Introducción
¿Qué hacer cuando enfrentamos problemas, y nos sentimos amenazados por las circunstancias de la vida? Este salmo nos da la respuesta, porque fue escrito cuando el salmista se sentía amenazado. El Espíritu Santo le guió a redactar este salmo para ayudarnos a nosotros, cuando enfrentamos situaciones parecidas.
El salmo se divide en dos partes: ‘Un Clamor de Angustia’ (v.1-5) y ‘Un Grito de Confianza’ (v.6-8), con una oración de petición para terminar
1 A ti, Señor, te invoco.
Roca mía, no te hagas el sordo;
que si enmudeces
seré como los que bajan al sepulcro.
¿De qué nos servirá que Dios sea Roca, que tenga ante sí «la obra de las manos divina», si Dios no escucha y enmudece? ¡De nada! Será como quienes bajan al sepulcro.
El Salmista teme, si Yahvé se le hace el sordo, ser igualado a los que bajan a la fosa; es decir, teme morir. Está en peligro de muerte; si Dios no le oye y responde a su oración, pronto estará con los que han bajado al sepulcro.
Pero la fidelidad del Señor nos acompaña siempre, y así tenemos la seguridad que siempre escuchará nuestras súplicas, si nuestra oración es sincera y nuestro comportamiento coherente con la fe que parecemos demostrar.
La cercanía al Señor es fundamental para nuestra felicidad; nos hará remontar angustias y disgustos, nos dará la alegría de la vida y nos permitirá dar ese testimonio tan necesario para que el mundo progrese en esa felicidad.
¿Sabemos ver las señales del Señor en nuestra vida? ¿En situaciones de enfermedad grave o angustia, recurrimos al Señor? ¿Lo consideramos una ayuda “válida”, “fundamental”, “valiosa”?
2 Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio,
cuando levanto las manos hacia tu templo sagrado.
En la antigüedad, levantar y extender las manos como para implorar protección era la actitud ordinaria del orante. Era también un gesto natural volverse hacia la divinidad invocada, hacia su imagen o hacia su santuario. Aquí el Salmista se vuelve hacia el templo sagrado esta acepción de Jerusalén traducido como Santuario, que era la sala posterior al templo, "Santo de los Santos", donde el arca estaba colocada. Aun estando lejos de Jerusalén los judíos solían volverse, para orar, hacia la ciudad y el templo.
En tiempos de angustia hay una cosa de la cual tenemos que estar seguros: que tenemos un cielo abierto, y que Dios oye nuestro clamor.
¿Somos conscientes de que al levantar las manos rendimos tributo a Dios? ¿Podemos interpretarlo como lo que hace el niño para que la madre o el padre lo coja en sus brazos? ¿Comprendemos qu las manos levantadas ante la presencia de Dios, denota una actitud de victoria, de fuerza triunfadora, de confianza en que todo va estar bien, de fe de que nada es imposible?
3 No me arrastres con los malvados,
ni con los malhechores:
saludan con la paz al prójimo
y con malicia en el corazón.
Los sentimientos personales del Salmista están acordes con la moral antigua que se halla todavía muy lejos de la evangélica. Comprendiendo que la ley del talión, exigencia de la justicia estricta, inspira la conducta de Yahvé con los pecadores.
Hoy vivimos en el mundo de los aprovechados, los que “no se les caen ni las migajas”. Los que alaban lo bueno, pero hacen lo malo. Los que apoyan la caridad, el altruismo y la filantropía pero deben por supuesto publicarlo en todas las redes sociales.
Cinismo es el cometer actos vergonzosos con descaro, sin ocultarse y sin sentir vergüenza. Aquellos quienes dicen sí y saben de antemano que la verdad es no. Aquellos que justifican su forma de vivir por: “el fin justifica los medios” y luego dicen que “los medios, son un fin en si mismos”
Más impactante aun es que aquellos que conocemos a Cristo, hemos caído en el juego del “relativismo moral” Con tal de estar en “paz con todos” y de no “promulgar odio” hemos decidido voltear la cara, decir a diestra y siniestra que todo eso es malo; pero actuar como que nada pasa.
La Biblia dice en Mateo 5:37 “Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.” En contexto, nuestro Señor Jesús nos está cambiando nuestro paradigma. La forma de ver la vida de este versículo en adelante es totalmente distinta a lo que pensamos.
¿Nos movemos en un mundo como el descrito por Isaías: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Is 5,20)?
¿Practicamos algo de cinismo en nuestro caminar “cristiano”?
4 Dales lo que merecen sus obras
y la maldad de sus actos,
dales según la obra de sus manos,
devuélveles lo que se merecen.
5 Como no entienden las proezas de Dios,
ni la acción de sus manos,
¡que él los derribe y no los reconstruya!
Uno se pregunta, ‘¿y qué del amor al prójimo?’ ‘¿No nos enseñó el Señor a amar a nuestros enemigos?’ Una forma de responder a esta pregunta es notando que las personas a quienes se describe en este salmo, no eran tanto enemigos personales, sino eran enemigos de Dios.
Debemos perdonar a los que nos ofenden pero, cuando la ofensa es contra Dios, entonces nuestra actitud debiera ser más como la del salmista en este verso.
Es Dios quien determina el lugar donde habitaremos en el final, para toda la eternidad. Necesitamos obtener misericordia para que nuestro destino no sea junto con el de los malos.
Los malos tienen “dos caras”. Su trato personal parece amigable, pero por dentro están llenos de odio y celos contra nosotros. Por ello, a nuestras espaldas, hablan mal de nosotros con los demás.
¿Miramos nuestro corazón y nuestra mente para asegurarnos de que están limpios de maldad? ¿Somos capaces de “sacrificar” nuestros egoísmos en beneficio de los oprimidos? ¿Hacemos examen de conciencia de vez en cuando para asegurar que nuestro andar cristiano es acorde con Jesús? ¿Sabemos expulsar de nuestro corazón los deseos de resarcimiento, desquite o ajuste de cuentas?
6 ¡Bendito sea el Señor
que escuchó mi voz suplicante!
7 El Señor es mi fuerza y mi escudo:
en él confía mi corazón.
Me socorrió y mi corazón se alegra;
le doy gracias con mi cántico.
8 El Señor es mi baluarte y refugio,
el salvador de su Ungido.
Estamos muy felices cuando el Señor es nuestra fortaleza, porque en cada situación experimentamos Su poder para salvarnos.
Una de las más preciosas promesas que se ofrecen a los hijos de Dios es que, si se lo permitimos, el Señor puede ser nuestra fortaleza.
Is 40,28-31 muestra que podemos cambiar nuestra fortaleza por la de Él. Es muy fácil tener victoria y demostrar gracia en toda situación cuando somos fuertes, pues es así como desaparece el temor y nuestra confianza es grande, y sentimos que en Él podemos dominar cualquier circunstancia.
El hombre de hoy se ve sometido al silencio, a ya no hablar de sus creencias, a olvidar a Dios. Esta situación se está convirtiendo en un drama personal para muchas personas.
Pero no hay que olvidarse que como Cristo puso su confianza en Dios y Él no le defraudó, así a nosotros Dios no nos abandona, Dios nos va rescatando, Él es, como dice el salmista, nuestro refugio y escudo.
Debemos llegar a un punto tal que tengamos la seguridad que el Señor nos ha escuchado y responderá nuestras oraciones. Muchos oran, pero no lo hacen con persistencia hasta obtener la respuesta (ver Lc 11, 5-10).
¿Vivimos la cristiana alegría de la fe en la salvación? ¿Confiamos en el Señor, o “andamos” quejándonos de nuestras angustias? ¿Buscamos refugio en la oración en aquellos momentos en los que la vida nos “aprieta?
9 Salva a tu pueblo,
bendice a tu heredad,
guíalos y sostenlos siempre.
Cierra este salmo con una oración para que Dios salve a Su pueblo y le permita triunfar sobre sus circunstancias. Se trata de una posición muy real que cada uno de nosotros puede, y debiera, experimentar en el Espíritu. Por lo tanto, andemos en la victoria que Su fortaleza nos da.
Finalmente, y como el salmista, acudamos a Dios con acción de gracias y súplicas, no sólo para nosotros, sino para todos los hombres. Pues no podemos sentirnos deudores de la gracia de Dios y olvidar, al mismo tiempo, a todos nuestros hermanos. Abramos pues nuestro horizonte a favor de los demás
¿Oramos con la profundidad de la corta pero profunda oración de este último versículo? ¿Comprendemos que la oración es comunicación, diálogo, comunión, alianza con el Señor? ¿Nos damos cuenta de que para el cristiano la oración es “el mismo misterio de la fe”? ¿Somos conscientes de que la oración es una parte muy importante de la vida religiosa, pero que también debe de serlo de la vida cotidiana en lugares no tradicionales fuera de la iglesia, la comunidad o la familia?