Salmo 020

 1 Que Dios te responda cuando te encuentres en aprietos;

que el Dios de Israel te brinde su protección.
2 Que Dios te envíe su ayuda desde su santuario;
que Dios te dé su apoyo desde Jerusalén.
3 Que Dios se acuerde siempre de todas tus ofrendas,
y reciba con gusto los animales que presentas en su honor.
4 Que Dios te conceda lo que pidas de todo corazón,
y que haga realidad lo que pienses hacer.
5 ¡Lanzaremos gritos de alegría cuando Dios te conceda la victoria,
y alabando a nuestro Dios haremos ondear las banderas!
¡Que Dios te conceda todo lo que pidas!
6 Ahora estoy bien seguro de que Dios le dará la victoria
al rey que él ha elegido.
Sé que Dios le responderá desde su santo cielo;
sé que con su poder le dará al rey grandes victorias.
7 Algunos confían en sus carros de guerra, otros confían en sus caballos,
pero nosotros sólo confiamos en nuestro Dios.
8 Esa gente tropezará y caerá, pero nosotros nos levantaremos
y seguiremos de pie.
9 Dios nuestro, ¡dale al rey la victoria!,
¡respóndenos cuando te llamemos!

MEDITACIÓN

Introducción.-
El secreto de los éxitos regios está en la fe que celebra el salmo: «El rey confía en el Señor y con la gracia del Altísimo no fracasará». La confianza está en la base de toda fe, cuyo núcleo no es el asentimiento de verdades de difícil comprensión, sino una inmersión en el misterio de Dios, una entrega personal a Dios.

1 Que Dios te responda cuando te encuentres en aprietos;
que el Dios de Israel te brinde su protección.
Nuestra fe nos impulsa a recurrir al Señor en nuestras angustias, aunque, por supuesto, debe también de llevarnos a Él en nuestras alegrías.
Así, nuestra oración siempre será escuchada y respondida por el Señor. Nuestro Dios es un Dios que nos habla; la cuestión es si estamos atentos a su Palabra.
santo de la piedad y el amor a Dios. Además, para que el Señor coronará sus empresas con éxito.
Nuestro primer paso hacia la victoria en la guerra espiritual es confiar únicamente en la misericordia y la gracia de Dios; todos los que confían en sí mismos pronto serán echados abajo.
Los creyentes triunfan en Dios y su revelación de sí mismo a ellos, por la que se distinguen de los que viven sin Dios en el mundo. Los que hacen de Dios y de su nombre de su alabanza, puede hacer que Dios y su nombre su confianza
¿Confiamos en la acción del Señor? ¿Sabemos orar? ¿Estamos prepárados para un encuentro personal con nuestro Dios que nos liberará, bendecirá y sanará?

2 Que Dios te envíe su ayuda desde su santuario;
que Dios te dé su apoyo desde Jerusalén.
Los hombres del mundo desprecian la ayuda del santuario, pero nuestros corazones han aprendido a valorarla en más que toda ayuda material.
Los hay que buscan su ayuda en la armadura, el tesoro, la alacena, es decir, el prestigio, el dinero, el poder, pero nosotros, los cristianos, debemos de volvernos hacia el santuario, hacia el Señor
Aquí vemos la naturaleza de la verdadera fe, que hace que busquemos nuestra ayuda en el cielo, y por ello oremos pidiéndola cuando no hay nadie alrededor visible en la tierra.
Y ésta es la diferencia entre la fe y la incredulidad: que los mismos no creyentes pueden por la razón concebir ayuda, siempre y cuando tengan algún medio para ayudar; pero si fallan, ya no pueden ver nada más; de modo que son como los cortos de vista, que no pueden ver nada, a menos que esté muy cerca.
Pero la fe ve a distancia, incluso llega al cielo, de modo que es «la evidencia de las cosas que no se ven».
¿Confiamos en la ayuda del Señor? ¿La pedimos en nuestra oración?
¿Nos damos cuenta de que la confianza está en la base de toda fe, cuyo núcleo no es el asentimiento de verdades de difícil comprensión, sino una inmersión en el misterio de Dios, una entrega personal a Dios?

3 Que Dios se acuerde siempre de todas tus ofrendas,
y reciba con gusto los animales que presentas en su honor.
Si falta la memoria de Dios, todo queda rebajado, todo queda en el yo, en mi bienestar. La vida, el mundo, los demás, pierden la consistencia, ya no cuentan nada, todo se reduce a una sola dimensión: el tener.
Si perdemos la memoria de Dios, también nosotros perdemos la consistencia, también nosotros nos vaciamos, perdemos nuestro rostro como el rico del Evangelio. Quien corre en pos de la nada, él mismo se convierte en nada, dice otro gran profeta, Jeremías (cf. Jr 2,5).
Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no a imagen y semejanza de las cosas, de los ídolos.
Claro que observamos que el salmo no estaba refiriéndose a nuestras ofrendas, sino a la ofrenda de Cristo. Él ofreció, no solo sus oraciones y lágrimas pero finalmente, ofreció en sacrificio Su propio cuerpo.
¿Qué ofrendas podemos ofrecer modernamente?
¿Seguimos creyendo en ofrendas y promesas?
¿Cómo alabamos nosotros al Señor?

4 Que Dios te conceda lo que pidas de todo corazón,
y que haga realidad lo que pienses hacer.
¿Necesita Dios que le pidamos para que nos dé algo?
"Al orar, no os perdáis en palabras como hacen los paganos, creyendo que Dios los va a escuchar por hablar mucho. Ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis" (Mt 6,7-8).
¿Para qué pedir entonces? ¿Tiene sentido pedir algo a Dios? No tiene sentido expresar a Dios nuestras necesidades para que así se entere de lo que necesitamos, como si de otro modo no lo supiera.
¿Cuál es el sentido de la oración de petición? Dicho de otra forma, ¿qué expresamos cuando pedimos algo a Dios? Expresamos a Dios con sencillez y confianza todas nuestras necesidades, nuestro ser radicalmente necesitado, como Jesús nos enseñó a hacer en el Padrenuestro, y como él mismo lo hizo tantas veces.
La oración puede convertirse, ha de convertirse, en una manera de activar la disponibilidad para hacer cuanto esté en nuestra mano para que suceda el bien que Dios nos está dando, pero que sólo nos puede dar a través del mundo y de nosotros mismos.
¿Nos parece que tiene objeto la oración de petición? ¿Qué expresamos cuando pedimos algo a Dios? ¿Expresamos ante Dios nuestro límite y nuestra impotencia? ¿Manifestamos a Dios nuestra confianza plena en que Él está en todo momento dándonos todo? ¿Manifestamos a Dios nuestra fe en que todo bien nos viene de las manos de Dios?
¿Confiamos en lo que nos dice la Palabra del Señor: "Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar a sus hijos cosas buenas, cuanto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?" (Lc 11, 13).

5 ¡Lanzaremos gritos de alegría cuando Dios te conceda la victoria,
y alabando a nuestro Dios haremos ondear las banderas!
¡Que Dios te conceda todo lo que pidas!
El Santo Padre Francisco resaltó que “la alegría cristiana no es una simple diversión, no es una alegría pasajera; la alegría cristiana es un don, es un don del Espíritu Santo. Es tener el corazón siempre alegre porque el Señor ha vencido, el Señor reina, el Señor está a la derecha del Padre, el Señor me ha mirado y me ha enviado, y me ha dado su gracia y me ha hecho hijo del Padre… Esa es la alegría cristiana. Un cristiano vive en la alegría”.
En tiempos de los primeros cristianos, según nos cuentan los Hechos de los Apóstoles, había una característica que llamaba poderosamente la atención de todos: la alegría: Todos acudían con asiduidad al templo, partían el pan en las casas y tomaban su alimento con alegría y sencillez de corazón. (Hch 2,46)
Ese nombre de Dios que frecuentemente alabamos sin pensar mucho en lo que decimos. El aleluya que entonamos, sobre todo en la Eucaristía, es, realmente un hallelu- Yah, con ese Yah como nombre corto de Yahvé.
Es decir, alabamos a ese Dios que siempre nos va a conceder su Espíritu, que, con nuestra fe, nos “entrará” en la alegría cristiana.
¿Cómo estamos viviendo la fe, la esperanza y el amor?
¿Somos conscientes de que no hay alegría si falta el amor, y no hay gozo donde falta la esperanza de la fe?
¿Estaríamos de acuerdo en afirmar que la alegría es el don en el que todos los demás dones están resumidos?
¿Nos damos cuenta de que el Evangelio no podrá ser acogido por los hombres si no lo experimentan como fuente de alegría y libertad?

6 Ahora estoy bien seguro de que Dios le dará la victoria
al rey que él ha elegido.
Sé que Dios le responderá desde su santo cielo;
sé que con su poder le dará al rey grandes victorias.
“Ahora estoy bien seguro”: Una declaración de que la oración ha sido escuchada.
Desde que existen los ejércitos y las armas, las naciones han alardeado de su poder, pero ese poder no dura. A lo largo de la historia, los imperios y los reinos han alcanzado gran poder que después se les ha desvanecido en el polvo.
Sin embargo, el salmista sabía que el verdadero poder de su nación no estaba en su armamento sino en la adoración. No estaba en su capacidad de fuego, sino en el poder de Dios.
Debido a que únicamente Dios puede preservar a una nación o a un individuo, debemos de asegurar que nuestra confianza está en Dios, quien da la victoria eterna.
¿En quién confiamos nosotros? ¿A qué victoria aspiramos? ¿Sabemos que el Señor siempre responde cuando oramos o nos dirigimos a Él de cualquier otra forma? ¿Somos conscientes de que con Él la victoria, en la forma que sea, está asegurada?

7 Algunos confían en sus carros de guerra,
otros confían en sus caballos,
pero nosotros sólo confiamos en nuestro Dios.
Este versículo nos recuerda la gran importancia de poder confiar y depender en Dios completamente.
Él es la única seguridad para lograr ver la victoria espiritual en nuestras vidas. Vivimos diariamente enfrentando una guerra espiritual que no se podrá ganar sin la ayuda de Dios.
En nuestras vidas enfrentaremos situaciones diariamente donde nadie más que Dios podrá darnos al victoria completa en nuestro caminar. Llegamos a comprender que ningún hombre o socorro humano nos podrá dar lo que necesitamos.
Como David enfrentaremos gigantes que no se podrán derribar por medio de nuestro esfuerzo humano, sino exclusivamente con la ayuda de Dios.
El día de hoy, ¿estas enfrentado una situación imposible o difícil? ¿No encuentras quien pueda ayudarte? Él es el único que te ayudara a obtener la victoria sobre toda situación difícil en tu vida. Recuerda que aunque la batalla se arrecie y se intensifique, Dios no te dejara, el peleara por ti.
Hoy día busquemos a Dios de todo corazón y anticipemos ver su gloria en medio de nuestra batalla.
¿Es nuestra fe, confianza en el Señor? ¿Me pregunto cómo puedo aprender a confiar en Dios? ¿Debemos confiar en nosotros mismos o en otros que son pecaminosos, impredecibles, no fiables, que tienen un límite de sabiduría, y que con frecuencia hacen malas elecciones y decisiones influidas por la emoción? O ¿confiamos en el sabio, omnisciente, todopoderoso, clemente, misericordioso, y amoroso Dios que tiene buenas intenciones para nosotros?

8 Esa gente tropezará y caerá,
pero nosotros nos levantaremos
y seguiremos de pie.
Dios es nuestro defensor. Pero el problema es que tratamos nosotros de defendernos a nuestra manera. Muchas veces nos defendemos atacando, otras argumentando, otras buscando pruebas, testigos. Pero Dios ha visto todo. Nada se la pasa jamás. Dios no se distrae, no está ocupado.
Muchas veces nos sentimos atropellados cuando tenemos la certeza de que estamos siendo rectos y justos ante los ojos de los hombres y de Dios. Sin embargo el enemigo usa personas incluso muy cercanas y familiares para hacerte sentir abandonado de la misericordia de Dios.
Por ello en momentos de intenso dolor y rabia por las actitudes de personas que amamos o, las que son distantes en nuestros afectos debemos tener claro, que si vivimos con los pies en la tierra y el corazón en el cielo haciendo la voluntad de Dios no tendremos porque temer a nada.
No dejemos ensuciar nuestro corazón de amargura, no nos dejemos afectar por palabras necias y mal intencionadas del diablo.
¿Evitamos ponernos en circunstancias que “abonan” la tentación, y, por ende, la caída? ¿Sabemos en nuestras caídas, recurrir a la misericordia de Dios? ¿Confiamos en su fidelidad? ¿Comprendemos esa célebre frase de San Juan de la Cruz: “El Amor sabe sacar provecho de todo, tanto del bien como del mal que encuentra en mí, y transformar en Él todas la cosas”? ¿Creemos que puede inducirnos a mejorar nuestra conducta cristiana?

9 Dios nuestro, ¡dale al rey la victoria!,
¡respóndenos cuando te llamemos!
Verdaderamente el reino de Jesús no es de este mundo (cf. Jn 18,36); pero justamente es aquí donde encontramos la redención y el perdón. Porque la grandeza de su reino no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas.
Por este amor, Cristo se abajó hasta nosotros, vivió nuestra miseria humana, probó nuestra condición más ínfima: la injusticia, la traición, el abandono; experimentó la muerte, el sepulcro, los infiernos.
De esta forma nuestro Rey fue incluso hasta los confines del Universo para abrazar y salvar a todo viviente. No nos ha condenado, ni siquiera conquistado, nunca ha violado nuestra libertad, sino que se ha abierto paso por medio del amor humilde que todo excusa, todo espera, todo soporta. Sólo este amor ha vencido y sigue venciendo a nuestros grandes adversarios: el pecado, la muerte y el miedo.
Proclamamos está singular victoria, con la que Jesús se ha hecho el Rey de los siglos, el Señor de la historia: con la sola omnipotencia del amor, que es la naturaleza de Dios, su misma vida, y que no pasará nunca.

Compartimos con alegría la belleza de tener a Jesús como nuestro rey; su señorío de amor transforma el pecado en gracia, la muerte en resurrección, el miedo en confianza.
Pero sería poco creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor de nuestra vida: todo es vano si no lo acogemos personalmente y si no lo acogemos incluso en su modo de reinar.
Y así, sabemos que el Padre le dio la victoria a Jesús, cuando parecía que había fracasado su Resurrección nos mostró la gran entidad de es victoria del rey del Reino de Dios.
¿Sabemos de verdad que seremos victoriosos si nos situamos en el Reino de Dios?
¿Somos conscientes de que el Reino de Dios es ese corazón que lleva muy dentro misericordia y bondad, que desea y practica la justicia como vehículo para la paz, que está acostumbrado al amor y a la verdad, que trabaja por la igualdad y la libertad y que está siempre dispuesto a la acogida y ayuda a todos los que lo necesitan?
¿Comprendemos que la oración fortalece la relación?
“Dijo Dios: Antes de que me llamen, yo les responderé; antes de que terminen de hablar, yo los habré escuchado”. (Is 65, 24)
¿Tenemos la seguridad de que la oración nos asegura la respuesta de Dios “Dijo Jesús: Pedid a Dios, y él os dará. Hablad con Dios, y encontrareis lo que buscáis.” (Mt 7, 7)

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