1Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
2 dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito.
3Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día,
4porque día y noche tu mano
pesaba sobre mí;
mi savia se me había vuelto un fruto seco.
5Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
6Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará.
7Tú eres mi refugio, me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.
8-- Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir,
fijaré en ti mis ojos.
9No seáis irracionales como caballos y mulos,
cuyo brío hay que domar con freno y brida;
si no, no puedes acercarte.
10Los malvados sufren muchas penas;
al que confía en el Señor,
la misericordia lo rodea.
11Alegraos, justos, y gozad con el Señor;
aclamadlo, los de corazón sincero.
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Introducción.- El salmo es una composición didáctica que canta la felicidad del pecador que ha conseguido la reconciliación con Dios por el arrepentimiento y la confesión de sus pecados. No dice dichoso quien ha logrado expiar sus pecados a fuerza de holocaustos y sacrificios, sino quien ha obtenido la misericordia del Señor, el cual echará en olvido sus pecados.

1 Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
2 dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.
El Salmo se inicia deseando la felicidad al hombre recto que camina por el camino de Yahvé, sin tomar parte en las asambleas de los pecadores (Sal 1).
El salmo 32 llama dichoso al pecador que ha logrado recuperar la amistad divina por el perdón de sus pecados. Puesto que «no hay hombre que no peque» (1 Re 8,46), este segundo movimiento de penitencia en el corazón humano es totalmente necesario para rehabilitarse en los senderos de la vida.
El salmista llama dichosos a los que han logrado que sus pecados fueran borrados por Dios. Las palabras empleadas para indicar las faltas no son sinónimas, sino que tienen matices concretos.
La condonación de las faltas está expresada también con términos que se repiten para resaltar la virtud perdonadora de Dios.
San Pablo citará éstos versos para probar que la remisión de los pecados, la justificación, es un don gratuito de Dios, fruto de su misericordia y no de la Ley mosaica (Rm 4,7-8).
¿Hacemos “de vez en cuando” un sincero examen de conciencia? ¿Sabemos arrepentirnos... sino no puede haber absolución? ¿Es manifiesta nuestra alegría cristiana que, por supuesto, debe basarse en nuestro encuentro con el Señor?

3 Mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo todo el día,
4 porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi savia se me había vuelto un fruto seco.
5 Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
El sufrimiento y la enfermedad han servido para abrir los ojos al salmista y concentrarse, reconociendo así sus debilidades y transgresiones. Según la mentalidad del A.T., las enfermedades eran consecuencia de pecados perpetrados más o menos conscientemente.
Tocado por la mano de Yahvé, que pesaba sobre él -sin duda enviándole una grave enfermedad-, empezó a pensar en los posibles pecados que le hubieran acarreado tal desventura.
Al principio se sentía reacio a reconocer sus faltas pasarlas, y, así, mientras callaba, la enfermedad seguía avanzando, y sus huesos se consumían mientras él gemía día y noche; pero, al no sentir compunción por sus pecados, estos gemidos no le servían de nada.
Debilitado constantemente, su vigor, su savia juvenil de primavera se fue convirtiendo en sequedad de estío fruto seco, al consumirse por la fiebre.
Pasada esta primera situación recalcitrante, el salmista piensa profundamente sobre su situación, y decide reconocer y confesar sus pecados, que pudieran ser causa de su enfermedad.
Reconocido y confesado su pecado con sinceridad, al punto siente que se le ha perdonado, lo que representa el principio de su rehabilitación física y espiritual. Dios acoge siempre al corazón contrito y arrepentido.
¿Sabemos pedir perdón al Señor? ¿Sabemos perdonar a los que en algo nos ofenden? ¿Confiamos en el perdón de Dios?

6 Por eso, que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará.
7 Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación.
La lección del salmista tendrá repercusión en los fieles piadosos, pues de él aprenderán a confesar a tiempo su pecado, reconociendo sus infidelidades y culpabilidad; de este modo se verán libres del desbordamiento de las aguas caudalosas que amenacen anegarles, es decir, del peligro de muerte, bajo cualquier forma que se presente.
Y no solo del peligro de muerte, sino también para encontrar el camino de la felicidad eterna, logrando que se inicie en esta vida terrena en la que tanta labor tiene el cristiano para realizar atendiendo a su hermano más necesitado.
Este símil es corriente en la literatura sapiencial para reflejar la situación apurada en determinados momentos graves de la vida; el que confiese sus pecados se verá a salvo de la inundación de muchas aguas, pues, apegado a Yahvé, se hallará como en roca inaccesible. Los fieles piadosos sabrán así invocar a Yahvé en el tiempo propicio de su manifestación benevolente y perdonadora.
Proclamamos así a nuestro Padre como refugio nuestro en los momentos de angustia, pues cambia las situaciones de peligro en momentos de triunfo, en los que no faltan los cantos de liberación o de gozo por la salvación conseguida gracias a su protección.
¿Sabemos ser fieles al Señor? ¿Conocemos y apreciamos su fidelidad? ¿Recurrimos a él en nuestras necesidades, angustias, disgustos...?

8 Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir, fijaré en ti mis ojos.
9 No seáis irracionales como caballos y mulos, cuyo brío hay que domar con freno y brida; si no, no puedes acercarte.
El Señor nos indica el camino de la sabiduría; parecen ser los consejos de un sabio a su discípulo, que han sido insertados en el salmo, y en ellos se trata de hacer ver que el camino de la impiedad lleva a la desazón, mientras que la fidelidad a Yahvé le trae los beneficios de su piedad y misericordia.
El que se empeñe en seguir sus caminos alejado de Dios, será como las bestias, sin entendimiento, a las que hay que embridar con el freno para sujetar su ímpetu. Después de la conversión y del perdón, nos debemos dejar guiar por el camino de Dios. Es la respuesta divina a la oración que ha precedido. Yahvé habla a un singular.
La instrucción divina en la vida moral, es principio de felicidad y solución a todas las dificultades. “Fijaré en ti mis ojos”: para no dejarnos en ningún momento, con su protección especial y con benevolencia y complacencia si andas por mis caminos. Quien así actúe, no necesitará castigo instructivo de Dios.
¿Tratamos de entender los caminos del Señor? ¿Comprendemos que Dios “dispone todas las cosas para bien de los que lo aman”? (Rm 8, 28)

10 Los malvados sufren muchas penas;
al que confía en el Señor, la misericordia lo rodea.
11 Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero.
El impío tendrá que seguir la senda del dolor, mientras que el que confía en Yahvé se verá cercado, no del castigo y sufrimiento -medios que utiliza Dios para volverlos al buen camino, tirándoles del freno y de la brida, como a los animales-, sino de la benevolencia y piedad divinas.
Y es que, con nuestro hablar de hoy, la felicidad en esta vida viene de la mano del Señor, de la fe en su lealtad y en su misericordia, y, por tanto, la atención al necesitado, la alegría en el trato con los demás, el cumplimiento del trabajo encomendado, todas esas cosas nos vienen del Señor y tenemos, no ya obligación, sino necesidad de ejercitarlas
Así el salmo se cierra con una invitación para que todos los rectos de corazón se alegren con la liberación del justo de su situación angustiada. Es nuestra necesidad de ayuda constante al más necesitado.
Y tiene un aire de interpelación litúrgica en la comunidad para llevar a nuestro ánimo el conocimiento de los caminos secretos de la Providencia, que por la confesión de los pecados otorga el perdón y devuelve a los pecadores la amistad divina.
Así la experiencia del perdón se convierte en fuente de alegría para el individuo, en comienzo de un nuevo camino bajo la enseñanza de Dios, en ejemplo e invitación para los demás.
¿Comprendemos que “los malvados” son nuestros pecados, nuestras faltas de solidaridad que sólo nos acarrean penas? ¿Sabemos “acogernos” en el Señor que siempre nos impulsará hacia el bien... si nos dejamos? ¿Somos conscientes de que la verdadera penitencia desemboca en el gozo, de que el arrepentimiento y perdón del pecador son causa de reconocimiento y gozo celestial?