Salmo 009
2 Que mi alma alabe al Señor y proclame todas sus maravillas...
3 Me alegraré y me regocijaré en ti; cantaré a tu nombre, oh Altísimo.
4 Mis enemigos volvieron atrás; cayeron y perecieron delante de ti.
5 Te has sentado en tu trono cual juez justo y has reivindicado mi causa y mis derechos.
6 Tu amenazas a los hombres sin fe, reduces los malvados a la nada y borras su nombre para siempre
7 Los enemigos fueron aniquilados, arruinados sin remedio; sus ciudades fueron devastadas, perdido su recuerdo.
8 Pero el Señor permanecerá para siempre; ha dispuesto su trono para juicio.
9 Gobernará la tierra con justicia y juzgará con rectitud a las naciones.
10 El Señor es un bastión para el oprimido, un refugio para los tiempos de angustia.
11 Que en ti confíen los que veneran tu nombre, porque no abandonas, Señor, a los que te buscan.
12 Canten al Señor, que mora en Sión, y publiquen entre los pueblos sus hazañas.
13 Pues pide cuentas por la sangre vertida, se acuerda de los oprimidos y no olvida su clamor.
14 Ten compasión de mí, Señor, mira cómo me afligen los que me odian. Sácame de las puertas de la muerte,
15 para que proclame tus maravillas, en las puertas de la hija de Sión, feliz y agradecido por tu salvación.
16 En la fosa que cavaron se han hundido los paganos y su pie quedó atrapado en la trampa que escondieron.
17 El Señor se ha manifestado, ha dictado su sentencia, y el pecador quedó atrapado en la obra de sus manos.
18 Que vuelvan al abismo los malvados, todos los paganos que olvidan al Señor.
19 Porque no será olvidado el pobre para siempre ni será en vano la esperanza del humilde.
20 ¡Levántate, Señor, que el hombre no triunfe, y sean en tu presencia juzgadas las naciones!
21 Infúndeles terror, oh Señor, que sepan los paganos que sólo son hombres.
Es el primero de los salmos acrósticos o alfabéticos que hacen uso de las letras sucesivas del alfabeto hebreo para comenzar la palabra inicial de cada versículo
2 Alabaré al Señor con todo mi corazón; todas su maravillas contaré
Alaba a Dios con todo el corazón quien no duda de la providencia de Dios incluso en detalles insignificantes, sino quien ya vislumbra los secretos de la sabiduría de Dios. Todo ello está íntimamente vinculado a la gestión providencial de Dios. Precisamente todo aquello que los no creyentes estiman que se realiza sin razón alguna o por pura casualidad, sin que haya intervención alguna de carácter divino.
“Proclama todas las maravillas de Dios quien ve su plasmación no sólo en las realidades corpóreas que están a la vista de todos, sino su plasmación en el plano de lo espiritual. Y las ve de un modo invisible, naturalmente, pero de manera mucho más sublime y elevada. Es un hecho que los hombres terrenales y los adictos al mundo de lo misterioso y oculto se sienten más fascinados por la resurrección corporal de Lázaro difunto que de la resurrección espiritual de Pablo perseguidor. Pero, habida cuenta que el milagro visible es una llamada al alma para que se ilumine, mientras que el milagro invisible ilumina de hecho al alma que secunda la llamada, proclama todas las maravillas de Dios quien, al creer en las realidades visibles, avanza en la comprensión de las realidades invisibles.” (San Agustín)
Las “maravillas” denota acciones que los humanos no pueden lograr por si mismo o aun explicar,
hechos que causan asombro. “Ah, Señor, tu has hecho los cielos y la tierra con tu inmenso poder y con la fuerza de tu brazo. ¡Para ti nada es imposible!! (Jr 32, 17).
Dios actúa de manera redentora, poderosa, para revelar así mismo a su creación más alta (humanidad). El desea que ellos le conozcan y confíen en el. Sus actos son revelación, la narración de estos actos es inspiración, y el entendimiento de estos actos es iluminación. ¡Yahvé desea que todo el mundo le conozca!
“Josué dijo a los israelitas: Purificaos, porque mañana Yahvé estará en medio de vosotros para obrar milagros” (Jos 3, 5). Y, en efecto, el Señor paró el curso del río Jordán para que el pueblo israelita entrará en la Tierra Prometida a “a pie enjuto”, como lo había hecho en el mar Rojo.
¿ Hemos buscado el “corazón de carne” que Ezequiel (36, 26) nos ofrece sustituyendo a nuestro “corazón de piedra”? ¿Nos impulsa a alabar al Señor? ¿Intentamos profundizar en su conocimiento?
3 Me alegraré y me regocijaré en ti; cantaré a tu nombre, oh Altísimo.
“Pues aunque no florezca la higuera ni den las viñas uva en adelante; aunque falte el producto del olivo y se niegue la tierra a darnos pan; aunque no tenga ovejas el corral y se queden sin bueyes los establos; yo seguiré alegrándome en Yahvé, lleno de gozo en Dios, mi Salvador.” (Hb 3, 17-18)
“No temas oh tierra alégrate y regocíjate porque el Eterno ha hecho grandes cosas” (Jl 2, 21)
El diario vivir normalmente se nos hace pesado, las alegrías de la vida son pocas y los sufrimientos en cambio nos agobian, las tristezas parecen inclinar la balanza en demasía y las lágrimas son más abundantes que la risa. Sin embargo no por ello debemos concluir que la vida es un “valle de lágrimas” sino muy por el contrario un dulce reto que debemos experimentar día a día.
El levantarnos por la mañana no debe ser una rutina negativa sino muy por el contrario un acto de agradecimiento al Creador por su Misericordia, y ello bien merece una oración de acción de gracias por restituirnos el don de la vida. Alegrémonos por los manantiales y por el cielo azul que apreciamos a diario teniendo en cuenta muy especialmente, que Dios. nuestro Padre se manifiesta al través de todo ello, que nos habla en el color de una flor, en el sonido del agua y en el dulce gorjeo de una avecilla que eleva sus más bellos tonos a su Creador.
Las penas de mis amigos vienen y van y así como llegan igual desaparecen; cada día debe ser para nosotros la búsqueda de la luz y nuestros pensamientos, deben orientarse hacia esa búsqueda de la luz, del pensamiento correcto. El pensamiento correcto es ese que se eleva más allá de las estrellas, más allá de lo que vemos e imaginamos y que nos conduce a Dios.
Cuando estamos alegres, nuestro mundo igualmente lo está y de esta manera nuestra alma estará en paz, el mundo que nos rodea estará en paz y nada a nuestro alrededor nos preocupará ni perturbará. “Me alegraré y me regocijaré en Ti, cantando una canción a Tu nombre Altísimo”, decimos en este versículo del salmo 9. El dar comienzo al día de esta manera, con una conexión directa y sincera con el Señor, abre un canal que nos irá permitiendo día a día superar las dificultades ya que si nos encaminamos hacia El, si lo llamamos, si lo buscamos, indefectiblemente nos encontraremos con El. De esa manera iniciaremos un día con gran alegría y bendición de la mejor manera como nos ilustra el Sal 90, 14 “Cólmanos por la mañana con Tu merced. Nos alegraremos y nos regocijaremos durante nuestros días”.
La alegría debe ser un estado de ánimo permanente, un hábito que podemos ir ejercitando día a día. En vez de levantarnos de mala gana, con el ceño fruncido, tratemos de hacerlo con alegría, con un rostro distendido y que refleje esa luz interna que todos llevamos dentro y que lamentablemente oscurecemos con nuestros actos. El estado de alegría y contento debe ser una máxima para nosotros, y deberíamos de esforzarnos por lograr un estado de alegría en nosotros y ello nos conviene sobremanera ya que de esa manera alejamos de nosotros las tensiones y damos un respiro a nuestro cuerpo que siempre tenemos acelerado por nuestros pensamientos desordenados y descontrolados. “Yo se que no hay nada mejor para ellos que alegrarse y gozar mientras vivan” (Qo 3, 12)
Si logramos mantenernos en este estado, veremos solo las grandes cosas que Dios ha manifestado para nosotros, las grandes cosas del universo, no las bicocas que nos acosan a diario. Siempre habrá sufrimientos en la vida lamentablemente porque siempre cometeremos yerros que nos llevan a ello, pero ante estas vicisitudes de la vida y ante ello, el hombre grande se ennoblece, no maldice ni se lamenta, no se rasga las vestiduras, sino que más bien se eleva por encima de las circunstancias.
Luego de cada sufrimiento, correctamente enfrentado, adquirimos nueva luz, nuevas cualidades y nos ennoblecemos. A veces nos olvidamos que todos sufrimos y que el dolor es exclusivo nuestro. Sufre tanto el gran hombre como el hombre ordinario solo que el grande sufre y se eleva, mientras que el hombre ordinario igualmente sufre pero se amarga y empequeñece.
“La esperanza del justo es alegría” nos dice Pr 10, 28, de ahí que debamos aprender esta lección. “Gritad en júbilo, cantad juntos, oh desolaciones de Jerusalén, porque el Eterno ha consolado a Su pueblo. Ha redimido a Jerusalén. El Eterno ha descubierto Su brazo sagrado ante los ojos de todas las naciones y todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestros Dios” (Is 52, 9-10). Estas preciosas palabras del profeta deben de llenar nuestros corazones con alegría porque grande tiene que ser el gozo en nosotros porque veremos la “salvación de nuestro Dios”
¿Cantamos en nuestras celebraciones poniendo el corazón en nuestras palabras? ¿Mostramos alegría en nuestra vida normal, muestra de nuestra permanente esperanza en el Señor? ¿Sabemos buscar al Señor en los momentos de sufrimiento? ¿Vemos constantemente la salvación del Señor guiando nuestra vida?
4 Mis enemigos volvieron atrás; cayeron y perecieron ante tu rostro.
¿Quiénes se volverán atrás y perecerán ante tu rostro sino los malvados y los impíos? Se volverán atrás porque no tendrán fuerza alguna. Y perecerán, porque ya no serán impíos. Ante el rostro de Dios, es decir, una vez que conozcan a Dios, lo mismo que pereció aquél que dijo: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2, 20). Pablo siente profundamente que él mismo es obra de Dios, que no es el cumplimiento de la Ley Antigua el que le hace apóstol, sino la elección de Dios. Siente que el mundo le desprecia como se desprecia a los criminales ejecutados, y eso mismo siente él por los criterios y los valores del mundo. Pablo siente que es el mismo Cristo el que trabaja por su medio y que su acción en las comunidades es la acción salvadora del mismo Jesús.
O sea que siento que hiciste mío o a favor mío, aquel juicio en que di la impresión de ser juzgado, e hiciste mía o también a favor mío aquella causa en la que, a pesar de ser justo e inocente, me condenaron los hombres.
Mis enemigos también pueden estar dentro de mí: mis tentaciones, mis inclinaciones hacia la comodidad o el egoísmo, el no pensar o ayudar a los que sufren. Estos enemigos también deben de “caer” ante el rostro del Señor, dejándonos verlo claramente orientando nuestro proceder humano.
¿Tenemos, realmente, enemigos exteriores? ¿Somos conscientes de nuestras limitaciones y de nuestra tendencia hacia la comodidad y la ausencia de preocupación por los que más sufren? ¿Confiamos en que la fuerza del Señor está en nosotros? ¿Usamos de ella?
5 Te has sentado en tu trono cual juez justo y has reivindicado mi causa y mis derechos.
El diccionario de la lengua define la justicia como una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece. Sin embargo, en otra de las acepciones dice que en Religión, la justicia es “ el atributo de Dios por el cual ordena todas las cosas en número, peso o medida. Ordinariamente se entiende por la divina disposición con que castiga o premia, según merece cada uno”.
Vemos pues que subsiste la vieja creencia judía del Dios “que premia a los buenos y castiga a los malos”, que a tantos Catecismos se ha asomado, y que a tantas generaciones ha alejado del Señor.
El actual Catecismo de la Iglesia Católica tiene una definición extensa, pero precisa, que merece la pena considerar: La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada ‘la virtud de la religión’. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. ‘Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo’ ( Lv 19, 15). ‘En cuanto a vosotros patrones, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en el cielo’ ( Col 4, 1).
La reivindicación que pide el salmista, dirigida evidentemente a Yahvé, nos debe de tener a nosotros por protagonistas, abogando siempre en pro del más oprimido para que la justicia llegue a él.
Claro que el trono puede parecer una situación de privilegio, pero no debemos de interpretarla como tal física o humanamente, sino como una expresión de persona (¿de creyente?, no necesariamente), apoyado en el espíritu del Señor y capaz con ello de evocar y practicar esa justicia.
Cuando lo que se lleva es triunfar, cuando el lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de muchos, cuando el pecado social se hace injusticia y violencia institucionalizada, cuando el contraste de posibilidades y oportunidades es vergonzoso y siempre desfavorable para los más pequeños..., uno siente que está llamado -por dignidad humana y por locura evangélica- a ser solidario y a luchar por una comunión que libere a los pobres de todo tipo de carencias: económicas, afectivas, culturales... Uno siente que está llamado a colaborar para hacer de nuestras comunidades espacios donde los más débiles, pueden sentirse amados, acogidos, escuchados. Ahí está el trono del juez justo que reivindica las causas y derechos de los oprimidos.
¿En qué trono estamos sentados? ¿Cuál es nuestra actitud ante las injusticias que se cometen contra los más necesitados? ¿Tenemos iniciativas que lleven justicia a los pobres, pobres económica, psíquica o humanamente? ¿Nos damos cuenta de que somos unos privilegiados llamados a compartir alegría, paz, comida, dinero con los menos afortunados?
6 Tu amenazas a los hombres sin fe, reduces los malvados a la nada y borras su nombre para siempre
El diccionario de la RAE dice que “amenazar” es: “Dar a entender con actos o palabras que se quiere hacer algún mal a alguien.” Es muy difícil pensar en un Dios cristiano con esta actitud.
Los cristianos han oído decir desde siempre que «Dios es Amor» (1 Jn 4,8), pero muchos ni siquiera sospechan lo que se quiere decir con esta afirmación central y decisiva del cristianismo. Si un día cayeran en cuenta, nacería en ellos una fe en Dios absolutamente diferente y nueva.
En realidad, no nos atrevemos a creer que Dios es amor, es decir, que no sólo nos tiene amor y nos quiere, sino que, en su ser más íntimo, es amor y que, por lo tanto, de él no puede brotar más que amor, incluso cuando nosotros no merecemos ser amados. Dios es así; amor sin condiciones ni restricciones.
A nosotros nos resulta «increíble» que podamos ser amados sin condiciones. Por eso, enseguida proyectamos sobre Dios nuestros fantasmas y miedos recortando y deformando su amor. En el fondo pensamos que Dios es muy bueno y nos quiere, pero sólo si sabemos corresponderle: es decir, Dios ama como amamos nosotros, con condiciones, incluso exigiendo más que nosotros.
Este Dios no resulta muy agradable. Bastantes lo sienten como un ser peligroso, una amenaza, una censura constante, un juez implacable que no hace sino generar sentimientos de culpa, inseguridad y miedo. No es extraño que haya tanta gente que no quiera saber nada de él. Ahí puede estar la niebla de la amenaza.
El reinado de Dios es una amenaza para nuestro egoísmo. Cuántas veces en nuestra vida hemos dicho: “esto no lo creo”, cuando queríamos decir: “esto no me gusta”. Estaríamos dispuestos a adorar a un Dios que potenciara nuestras seguridades y nuestro poder. Un Dios que reine sin hacernos reinar a nosotros, no nos interesa.
Al lado de estas consideraciones basadas en al Escritura, especialmente en el Nuevo Testamento, tenemos doctrina de la Iglesia que parece ir por otra línea.
Así el Catecismo de la Iglesia afirma (párrafo 2090) que “la esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de provocar su castigo”. Parece que está implícita la amenaza ¿verdad?
El Concilio de Trento es incluso más explícito: “… ni jamás ha creído la Iglesia de Dios que había camino más seguro para apartar los castigos con que Dios amenazaba, que el que los hombres frecuentasen estas obras de penitencia con verdadero dolor de su corazón”.
“Dios recurre al castigo como medio para llamar al recto camino a los pecadores sordos a otras llamadas. Sin embargo, la última palabra del Dios justo sigue siendo la del amor y el perdón; su deseo profundo es poder abrazar de nuevo a los hijos rebeldes que vuelven a él con corazón arrepentido » aporta san Juan Pablo II. (Audiencia General 13 de agosto de 2003)… una de cal y otra de arena
¿ Aceptamos que Dios perdone a los buenos, pero eso de que ame al pecador antes de que se arrepienta y dé muestras de salir de su situación, es algo que supera todo lo que pudiéramos aceptar de un Dios que tiene que ser "justo"?. ¿Qué ventajas tendríamos, entonces, lo que nos portamos bien aunque alguna vez fallemos? ¿Revela esto una actitud muy sutil que pone de manifiesto hasta qué punto aceptamos con sordina el mensaje del evangelio? ¿En qué lugar queda la confesión, tal como se ha entendido durante siglos?
7 Los enemigos fueron aniquilados, arruinados sin remedio; sus ciudades fueron devastadas, perdido su recuerdo.
Vivimos en una época dominada por el miedo. Están, por un lado, esos miedos humanos de siempre, miedos que en los hombres y mujeres de hoy son tal vez más ostensibles que nunca: los miedos irracionales, la locura, la enfermedad, el sufrimiento, la vejez, la muerte, el fracaso, el desamor, la soledad, el silencio… Pero están también esos miedos planetarios característicos de hoy: la crisis económica, el desastre nuclear, la destrucción de la naturaleza, la explosión demográfica, el terrorismo incontrolable, el antiterrorismo incontrolado... La obsesión de la seguridad es correlativa al miedo obsesivo. Vivimos una auténtica patología del miedo y de la desconfianza, que está en el origen, por ejemplo, del “miedo al inmigrante”.
Casi todos los males que origina el ser humano contra sí mismo y contra los demás son producto del miedo y de la angustia. El miedo está llevando a los Estados más poderosos a adoptar medidas que, a menudo en nombre de la lucha contra el mal, pueden acarrear males planetarios nunca sospechados hasta el presente creer en Dios requiere en primer lugar curar nuestros miedos de Dios, no por ocultos menos reales.
En efecto, es verdad que “la palabra Dios es la más vilipendiada de las palabras humanas”, que “Dios tiene una historia emborronada por las pendencias humanas”, que Dios se convierte fácilmente en “factor Dios” que justifica todos los horrores, y que “mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado”. Es preciso, pues, liberar a Dios de nuestras imágenes deformes y patógenas (un Dios patriarcal, soberano separado del mundo, arbitrario y castigador); es preciso “reinventar a Dios” (A. Torres Queiruga) como fuente y garantía de toda belleza, justicia y paz; es preciso volver a encontrar nos con el Dios en quien Jesús tuvo puesta su honda confianza vital: el Dios que es la bienaventuranza de los pequeños, que promete el reino a los pobres y transforma a los ricos en solidarios, que hace llover sobre justos e injustos para hacer justos a los injustos y felices a los justos.
Es, pues, cierto, que vivimos en una época en la que las luchas, las guerras se extienden por doquier. Hemos presenciado en los medios de información la destrucción de ciudades inmemoriales. Pero, el razonamiento expuesto es también una realidad: esas luchas y destrucciones no son una acción “vengativa” de Dios, sino consecuencia de un mundo finito que goza de libertad de acción. La frase “reinventar a Dios”, no es más que ver el Antiguo Testamento a la luz del Evangelio de Jesús.
Dice Isaías: …sino que hará justicia a los débiles y defenderá el derecho de los pobres del país. Su palabra derribará al opresor, el soplo de sus labios matará al malvado. (Is 11.4)
¿Nos debatimos, también hoy, entre la angustia de la culpabilidad y la ilusión de la inocencia? ¿Nos movemos instintivamente en la lógica del castigo, a la que subyace a menudo una “teología del castigo”: la creencia en que el daño impuesto y sufrido sirve para reparar el daño cometido?
8 Pero el Señor permanecerá para siempre; ha dispuesto su trono para juicio.
Dios creó a su pueblo para tener una relación de amor con él. El sabe que la plenitud de la vida se encuentra únicamente dentro del marco de esa relación. Por eso, cuando nos salimos de esa relación de amor, Dios sabe que nos estamos perdiendo la vida para la cual El nos creó.
La hierba se seca y la flor se marchita, más la palabra de nuestro Dios permanece para siempre, dice Isaías. (40:8) Tenemos que buscar al Señor todos los días, leer Su Palabra, y luego, pasar un tiempo clamando al Señor en oración mientras escuchamos su especial voz.
Debemos recordar siempre quién es El que nos da todo, proveyendo por nosotros espiritualmente, financieramente y emocionalmente. Él nunca nos dejará. Tenemos que ponerlo siempre de primero en nuestra vida y recordar sus mandamientos fuente de vida y de libertad.
“… En ese mismo momento me tomó el Espíritu: vi un trono colocado en el cielo y alguien sentado en el trono. 3 El que estaba sentado parecía de jaspe y cornalina, y un arco iris de color esmeralda rodeaba el trono. 4 Veinticuatro sillones rodean el trono, y en ellos están sentados veinticuatro ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro en la cabeza. 5 Del trono salen relámpagos, voces y truenos. Ante el trono arden siete antorchas, que son los siete espíritus de Dios. 6 Un estanque transparente como cristal se extiende delante del trono.
Cuatro Seres Vivientes, llenos de ojos por delante y por detrás, ocupan el espacio entre el trono y lo que hay a su alrededor. 7 El primer Ser Viviente se parece a un león, el segundo a un toro, el tercero tiene un rostro como de hombre y el cuarto es como un águila en vuelo.
8 Cada uno de los cuatro Seres Vivientes tiene seis alas llenas de ojos alrededor y por dentro, y no cesan de repetir día y noche:
Santo, santo, santo,
es el Señor Dios, el Todopoderoso,
el que era, es y ha de venir”. (Ap 4, 2-9)
“… Jesús contestó: «A ustedes que me han seguido, yo les digo: cuando todo comience nuevamente y el Hijo del Hombre se siente en su trono de gloria, ustedes también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. 29 Y todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o propiedades por causa de mi Nombre, recibirá cien veces más y tendrá por herencia la vida eterna” (Mt 19, 28-29)
Estas dos referencias pretenden indicar lo que es en la Escritura el trono de Dios, y su “función”. En el Libro de los Hechos también se dice: “Tiene ya fijado un día en que juzgará a todo el mundo con justicia, valiéndose de un hombre que ha designado, y al que todos pueden creer, pues él lo ha resucitado de entre los muertos.” (Hch 17, 31)
¿Entiendes que la Palabra de Dios permanece para siempre? Las promesas de Dios se cumplirán. ¿Tienes hambre y sed de la Palabra de Dios? ¿Crees en el poder de la Palabra de Dios? ¿Confiamos en Jesús cómo nuestro “abogado defensor”?
9 Gobernará la tierra con justicia y juzgará con rectitud a las naciones.
La justicia es la impartición correcta de las leyes; el justo actúa correctamente aplicando las leyes en su vida diaria. No es suficiente con tener buenas leyes, es necesario hacer justicia, es decir actuar conforme a esas leyes de forma regular.
La justicia no debe detenerse ni desviarse por ningún tipo de influencia, debe impartirse de manera perfecta y sin hacer distingos de ningún tipo. Existen países y ciudades donde es más fácil no impartir la justicia que hacer lo correcto, pero el no hacerlo nos lleva a la trasgresión directa de los mandamientos de Dios… “el Señor nuestro Dios nos mandó poner en práctica todos estos mandamientos y tenerle reverencia, para que nos vaya bien y para que él nos conserve la vida como hasta ahora. Y tendremos justicia cuando cumplamos cuidadosamente estos mandamientos ante el Señor nuestro Dios, tal como nos lo ha ordenado” (Dt 6, 24-25).
Especialmente necesaria es esa justicia en todos esos países en los que los dirigentes buscan el enriquecimiento económico y el incremento de poder, en vez de preocuparse del bienestar y desarrollo de los habitantes que gobiernan. La ayuda por parte de otros países es, con frecuencia, generosa, pero, al mismo tiempo, difícil de llevar a cabo y siempre con notables sacrificios personales.
Los aproximadamente 13.000 misioneros que España tiene en África hablan de estos tortuosos caminos de ayuda.
La humanización de la vida es fundamental; sólo vendrá cuando seamos capaces de implantar la justicia, y sólo seremos capaces de implantar la justicia si empezamos nosotros por los que nos rodean.
¿Comprendemos el concepto de justicia aplicado a nuestras vidas? ¿Apoyamos la ayuda a otros países? ¿Tenemos un “sitito” en nuestras oraciones para rogar al Señor por todas esas personas que desinteresadamente dedican su vida a ayudar a otras personas?
10 El Señor es un bastión para el oprimido, un refugio para los tiempos de angustia.
El Señor se ha convertido en refugio del pobre, es otra manera de escribir este versículo. Realmente un verdadero estímulo para nuestro ser cristiano, para nuestra manera de atender a los necesitados, a aquellas familias, personas que tenemos cerca y que no tienen lo suficiente para una vida digna.
Un “baluarte” o bastión es “un reducto fortificado que se proyecta hacia el exterior del cuerpo principal de una fortaleza, situado generalmente en las esquinas de los muros de cortina (o los tramos de muro recto), como punto fuerte de la defensa contra el asalto de tropas enemigas … El diseño del bastión y el hecho de que sobresalga del cuerpo de la fortaleza permite cubrir los otros bastiones y los muros de cortina con fuego cruzado.” Normalmente, los baluartes se construían en las partes altas de los muros, y fueron así edificados para vigilar y resguardar a los ciudadanos, para defenderlos contra un asalto o para atacar directamente al enemigo; desde los baluartes los guardias tenían una vista previa, amplia y clara de su entorno para poder proteger a los habitantes de la fortaleza de cualquier ataque en su contra.
por eso, Dios mismo es comparado a un baluarte, a nuestro baluarte. El ve desde lo alto, porque mora en las alturas (Is 33, 5), y desde allí ve cuando Sus hijos están en apuros. Es Dios quien nos defiende y quien pelea por nosotros en contra de nuestros adversarios (Ne 4, 20).
Es Dios quien nos esconde y protege y resguarda cuando vienen los asaltos de nuestros enemigos – porque es nuestro escudo, es quien se coloca delante de nosotros para prever y enfrentar los ataques contra nosotros, es quien nos cubre del fuego cruzado. Cuando estamos en angustia o necesidad, cuando estamos oprimidos e indefensos, allí está Dios como nuestro escudo, nuestro refugio, nuestro baluarte.
¿Comprendemos y asumimos nuestro ser cristiano? ¿Somos conscientes de que tenemos cerca personas que necesitan nuestra ayuda? ¿Somos capaces de dedicarles nuestro tiempo y dinero? ¿Comprendemos lo que significa ser “baluartes”? ¿Sentimos esa protección de manos del Padre? ¿Recurrimos a Él si nos sentimos angustiados?
11 Que en ti confíen los que veneran tu nombre, porque no abandonas, Señor, a los que te buscan.
En nuestro caminar por este mundo tenemos que enfrentarnos con la vida y con sus peligros; necesitamos apoyos con que poder contar, refugios donde acogernos; para perseverar en medio de las pruebas y esperar llegar a la meta hay que tener confianza. Pero ¿en quién habrá que confiar?
Lejos de confiar en nuestra propia justicia, hay que buscar la del reino, que viene de solo Dios y sólo es accesible a la fe. La confianza en Dios, que radica en esta fe, es tanto más inquebrantable cuanto es más humilde.
En efecto, para tener confianza no se trata de desconocer la acción en el mundo, de los malos poderes que pretenden dominarlo, y menos aún de olvidar que uno es pecador. Se trata de reconocer la omnipotencia y la misericordia del Creador, que quiere salvar a todos los hombres y hacerlos sus hijos adoptivos en Jesucristo.
Esta confianza inquebrantable, condición de la fidelidad, nos da a los testigos de Cristo una seguridad gozosa y valiente, de modo que todo, lo saben muy bien, contribuye a su bien (Rm 8,28).
La confianza es condición de la fidelidad, porque el amor, del que es prueba la fidelidad perseverante, da a la confianza su plenitud, pues el amor perfecto destierra el temor. Desde ahora sabemos que Dios escucha y despacha nuestra oración y que nuestra tristeza presente se cambiará en gozo, un gozo que nadie nos podrá quitar, pues es el gozo del Hijo de Dios.
El abandono nos llevará a una aceptación plena y gozosa de la voluntad del Padre por incomprensible que ésta nos parezca. Algunas veces sentiremos a Dios cerca, cerca en nuestra vida, cerca en nuestra oración. Y en otras tendrás la impresión de que está muy lejos. Sin embargo, el que se ha abandonado cree estar en las manos del Padre y esto le basta.
¿Sabemos que para que el futuro del hombre no esté bajo el signo de la angustia ante el juicio, sino bajo el signo de la confianza sincera, de la franqueza para con Dios, de la esperanza en la plenitud de la gloria de Dios, basta permanecer en Cristo?
¿Podemos comprender que el abandono en el Señor nos llevará a una vida de fe?
¿Vamos haciendo camino, vamos encontrando al Señor en la medida en que nos vamos abandonando en sus manos?
12 Cantad al Señor, que mora en Sión, y publicad entre los pueblos sus hazañas.
San Pablo nos dice: “Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros corazones.”
La experiencia de Dios no es un simple acto de conocimiento. En ella todo el hombre toma parte y por eso la experiencia se acompaña de sentimientos: la paz, el gozo, la serenidad, la reconciliación, la confianza… El canto es una manera muy especial y expresiva de poner de manifiesto todo ello.
El monte Sión es uno de los más grandes, más antiguos y más significativos lugares de Israel. Este monte, que es la colina suroriental de la ciudad de Jerusalén, era una fortaleza jebusea que el rey David conquistó hace más de 3000 años y que convirtió en su capital. El monte Sión se consideró como el lugar donde Dios moraba, quizás porque es el punto más alto de Jerusalén, desde donde se divisa toda la ciudad. El nombre Sión no sólo llegó a usarse como alusión a Jerusalén, sino a Israel mismo.
Jerusalén se traduce también en visión de paz. ¡Qué contraste con la actual situación de enfrentamientos, asesinatos, muerte, inestabilidad…!
¿Qué hazañas hizo el Señor? Quizá lo primero que tenemos que considerar es su creación, la creación del Universo y de nosotros la especie humana. Israel, su pueblo elegido, ha cantado siempre la protección que el Señor le ha dispensado. Le libró de la esclavitud de Egipto y se la persecución de su ejército, y le condujo por el desierto hasta su salvación en la “tierra que mana leche y miel”.
¿Entonamos cantos de alabanza al Señor uniéndonos a la comunidad que canta?
¿Tratamos de sembrar la paz en nuestro entorno?
¿Apreciamos la acción del Señor en nuestra vida?
13 Pues pide cuentas por la sangre vertida, se acuerda de los oprimidos y no olvida su clamor.
¡Qué duro aparece aquí el Señor!; parece que la venganza está en sus manos. Sin embargo, en el lenguaje y costumbres del pueblo israelita, la venganza es concepto que va evolucionando hacia la justicia
En el lenguaje bíblico la venganza designa en primer lugar cierto restablecimiento de la justicia, una victoria sobre el mal. Si está siempre prohibido vengarse por odio del malvado, es, en cambio, un deber vengar el derecho atropellado. Sin embargo, el ejercicio de este deber evolucionó a lo largo de la historia: se sustrajo al individuo para confiarlo a la sociedad.
La ley de santidad ataca en su raíz al deseo de venganza: “No tendrás en tu corazón odio contra tu hermano... No te vengarás y no guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,17s). Son célebres algunos ejemplos de perdón: el de José, que interpreta la persecución de que ha sido víctima como un designio de Dios que sabe sacar bien del mal (Gn 45, 3s,7; 50,19); el de David que no se venga de Saúl (1Sa 24,4s; 26,5-12).
Jesús no sólo instaura una ley nueva que cumple o consuma el principio del talión, sino que prescribe que no se resista al malvado (Mc 5,38-42). No condena la justicia de los tribunales humanos, de la que Pablo dirá que está encargada de ejercer la venganza divina (Rm 13,4); pero exige de su discípulo el perdón de las ofensas y el amor de los enemigos.
El salmo 103 nos dirá: “El Señor obra en justicia y a los oprimidos les da lo que es debido”. (Sal 103, 6), en concordancia con lo que antes expusimos y la segunda parte del versículo.
Clamar o gritar no siempre es fácil. La primera condición para poder gritar es creer que nuestro dolor puede llegar a aquel que nos ha abandonado, que nuestro llanto puede conmoverle y hacerle recordar el pacto y el deseo de continuar con la alianza. Gritamos cuando creemos que el otro puede escucharnos y puede volver a empezar.
El pueblo hebreo gritó porque todavía creía en la Alianza y en la promesa, y creía que el cielo hacia el que gritaba no estaba vacío. En cambio, cuando se pierde la fe-esperanza en que todavía es posible volver a empezar, el grito se apaga en la garganta, se deja de gritar. El no-grito es la primera señal de que ha muerto dentro de nosotros la fe-esperanza en esa relación.
Así el salmo nos hace conscientes de que el Señor estará atento a nuestro clamor, a nuestro grito cuando lo necesitamos; al mismo tiempo, nos debe de hacer conscientes de que nosotros somos también receptores del clamor de los oprimidos que tenemos cercanos.
¿ Temo a Dios?. Mi vida ¿se ha desarrollado más en el temor que en amor? ¿Pienso que Dios está siempre espiándome? ¿Cómo es mi Dios? ¿Soy vengativo o sé como ejercer el perdón en caso necesario? ¿Qué concepto tengo de la justicia? ¿Confío en el Señor en mis disgustos y tristezas? ¿Proclamo esa confianza en el Señor, en su Reino de paz y justicia?
14 Ten compasión de mí, Señor, mira cómo me afligen los que me odian. Sácame de las puertas de la muerte,
Dice el sacerdote José A. Pagola: “La compasión de Jesús, voy a decirlo rápidamente, supone en primer lugar, interiorizar el sufrimiento ajeno, hacer que me duela a mí, dejarme afectar, ser sensibles al sufrimiento. Y la Iglesia, lo que quiero es una Iglesia sensible, no Caritas solo, la Iglesia de Jesús sensible al sufrimiento.
Segundo, ese sufrimiento interiorizado, se tiene que convertir (en Jesús se convierte), en un principio de acción, en un estilo de vivir; hay estilos de vivir compasivos y hay estilos de vivir fríos, de muchos estilos. Y luego, tercero, que ese estilo de vivir se concrete en reacciones, en compromisos, en actitudes a aliviar el sufrimiento y, a ser posible, erradicarlo.
Yo quiero una Iglesia en la que la gente pueda ver con mucha claridad que lo que le importa a la Iglesia es una vida dichosa y sana de todos, empezando por los últimos; esto hay que decirlo siempre si estamos hablando de Jesús”.
De aquí se deduce la gran importancia que, para mí, tiene la función de una Parroquia que sea una verdadera Comunidad. La siembra de justicia, igualdad, solidaridad podría ser espectacular.
Desde sus orígenes remotos, el esquema “envidia-odio-homicidio” se aplica siempre en el mismo sentido: el impío odia al justo y se conduce como su enemigo. Así Caín con Abel, Esaú con Jacob, los hijos de Jacob con José, los reyes impíos con los profetas (1Re 22,8), los malos con los piadosos de los salmos, con Jerusalén (Is 60,15). Es, pues, una ley permanente: al que Dios ama es odiado, sea porque su preferencia suscite envidia, sea porque represente un reproche viviente para los pecadores (Sb 2,10-20).
Jesús, que aparece en un mundo agitado por la pasión del odio, ve converger hacia él todas las formas de éste: odio del elegido de Dios, al que se envidia (Lc 19,14; Mt 27,18; Jn 5,18), odio del justo cuya presencia condena (Jn 7,7; 15,24); los jefes de Israel le odian también porque quieren acaparar ellos mismos la elección divina (Jn 11,50). Por lo demás, tras ellos le odia todo el mundo malvado (Jn 15,18): en él odia la luz porque sus obras son malas (Jn 3,20). Así se realiza el misterio anunciado en la Escritura, del odio ciego, inmotivado (Jn 15,25): por encima de Jesús apunta al Padre mismo (Jn 15,23s). Jesús muere, pues, víctima del odio; pero con su muerte mata al odio (Ef 2,14. 16), pues esta muerte es un acto de amor que reintroduce el amor en el mundo.
¿Soy consciente de que si alguien realmente me odia debo de perdonarlo y tratar de acercarme a él? ¿Ejerzo la compasión entre la gente próxima que la necesita? ¿Escatimo mi tiempo, mi dinero, mi atención a personas que lo necesitan? ¿Vivo confiado en mi permanente resurrección, con la mirada y el trabajo personal puestos en el Señor?
15 para que proclame tus maravillas, en las puertas de la hija de Sión, feliz y agradecido por tu salvación.
“Las apetencias desordenadas son raíz de todos los males, y son puertas de la muerte porque está muerta la viuda frívola que vive rodeada de placeres. A estos placeres se llega por medio de deseos, que son como las puertas de la muerte. En cambio, las puertas de la hija de Sión son todos los sentimientos y deseos irreprochables. Por ellas se llega a la visión de paz en la santa Iglesia. En estas puertas, naturalmente, se proclaman debidamente todas las alabanzas del Señor, para no dar lo santo a los perros, ni para echar las perlas a los cerdos; los unos porque prefieren ladrar obstinadamente a buscar con tesón, los otros porque ni siquiera tienen empeño en ladrar ni en buscar, sino en revolcarse en el fango de una vida voluptuosa” (San Agustín)
“He aquí que Jehová hizo oír hasta lo último de la tierra: decid a la hija de Sión: he aquí viene tu salvador; he aquí su recompensa con él, y delante de él su obra” (Isaías 62,11). Isaías lo expresa muy bien. Jerusalén es la hija de Sión.
Sión es el monte sobre el cual había una pequeña, pero importante, ciudad fortificada que permaneció en manos de jebuseos (no israelitas), hasta que la conquistó David, hacia el año 1000 a. C., haciéndola capital de su reino dinastía (2 Sam 5, 7.9)
El cántico de Ana expresa ese sentido de agradecimiento por la salvación: “Mi corazón se alegra con Yahvé, lleno de fuerza me siento co Yahvé; ya puedo responder a mis enemigos porque me salvaste y soy feliz”. (1 Sam 2, 1)
De nuevo el profeta Isaías sabe expresar todo este sentimiento de forma excelente: “Nunca se escuchó, ningún oído oyó, ni ojo alguno ha visto que un Dios, fuera de Ti, hiciera tanto a favor de quienes confían en Él” (Is 64, 3)
¿Sabemos proclamar las maravillas del Señor? ¿Proclamamos su palabra? ¿Nos sentimos salvados por el Señor, es decir, felices por tenerlo en nuestra vida? ¿Confiamos en el Señor?
16 En la fosa que cavaron se han hundido los paganos y su pie quedó atrapado en la trampa que escondieron.
Para el judío, pagano era todo aquel ser humano que no era israelita. Quizá la mejor “definición de pagano es la que indirectamente hace San Pablo y que puede explicar muy bien el versículo que estamos considerando; les decía a los Efesios, ya cristianos: “Acordaros de que fuisteis gente pagana; los que se llaman a sí mismos circuncisos, os llamaban incircuncisos. En aquel tiempo no esperaban un Mesías, no tenían parte en el pueblo de Israel y no les correspondían las alianzas de Dios ni sus promesas; vivíais en este mundo sin esperanza y sin Dios”.(Ef 2, 11-12)
La gente de más edad recordamos que los católicos no “mirábamos con simpatía” a los que llamábamos (¿llamamos?) paganos. El Concilio Vaticano II redactó la Declaración NOSTRA AETATE, sobre las relaciones con otras religiones en la que entre otras cosas dice: “No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. la relación del hombre para con Dios Padre y con los demás hombres sus hermanos están de tal forma unidas que, como dice la Escritura: "el que no ama, no ha conocido a Dios" (1 Jn 4,8).
Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica que introduce discriminación entre los hombres y entre los pueblos, en lo que toca a la dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan.”
El versículo, pues, nos es aplicable a todos.
La fosa es el pensamiento capcioso, o el amor al dinero, como dice San Pablo: “Debes saber que la raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Tm 6, 10). El pie del alma, según una acertada interpretación, es el amor. Cuando este amor es malo, recibe el nombre de apetencia desordenada o pasión; cuando es bueno, se llama dilección o caridad. Este pie se mueve en cierto modo mediante el amor hacia el lugar de su querencia.
El lugar del alma no está ubicado en espacio alguno como el que ocupan las formas corpóreas, sino en el goce que se alegra de haber alcanzado mediante el amor. Por otra parte, el goce pernicioso, es una secuela de una apetencia desordenada, mientras que el goce fecundo es una consecuencia de la caridad.
Lógicamente, el pie de los pecadores, es decir, el amor queda atrapado en la trampa que ocultan. “Por eso Dios los abandonó a sus pasiones secretas, se entregaron a la impureza y deshonraron sus propios cuerpos” dice San Pablo (Rm 1, 24) y ese placer deshonroso les tiene agarrotados hasta el punto de que ni siquiera se atreven a liberar el amor de todo este tipo de placeres ni de orientarlo hacia cosas útiles, porque el intentarlo supondrá gran sufrimiento del espíritu, algo así como cuando uno trata de liberar su pie de un cepo.
Consiguientemente, su pie ha quedado atrapado, es decir, el amor que, mediante el fraude, ha desembocado en una alegría vana comparable al dolor. Ha quedado, pues, atrapado en la trampa que ocultaron, o sea, en sus planes engañosos.
¿Tratamos de corregir nuestras faltas y de “meterlas en la fosa”? ¿Tratamos por igual a todas las personas independientemente de su condición? ¿Evitamos meternos nosotros “en la fosa”? ¿Sabemos compartir lo que tenemos?
17 El Señor se ha manifestado, ha dictado su sentencia, y el pecador quedó atrapado en la obra de sus manos.
Una preciosa manifestación de Yahvé es relatada en el primer libro de los Reyes en donde el Señor se muestra al profeta Elías: “Allí (Elías) se dirigió hacia la caverna y pasó la noche en ese lugar. He aquí que le fue dirigida la palabra de Dios: «¿Elías, qué haces aquí?» Respondió: «Ardo de indignación por Yahvé, porque los hijos de Israel te han abandonado. Han derribado tus altares, dado muerte a cuchillo a tus profetas; sólo he quedado yo y tratan de matarme». Yahvé le respondió: «Sal fuera y quédate en el monte delante de Yahvé».
Y Yahvé pasa. Un viento fuerte y violento pasa delante de Yahvé, hiende los montes y parte las rocas, pero Yahvé no está en el viento. Después del viento viene un terremoto, pero Yahvé no está en el terremoto. Después del terremoto, un fuego, pero Yahvé no está en el fuego.
Después del fuego, se sintió el murmullo de una suave brisa. Cuando Elías la oyó, se cubrió el rostro con el manto, salió y se mantuvo a la entrada de la caverna. Entonces se oyó una voz: «¿Elías, qué haces aquí?»”
En el Nuevo Testamento tenemos numerosas muestras del Señor: “En diversas ocasiones y bajo diferentes formas Dios habló a nuestros padres por medio de los profetas, hasta que en estos días, que son los últimos, nos habló a nosotros por medio del Hijo, a quien hizo destinatario de todo, ya que por él dispuso las edades del mundo. El es el resplandor de la Gloria de Dios y la impronta de su ser”. (Hb 1, 1-3)
“He aquí los juicios de Dios. Ni desde la quietud de su dicha, ni desde los arcanos de su sabiduría, que son el refugio de las almas bienaventuradas, saca la espada, o aplica el fuego, o envía una bestia, o cualquier otras cosa con que atormentar a los pecadores. ¿Cómo son atormentados y cómo realiza su juicio el Señor? La respuesta es: El malvado ha quedado prisionero de sus propias acciones”. Esto nos dice San Agustín.
Es un hecho que la resurrección de Jesús constituye el acontecimiento central de nuestra fe cristiana. Pero es un hecho también que ese acontecimiento central de la fe cristiana no parece estar en el centro de la vida de los creyentes. Por lo menos, a primera vista, no se tiene la impresión de que los cristianos lo entiendan y lo vivan así.
La fe en la resurrección no consiste en el mero convencimiento teórico e inoperante de quien sabe que existe la otra vida y cree mentalmente en ese asunto. La fe en la resurrección entraña esencialmente la presencia y la actuación del Resucitado en quien tiene esa fe. Ahora bien, después de todo lo que hemos dicho aquí, se puede afirmar que el Resucitado se hace presente en aquellos que le dan la razón a él y se ponen de su parte, en aquellos que luchan en favor de la vida y contra las fuerzas de muerte que actúan en la sociedad y en la historia, y en aquellos que, a pesar de todos los pesares, no se dejan ni vencer ni aun siquiera acobardar por la contradicción y el enfrentamiento, vengan de donde vengan.
¿Vemos la manifestación del Señor en nuestras vidas? ¿Somos capaces de llevar al Señor a aquellos que se alejan de Él? ¿Nos damos cuenta de nuestra incapacidad para opinar sobre la justicia y la misericordia de Dios?
18 Que vuelvan al abismo los malvados, todos los paganos que olvidan al Señor.
“Ya que juzgaron inútil conocer a Dios, Dios a su vez los abandonó a los errores de su propio juicio, de tal modo que hacen absolutamente todo lo que es malo. En ellos no se ve más que injusticia, perversidad, codicia y maldad. Rebosan de envidia, crímenes, peleas, engaños, mala fe, chismes y calumnias. Desafían a Dios, son altaneros, orgullosos, farsantes, hábiles para lo malo y no obedecen a sus padres. Son insensatos, desleales, sin amor, despiadados. Conocen las sentencias de Dios y saben que son dignos de muerte quienes obran de esa forma. Pero no solamente lo hacen, sino que aprueban a los que actúan de igual modo.” (Rm 1, 28)
Es duro San Pablo en su juicio. Esta condenación, que no hace más que reproducir las del Antiguo Testamento (Lev 20), hoy parece anticuada en países cuya verdadera religión es el liberalismo. Pues allí todo está permitido, todo es bueno, con tal de que se tenga dinero y salud para eso. El sexo ya no tiene responsabilidad alguna y la conveniencia mutua es una justificación sin apelación. Cuando creaturas, animales o cosas fabricadas han tomado el lugar de Dios, hasta habrá cristianos que digan que a Dios le gusta así, por el solo hecho de que a ellos les gusta; es que se ignora la Gloria de Dios, y la conciencia se convirtió en tinieblas.
“El cristiano es un hombre o una mujer que sabe esperar para Jesús y esto es un hombre o una mujer de esperanza. En cambio, los paganos - y muchas veces nos comportamos como paganos cristianos - se olvidan de Jesús, piensan en sus cosas, sin esperar a Jesús. Como si fueran dioses: ´Yo puedo arreglar esto solo». Y eso termina mal, termina sin un nombre, sin esa cercanía, sin esa ciudadanía", decía no hace mucho el Papa en una homilía.
Y es que, si en verdad nos sentimos cristianos, debemos de recordar que el Señor está permanentemente con nosotros y que nos habla.
¿Tengo un corazón abierto, para escuchar el sonido cuando llamen a la puerta, cuando se abra la puerta? ¿Nos damos cuenta de que el hombre que confía en sí mismo, en las propias riquezas, en los "ídolos" y olvida al Señor, estará "condenado a la sequía”, "perderá su nombre". Pero para él también "al final hay una puerta de esperanza", "existe siempre la posibilidad de decir esta palabra que es más que mágica, y es más, es fuerte: "Padre". Él siempre nos espera para abrirnos la puerta?
19 Porque no será olvidado el pobre para siempre ni será en vano la esperanza del humilde.
Actualmente el pobre parece objeto de olvido, mientras da la impresión de que los pecadores campean en medio de las comodidades del mundo y que los justos sufren fatigas. Pero la paciencia de los humildes, prosigue diciendo, no perecerá para siempre. Por todo lo cual, en la actualidad es de todo punto imprescindible la paciencia para soportar a los malvados, que ya se hallan separados por sus ambiciones.
Debemos, sin embargo, recordar la primera bienaventuranza de Jesús: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” es decir, “el Reino de Dios”. Y no cabe duda que en este anuncio estriba la esperanza de aquellos que son menos afortunados en sus bienes, tanto económicos, como de toda índole.
Pero, ¿no es cierto que con frecuencia nos “olvidamos” de nuestra obligación (¿necesidad?) de compartir lo que tenemos. Y debemos de tener bien claro, que ese compartir se refiere a nuestros bienes, pero no solamente a nuestra riqueza económica, sino también a nuestros conocimientos que pueden enriquecer a otros, nuestro tiempo que tanto cuidamos y, a veces, malgastamos, y otras posesiones a las que aplicar nuestra generosidad.
Lo único que haremos, en realidad, es corresponder a la generosidad, a la misericordia del Padre, nuestro Dios, y dar razón de la esperanza que anuncia el versículo.
Porque, ¿quién es el humilde? ¿qué es la humildad?
La humildad bíblica es primeramente la modestia que se opone a la vanidad. El modesto, sin pretensiones irrazonables, no se fía de su propio juicio (Prov 3,7). La humildad que se opone a la soberbia se halla a un nivel más profundo; es la actitud de la criatura pecadora ante el omnipotente; el humilde reconoce que ha recibido de Dios todo lo que tiene (1Co 4,7); siervo inútil (Lc 17,10), no es nada por sí mismo (Ga 6,3), sino pecador (Lc 5,8). A este humilde que se abre a la gracia (Sant 4,6; Prov 3,34), Dios le glorificará (1Sa 2,7s; Prov 15,33).
Incomparablemente más profunda todavía es la humildad de Cristo, que por su rebajamiento nos salva y que invita a sus discípulos a servir a sus hermanos por amor (Lc 22,26s) a fin de que Dios sea glorificado en todos (1Pe 4,10s).
Hoy es muy difícil comprender (nivel teórico) y vivir (nivel práctico) está virtud en un mundo en el que el hombre tiene una estima exagerada de sí, en una búsqueda continua de autoafirmación.
Así pues, el versículo es casi como un anticipo de la bienaventuranza y, como siempre, nos invita a la participación. La Palabra del Señor nunca da puntada sin hilo: en todas las ocasiones nos debemos de sentir involucrados en al misión del Reino de Dios.
¿ Dios mira a los humildes y se inclina hacia ellos? ¿Y nosotros?
¿Comprendemos que debemos de imitar a Jesús que se presenta a sí mismo como "manso y humilde de corazón" (Mt 11,29)? ¿Pretendemos llevar la razón en todas nuestras afirmaciones?
20 ¡Levántate, Señor, que el hombre no triunfe, y sean en tu presencia juzgadas las naciones!
Te damos gracias, Señor, de todo corazón: porque nuestros enemigos retroceden ante ti, porque juzgas el orbe con justicia y eres refugio del oprimido; recibe en tus manos las vidas de los que mueren en la guerra o son victimas de la violencia.
Hay muchos implicados en una injusticia que engendra exclusión, pobreza e indigencia. La única esperanza de los oprimidos es el nombre del Señor, el Dios que, tanto en el pasado como en el presente, escuchó y sigue escuchando el clamor de los pobres. Un Dios que inclinó el oído e hizo justicia
En el Magnificat María dice: “Ha desplegado la fuerza de su brazo, deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes” (Lc 1, 51-52).
A primera vista no sabemos si los culpables forman uno o más grupos; hemos visto en el Salmo distintas denominaciones políticas: “paganos”, “pueblos”, “naciones”. Parecen siempre conjuntos humanos confrontados con Israel.
Dios es rey y juez, reina desde Sión que es la capital de su reino, como dice el versículo 12; se sienta en su trono y ejerce como juez, competencia suprema del rey. Es juez universal y juzga el orbe. Por eso puede el oprimido apelar a Dios para que sean juzgadas las naciones en su presencia.
¿Nos atribuimos con demasiada frecuencia la función de jueces que no nos corresponde?
¿Pensamos demasiado en la conducta y posibilidades de un pobre u oprimido antes de proceder a socorrerle?
¿Recurrimos al Señor en estos casos para que su Palabra sea la que nos guie?
21 Infúndeles terror, oh Señor, que sepan los paganos que sólo son hombres.
Ese temor que tantas veces nos han puesto por delante como antídoto del pecado, no parece que haya dado “buenos resultados”; Desde luego no fue la tónica de Jesús en su proclamación de un Reino cuyo sello de autenticidad es el amor.
Jesús es consciente y sabe que la única forma de rescatar, redireccionar el rumbo de la historia por los horizontes queridos por el Padre y su justicia, es haciendo caer los sistemas que a lo largo de la historia intentan suplantar el proyecto de la justicia querido por Dios, con un proyecto propio, disfrazado de vida pero que en realidad es de muerte.
Esta tarea la debe realizar el discípulo, el que ha aceptado a Jesús y su proyecto. Recordemos la intencionalidad teológica y catequética de Marcos: a Jesús, el Mesías (cuyo «secreto» se mantiene a lo largo de todo el evangelio), sólo se le puede conocer siguiéndolo; y bien, el seguimiento implica no sólo ir detrás de él, implica además, tomar el lugar de él, asumir su propuesta como propia y luchar hasta el final por su realización.
Cuando Dios mantiene silencio, el ser humano se cree algo muy importante, y deja de temer a Dios. Pero cuando Dios se levanta, y actúa como Juez, las naciones son humilladas delante de Él, y aprenden a reconocer que ellos son solo seres humanos, nada más.
¿Es necesario el terror para descubrir la limitación humana y abandonar la pretensión de poder?