Salmo 025

1 A ti, Señor, levanto mi alma
La visión bíblica del hombre nunca es dicotómica (la parte espiritual contrapuesta a la física), sino unitaria. Aquí señala la vida misma del hombre, y es con todo su ser que el orante desea elevarse y alcanzar espiritualmente la esfera divina
Es, además, expresión del culmen de nuestra oración: la contemplación, difícil de alcanzar para el cristiano “de a pie”, pero a la que se puede llegar en la costumbre profunda de la oración
La situación es tan compleja que el salmista no sabe orar. No sabe qué pedir. Es consciente de sus fallos: sabe que no es digno de la misericordia de Dios y que sus errores han contribuido en parte a la situación. Lo único que se le ocurre es presentar su alma -con todas sus contradicciones- al Señor: "a ti levantaré mi alma". Es como lo que dice el rey Josafat ante una batalla imposible: "Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos" (2 Cr 20:12).
¿Somos conscientes de que el "alma" en la Escritura es el sinónimo de "vida"?

2 Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos
3 pues los que esperan en ti no quedan defraudados, mientras que el fracaso malogra a los traidores.
Setenta y dos salmos hablan de enemigos.
Los enemigos son los que no sólo se oponen a nosotros, sino que además se oponen al estilo de vida que Dios quiere ver en nosotros.
Las tentaciones son enemigas: dinero, éxito, prestigio, el sexo opuesto. Pedimos a Dios que impida que los enemigos nos venzan porque se oponen a todo lo que Dios es.
Si sus enemigos triunfaban, el pueblo temía que muchos pensaran que era en vano vivir para Dios.
No se cuestiona la propia fe, sabemos que Dios triunfaría. Pero no queremos que el triunfo de los enemigos sea un obstáculo para la fe de otros.
¿Nos olvidamos de que la confianza en el Señor es la clave del éxito en la vida? ¿Comprendemos que confiar en Dios quiere decir entrar en sus designios sin ninguna pretensión, también aceptando que su salvación y su ayuda lleguen a nosotros de modos distintos a nuestras expectativas? ¿Nos damos cuenta de que no somos nosotros los que podemos enseñar a Dios aquello que debe hacer, de lo que nosotros tenemos necesidad? ¿Somos conscientes de que Él lo sabe mejor que nosotros, y debemos confiar, porque sus vías y sus pensamientos son distintos a los nuestros?

4 Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas
Quienes confiamos en el Señor, seremos guiados por su Palabra para encontrar el camino de salvación. Dios jamás se olvidará de nosotros, pues el amor y la ternura que nos tiene son eternos. Alabemos al Señor y roguémosle que nos descubra sus caminos para que no sólo los conozcamos, sino para que los sigamos.
El Camino es el primer nombre que se le dio al cristianismo (Hch 9,2), y no se veía como una nueva religión, sino como una nueva manera de vivir iluminada por la esperanza.
La lealtad a Dios, la fe, es una sabiduría superior, un modo de vida, un camino de felicidad. Meditar sobre la imagen de la “senda”, sobre el caminar “por la senda de Dios”, nos llevará a la contemplación de la bondad del Señor, a confiar en Él, a llenar de alegría nuestro andar por el mundo, de otra forma con frecuencia penoso.
¿Cuáles son los caminos del Señor? ¿Nos sentimos iluminados por una esperanza que se nos hace presente, o por un temor que incide en nuestra libertad? ¿Nos sentimos acompañados por el Señor en nuestro caminar por la vida? ¿En nuestros problemas? ¿En nuestras alegrías?.

5 haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
Aquí aparece la base de la petición de que Dios nos guíe en momentos difíciles Si Dios te ha escogido antes de la fundación del mundo y luego te llama en el tiempo -y por eso te has convertido a Cristo- entonces él tiene que perfeccionar lo que él empezó. Él es autor y consumador de nuestra fe. Meditar el plan eterno de la redención aporta certeza al corazón: Dios guiará sin falta a los suyos.
Esto no puede llevarnos a vivir descuidados en el amor, pensando que Dios nos perdonará y salvará, pues el tiempo de gracia no es marcado por el hombre, sino por Dios que, por medio de Jesús, su Hijo, nos ha manifestado el Camino de Salvación. Quienes nos dirigimos a la posesión definitiva de Dios, a la perfección en Él, no tenemos más camino que el mismo Cristo
Ante nosotros tenemos dos caminos. A nosotros nos toca elegir: "Dichoso el hombre que confía en el Señor, éste será dichoso; en cambio los malvados serán como paja barrida por el viento. El Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo" (Sal 1).
«La fidelidad no explica por sí sola más que la exactitud con que se cumple la obligación contraída, con que se observa la ley de vida al soberano; la lealtad añade a esta idea la del afecto personal con que se cumple aquella obligación.» (José López de la Huerta)
¿Qué camino llevo en la Cuaresma? ¿Es un camino de seguimiento? Me dice Nuestro Señor: ¿Eres de los que quieren estar conmigo, de los que quieren adherirse a Mí? ¿O eres de los que se resisten?
(Hay otra traducción de este versículo, con su comentario, que encontré hace poco y que incluyo porque me parece interesante:
Salmo 25:5 Guíame en tu verdad y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti espero todo el día.
Salvación: Aquí significa ante todo inmediata liberación de la adversidad. Verdad, emet: Certeza, estabilidad, confiabilidad, lo justo. Emet deriva del verbo aman el cual significa «estar firme, permanecer y establecido». Emet encierra un sentido de confianza, firmeza y seguridad. Por lo tanto, la verdad es algo a lo cual una persona puede confiar su vida. David oró para que la verdad de Dios lo preservara. La Escritura habla de «varones de verdad» y de la «ley de verdad»; y particularmente del «Dios verdadero [o Dios de la verdad]». Curiosamente, emet se escribe con la primera, la última y la letra central del alfabeto hebreo. Por esto, los rabinos hebreos concluyeron que la verdad constituye el sostén del principio y el fin de toda la creación, así como de todo lo que ella encierra

6 Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas;
Te damos gracias, Señor, por esa ternura que muestras con nosotros, y te alabamos y bendecimos porque tu camino es bueno y es recto como Tú mismo lo eres
La palabra “misericordia” se origina en la lengua latina y es el resultado de la suma de dos términos distintos: Miser que significa “pobre”, y corda que traducimos por “corazón”. La misericordia es la capacidad de entregar algo de sí mismo a la pobreza del corazón de mi hermano. Así actúa siempre Jesús: al corazón pobre de la pecadora, Jesús le entrega el perdón; a la mirada deshecha de Pedro en las negaciones, Jesús la llena con el consuelo; el sufrimiento desesperado del buen ladrón en la cruz lo colma el Señor con la certeza del reino. La misericordia pasa siempre por el esfuerzo de arrancar algo de mí, para que sirva al crecimiento humano del otro, no es una mera compasión.
¡Qué distinta son la lástima y la misericordia! La lástima implica darse cuenta de la pobreza del otro y sentir, por qué no, remordimiento ante el dolor del hermano. Pero la lastima acaba siempre por pasar de largo ante el sufrimiento del prójimo y tolerar que el estado de opresión se mantenga de manera permanente. La misericordia, es algo muy distinto: entregar algo de sí mismo a la pobreza del corazón de mi hermano para que éste crezca en humanidad. La misericordia es una gran virtud, la lástima no pasa de ser un triste defecto.
¿Imitamos con nuestro prójimo la ternura y la misericordia del Señor?
¿Seremos capaces de descubrir la misericordia y darle prioridad en nuestra vivencia cristiana?
¿Cómo podemos vivir mañana la misericordia? "Junto al razonable y santo ayuno, nada más provechoso que la limosna, denominación que incluye una extensa gama de obras de misericordia, de modo que todos los fieles son capaces de practicarla, por diversas que sean sus posibilidades. En efecto, con relación al amor que debemos a Dios y a los hombres, siempre está en nuestras manos la buena voluntad, que ningún obstáculo puede impedir.” (Papa San León Magno) Y San Pablo nos dijo aquello de “Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para gloriarme, si no tengo amor, de nada me sirve.” (1 Co 13, 3)

7 acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.
Haz que seamos capaces de permanecer en el camino que nos enseñas y que sepamos proclamarlo como el camino de la verdad y la vida que llevan hacia Ti.
La insistencia en la oración no implica que el Señor no sepa lo que necesitamos, o que no nos escuche; Él está a nuestro lado y la oración es la expresión de nuestra fe.
Ya sé que mis pecados se meten en medio y l estropean todo. Por eso acudo a tu misericordia y bondad. No te fijes en mis maldades, sino en la confianza que siento en Ti. En esa confianza he basado toda mi vida. La confianza de que tu nunca me vas a fallar me permite hablar, obrar y vivir.
¿Le imponemos tantas cosas al Señor: enséñame, haz que camine, recuerda, acuérdate de mí? O bien
¿Es oración que confiadamente elevamos al Señor? ¿Humildemente? ¿Vivimos realmente en esa confianza en el Señor?

8 El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores;
Abrir ante Él no sólo nuestros oídos, sino nuestro corazón, nos ha de llevar a tener la misma actitud de María: escuchar la Palabra de Dios, meditarla en nuestro corazón y ponerla en práctica.
Sólo entonces la Palabra de Dios será eficaz en nosotros y no seremos discípulos inútiles u olvidadizos. Dios nos quiere llenos de su Espíritu, el cual hará que la Palabra de Dios sea fecunda en nosotros y nos transforme, día a día, para llegar a ser conforme a la imagen del Hijo de Dios
¿Nos dejamos guiar por el Señor, teniéndole presente en nuestras vidas? ¿Qué entendemos por “bueno y recto” en nuestras vidas? ¿Experimentamos algo de esa transformación que nos llegará con la Palabra del Señor?

9 hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.
Quien en verdad acepta en su interior la Salvación que Dios nos ha ofrecido en Cristo, debe manifestarse como una persona renovada en el bien. Sólo así tendrá sentido creer en Cristo.
Te rogamos, Señor, que sepamos fiar en Ti nuestros pasos, en la seguridad de que Tú nos llevarás siempre por las sendas más convenientes para nuestra vida y las de los nuestros
¿Sabemos caminar con humildad por nuestra vida? ¿Fiamos a Él la conducción de nuestra vida? ¿Tratamos de vivir en Él? ¿Qué significa esto?

10 Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
Los caminos del señor son los que nos convienen andar.
Dios demanda de nosotros que andemos sus caminos y si lo hacemos Él nos bendecirá cuando andemos en ellos.
Caminemos en rectitud e integridad, en nuestra forma de conversar, de pensar, de actuar y de compartir. Is. 26:7 El camino del justo es rectitud; tú, que eres recto, pesas el camino del justo.
Caminemos teniendo un corazón dócil a la Palabra del Señor, dócil a Su consejo a través del Esp. Santo y de sus siervos. Jer. 42:2-3 : Y dijeron al profeta Jeremías: Acepta ahora nuestro ruego delante de ti, y ruega por nosotros a Jehová tu Dios por todo este resto (pues de muchos hemos quedado unos pocos, como nos ven tus ojos), para que Jehová tu Dios nos enseñe el camino por donde vayamos, y lo que hemos de hacer.
Andemos en Santidad. Apartándonos de toda contaminación, dejando anulados los deseos de la carne, para presentarse delante de Dios como suyos, de su entera propiedad. Aborreciendo al pecado como Él lo aborrece. Is. 35, 8 Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará.
Sus caminos son Vida. En ninguno otro podemos vivir, sólo Él tiene palabras de Vida eterna. Sólo el puede hacer que el muerto en vida, viva en vida y reciba vida eterna. Sal. 16:11 Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre.
Caminemos teniendo Fe en Dios. Nuestra confianza tiene que estar depositada en Él. Si Él lo dice "¿no lo hará?". Is. 43, 19 He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad.
Caminemos en Obediencia. Sin objetar, sin cuestionar, sin queja alguna, más bien obediencia diligente, con gozo, confiando en que lo que estamos obedeciendo es para nuestro provecho pues su voluntad es agradable y perfecta para nosotros. Sal. 119, 35 Guíame por la senda de tus mandamientos, Porque en ella tengo mi voluntad. Ro. 12, 2 No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
En sus caminos encontraremos Su sabiduría. Su consejo no hay quien lo iguale, imposible quien lo supere. Queremos hacer bien las cosas y llevar nuestra vida hacia la prosperidad como prospera nuestra alma, temamos a Dios y el nos bendecirá con Su sabiduría. Pr 4, 11 Por el camino de la sabiduría te he encaminado, Y por veredas derechas te he hecho andar. Pr 1, 7 El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza.
En sus sendas habrá sanidad. Sin importar que mal este algo en nuestra vida, Él sanará esa área. He. 12, 13 y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado.
¿Hacemos nuestro camino por la vida basándonos tan sólo en nuestra propia opinión?
¿Tenemos presente al Señor en nuestras decisiones? ¿Escuchamos el mensaje del Evangelio que es claro y preciso: «Preparar el camino al que llega para darnos paz, para traer un mensaje de Amor a la humanidad»? ¿Somos conscientes de que es necesario que construyamos esos caminos en nuestro interior.?

11 Por el honor de tu nombre, Señor,
perdona mis culpas, que son muchas.
¿Caes en la cuenta, Señor, de los que te sucederá a ti si tú me fallas y yo quedo avergonzado? Con derecho o sin él pero llevo tu nombre y te represento ante la sociedad, de modo que si mi reputación baja... también bajará la tuya junto con la mía. Estamos unidos. Quieras que no, mi vergüenza te afectará a ti. Por eso te suplico con doble interés: por la gloria de tu nombre, Señor, no me falles.
Ya sé que mis pecados se meten por el medio y lo estropean todo, por eso te ruego: “No te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud; acuérdate de mi con misericordia, por tu bondad, Señor. Por el honor de tu nombre, perdona mis culpas que son muchas”.
¿Basamos nuestra vida en la confianza en el Señor? ¿Es esa mi fe y mi esperanza? ¿Sabemos que el Señor nunca nos decepcionará?

12 ¿Hay alguien que tema al Señor?
Él le enseñará el camino escogido:
13 su alma vivirá feliz,
su descendencia poseerá la tierra.
Hoy día nos bombardean con incitaciones incesantes a ir en varias direcciones. Tan solo la publicidad de la televisión coloca cientos de opciones ante nosotros, además de las instancias de los partidos políticos, las sectas, las religiones falsas y docenas de diversos grupos. Numerosas organizaciones, incluyendo las cristianas, buscan motivarnos a «apoyar la causa». Añádale a esto las docenas de decisiones que debemos tomar con respecto a nuestro trabajo, familia, dinero, sociedad y nos desesperamos por encontrar a alguien que nos muestre el camino correcto.
Tenemos, pues, que tratar de pedirle al Señor su consejo y su guía para que el camino que sigamos sea el que nos lleve a la salvación, y, con ella, a la felicidad.
¿Comprendemos que “los ojos de Yahveh están sobre quienes le temen, sobre los que esperan en su amor” (Pro 34, 18) ¿Nos sentimos seguros ante el Señor cuando leemos: “Dichosos todos los que temen a Yahveh, los que van por sus caminos...”? (Pro 128, 1.4) ¿Somos conscientes de que la felicidad es un camino de vida de seguimiento al Señor?

14 El Señor se confía con sus fieles
y les da a conocer su alianza.
La alianza hace al Señor tan íntimo con sus fieles que llega hasta el punto de no querer ocultarles nada. El mismo va a hacerse hombre y confiar a la humanidad su misterio que no es otro que la salvación del ser humano.
La promesa de Dios a Abraham fue la primera alianza, con alusión a descendencia numerosa y tierra prometida, añadiendo: “Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros”. Abraham acepta, cree y se compromete.
La promesa es la primera gran revelación de Dios en la Biblia. Se convertirá en alianza que será quebrantada por el pueblo. Jesús, el Hijo de Dios, nos mostrará la Alianza final, definitiva que hoy nos guía en su Evangelio.
¿Aceptamos nosotros también la Alianza con el Señor? ¿Somos capaces de “penetrar” ese misterio ya manifestado de la salvación? ¿Nos hacemos merecedores de la confianza del Señor? ¿Sabemos confiar en Él?

15 Tengo los ojos puestos en el Señor,
porque él saca mis pies de la red.
Ojos... siempre puestos... destaca que uno debe estar atento si quiere conocer la voluntad de Dios. Habla de estar en una actitud constante de oración. El camino de los justos es demasiado difícil de andar sin la dirección y la presencia de Dios.
¡Qué oración ésta para el resto de Israel fiel a Dios durante los tiempos de dificultades y aflicción que vendrán! También es una buena oración para nosotros cuando experimentemos días de prueba.
Se ha dicho que esta metáfora de mirar hacia Dios describe un ejercicio constante de fe expectante. En el día a día, sin embargo, esta mirada de fe se plasma en la costumbre de un tiempo devocional. Es el hábito cristiano con más potencial -más que cualquier otra cosa- para lograr cambios benéficos en la vida.
Un tiempo devocional nace del convencimiento de que Dios sigue hablando a sus hijos a través de su Palabra. Es una cita diaria con Dios, un tiempo de recogimiento para leer la Biblia, meditar lo que se ha leído, y luego orar al respecto. Es una conversación privada con el Dios del universo, un Dios que se ha hecho presente por medio de Jesucristo. Es un intercambio sin tapujos, donde el creyente se desnuda delante del Señor, deseoso de escucharle en su Palabra y presentarle todas sus necesidades reales. Los que practican el tiempo devocional lo encuentran fundamental para nutrir la relación espiritual con el Señor.
Para implantar el tiempo devocional como costumbre, hacen falta cuatro cosas: 1) la certeza de que el Señor te quiere hablar y que le puedes entender a través de su Palabra; 2) un lugar fijo donde sentarte a leer cada día; 3) una hora fija, la misma hora todos los días; 4) un método, alguna noción de cómo proceder.
Lo más importante es recordar que toda la Biblia gira en torno a la progresiva manifestación de Jesucristo, su persona y su obra. "Escudriñáis las Escrituras... y ellas hablan de mí" (Jn 5:39)decía Jesús. De modo que todas las historias del Antiguo Testamento preparan el camino para Cristo. Cada juez y cada rey de Israel encarna -en mayor o menor grado- las cualidades que se verían en el Ungido que vendría a dar salvación en la tierra. Las leyes del Antiguo Testamento aclaran las cualidades que Cristo produciría a través del nuevo nacimiento, y los rituales de Israel sirven para despertar la fe de los creyentes en aspectos concretos de la persona y la obra del Redentor. Si leemos de esta manera -desde Cristo- todas las Escrituras aportarán provecho a nuestra alma.
Cuando el salmista dice "tengo los ojos puestos en el Señor", alude a las ayudas visuales dadas a lo largo de la historia para hacer tangible el Redentor provisto por el Señor. Los antiguos contemplarían con sus ojos el sacrificio (luego regulado como el holocausto diario, cada mañana y cada tarde) y sacarían numerosas lecciones acerca de Cristo. Los que convivieron con Jesús le vieron actuar, enseñar, morir en la cruz y resucitar el primer día de la semana: "lo que hemos visto con nuestros ojos", (1 Jn 1:1).
Los que vivimos siglos después de la cruz acabamos "viendo" con los ojos de la fe, en base a los escritos de los testigos presenciales apostólicos. Así Pablo puede llamar a los gálatas "vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente como crucificado" (Ga 3:1). La mirada de fe se centra siempre en la persona de Jesucristo.
¿Percibimos la misericordia del Señor en nuestro andar por la vida? ¿Somos capaces de usar de esa misericordia con los que nos rodean? ¿Frecuentamos la Palabra del Señor? ¿Confiamos en que el Señor nos abre la mente y aplica los textos pertinentes a nuestra circunstancia particular por su Espíritu?

16 Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí
que estoy solo y afligido.
17 Ensancha mi corazón oprimido
y sácame de mis tribulaciones.
18 Mira mis trabajos y mis penas
y perdona todos mis pecados;
19 mira cuántos son mis enemigos,
que me detestan con odio cruel
¿Parecen siempre ir de mal en peor los problemas de la vida? Dios es el único que puede revertir esa espiral descendente. El puede tomar nuestros problemas y convertirlos en victorias gloriosas.
Hay un sólo requisito necesario: nosotros, al igual que el salmista, debemos clamar: «Mírame y ten misericordia de mí». Cuando estamos dispuestos a hacerlo, lo peor puede convertirse en algo maravilloso. Pero el siguiente paso es nuestro. Dios ya ha hecho su ofrecimiento.
¿Pensamos que la Iglesia debe de luchar por igual contra el pecado y contra el sufrimiento? ¿Confiamos en la fidelidad del Señor para ayuda en nuestras tribulaciones? ¿Rezamos?

20 Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
21 La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti.
Debemos de ser conscientes que el ponernos al borde de la tentación nos hace débiles. Hoy en día los modernos medios de comunicación nos “facilitan” esos peligros.
La oración, la cercanía del Señor siempre nos guardará y nos fortalecerá. La lectura diaria de la Escritura y el consiguiente diálogo con el Señor y la meditación llevarán a nuestro cerebro la presencia espiritual de nuestro Padre, en la seguridad de su salvación aquí iniciada.
Si dos fuerzas poderosas necesitamos a lo largo de la vida, estas son la inocencia y la rectitud. El salmista pide que estas fuerzas lo protejan en cada paso. La rectitud nos lleva a aprender lo que Dios requiere y esforzarnos por cumplirlo. La integridad (ser lo que decimos ser) nos impide declarar que somos rectos mientras vivimos como si no conociéramos a Dios. La rectitud dice: «Este es el camino del pastor». La inocencia dice: «Caminaré constantemente en él».
¿Comprendemos que mantener la inocencia y la rectitud es también un acto de amor a Dios, nuestro Padre? ¿Recordamos las palabras del Evangelio de San Juan: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios»?

22 Salva, oh Dios, a Israel
de todos sus peligros.
Nuestros problemas son también los problemas de nuestro entorno; de ahí que debamos rogar asimismo por nuestros hermanos. Salvar, aquí significa fundamentalmente liberar al pueblo de Dios de las aflicciones materiales, pero versículos como éste pueden tener una aplicación espiritual desde la perspectiva del NT.
Lo que este Salmo nos está diciendo aquí es que los problemas que tenemos, a veces las dificultades, vienen pero no se quedan para siempre con nosotros, son transitorias. Eso es lo que leemos aquí: "Redime, oh Dios, a Israel de todas sus angustias".
Podemos comprender que la interpretación primordial es para la nación de Israel, pero con toda seguridad podemos como cristianos hacer nuestra esa oración.
¿Somos conscientes de que el amor más grande es esto: amar a Dios con toda la vida, con todo el corazón, con toda la fuerza, y al prójimo como a ti mismo’. Porque es el único mandamiento que está a la altura de la gratuidad de la salvación de Dios? ¿Confiamos en la misericordia del Señor?