Salmo 021

Este canto litúrgico de acción de gracias está estrechamente vinculado con el Salmo anterior: la súplica del pueblo antes de la batalla ha sido escuchada, y el Señor ha concedido al rey una resonante victoria. El Salmo consta de tres partes. La primera (vs. 2-8) es una expresión de alegre reconocimiento por las bendiciones concedidas al rey, en particular, por el triunfo alcanzado. En la segunda (vs. 9-13), un sacerdote o un profeta interviene para anunciar la victoria total sobre los enemigos del Señor y del rey. Por último (v. 14), la comunidad pide al Señor, en una breve súplica, que despliegue su poder para cumplir la promesa expresada anteriormente.

 

1 Del maestro de coro. Salmo de David.

La alegría del triunfo

2 Señor, el rey se regocija por tu fuerza,
¡y cuánto se alegra por tu victoria!
3 Tú has colmado los deseos de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.
4 Porque te anticipas a bendecirlo con el éxito
y pones en su cabeza una corona de oro puro.
5 Te pidió larga vida y se la diste:
días que se prolongan para siempre.
6 Su gloria se acrecentó por tu triunfo,
tú lo revistes de esplendor y majestad;
7 le concedes incesantes bendiciones,
lo colmas de alegría en tu presencia.
8 Sí, el rey confía en el Señor
y con la gracia del Altísimo no vacilará.

Confianza en la victoria definitiva
9 Tu mano alcanzará a todos tus enemigos,
tu derecha vencerá a los que te odian.
10 Los convertirás en un horno encendido,
cuando se manifieste tu presencia.
El Señor los consumirá con su enojo,
el fuego los destruirá por completo:
11 eliminarás su estirpe de la tierra,
y a sus descendientes de entre los hombres.
12 Ellos trataron de hacerte mal,
urdieron intrigas, pero sin resultado:
13 porque tú harás que vuelvan la espalda,
apuntándoles a la cara con tus arcos.
14 ¡Levántate, Señor, con tu fuerza,
para que cantemos y celebremos tus proezas!

 

MEDITACIÓN

Texto: La alegría del triunfo

2 Señor, el rey se regocija por tu fuerza,
¡y cuánto se alegra por tu victoria!
La victoria pertenece realmente a Dios: es un acontecimiento histórico que protege y asegura la vida del pueblo. El rey representa a su pueblo.
En la mentalidad teocrática de Israel, el rey representaba a Dios, y por eso los poetas á recargaban sus epítetos entusiastas en favor del que sintetizaba las esperanzas nacionales.
Las victorias de Israel eran las victorias de Yahvé. En torno a esta idea surgió una literatura cortesana, de la que encontramos muchos ejemplos en el Salterio.
El salmista escenifica en este salmo las explosiones de júbilo y la esperanza de la asamblea israelita, reunida con motivo de una fiesta en torno a su rey.
Para nosotros, cristianos, este salmo es como un himno ante la victoria de Cristo resucitado, como una contemplación gozosa de su triunfo y una acción de gracias por el reino inaugurado en el misterio pascual del Señor.
Cristo se siente colmado de gozo en la presencia del Padre; vestido de honor y majestad, en su resurrección de entre los muertos, ha conseguido la vida que pidió y ve que sus años se prolongan sin término.
¿Creemos en ese Dios del que el profeta Isaías nos dice:”Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios; te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa”? ¿Y del que Pablo nos dice: “fortaleceos con el gran poder del Señor? ¿Participamos de la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios?

3 Tú has colmado los deseos de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.
Cuando comenzamos a disfrutar nuestra relación con Dios, Él satisfará los deseos de nuestro corazón, porque con esa relación sincera, nos aseguramos que Dios nos da esos deseos, es decir, que lo que sentimos en nuestro corazón y espíritu fue puesto ahí por el Señor.
¿Qué pasa cuando nosotros en oración le exponemos a Dios los deseos que tenemos y las cosas que queremos y no encontramos una respuesta pronta? Primero empezamos a sentir que Dios está tardando, luego pasamos a la etapa de que el Señor no me escucha. Nos enojamos con Dios. Llegamos a pensar que Dios no existe, solo porque no tenemos una respuesta. Entonces criticamos y decimos que no es cierto que Dios nos conceda los deseos de nuestro corazón.
¿Pero, confiamos realmente en el Señor? ¿O pedimos “a ver qué pasa”? ¿Pedimos todos los días que nos ayude, nos dé sabiduría e inteligencia para mantenernos en su camino y en su Palabra?

4 Porque te anticipas a bendecirlo con el éxito
y pones en su cabeza una corona de oro puro.
Nuestra fidelidad al Señor siempre será bendición elevada para Él y felicidad para nosotros, verdadera superación de la corona de oro puro que el Salmo indica como el culmen de la alabanza.
Tendemos, con frecuencia, a mezclar ese oro con otros componentes más baratos, que nos cuestan menos esfuerzo, que nos parece que van a reportarnos más felicidad momentánea, pero debemos darnos cuenta de que, además de no ser posible engañar al Señor, a la larga “la corona se nos oxidará”.
La leyenda existente sobre Arquímedes la corona de oro del rey Hierón II (230 a.C., se puede ver en Internet), es ejemplo de lo expuesto.
¿Ciframos el éxito de nuestra vida cristiana en la atención a los necesitados?
¿Sabemos alabar al Señor, nuestro Padre, o solamente oramos para pedir?

5 Te pidió larga vida y se la diste:
días que se prolongan para siempre.
"Y la claridad de Dios da la vida: es decir, quienes ven a Dios tienen parte en la vida. Por eso el que no puede ser abarcado, comprendido ni visto, concede a los seres humanos que lo vean, lo comprendan y abarquen, a fin de darles la vida una vez que lo han visto y comprendido. Así como su grandeza es insondable, así también es inefable su bondad, por la cual da la vida a quienes lo ven: porque vivir sin tener la vida es imposible, la vida viene por participar de Dios, y participar de Dios es verlo y gozar de su bondad”, dice San Ireneo de Lyon.
“Mira, Yahvé, nuestro Dios, nos ha mostrado su gloria y su grandeza, y hemos oído su voz en medio del fuego. Hemos visto en este día que puede Dios hablar al hombre y seguir éste con vida” (Dt 5, 24).
La vida cristiana es concreta, “Dios es concreto”, pero tantos son los cristianos que simulan serlo, los que hacen de la pertenencia a la Iglesia un adorno sin comprimo, una ocasión de prestigio en lugar de una experiencia de servicio hacia los más pobres (Papa Francisco)
¿Ponemos nuestra vida en las manos de Dios? ¿Atendemos con nuestra vida a nuestro prójimo necesitado? ¿Damos gracias al Señor por la vida que nos da?

6 Su gloria se acrecentó por tu triunfo,
tú lo revistes de esplendor y majestad;
El Diccionario de la Real Academia Española define la palabra majestad como grandeza, superioridad y autoridad sobre otros. Majestad es una palabra utilizada al referirse o dirigirse a los soberanos gobernantes y sus consortes. Es una palabra que, al ser pronunciada, hace pensar en realeza, grandeza y esplendor de calidad o de carácter.
Pero los reyes de esta tierra son sólo una imagen de la realeza divina: «Tuyo es el reino, Señor». Los ricos no pueden olvidar el origen de sus bienes. «De ti vienen la riqueza y la gloria». Los poderosos deben saber reconocer en Dios la fuente del «poder y la fuerza».
El cristiano está llamado a leer estas expresiones contemplando con júbilo a Cristo resucitado, glorificado por Dios «por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación» (Ef 1,21). Cristo es el verdadero Rey del universo.
La gran tentación que acecha siempre, cuando se realizan obras para el Señor, que puede estar representado por nuestro prójimo, consiste en ponernos a nosotros mismos en el centro, casi sintiéndonos acreedores de Dios. Pero, por el contrario, lo debemos atribuir todo al Señor. No es el hombre, con su inteligencia y su fuerza, el primer artífice de lo que se ha llevado a cabo, sino Dios mismo.
Expresamos así la profunda verdad según la cual todo es gracia. En cierto sentido, cuanto entregamos no es más que una restitución, por lo demás sumamente escasa, de lo que hemos recibido en el inestimable don de la alianza sellada por Dios con nosotros, en la figura de su Hijo Jesucristo. Todo viene de él.
¿Comprendemos que nuestro triunfo radica en la gracia del Señor? ¿Nos damos cuenta de que nuestra posible autoridad nos viene de Dios y que debemos ejercerla para acrecentar la dignidad de aquellos que tenemos cercanos? ¿Nos atrevemos a “presumir” de nuestras buenas obras?

7 le concedes incesantes bendiciones,
lo colmas de alegría en tu presencia.
Evidentemente el Señor quiere para cada uno de nosotros una vida plena y feliz, una vida en la que el Espíritu Santo nos colme de gozo y esperanza, y nos dé la capacidad de compartir nuestra alegría con los demás.
La bendición es signo de la presencia divina que actúa en el rey, quien de este modo se convierte en un reflejo de la luz de Dios en medio de la humanidad.
La bendición es también motivo de oración del rey David: «Dígnate, pues, bendecir a la casa de tu siervo para que permanezca por siempre en tu presencia, pues tú, mi Señor, has hablado y con tu bendición la casa de tu siervo será eternamente bendita» (2 Samuel 7, 29).
¿Nos sentimos bendecidos por el Señor? ¿Somos capaces de extender esa bendición a los que nos rodean, especialmente a aquellos que por sus circunstancias de diversa índole lo necesita? ¿Dejamos ver nuestra alegría de ser cristianos? ¿La sentimos de verdad dentro de nosotros?

8 Sí, el rey confía en el Señor
y con la gracia del Altísimo no vacilará.
Tenemos “la absoluta seguridad de que, cuando el Señor lo disponga, aparecerá la solución, la paz prevalecerá y el vacío se llenara”.
Confiar quiere decir obedecer voluntariamente desde el principio sin saber el fin “Muchas veces confiamos en un médico: está bien hacerlo, porque el médico está allí para curar; tenemos confianza en una persona: hermanos, hermanas, que nos pueden ayudar. Está bien tener esta confianza humana entre nosotros. Pero nos olvidamos de la confianza en el Señor: ésta es la clave del éxito en la vida. ¡La confianza en el Señor, encomendémonos al Señor!” (Papa Francisco).
La gracia es la ayuda divina y la fortaleza que recibimos por medio de la expiación de Jesucristo. Por medio de la gracia somos salvos del pecado y de la muerte. Además, la gracia es un poder que nos fortalece día a día y nos ayuda a perseverar hasta el fin. Se requiere esfuerzo de nuestra parte para recibir la plenitud de la gracia del Señor.
Nuestra fe es una confianza. El secreto de los éxitos regios está en la fe que celebra el salmo.
La confianza está en la base de toda fe, cuyo núcleo no es el asentimiento de verdades de difícil comprensión, sino una inmersión en el misterio de Dios, una entrega personal a Dios.
Semejante aventura sería insensata si Dios no hubiera mostrado antes su rostro benevolente. Pero ahí está la historia santa: desde el éxodo fundamento de la confianza de Israel, hasta el gran gesto de la gracia divina, la nueva Pascua.
Este hecho insólito «lleva a su perfección la fe», puesto que ahora más que nunca es posible una confianza absoluta en el que puede salvar de la muerte.
¿Qué relación existe entre la experiencia humana común y la experiencia de fe?
¿Qué podemos hacer para apreciar, cultivar, vivir y transmitir nuestra fe a los demás?
¿Somos conscientes de que la gracia es la Fuerza de Dios?

Confianza en la victoria definitiva

9 Tu mano alcanzará a todos tus enemigos,
tu derecha vencerá a los que te odian.

10 Los convertirás en un horno encendido,
cuando se manifieste tu presencia.
El Señor los consumirá con su enojo,
el fuego los destruirá por completo:
11 eliminarás su estirpe de la tierra,
y a sus descendientes de entre los hombres.
12 Ellos trataron de hacerte mal,
urdieron intrigas, pero sin resultado:
13 porque tú harás que vuelvan la espalda,
apuntándoles a la cara con tus arcos.
La liturgia omite los vv. 9-13, de carácter imprecatorio.
La victoria obtenida es una prenda de otras que traerán la exterminación definitiva de los enemigos. Las expresiones del salmista se vuelven duras y escalofriantes, conforme a la ruda mentalidad del AT. En realidad, para él los enemigos del rey son los enemigos de la causa de Dios. Llevado de su arrebato patriótico y de su celo por la gloria de Yahvé, el poeta desea el exterminio total de los enemigos que constantemente conspiran contra los intereses del pueblo de Dios. Las frases son radicales y han de ser entendidas teniendo en cuenta el arranque oratorio del poeta y la mentalidad extremista de los orientales.
Es el día de la manifestación airada de Yahvé contra los enemigos de Israel. Era el día del triunfo del propio Yahvé; por eso el salmista le pide que se manifieste y ensalce, mostrando su fortaleza. Las victorias de los israelitas eran un motivo de admiración hacia su Dios de parte de las poblaciones gentiles; por eso, otorgar el triunfo al pueblo de Israel era ensalzarse a sí mismo, mostrando su poder y justicia. Sus proezas o victorias sobre los enemigos de Israel serán así ocasión de ser celebradas por el pueblo elegido, que verá en Él su escudo y protección. Por este aire de triunfo general sobre los enemigos, la tradición rabínica ha querido ver aquí a la persona del Mesías vencedor de todos los enemigos de Israel. En la tradición cristiana, algunos Padres le han dado este sentido; pero el contexto no favorece la interpretación mesiánica, ya que las frases del salmista pueden explicarse como explosión entusiasta en favor del rey en un momento solemne de su vida, como el día de la coronación o al volver triunfante de una campaña militar. ([Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]
Hilari Raguer en “Orar los salmos en cristiano” sugiere cuatro pistas para rezar este tipo de salmos, las cuales trato de resumir a continuación:
- Espejo del alma: Los sentimientos de venganza, odio o rencor que esas frases del salmo reflejan en su sentido literal, ¿no serán precisamente las que alberga mi corazón. La sanación propia al hacernos conscientes en su rezo puede ser buena
- Crítica de nuestra sociedad: Se dice que estos salmos proceden de una cultura primitiva, una sociedad cruel. Pero, ¿de veras puede la sociedad del siglo XXI alardear de humanidad y buenos sentimientos? La oración de nuevo puede llevarnos a mejorar el “trocito” de sociedad “que nos toca”
- Clamor contra la injusticia: No pocos de estos salmos o versículos imprecatorios muestran la pasión de aquel creyente por la justicia, su indignación ante la injusticia y la convicción de que Dios no quiere esto. El rezo puede centrarnos en nuestro afán por la justicia y la dignidad de los que nos rodean y están necesitados de ellas.
- Venga a nosotros tu Reino: Esta petición implica que desaparezca todo aquello que es contrario a ese Reino. No sólo el pecado y el mal moral, sino también el mal físico, la guerra, el dolor, y asimismo la mentira, el egoísmo, el rencor, el odio, la guerra. En estos salmos estamos hablando, evidentemente, de símbolos; no se trata de eliminar a tal o cual persona física, aunque sea mala, sino de desear que no haya personas malas, y sobre todo, que sea vencido el imperio del mal.
- Alegoría moral: En las cuatro pistas anteriores nos manteníamos básicamente en el ámbito literal. En interpretación alegórica, podemos entender que los enemigos a quienes el salmista increpa no son personas que se hallen ante él, sino que los lleva dentro: son sus propios vicios, defectos o pecados.

14 ¡Levántate, Señor, con tu fuerza,
para que cantemos y celebremos tus proezas!
Con el Señor levantaremos nuestras fuerzas, porque Él siempre pone su Espíritu en nosotros, y nos capacita para la alegría que siempre debe de albergar un cristiano
Y es que necesitamos una fortaleza que supere la nuestra para guardar los mandamientos en cualquier circunstancia que nos depare la vida, y llegar al amor que el Evangelio nos ha enseñado.
Y sabemos que la fuerza del cristiano nace del amor de un Dios que, con Cristo, entra en la historia del hombre.
En una reciente homilía decía el Papa Francisco: “ «Quien se cree fuerte, quien se cree capaz de desenvolverse solo por lo menos es ingenuo y, al final, sigue siendo un hombre derrotado por tantas, tantas debilidades que lleva en sí mismo. La debilidad que nos conduce a pedir ayuda al Señor puesto que hemos rezado: En nuestra debilidad nada podemos sin tu ayuda. No podemos dar un paso en la vida cristiana sin la ayuda del Señor, porque somos débiles. Y aquel que está de pie, esté atento a no caer porque es débil».
¿Creemos que el Señor comparte su fuerza con nosotros?
¿Somos conscientes de la magnanimidad del Señor y de su misericordia?
¿Cantamos en nuestras comunidades con la alegría de saber que estamos orando al Señor?