Salmo 010

1 ¿Por qué te quedas lejos, Señor, y te escondes en los momentos de angustia?
2 El malvado se impone y aplasta al humilde: que quede atrapado en las trampas que maquina.
3 El malvado se jacta de la avidez de su alma, el aprovechador maldice y desprecia al Señor.
4 El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios; no hay Dios en ninguno de sus pensamientos.
5 En todas sus empresas le va bien, tus sentencias son muy altas para él, barre de un soplo a todos sus rivales.
6 Dice en su corazón: «Soy inquebrantable, la desgracia jamás me alcanzará».
7 Su boca está llena de perfidia, de fraude y amenazas; sus palabras inspiran injusticia y maldad.8 Se pone al acecho en el cañaveral, a escondidas mata al inocente;
9 sus ojos espían al indigente, acecha como león en la espesura, listo para atrapar al desdichado, lo atrapa y luego lo arrastra con su red.
10 Se detiene, se encoge, y cae en su poder el indigente.
11 Dice en su corazón: «Dios lo ha olvidado, tiene su cara tapada, no ve nada».
12 ¡Levántate, Señor, alza tu mano! ¡No te olvides de los desdichados!13 ¿Por qué el impío menosprecia a Dios y dice para sí: «No me pedirá cuentas»?
14 Pero tú has visto la pena y el dolor, los miras y los recoges en tus manos. A ti el desamparado se encomienda, a ti que al huérfano socorres.
15 Quiebra el poder del impío y del malvado, haz que de su maldad te rinda cuentas y que no se vea más.
16 El Señor es rey ahora y para siempre, los paganos ya no se ven en su tierra.17 Tú escuchas, Señor, el ruego de los humildes, reconfortas su corazón y están atentos tus oídos
18 para defender al huérfano y al oprimido y así los hombres de barro no puedan oprimirlos.

MEDITACIÓN

1 ¿Por qué te quedas lejos, Señor, y te escondes en los momentos de angustia?
Sentimos a veces que el Señor no está con nosotros, nos parece que nos deja en manos de los deseos malignos que nos impulsan a la comodidad y al egoísmo. Pero quizá este sentimiento sea producto de nuestro deseo de libertad, de nuestro impulso a sentirnos equivocadamente libres para hacer nuestra voluntad.
Y, está claro, que esa libertad mal entendida nos lleva a la angustia, nos lleva a sentirnos culpables de una línea de conducta que está en total desacuerdo final con nuestra conciencia cristiana.
Y es que las preguntas que hace el salmo son penetrantes y terribles. Vemos, estamos viendo, un mundo tremendo, plagado de injusticias, falto de generosidad, con guerras y acciones terroristas que ponen el miedo en el cuerpo de muchas personas que se encuentran indefensas ante tanta barbarie.
Es, al mismo tiempo, el sentimiento del mal, el mal implantado en nuestro mundo, el mal que el hombre se pregunta ¿por qué lo permita nuestro Dios?, pregunta complicada, sin fácil respuesta, sin argumentos contundentes que expliquen esa aparente falta de la presencia del Señor.
Y tenemos que volver a la libertad con la que el Señor nos ha creado; Él ha creado un mundo finito y lo ha puesto en nuestras manos. Es difícil vislumbrar el amor de Dios ante las injusticias y el sufrimiento causados por los seres humanos pervertidos o por catástrofes naturales. Ciertamente Dios no interviene desde fuera ni para enviar esos males ni para impedir el ritmo y condicionamientos de una creación finita en proceso de realización que inevitablemente una y otra vez toca sus límites. Pero está dentro de los seres humanos dando fuerza y aliento para que animados por soplo de trascendencia no sucumban ante esos males, se levanten de sus propias cenizas y, siendo ellos mismos en medio de tantas sombras, crezcan en humanidad.
Porque, reconocida la inevitabilidad del mal,
1) es tan absurdo preguntar por qué Dios no ha creado un mundo perfecto y sin mal, como quejarse de que no haya hecho círculos cuadrados; y
2) el Dios que nos ha creado por amor y busca nuestra felicidad aparece con plena coherencia como el Anti-mal, siempre a nuestro lado, apoyándonos en la lucha, pues todo lo malo, es decir, todo el daño que hacemos o que nos hacen va idénticamente contra El, oponiéndose a su acción creadora, y contra nosotros, estorbando nuestra realización.
¿Reconocemos la acción del Señor en nuestras vidas? ¿Está nuestra fe segura de que nuestro Padre no se esconde ni se aleja de nosotros, sino que somos nosotros los que a veces nos alejamos de Él? ¿Tratamos de “curar” el mal que nos rodea?

2 El malvado se impone y aplasta al humilde: que quede atrapado en las trampas que maquina.
Recurrimos a la riqueza de la Escritura en el Libro de los Proverbios (Pr 28, 1. 4-5):
“El malvado huye aunque nadie lo persiga; pero el justo vive confiado como un león.
Los que abandonan la ley alaban a los malvados; los que la obedecen luchan contra ellos.
Los malvados nada entienden de la justicia; los que buscan al SEÑOR lo entienden todo.”
En una entrevista sobre su novela “Campo rojo”, el escritor aragonés Ángel Gracia cuando se le pregunta: ¿Todos tenemos un malvado dentro?, afirma: “Nueve de cada diez conciencias entrevistadas contestarían a esta pregunta así: "Oh, yo no. Soy una persona justa y buena, al menos lo intento cada día". Creo que precisamente en esa tentativa, en ese esfuerzo diario por hacer el bien está la clave de todo. En un mundo en el que nada tiene sentido, el ejercicio de la bondad debería ser nuestra única meta. Sin embargo, una luz oscura parpadea en nuestro interior. Hay un malvado dentro de cada uno de nosotros. Sí, el más malvado de los hombres ha sido siempre antes víctima de otros malvados.”
Podemos volver a recurrir a la Escritura. El Libro de la Sabiduría tiene sabias palabras:
“Partiendo de falsos razonamientos (los malvados) sacan estas conclusiones: 'nuestra vida es corta y llena de decepciones, tendremos un fin y será sin remedio; nunca se ha visto que alguien haya subido del mundo de los muertos… Seamos duros con esos pobres piadosos, y lo mismo con las viudas; nada de respeto con los viejos… Sometámoslos a humillaciones y a torturas…´. Pero están equivocados; su maldad los enceguece de tal manera que no conocen los secretos de Dios… Ay de aquellos que rechazan la sabiduría y la disciplina, ¡para ellos toda esperanza es vana, todo esfuerzo inútil, toda obra estéril”.
¿Cómo es nuestro comportamiento con los más humildes? ¿Nos imponemos “malamente” a nuestros subalternos en nuestro trabajo? ¿Tratamos de que nuestros defectos queden superados por nuestra voluntad de cooperar y compartir con los demás?

3 El malvado se jacta de la avidez de su alma, el aprovechador maldice y desprecia al Señor.
Hay dos cosas que caracterizan al malo en estos versículos: el orgullo y la jactancia. La primera es el orgullo. Cuando uno mira a su alrededor aquí en este mundo, uno querría saber quiénes son los malos. Muchos de los poderosos de este mundo están llenos de orgullo y no tienen ningún lugar para Dios en sus vidas. En segundo lugar, en ellos se destaca de una manera especial la jactancia, que es una alabanza propia desordenada y presuntuosa. Se jactan de ser capaces de resolver los problemas de este mundo. Pero estos problemas los superan, causan su caída y son reemplazados por otros que vuelven a prometer lo mismo, y así se va repitiendo el ciclo. Aquí, pues, tenemos un cuadro de los malvados en general y, concretamente, en este Salmo se identifica al malvado conocido en la Biblia como el Anticristo, que será como un falso Mesías.
Porque, como dice Pablo hablando de los paganos: “… Después de perder el sentido moral se han dejado llevar por el libertinaje y buscan con avidez toda clase de inmoralidad.” (Ef 4, 18)
Y es que la avidez lleva a la codicia y ésta a explotar a los pobres (Ne 2, 1-5) incluso negando el salario merecido (Jr 22, 13), exigir cohechos (Am 2, 6) o violar el derecho (Is 1, 23)
Como vemos, hechos todos ellos, a los que no les falta actualidad. Mientras el Señor nos reclama que no endurezcamos el corazón (Dt 15, 7), el codicioso es un malvado con el alma desecada (Si 14, 8 y sig.)
El hombre en totalmente "uno" e "indivisible". Es al mismo tiempo carne, cuerpo, alma y espíritu. Sin embargo, en su total libertad, puede vivir de dos maneras diferentes: como hombre-carne o como hombre-espíritu, este es el reto que tiene delante. Si se contenta consigo mismo y se cierra a lo que le rodea, entonces vive como "carne"; si se orienta a Dios de quien recibe la existencia y la inmortalidad, vive como "espíritu". Pablo nos dice que en Cristo "habita la plenitud de la divinidad en forma corporal" (Col 2,9).¿Somos conscientes de que para los escritores sagrados, el alma no es "algo" diferente del cuerpo, sino que significa al hombre en su totalidad en cuanto ser viviente, pues "alma" en la Escritura es el sinónimo de "vida"? ¿Es nuestra conducta acorde con lo que creemos? ¿Alabamos con frecuencia al Señor?
4 El malvado, por la altivez de su rostro, no busca a Dios; no hay Dios en ninguno de sus pensamientos.De estas palabras podría deducirse que el Anticristo, en realidad, será un ateo.
En los días del rey David comenzaron a surgir por primera vez en la historia los ateos. En los tiempos más antiguos no había ateos porque los seres humanos se encontraban demasiado cerca de los orígenes de la revelación. Después de todo, Noé conoció a alguien que a su vez había conocido a Adán. Al estar las personas tan próximas a los tiempos de la creación, no presentaban tendencias a dudar de la existencia de Dios. Cuando se entregaron los Diez Mandamientos, no hubo ninguna de esas leyes que se refiriera al ateísmo. Sin embargo hubo dos mandamientos contra el politeísmo: el primero y el segundo, que se encuentran en Éxodo 20:3 y 4. El primero decía: No tendrás dioses ajenos delante de mí. Y el segundo, prohibía hacer ídolos ni figuras de lo que hay en el cielo o en la tierra. Y no hubo mandamientos contra el ateísmo porque no había ateos.
El Concilio Vaticano II contempla el ateísmo en su Constitución Gaudium et Spes. Dice así, por ejemplo, en su párrafo 19: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios… La palabra ateísmo designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios… también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad… es un fenómeno derivado de varias causas… la reacción contra las religiones… sobre todo contra la religión cristiana”.¿Nos damos cuenta de la proximidad que existe entre altivez y soberbia, en el “apetito desordenado de ser preferido a otros” (DEL)? ¿Nos damos cuenta de que esto nos aleja de Dios? ¿Proclamamos nuestra fe con nuestro ejemplo de vida cristiana, humilde, misericordiosa y compasiva con los que más lo necesitan? ¿Tenemos presente en nuestros pensamientos y en nuestra existencia la presencia de Dios experimentando su compensación antes cualquier sufrimiento?

5 En todas sus empresas le va bien, tus sentencias son muy altas para él, barre de un soplo a todos sus rivales.
Los malvados no necesitan del castigo de Dios ni de los hombres, porque su vida corrompida y atormentada es para ellos un castigo continuo. (Plutarco)
“Los malos no saben, sin embargo, que su mayor desgracia consiste precisamente en sus triunfos. Si el malo descubriese el daño que se hace a sí mismo al hacer el mal, no lo haría. Pero piensa que gana, que triunfa, que conquista cosas largamente anheladas, que le va bien.
El malo no sabe que cada vez que triunfa está fracasando, porque se convierte en algo semejante a lo que hace.En realidad, cada maldad lo destruye internamente. Aunque no se dé cuenta, aunque siga engordando, aunque le feliciten los aduladores de turno, aunque le lleguen aplausos y premios de los amigos y de asociaciones nacionales e internacionales, aunque le aplaudan los principales periódicos, aunque su foto aparezca en cada rincón de su ciudad, de su país o del mundo entero.” (De Catholic.net)
¿Tenemos realmente “rivales”? ¿Presumimos de “hacer muchas cosas”? ¿Sentimos envidia de aquellos que llevan una vida “mejor que la nuestra”? ¿Sabemos mirar “hacia abajo”, hacia aquellos que realmente lo están pasando mal?

6 Dice en su corazón: «Soy inquebrantable, la desgracia jamás me alcanzará».
El malvado tiene un duro corazón que cree inaccesible al desaliento, impenetrable por la debilidad de la ternura o la compasión. Y, por supuesto, está convencido, o dice estarlo, de que nada en este mundo podrá alterar su rumbo, la línea de conducta establecida, en la cual la desgracia no tiene cabida.Quizá podamos observar parte de estas características en el hombre moderno, al cual Dios parece sobrarle, porque el dinero lo arregla todo. Claro que cuando cae en una de esas “bajadas” que con tanta frecuencia tiene la vida, el golpe es mortal… sin red.
¿Tenemos conciencia de nuestra necesidad de Dios? ¿Tratamos de actuar con Él en nuestras entrañas? ¿Confiamos en Él o es precisa nuestra caída para comprobar que Él es nuestra red, nuestra salvación?

7 Su boca está llena de perfidia, de fraude y amenazas; sus palabras inspiran injusticia y maldad.
Según el Diccionario de la RAE, la perfidia es: “Deslealtad, traición o quebrantamiento de la fe debida”, y ello, por supuesto, no se refiere solamente a cuestiones religiosas, sino que es una postura general en la vida. Así pues del malvado sólo pueden esperarse comentarios que tienen por objeto el desacreditar, cuando no ofender, a otras personas, compañeros, superiores….
Parecido sentido tiene el fraude: “Acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete”, cuando no es un delito que comete el que está encargado de vigilar la ejecución de contratos públicos, con intención de recibir algún beneficio ilegal.
Fácilmente podemos deducir la consecuencia que el mismo salmo indica; el malvado llevará consigo injusticia y maldad, incidirá en la paz ciudadana, causará malestar y pobreza.
¿Nos cuidamos de no extender la “rumorología” que siempre flota en el ambiente?

8 Se pone al acecho en el cañaveral, a escondidas mata al inocente;
El malvado no hace sus “fechorías” a la cara. Observa y mira a escondidas y con cuidado, y así llega a molestar, ofender o, incluso, matar al inocente. No conoce la lealtad ni la fidelidad, que sólo “arrima” a sus intereses más inmediatos y poderosos.
¿Nos permite nuestra conducta cristiana mirar cara a cara a nuestro prójimo?

9 sus ojos espían al indigente, acecha como león en la espesura, listo para atrapar al desdichado, lo atrapa y luego lo arrastra con su red.
El malvado vigila al indigente, por envidia, a ver si recibe algún beneficio que para él quisiera en su egoísmo. Desgraciadamente, esto está pasando en las familias; matrimonios que se deshacen en la infidelidad, con vigilancia posterior que a veces lleva a la tragedia como demasiadas veces escuchamos en los medios de información.
¿Mantenemos la fidelidad en la unión matrimonial? ¿Y en la Comunidad? ¿Y con el resto de amigos?

10 Se detiene, se encoge, y cae en su poder el indigente.
Los indigentes, los pobres, los oprimidos, las víctimas, son ahora también excluidos. El actual sistema de economía de libre mercado tiene un modelo de desarrollo que no está pensado para todos; planifica una sociedad donde no caben todos, donde sobran muchos. El desempleo o paro llega a ser una realidad estructural y permanente. En el Tercer Mundo no sólo hay un alto desempleo (que supera en muchos países el 60% de la población), sino que, además, hay grupos significativos de excluidos, que en algunos lugares pueden constituir una mayoría, que no cuentan para el sistema, ni siquiera como fuerza laboral de reserva. El sistema es pensado simplemente sin ellos; los indigentes son un estorbo.
¿Cómo nos situamos ante esta realidad? ¿Cómo malvados, ignorando los problemas de los indigentes? ¿Cómo verdaderos cristianos, tratando de mejorar su vida y su sistema de vida?

11 Dice en su corazón: «Dios lo ha olvidado, tiene su cara tapada, no ve nada».
El malvado no conoce el cambio de corazón que Ezequiel anuncia: “Pondré mi espíritu dentro de ti; removeré tu corazón de piedra y te daré un corazón de carne” (Ez 36, 26). El malvado no conoce la conversión, ese cambio interior que le cambia de mentalidad y actitud.
Cree por ello, equivocadamente, que Dios lo ha olvidado, cuando la realidad es simplemente que el malvado no tiene sitio en su corazón para el Padre, y, entonces, su turbio corazón no le permite ver con claridad la gran misericordia y fidelidad del Señor.
¿Cómo anda nuestro corazón: más cerca de la carne que de la piedra?
¿Tenemos seguridad de que el Señor habita en nosotros, con todo lo que eso trae consigo de tranquilidad, fidelidad y ser cristiano?

12 ¡Levántate, Señor, alza tu mano! ¡No te olvides de los desdichados!
Clamar al Señor es siempre natural en el cristiano; nuestra fe nos impulsa a ello, en especial si lo hacemos rogando, orando por nuestro prójimo más necesitado. Y es a veces oportuno recordarnos esa gran oportunidad, que el Señor siempre nos da, de alzar nuestro espíritu para recordarnos que el Señor es nuestro apoyo. Y es, por supuesto, recordárnoslo a nosotros mismos, más que recordárselo al Señor, ya que Él siempre está en la posición del centinela, en posición atenta a nuestras necesidades.
¿Clamamos al Señor cuando nos sentimos necesitados de su ayuda?
¿Clamamos al Señor en nombre de nuestros hermanos necesitados que pueden no ser conscientes de que el Señor es su Padre?

13 ¿Por qué el impío menosprecia a Dios y dice para sí: «No me pedirá cuentas»?
El malvado no solo no cree en Dios, sino que también lo desprecia, aunque una cosa contradice a la otra, ya que no es posible despreciar a alguien que no existe: aparentemente, Él tiene que existir, para generar esta clase de amargura y odio.
Al expresar que no le pedirá cuentas, el malvado vuelve a la contradicción y expresa su firme creencia (¿esperanza?) de que no irá a juicio. Hay muchísimas personas que, como una expresión más de nuestra cultura contemporánea están diciendo que no hay Dios, o que si en realidad existe, se encuentra demasiado lejos como para preocuparse por ellos. Por lo tanto, confían en que no habrá un juicio.
La Escritura tiene palabra sabia al respecto; dice, por ejemplo: “… verán la muerte del justo sin comprender las intenciones divinas al respecto… se presentarán temblando cuando se haga recuento de sus pecados y sus crímenes se alzarán frente a ellos” (Sab 4, 17. 20).
Por su parte Jesús anuncia un juicio de Dios histórico y definitivo que se relaciona estrechamente con su venida y también con el rechazo de su mensaje (Jn 5, 27; 8, 16; Rm 2, 16)
¿Somos conscientes de que vamos siendo juzgados cada vez que confrontamos nuestra vida con el Evangelio? ¿Nos lo va diciendo nuestra conciencia, o nos limitamos a u cumplimiento “formal” de los Mandamientos?

14 Pero tú has visto la pena y el dolor, los miras y los recoges en tus manos. A ti el desamparado se encomienda, a ti que al huérfano socorres.
La viuda y el huérfano quedaban en aquellos tiempos completamente desamparados, por eso el salmo pide el socorro del Señor para ellos. Mi circunstancia personal de huérfano con madre viuda y con escasos recursos, se vio soportada por un hermano de mi madre que nos sostuvo muy dignamente.
El contraste en este versículo es el del impío versus el desamparado. A ambos ampara el Señor, pues el que obra mal siempre tendrá conciencia de ello, antes o después, y el Señor allí estará, y al desamparado el Señor le buscará ayuda.
¿Condicionamos en demasía nuestras ayudas al buen o mal comportamiento de aquel que vemos necesitado de una u otra manera?

15 Quiebra el poder del impío y del malvado, haz que de su maldad te rinda cuentas y que no se vea más.
Claro que este versículo parece oponerse al anterior en cuanto a la actitud del Señor con el impío. Decía el salmo que el malvado piensa que el Señor no le pedirá cuentas, pero que Él ve la pena y el dolor de unos y otros y “los recoge en sus manos”
Nuestra petición podría dirigirse a la conversión del que no se porta correctamente en la humanidad a la que pertenece, lastimando de una u otra forma a otros, con el propósito, normalmente, de enriquecerse.
En el Evangelio, Jesús lo explica muy bien. Busca la conversión de los pecadores, y así lo expresa cuando le acusan de comer con publicanos y pecadores. ¿Por qué come con publicanos y pecadores? Jesús lo oyó y les dijo: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos...» (Mc 2, 13-17).
¿Nos portamos como fundamentalistas en nuestra vida? ¿Identificamos nuestra vida cristiana únicamente con preceptos y normas, excluyendo (y a veces juzgando) a aquellos que no las acatan? O bien, ¿somos tolerantes y acogedores con todos, manteniendo siempre nuestros principios básicos de amor y compasión?

16 El Señor es rey ahora y para siempre, los paganos ya no se ven en su tierra.
La realeza como concepto institucional aparece por primera vez en la Escritura en el Libro de los Jueces cuando los israelitas tratan de hacer rey, con derechos hereditarios, a Gedeón que les había librado de los madianitas. Gedeón les contesta: “Ni yo ni mi hijo reinaremos sobre vosotros: Yahvé será vuestro rey.” (Jue 8, 23).
Claro que el Señor reconoce el rechazo de Israel cuando este pueblo pide a Samuel un rey: “… es a mí a quien rechazan. Ya no quieren que reine sobre ellos”
La institución real nunca tuvo en Israel el carácter de divinidad que tenía en los reinos paganos. El rey dependía de Yahvé, aunque su aproximación al paganismo fue cada vez más evidente.Se resalta ahora la realeza de Cristo, que estimo debemos de ver desde el punto de vista del Reino de Dios, de nuestra pertenencia a un entorno de justicia y paz, de igualdad y verdad.

¿Tenemos al Señor cómo nuestro rey, rey que más que ejercer poder está al servicio de los más humildes?

17 Tú escuchas, Señor, el ruego de los humildes, reconfortas su corazón y están atentos tus oídos

La humildad es la virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento. El Señor siempre escuchará los ruegos de las personas que tienen esta humildad, que normalmente tienen en cuenta la Palabra del Señor y la siguen.
La humildad se refiere también a las personas que tienen necesidades económicas, y en estos casos somos los que estamos cercanos los que debemos de representar al Señor, atendiendo a los más necesitados y oprimidos, para que su vida sea lo más normal posible.
Dice San Agustín: “El oído de Dios lo debemos entender normalmente no como un miembro corporal, sino como el poder que él tiene de escuchar. Y para no andar repitiéndolo con frecuencia, conviene que, al hablar de Dios, cuando se cite algún miembro corporal, que en nosotros es visible, entendamos siempre, de manera normal, la capacidad de obrar suya. No es lícito pensar que el escuchar de Dios sea un hecho corpóreo. El no oye el sonido de voz alguna, sino la disposición del corazón.”
¿Reconocemos a los humildes y atendemos sus necesidades? ¿Somos humildes nosotros en nuestro comportamiento general y en el trato con los demás?

18 para defender al huérfano y al oprimido y así los hombres de barro no puedan oprimirlos.
Y estas últimas palabras que nos recuerdan la sensibilidad de Dios hacia los más débiles miembros de la sociedad humana, como son los desfavorecidos, los oprimidos y los que viven en soledad por la pérdida de sus seres queridos, nos recuerdan las palabras del Señor Jesucristo, en el relato de Lucas 4, cuando se presentó en un lugar de culto religioso y manifestó que el Espíritu del Señor le había ungido para anunciar buenas noticias para los pobres, para proclamar libertad a los cautivos, dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, y para anunciar el año favorable del Señor.
Dice Isaías: “Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid y arreglaremos cuentas. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana. Si sabéis obedecer, lo sabroso de la tierra comeréis; si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Lo ha dicho el Señor.” (Is 1. 10. 16-20)
Los profetas denuncian un sistema social que aplasta a los débiles y una religión adormecida en normas y ritos. ¿Pasa ahora algo parecido? Como lo hará a lo largo de su libro, Isaías es muy claro y directo; su defensa del oprimido, su enseñanza del camino de vida, su explicación de las consecuencias del bien o del mal, serán diáfanas, con un lenguaje sencillo y fácilmente comprensible. Claro que el que no quiere entender, no entenderá nunca.
¿Tratamos nosotros de defender a los oprimidos? ¿Tratamos de obrar el bien? ¿Anunciamos la Buena Nueva a los pobres, con testimonio, obras y vida austera?