SALMO 013

1 Del maestro de coro. Salmo de David.
2 ¿Hasta cuándo me tendrás olvidado, Señor?
¿Eternamente?
¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?
3 ¿Hasta cuándo mi alma estará acongojada
y habrá pesar en mi corazón, día tras día?
¿Hasta cuándo mi enemigo prevalecerá sobre mí?
4 ¡Mírame, respóndeme, Señor, Dios mío!
Ilumina mis ojos,
para que no caiga en el sueño de la muerte,
5 para que mi enemigo no pueda decir:
"Lo he vencido",
ni mi adversario se alegre de mi fracaso.
6 Yo confío en tu misericordia:
que mi corazón se alegre porque me salvaste.
¡Cantaré al Señor porque me ha favorecido!

MEDITACIÓN

Introducción.-
Es la oración de una persona angustiada. Parece que los amigos de Dios pueden tomarse ciertas “confianzas”. Y, en efecto, pueden ser apremiantes, casi rudos, pero el Señor acoge con cariño las demandas de los que se encuentran angustiados.

2 ¿Hasta cuándo me tendrás olvidado, Señor? ¿Eternamente?
¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?
De una olla a presión, sale el vapor cuando ya no aguanta mas la temperatura en su interior; cuando una persona está bajo “presión” suele salir de su alma palabras y actos, tal vez ¿demasiado exigentes?
Hay veces que nuestros deseos, circunstancias o necesidades pueden generar impaciencia, y esa impaciencia a su vez genera, palabras y actos quizá demasiado perentorios ante el Señor. Es posible que, pasados los factores de angustia, seamos capaces de mirar al Señor con humildad.
Pero, ¿cómo puede Dios olvidarse de sus hijos? ¿Se habría olvidado Dios de su hijo David? (Is.49:14-16).
Tal vez pensemos, alguna vez: ¿Se olvidó de mí el Señor?
Pero, ¿Cómo se va a olvidar, si el precio de nuestra redención la lleva en las palmas de sus manos, el Señor Jesús?

3 ¿Hasta cuándo mi alma estará acongojada y habrá pesar en mi corazón, día tras día?
¿Hasta cuándo mi enemigo prevalecerá sobre mí?
La conversión y la correspondiente experiencia de fe elevarán nuestro corazón y lo librarán de la congoja, de la posible angustia de sentirnos dominados por nuestra natural humanidad que, con más frecuencia de la deseada, nos lleva a la ambición de poder, prestigio o dinero.
¿Comprendemos que en el Señor encontraremos, no sólo refugio, sino la salvación?
¿Somos conscientes de que quien confíe en el Señor no debe de temer, pues Dios estará siempre de su lado?

4 ¡Mírame, respóndeme, Señor, Dios mío! Ilumina mis ojos,
para que no caiga en el sueño de la muerte,
Deseamos siempre sentir en nosotros la ternura del Señor, su respuesta evidente, notoria, a nuestros conflictos, a nuestras angustias; que no nos abandone al desánimo
Pero, con frecuencia, es nuestra fe la que flaquea; pedimos y pedimos pero en el fondo pensamos que el Señor “está en otras cosas” y no va a atender nuestra llamada.
¿Sabemos dar gracias al Señor en nuestras alegrías? O bien, ¿solamente recurrimos al Señor en nuestras angustias? ¿Creemos en su acción siempre atenta y benefactora?

5 para que mi enemigo no pueda decir: “Lo he vencido", ni mi adversario se alegre de mi fracaso.
El orgullo siempre está presente en nosotros. Recordamos como en su famoso Sermón del Monte, Jesucristo recomendó: “No resistan al que es inicuo; antes bien, al que te dé una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mt 5, 39).
Lo que Jesús enseñó en el Sermón del Monte respecto a ‘volver la otra mejilla’ refleja el auténtico espíritu de la Ley dada por Dios a Israel. Jesús no quiso dar a entender que si alguno de sus seguidores recibía una bofetada, debía ofrecer la otra mejilla para que lo golpearan de nuevo. En tiempos bíblicos, como suele suceder hoy día, al dar una bofetada a alguien no se buscaba hacerle daño físicamente. Más bien, se pretendía insultarlo para provocar una reacción, una confrontación.
Obviamente, pues, Jesús se refería a que si una persona intentaba provocar a otra dándole una bofetada literal —o hablándole con sarcasmo hiriente—, el agredido no debía buscar venganza. Más bien, tenía que tratar de impedir que se iniciara un círculo vicioso de devolver mal por mal (Rm 12, 17).
Un seguidor de Jesús pondría la otra mejilla en el sentido de que no permitiría que otros lo obligaran, por decirlo así, a entrar en una “confrontación” (Ga 5, 26).
¿Se puede actuar en defensa propia? ¿Que el cristiano ponga la otra mejilla significa que no se defienda de agresores violentos? Jesús no dijo que nunca debemos defendernos, sino más bien, que nunca debemos atacar ni sucumbir al deseo de venganza. ¿Es sensato, pues; retirarse siempre que sea posible para evitar una pelea? ¿En caso de que uno fuera amenazado por un agresor sería adecuado que diera pasos para protegerse y que pidiera ayuda a la policía?

6 Yo confío en tu misericordia: que mi corazón se alegre porque me salvaste.
¡Cantaré al Señor porque me ha favorecido!
Nuestro corazón se alegrará en la sabiduría del Señor, dándole gracias con gozo por todo lo que nos ha dado. Dios nunca está ajeno, ni llega tarde; sólo tenemos que confiar en Él. La muerte, en efecto, ya no es el sueño definitivo como tan expresivamente nos dice Pablo: “¡Despierta, tú que duermes, levántate de la muerte, y te iluminará Cristo!”. (Ef 5, 14) ¡El amor vence a la muerte! Convencidos de ello, podemos orar con el presente salmo.
¿Confiamos en la misericordia del Señor? ¿Es virtud que practicamos con los que nos rodean, especialmente con los más necesitados?