1 Aclamen, justos, al Señor,
que la alabanza es propia de hombres rectos.
2 Den gracias al Señor con la cítara,
toquen para él el arpa de diez cuerdas.
3 Cántenle un canto nuevo,
toquen bellamente con júbilo.
4 Que la palabra del Señor es recta
y su actuación es fiable.
5 Ama la justicia y el derecho
y su amor llena la tierra.
6 Por la palabra del Señor se hizo el cielo,
por el aliento de su boca las constelaciones.
7 Encierra en un odre las aguas marinas
y mete en depósitos los océanos.
8 Honre al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe.
9 Porque él lo dijo, y existió,
él lo mandó, y surgió.
10 El Señor anula el proyecto de las naciones
y frustra los planes de los pueblos;
11 el proyecto del Señor se cumple siempre,
sus planes generación tras generación.
12 ¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que se eligió como heredad!
13 Desde el cielo se fija el Señor
mirando a todos los hombres.
14 Desde su trono observa
a todos los habitantes de la tierra:
15 él, que modeló cada corazón
y conoce todas sus acciones.
16 No vence un rey por su gran ejército,
no escapa un soldado por su mucha fuerza;
17 de nada sirve la caballería para la victoria,
ni por su gran ejército se salva.
18 Mira el ojo del Señor sobre sus fieles,
que esperan en su amor,
19 para librar su vida de la muerte
y mantenerlos en tiempo de hambre.
20 Nosotros aguardamos al Señor
que es nuestro auxilio y escudo;
21 lo festeja nuestro corazón
y en su santo Nombre confiamos.
22 Que tu amor nos acompañe,
Señor, como lo esperamos de ti.
**************************************************
1 Aclamen, justos, al Señor,
que la alabanza es propia de hombres rectos.
2 Den gracias al Señor con la cítara,
toquen para él el arpa de diez cuerdas.
3 Cántenle un canto nuevo,
toquen bellamente con júbilo.
La justicia que podamos exhibir nos viene del Señor, así que Él merece toda nuestra alabanza, esa oración que tanto nos cuesta proclamar
La acción de gracias va junto con la alabanza; todo lo que tenemos de Él nos viene por lo que es justo ser agradecidos.
El canto nuevo es nuestra iniciativa para intentar llevar Su esperanza a todo el mundo que nos rodea
Y es que nuestra vida esta llena de alegrías. Un feliz encuentro con alguien que queremos, un regreso a casa después de tiempo, un título adquirido con mucho esfuerzo, la curación de una enfermedad, el nacimiento de un nuevo miembro de la familia, etc.
La lista de los gozos que vivimos son muchos. La vida es muy bella, siempre nos sorprende. Por eso debemos aprender a buscar a Dios también en estos momentos en los que nuestro corazón se llena de la alegría de vivir.
A veces nos dirigimos al Señor por situaciones complejas, dificultades, problemas, dolores y sufrimientos. Pero no nos damos cuenta que en todo lo que vivimos esta la huella de Dios.
Especialmente se encuentra la marca de Dios es las grandezas de la vida. De hecho, nuestra vida apunta a vivir en plenitud estos momentos de gozo en la eternidad.
La persona que sabe reconocer en Dios todo el bien de su vida agradece de manera sencilla y espontánea. No requiere de muchas palabras ni de tiempos reservados para ello.
En el momento de la alegría, podemos decir con sinceridad de corazón: “Gracias, Señor”, “Todo el mérito es tuyo”, “Te lo debo a ti”, “Te lo regalo”. Estas frases hacen que el corazón no se apodere de lo que no le pertenecer. Como nos dice el apocalipsis: “Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque Tú has creado el universo; por tu voluntad, existe y fue creado” (cf. Ap 4, 11).
¿Cómo orar en estas circunstancias de tanta plenitud? ¿Cómo elevar una oración a Dios para darle gracias? ¿Para poder alabar sabemos que es importante pedirle asistencia al Espíritu Santo? ¿Nos damos cuenta de que La alabanza no es solo un tipo de oración, sino un modo de vivir?

4 Que la palabra del Señor es recta
y su actuación es fiable.
5 Ama la justicia y el derecho
y su amor llena la tierra.
6 Por la palabra del Señor se hizo el cielo,
por el aliento de su boca las constelaciones.
7 Encierra en un odre las aguas marinas
y mete en depósitos los océanos.
La Palabra del Señor es salvación, es decir, felicidad de la persona humana en Dios que sobrepasa todo deseo.
La Palabra de Dios, la roca sobre la que construir la vida
El lunes 5 de octubre, al día siguiente de la apertura de la asamblea sinodal dedicada a la Palabra de Dios, y al hilo del salmo 118, el Papa Benedicto XVI trazó una hermosísima meditación sobre la Palabra de Dios. De ella subrayó su solidez, su estabilidad, su fuerza creadora y regeneradora, su actualidad, su perennidad y su capacidad transformadora.
La Palabra de Dios es el lugar del encuentro entre Dios y el hombre. “Esto quiere decir que toda la creación está pensada para crear el lugar del encuentro entre Dios y su criatura, un lugar donde el amor de la criatura responda al amor al amor divino, un lugar donde se desarrolle la historia de amor entre Dios y su criatura”. “La historia de la salvación no es un pequeño acontecimiento, en un pobre planeta, en la inmensidad del universo. No es una cosa mínima, que sucede por casualidad en un planeta perdido. Es el móvil de todo, el motivo de la creación: el encuentro de amor entre Dios y el hombre”.
¿Somos conscientes de que la Palabra de Dios es la Palabra de la Vida para siempre y para todos? ¿La Palabra nos da vida, confíanza en el Señor? ¿Qué es Palabra eterna? ¿Qué en ella podemos poner nuestra esperanza?

8 Honre al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe.
9 Porque él lo dijo, y existió,
él lo mandó, y surgió.
Se celebra la palabra creadora de Dios. La arquitectura admirable del universo, semejante a un templo cósmico, no surgió y ni se desarrolló a consecuencia de una lucha entre dioses, como sugerían ciertas cosmogonías del antiguo Oriente Próximo, sino sólo gracias a la eficacia de la palabra divina. Precisamente como enseña la primera página del Génesis: "Dijo Dios... Y así fue" (cf. Gn 1). En efecto, el salmista repite: "Porque él lo dijo, y existió; él lo mandó, y surgió".
Nuestra mirada hacia el Señor debe ser siempre reverente pero llena de confianza, henchida de alabanza y profunda en la acción de gracias.
Conseguiremos así honrar a nuestro Creador, que nos ha puesto en la tierra y nos ha entregado su Espíritu para que seamos capaces de amar todo lo que nos rodea y a todos los seres humanos.
Y siempre sumidos en la esperanza de la gratuidad de los dones del Señor.
¿Damos gracias al Señor por esta Tierra que ha creado para nosotros?
¿Nuestro “miedo” es más bien respeto al Padre que nos ama?

10 El Señor anula el proyecto de las naciones
y frustra los planes de los pueblos;
11 el proyecto del Señor se cumple siempre,
sus planes generación tras generación.
Vemos que los signos de nuestro tiempo son ambiguos y confusos, que estamos en una época llena de promesas pero cargada de inimaginables peligros.
Somos como un gran barco que ha largado amarras, que va a la deriva con peligro de naufragar. Los deseos de justicia, el hambre de una nueva espiritualidad son patentes.
Pero, ¿quién lleva el timón? ¿El mercado? ¿El “imperio”? ¿La pura casualidad? ¿O Dios?
Estas palabras me tranquilizan, Señor, como han de tranquilizar a todos los que se preocupan por el futuro de la humanidad. Leo los periódicos, oigo la radio, veo la televisión, y me entero de las noticias que día a día pesan sobre el mundo. «Los planes de las naciones». Todo es violencia, ambición y guerra. Naciones que quieren conquistar a naciones; hombres que traman matar a hombres. Cada nueva arma en la carrera de armamentos es testigo triste e instrumento potencial de los negros pensamientos que tienen hombres en todo el mundo, de «los planes de las naciones» para destruirse, unas a otras. Desconfianza, amenazas, chantaje, espionaje... La pesadilla internacional de la lucha por el poder en el mundo, que amenaza a la existencia misma de la humanidad.
Es así que ponemos nuestra esperanza cristiana en el Señor, en su acción ante los proyectos malvados, egoístas de algunas naciones, o de diversos dirigentes de naciones que no gobiernan en beneficio de sus habitantes sino mirando su “bolsillo” particular.
¿Colaboramos con el Señor para tratar de proclamar la Buena Nueva que traiga la paz a las naciones? ¿Tenemos confianza en el camino del Señor? ¿Oramos para que el Señor nos dé fuerza para llevar su misericordia a todos los qu nos rodean?

12 ¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que se eligió como heredad!
13 Desde el cielo se fija el Señor
mirando a todos los hombres.
14 Desde su trono observa
a todos los habitantes de la tierra:
15 él, que modeló cada corazón
y conoce todas sus acciones.
Feliz será el pueblo que, acogiendo la revelación divina, siga sus indicaciones de vida, avanzando por sus senderos en el camino de la historia
Del pueblo elegido por Dios forman parte los que son capaces de contemplar las acciones divinas, se adhieren a él con confianza, le temen y esperan en su bondad, que es liberación del mal y de la muerte.
¿Vemos como el salmo pone como tema fundamental la acción creadora y providente de la Palabra a través de la mirada de Dios? ¿Somos conscientes de su atención y cuidado? ¿Le correspondemos?

16 No vence un rey por su gran ejército,
no escapa un soldado por su mucha fuerza;
17 de nada sirve la caballería para la victoria,
ni por su gran ejército se salva.
Los proyectos del rey de Israel pueden fracasar también si éste no respeta el designio de Dios, que consiste en confiar en él en toda circunstancia de la vida, sea triste o alegre, y esperar siempre su misericordia en vez de confiar en las fuerzas y en los recursos humanos.
Motivo de alabanza es la confianza ilimitada en el poder conquistador de Dios, porque su «plan subsiste por siempre y los proyectos de su corazón de edad en edad». Tenemos la certeza de que nuestro servicio a la causa del progresivo reinado de Dios tiene futuro y no es una ilusoria utopía.
La certeza no nace de nuestro prestigio social, de nuestras cualidades humanas, de nuestro número o de nuestras técnicas: «No vence el rey por su gran ejército, no escapa el soldado por su mucha fuerza... ni por su gran ejército se salva».
La certeza brota de la seguridad de que Dios ha puesto sus ojos en nuestra pobre humanidad, reanimándonos en nuestra escasez, alegrándonos en nuestras penas, auxiliándonos en las situaciones desesperadas: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor.»
¿Fiamos todo o mucho en nuestras propias fuerzas o confiamos y recurrimos al Señor?

18 Mira el ojo del Señor sobre sus fieles,
que esperan en su amor,
19 para librar su vida de la muerte
y mantenerlos en tiempo de hambre.
Nuestra oración se transforma en una llamada a la fe en un Dios que no es indiferente a la arrogancia de los poderosos y se compadece de la debilidad de la humanidad, elevándola y sosteniéndola si tiene confianza, si se fía de él, y si eleva a él su súplica y su alabanza.
Aquel que ha puesto su confianza en el Señor será protegido por Él de todo mal, e incluso será librado de la muerte, pues no es la muerte, sino la vida la que tiene la última palabra. Dios vela por los suyos; pero Él no quiere que nosotros nos quedemos solamente recibiendo sus dones, sino que habiendo Él llenado nuestras manos, quiere que nos convirtamos en un signo de su amor para quienes viven más desprotegidos que nosotros. Por eso no podemos considerarnos los únicos poseedores de los dones de Dios; no podemos vivir acaparándolo todo de un modo egoísta.
El Señor nos quiere administradores de sus bienes en favor de los demás, especialmente en favor de los que nada tienen.
¿Sabríamos nosotros dar razón de nuestra esperanza?
¿Sabríamos dar razón de nuestra fe?
¿Creemos que los ojos del Señor están, sobre todo, atentos a nuestro sufrimiento?
¿Se deja ver, asoma en nosotros el optimismo, la alegría de ser cristianos?
¿Podríamos afirmar con el Papa Francisco que “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”? (Evangelii Gaudium, 1)
¿Creemos en un Resucitado que ha vencido el mal y la muerte?
¿Tenemos el valor de "salir" para llevar esta alegría y esta luz a todos los lugares de nuestra vida?

20 Nosotros aguardamos al Señor
que es nuestro auxilio y escudo;
21 lo festeja nuestro corazón
y en su santo Nombre confiamos.
Dejarse amar por Dios, abrirle nuestro corazón es aceptar que Él nos salve del pecado y de la muerte y nos conduzca hacia la posesión de los bienes eternos.
Dios no nos engaña; Dios se ha revelado como nuestro Dios y Padre; Dios, en Cristo, se ha convertido para nosotros en el único camino de salvación para el hombre. Pongamos en Él nuestra esperanza, pues Él no defrauda a los que en Él confían.
¿Lo aceptamos en nuestra vida? ¿Nos amparamos en el Señor, pero al mismo tiempo tratamos de superar nuestras desesperanzas?¿Somos capaces de llevar esa esperanza cristiana llena de ayuda a los que nos rodean?¿Tratamos de evitar, enfundándonos en la oración y el grupo, los altibajos de nuestro espíritu?¿Tenemos la certeza interior, la convicción de que Dios actúa siempre, aún en los aparentes fracasos o decepciones familiares?

22 Que tu amor nos acompañe,
Señor, como lo esperamos de ti.
La gracia divina y la esperanza humana se encuentran y se abrazan. Más aún, la fidelidad amorosa de Dios (según el valor del vocablo hebraico original usado aquí, hésed), como un manto, nos envuelve, calienta y protege, ofreciéndonos serenidad y proporcionando un fundamento seguro a nuestra fe y a nuestra esperanza.
Dios es rico en misericordia para con todas sus creaturas. Creer en Dios y confiar en Él es el inicio del camino hacia nuestra plena santificación. Dios nos concede más de lo merecemos y deseamos, pues nuestras buenas obras no bastan, por muy importantes que sean, para lograr los bienes que Dios ha prometido a los que Él ama.
¿De qué forma espero en o la misericordia de Dios? ¿Sé realmente cómo es su misericordia? ¿Qué será lo que Dios quiere decirnos hoy con esta palabra? ¿Qué necesita de nosotros hoy: cómo, de qué forma, para qué, por qué, con quién o quiénes?