Salmo 022
1. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas? No te alcanzan mis clamores ni el rugido de mis palabras;
2. Dios mío, de día te grito y no respondes; de noche, y no me haces caso,
3. aunque tú habitas en el santuario donde te alaba Israel.
4. En ti confiaban nuestros padres, confiaban y los ponías a salvo,
5. a ti gritaban y quedaban libres, en ti confiaban y no los defraudaste.
6. Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo;
7. al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza:
8. "Acudió al Señor, que lo ponga a salvo, que lo libre si tanto lo quiere".
9. Fuiste tú quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre,
10. desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios.
11. No te quedes lejos, que el peligro está cerca y nadie me socorre.
12. Me acorrala un tropel de novillos, me cercan toros de Basan,
13. abren contra mí las fauces leones que descuartizan y rugen.
14. Estoy como agua derramada, tengo los huesos descoyuntados, mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas;
15. mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprietas contra el polvo de la muerte.
16. Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores.
17. me taladran las manos y los pies, y puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes,
18. se reparten mi ropa, se sortean mi túnica.
19. Pues tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a auxiliarme;
20. líbrame a mí de la espada, mi única vida, de la saña del mastín;
21. sálvame de las fauces del león; a este pobre, de los cuernos del búfalo.
22. Hablaré de ti a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré:
23. "Fieles del Señor, alábenlo; linaje de Jacob, glorifíquenlo; respétenlo, linaje de Israel;
24. porque no ha sentido desprecio ni repugnancia hacia el pobre desgraciado, no le ha escondido su rostro; cuando pidió auxilio, lo escuchó".
25. Tú inspiras mi alabanza en la gran asamblea, cumpliré mis votos delante de sus fieles.
26. Los desvalidos comerán hasta saciarse, y alabarán al Señor los que lo buscan: ¡no pierdan nunca el ánimo!
27. Lo recordarán y volverán al Señor desde los confines del orbe, en su presencia se postrarán las familias de los pueblos.
28. Porque el Señor es rey, él gobierna a los pueblos.
29. Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, ante él se inclinarán los que bajan al polvo; a mí me dará vida.
30. Mi descendencia le servirá y hablará del Señor,
31. a la generación venidera le anunciará su rectitud, al pueblo que ha de nacer, lo que él hizo
MEDITACIÓN
1. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor?
A veces Dios parece muy distante, muy olvidadizo, muy ausente. La oración pide escucha y respuesta, solicita un contacto, busca una relación que pueda darle consuelo y salvación. Pero si Dios no responde, el grito de ayuda se pierde en el vacío y la soledad se convierte en algo insoportable.
Relato del sufrimiento humano del Señor Jesucristo. Lo vemos colgado allí como un hombre, pero como dijo el Evangelista Juan, era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo
En esta primera parte del género «lamentación«, se expresa un punzante sufrimiento, casi insoportable en su realismo, y en el cual podemos admirar la belleza de este «hombre de dolores«: no tiene rabia ni lanza maldiciones contra sus verdugos... gime, sí... expresa su dolor en medio de una paz profunda en que mezcla acentos de esperanza. Tampoco aparece ninguna preocupación filosófica sobre el problema del mal: sufre, y ora con mayor intensidad.
¿Es actual el grito de quien está roto de cuerpo y espíritu?
2. Dios mío, de día te grito y no respondes; de noche, y no me haces caso,
En la boca de millones de hombres que están en las últimas está la misma expresión: «a pesar de mis gritos mi oración no te alcanza»
Cristo ha experimentado en su propia carne la situación de millones de hombres que han estado en las últimas. Incluso se ha sentido abandonado por su propio Padre: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
Y esta frase debe haberla repetido varias veces antes de llegar al monte de la calavera. Por ejemplo, en el momento en que Pilato «le entregó a la voluntad de ellos» (Lc 23, 25).
¿Cómo anda mi fe? ¿Sé escuchar al Señor, o estoy tapado por el ruido “ambiental”?
3. aunque tú habitas en el santuario donde te alaba Israel.
El Templo era señal de raza para los israelitas. Cierto que también era lugar de reunión y de oración, pero el aspecto económico, la obtención de bienes no cabe duda que prevalecía.
Era, y sigue siendo, lugar de separación de hombres y mujeres que no podían orar juntos
La presencia, pues, del Señor quedaba un tanto relegada por los otros asuntos
La cuestión para nosotros es si nuestros templos tienen algo en común con los templos y sinagogas de Israel. Si sólo sirven para cumplir obligatoriamente unos ritos sin que el sentimiento del Espíritu del Señor penetre en nuestros corazones llevándolo a nuestra vida ordinaria
¿Somos conscientes de que la principal función del Templo es la reunión de los que formamos el Cuerpo de Cristo? ¿Somos capaces de extender esa convicción a los que nos rodean, para, así, llegar a formar una comunidad viva atenta a todos y a las necesidades de todos? O bien, ¿vemos el Templo como lugar de ritos y oraciones que no llegan a tener real influencia en nuestra vida ordinaria?
4. En ti confiaban nuestros padres, confiaban y los ponías a salvo,
La confianza en el Señor está expresada extensamente en todos o casi todos los libros de la Biblia.
Así el libro de los Proverbios dice: “Confía en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu propio entendimiento. Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te mostrará cuál camino tomar”. (Pr 3, 5-6)
Y recientemente el Papa Francisco decía: “Muchas veces confiamos en un médico: está bien hacerlo, porque el médico está allí para curar; tenemos confianza en una persona: hermanos, hermanas, que nos pueden ayudar. Está bien tener esta confianza humana entre nosotros. Pero nos olvidamos de la confianza en el Señor: ésta es la clave del éxito en la vida. ¡La confianza en el Señor, encomendémonos al Señor!”. Es una apuesta que tenemos que hacer: confiar en Él, porque nunca decepciona. ¡Nunca, nunca! Escuchad bien, chicos y chicas, que iniciáis la vida: Jesús nunca decepciona”.
¿Podemos confiar en el Señor sin que importe lo que venga, bueno o malo? ¿Podemos confiar en Él a pesar de todo el dolor o el sufrimiento que tengamos que soportar, a pesar de la prueba que tengamos que afrontar? ¿Confiaremos en Él cuando nuestros sueños se frustren y se consuman? ¿Confiamos en el Señor plenamente, sin que importe lo que ocurra?
5. a ti gritaban y quedaban libres, en ti confiaban y no los defraudaste.
La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza. (Catecismo de la Iglesia Católica, 1731)
Hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar. La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demérito. (Catecismo de la Iglesia Católica, 1732)
Dios, al darnos libertad, quiere que nosotros, libremente, busquemos aquello que nos acerca a Él, crecer como personas, ser mejores. También, nos la dio para que, por nuestra propia y libre voluntad, le busquemos. Si amar es buscar libremente el bien de la persona que amamos, Dios quiere que amemos verdaderamente. El que ama se parece más a Dios, pues ya sabemos que “Dios es amor”, (1 Jn 4,8).
Podemos reforzar nuestra libertad reflexionando las siguientes preguntas cada vez que vayamos a tomar una decisión de cierta importancia:
¿Realmente lo que voy a hacer me ayuda a ser mejor persona? ¿Me acerca más a Dios o va en contra de lo que Dios me pide en alguno de sus Diez Mandamientos? ¿Qué diría Jesucristo de esta decisión? ¿Él, cómo la haría? ¿Ofende mi dignidad como persona o la de alguien? Con esto que voy a decidir, ¿estoy buscando el bien de los demás o lo hago por egoísmo?
6. Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; 7. al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: 8. "Acudió al Señor, que lo ponga a salvo, que lo libre si tanto lo quiere".
Y claro que el Señor lo quiere y lo acoge como su Redentor.
El profeta ya lo proclama: “Yo, Yahvé, soy tu Dios; te tomo de la mano y te digo: No temas, que yo vengo a ayudarte. No temas, raza de Jacob, más indefensa que un gusano. Yo soy tu socorro, dice Yahvé, el Santo de Israel es el que te rescata.” (Is 41, 8)
Dice Jesús: “No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le agradó daros el Reino” (Lc 12, 32) palabras de consuelo que animan al pueblo de los pobres, a aquel resto de Israel, fiel pero muy humillado por las circunstancias del exilio, a los que promete la vuelta a su tierra.
Pero, como dice el Papa Francisco: «Quien se cree fuerte, quien se cree capaz de desenvolverse solo por lo menos es ingenuo y, al final, sigue siendo un hombre derrotado por tantas, tantas debilidades que lleva en sí mismo. La debilidad que nos conduce a pedir ayuda al Señor puesto que hemos rezado: En nuestra debilidad nada podemos sin tu ayuda. No podemos dar un paso en la vida cristiana sin la ayuda del Señor, porque somos débiles. Y aquel que está de pie, esté atento a no caer porque es débil».
“También somos débiles en la fe –añadió Francisco–, puesto que «todos nosotros tenemos fe –dijo– todos nosotros queremos ir adelante en la vida cristiana pero si no somos conscientes de nuestra debilidad terminaremos todos vencidos». Por esta razón –añadió– es bella aquella oración que dice: «Señor sé que en mi debilidad nada puedo sin tu ayuda»”
Así que una conciencia humilde será siempre un seguro de posibilidades.
¿Sabemos que la humildad es una virtud derivada de la templanza por la que el hombre tiene facilidad para moderar el apetito desordenado de la propia excelencia, porque recibe luces para entender su pequeñez y su miseria, principalmente con relación a Dios?
¿Sabemos ser humildes unos con otros? (1 P 5, 6) ¿Nos damos cuenta de que sin humildad no puede darse una verdadera vida cristiana? Pero, ¿somos conscientes de que la humildad no es resignación? ¿De que la humildad no es humillación? ¿De que la humildad no es una carencia, sino una actitud?
9. Fuiste tú quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre, 10. Desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios.
El Señor es el Dios de la vida, que hace nacer y acoge al neonato, y lo cuida con afecto de padre. Y si antes se había hecho memoria de la fidelidad de Dios en la historia del pueblo, ahora el orante evoca de nuevo la propia historia personal de relación con el Señor, remontándose al momento particularmente significativo del comienzo de su vida. Y ahí, no obstante la desolación del presente, el salmista reconoce una cercanía y un amor divinos tan radical es que puede ahora exclamar, en una confesión llena de fe y generadora de esperanza: «desde el vientre materno tú eres mi Dios» (Benedicto XVI)
El vocabulario del Salmo revela un rasgo sorprendente de Dios: el de la maternidad. Si hay un lugar donde mora la hésed divina, es el vientre, las entrañas (rahamim): las entrañas maternales de Dios se conmueven hasta el punto de perdonar el gran pecado cometido (Is 49, 15; Sal 103, 13).
En el mundo bíblico, la parte más íntima en la que están ubicados los sentimientos es precisamente el vientre/regazo, y esto crea una fuerte proximidad entre la misericordia y la generación: "dar a luz la misericordia" equivale a "poner la vida en el mundo".
La muerte del salmista está cercana, pero habla de su nacimiento, como si lo reviviera. Y puede revivirlo, puesto que todo su ser estuvo en peligro en el primer momento, igual que lo está en el último.
Si toda súplica apela al recuerdo de un beneficio, el grito lanzado ante la muerte hace que retorne el momento de nacer como una salvación, en que el suplicante fue «sacado del vientre» y «confiado» a los pechos de su madre. Paso del atractivo ciego de la vida a la primera exigencia de alimento, fundada en la confianza.
Primera de todas las salvaciones, la salvación que consiste en nacer da a Dios la iniciativa. Por ser el nacimiento del hombre anterior a toda plegaria, no ha podido recibir este beneficio sino por gracia.
Y es precisamente en esa anterioridad radical donde reconoce a Dios como Dios: «Tú eres mi Dios». La misma forma para invocar a Dios (Eli) hace que termine en alabanza lo que había empezado en lamento, nuevo indicio de la convergencia que funde lo uno en lo otro.
¿Nos sentimos a gusto en los brazos del Señor? ¿Comprendemos su amor y ternura?
11. No te quedes lejos, que el peligro está cerca y nadie me socorre. 12. Me acorrala un tropel de novillos, me cercan toros de Basan, 13. Abren contra mí las fauces leones que descuartizan y rugen.
Es el momento de la inminencia. La irrupción de los animales significa que ha pasado la hora de la palabra. Se abren las fauces para atemorizar y devorar.
El lamento se convierte ahora en súplica afligida. La única cercanía que percibe el salmista y que le asusta es la de los enemigos.
Por lo tanto, es necesario que Dios se haga cercano y lo socorra, porque los enemigos circundan al orante, lo acorralan, y son como toros poderosos, como leones que abren de par en par la boca para rugir y devorar.
El Dios de la salvación, el Dios del nacimiento, está lejos. Lo que está cercano es la angustia. Nadie más hay cerca, pues «nadie me socorre».
En efecto, abandonado de Dios y del hombre, éste que «ya no es un hombre» no se halla rodeado de hombres, sino que aparece repentinamente cercado de animales que estrechan el cerco sobre él.
¿Recurrimos al Señor en nuestras angustias, en nuestros tiempos difíciles?
¿Tenemos nuestra confianza puesta en el Señor?
14. Estoy como agua derramada, tengo los huesos descoyuntados, mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas; 15. mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprietas contra el polvo de la muerte. 16. Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores.
Esta descripción tan exacta de la crucifixión es notable cuando consideramos que la crucifixión, como forma de ajusticiamiento público, era desconocida cuando este Salmo se escribió. Incluso el Imperio Romano aun no existía, y fue Roma quien instituiría la crucifixión. ¡Sin embargo en este antiguo pasaje tenemos una imagen de un hombre muriendo por crucifixión!
La frase “estoy como agua derramada” nos muestra la excesiva transpiración de un hombre muriendo a la intemperie bajo el calor del sol. Y después dijo: “tengo los descoyuntados”. Lo horrible de la crucifixión era que cuando un hombre comenzaba a perder sangre, su fuerza menguaba, y sus huesos se descoyuntaban. Esta experiencia era terriblemente dolorosa.
Su garganta seca y la lengua pegada al paladar, resulta en la frase: “tengo sed”.
¿Sentimos la terrible muerte de Jesús? ¿Respetamos y admiramos su valentía? ¿Somos capaces de ofrecerle nuestros sufrimientos? ¿Somos capaces de paliar el hambre y la sed de las personas necesitadas?
17. me taladran las manos y los pies, y puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes, 18. se reparten mi ropa, se sortean mi túnica.
Todas estas imágenes usadas en el Salmo sirven también para decir que cuando el hombre se hace brutal y agrede al hermano, algo de animalesco toma la delantera en él, parece perder toda apariencia humana; la violencia siempre tiene en sí algo de bestial y sólo la intervención salvífica de Dios puede restituir al hombre su humanidad.
Ahora, para el salmista, objeto de una agresión tan feroz, parece que ya no hay salvación, y la muerte empieza a posesionarse de él: «Estoy como agua derramada, tengo los huesos descoyuntados [...] mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar [...] se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica».
Con imágenes dramáticas, que volvemos a encontrar en los relatos de la pasión de Cristo, se describe el desmoronamiento del cuerpo del condenado, la aridez insoportable que atormenta al moribundo y que encuentra eco en la petición de Jesús «Tengo sed» (cf. Jn 19, 28), para llegar al gesto definitivo de los verdugos que, como los soldados al pie de la cruz, se repartían las vestiduras de la víctima, considerada ya muerta
¿Sabemos acompañarnos del Señor en nuestras angustias? ¿Sabemos compadecer a los que sufren?
19. Pues tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a auxiliarme; 20. líbrame a mí de la espada, mi única vida, de la saña del mastín; 21. sálvame de las fauces del león; a este pobre, de los cuernos del búfalo.
Los enemigos del hombre son comparados con animales temibles por su ferocidad, o supuestos tales por el desconocimiento directo que de ellos tienen los salmistas. El poeta, que se siente abandonado de Dios, tiene sin embargo, confianza de que escuchará su plegaria para evitar el acoso de los perseguidores.
He aquí entonces, imperiosa, de nuevo la petición de ayuda: «Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme [...] Sálvame». Este es un grito que abre los cielos, porque proclama una fe, una certeza que va más allá de toda duda, de toda oscuridad y de toda desolación.
¿Sentimos cerca al Señor? ¿Cuáles son nuestros “enemigos”? ¿Consideramos posible como cristianos tener “enemigos humanos”? ¿Vencemos a nuestros enemigos interiores? ¿Tratamos de vencerlos con la escucha de la Palabra y la oración?
22. Hablaré de ti a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré: 23. "Fieles del Señor, alábenlo; linaje de Jacob, glorifíquenlo; respétenlo, linaje de Israel; 24. porque no ha sentido desprecio ni repugnancia hacia el pobre desgraciado, no le ha escondido su rostro; cuando pidió auxilio, lo escuchó".
El lamento se transforma, deja lugar a la alabanza en la acogida de la salvación: «Tú me has dado respuesta. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré».
De esta forma, el Salmo se abre a la acción de gracias, al gran himno final que implica a todo el pueblo, los fieles del Señor, la asamblea litúrgica, las generaciones futuras.
El Señor acudió en su ayuda, salvó al pobre y le mostró su rostro de misericordia. Muerte y vida se entrecruzaron en un misterio inseparable, y la vida ha triunfado, el Dios de la salvación se mostró Señor invencible, que todos los confines de la tierra celebrarán y ante el cual se postrarán todas las familias de los pueblos.
Es la victoria de la fe, que puede transformar la muerte en don de la vida, el abismo del dolor en fuente de esperanza.
¿Sabemos alabar al Señor, o nuestra oración es siempre de petición?
¿Somos conscientes de tener cerca gente que nos necesita, y acudimos en su ayuda?
¿Cultivamos nuestra fe?
25. Tú inspiras mi alabanza en la gran asamblea, cumpliré mis votos delante de sus fieles. 26. Los desvalidos comerán hasta saciarse, y alabarán al Señor los que lo buscan: ¡no pierdan nunca el ánimo! 27. Lo recordarán y volverán al Señor desde los confines del orbe, en su presencia se postrarán las familias de los pueblos.
La alabanza a Dios es algo que ofrecemos en reconocimiento de la excelencia y la misericordia de Dios.
El Antiguo Testamento nos da pautas importantes, así el Salmo 18, 4 nos dice: “Invoco al Señor que es digno de alabanzas”, y el profeta Isaías: “… y entonces el pueblo que yo me he formado me cantará alabanzas”
La alabanza hacia Dios es expresada externamente a través de nuestras acciones diarias, de igual modo internamente en nuestros pensamientos.
Sabemos que el nombre hebreo para el libro de Salmos es sencillamente el equivalente del vocablo alabanzas. No puede pues extrañar que el libro de Salmos contenga más de la mitad de los casos de alabanza en sus varias modalidades.
De la palabra hallal proviene Aleluya, una expresión hebrea de alabanza a Dios que se ha incorporado a casi todos los idiomas del mundo. El término hebreo se traduce más exactamente como Alabemos a Jah, la forma abreviada de Yahveh (Jehová).
Sin duda, los himnos cristianos quedarían muy empobrecidos si se quitara de repente el término «Aleluya» de nuestro lenguaje de alabanza.
¿Cómo podemos alabar a Dios? ¿Qué debemos hacer para que la alabanza sea una parte integral de nuestra vida? ¿Cómo empezamos a alabar a Dios? ¿Aceptamos que la postración es una postura perfectamente documentada como signo litúrgico? ¿O bien solo aceptamos sin problemas la espiritualidad de determinadas posturas corporales en filosofías y credos orientales (budismo, yoga, hinduismo por citar algunos ejemplos)? ¿Y por qué no se quiere reconocer ese valor en los signos litúrgicos cristianos? ¿Es debido tal vez a una identificación de las posturas tales como arrodillarse o postrarse como una humillación o falta de libertad?
28. Porque el Señor es rey, él gobierna a los pueblos. 29. Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, ante él se inclinarán los que bajan al polvo; a mí me dará vida.
Pilato entonces le dijo: ¿Así que tú eres rey? Jesús respondió: Tú dices que soy rey. Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.
Jesús da la versión cristiana del reinado de Dios. El Reino de Dios está en la verdad y en la escucha de su Palabra. No es un reino al estilo de lo que vemos en los países actuales.
Pero, ¿qué es eso de un “Reino que no es de este mundo”? Reino espiritual que Jesús proclama, pero que tiene consecuencias materiales en nuestro estilo de vivir cristiano.
Es un reino tan poderoso, que es capaz de darnos la vida, cosa que sabemos que nuestros reyes no pueden realizar.
Cuando los hebreos entran en contacto con la gente que vivía en ciudades, descubren las ventajas de aquella estructura social y los mismos israelitas piden a Dios un rey.
El rey era el que cuidaba de una ciudad o de un pequeño grupo de pueblos. Tenía la responsabilidad de que hubiera orden en las relaciones sociales. Lo mismo les defendía de los enemigos, que se preocupaba de los alimentos, que impartía justicia.
A lo largo del AT, se va espiritualizando esa idea del rey, llegándose a identificar con la del Mesías.
El final de la historia será un Reino de Dios que termina venciendo el reino del mal Ese es el Reino de Dios que Jesús proclamó, ese es el Reino que no es de este mundo, pero que trajo la salvación a este mundo, a todos los que se integren en él.
¿Somos conscientes de nuestra misión de proclamar y dilatar el Reino de Dios?
¿Aceptamos la vida que nos da el Señor o nos “escabullimos” en nuestros egoísmos y ambiciones?
30. Mi descendencia le servirá y hablará del Señor, 31. a la generación venidera le anunciará su rectitud, al pueblo que ha de nacer, lo que él hizo
Las últimas palabras de este salmo son las que le dan su sentido esencial: aunque parezca paradójico, se trata de un salmo de acción de gracias. El salmista canta la acción de gracias de Israel resucitado a la vuelta del exilio.
¡Qué responsabilidad tenemos con nuestras siguientes generaciones, a las cuales les cuesta cada vez más creer y buscar a Jesús!
Quizá esa deba de ser nuestra oración principal, dando gracias al Señor por todo lo que nos da y pidiéndole que acoja a nuestros hijos y nietos, que no los deje de su mano.
¿Por qué no somos capaces de imbuir en nuestros hijos el amor a Dios? ¿Será quizás porque nosotros no lo amamos de verdad?