan a la suerte o al hado o ponen por medio al diablo, cuyas sugestiones por voluntad de Dios podemos rechazar, o introducen otra naturaleza que no procede de Dios. Esto es andar dando bandazos en su miseria y extravío, más que confesar a Dios para que les perdone. No conviene que se le perdone sino a aquel que dice: he pecado.
Por eso, quien observa que Dios ordena los merecimientos de las almas de modo que dando a cada cual lo suyo no haya violación alguna de la belleza del universo, alaba a Dios en todo. Esta confesión no es propia de los pecadores, sino de los justos.
No es confesión de pecadores porque dice el Señor: Te confieso Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. (Mt 11, 25) Y en el Eclesiástico se dice: Confesad al Señor en todas sus obras. En vuestra confesión diréis: Las obras del Señor son todas buenas de verdad (Si 39, 19).
La justicia del Señor es aquella que dimana de la Alianza, donde Dios se entrega a los suyos e Israel debe responder a esa fidelidad divina, sin apartarse de la guarda de los mandatos, leyes y preceptos. Dios demuestra su justicia con respecto a las relaciones existenciales entre Él y su pueblo. Dios aparece como Juez y al mismo tiempo como Salvador de los suyos (Is 45, 8; 46, 13; 51, 5-8), a los que defiende y exige una conducta agradable exenta de impiedad
Inefable es la divina gracia, Es inmensurable cual la mar, Como clara fuente, siempre suficiente a los pecadores rescatar. Perdonando todos mi pecados Cristo me limpió de mi maldad; alabaré su dulce nombre por la eternidad.
Yo celebraré, cantaré a él, Cantaré un nuevo canto. Yo celebraré, cantaré a él, Cantaré un nuevo canto.
¿Creemos que Jesús describe como recto aquello que es conforme a la voluntad de Dios, revelado en el Antiguo Testamento y en sus enseñanzas? ¿La justicia es un don debido al amor gratuito y oblativo de Jesús? ¿Es propio de la justicia general hacer el bien debido en orden a la comunidad o a Dios? ¿Creemos que cantar al nombre de Dios tiene la cualidad de atraer la mente humana hacia lo Divino?