Salmo 041
Introducción.- Acción de gracias por la liberación de una enfermedad mortal, que incluye la historia de la enfermedad y de la curación. Si miramos a los primeros versos, reconocemos la bienaventuranza de la misericordia. El que se aprovecha de la desgracia ajena queda derrotado; al que sostiene y cuida del pobre, Dios lo guarda y lo conserva. [L. Alonso Schökel]
2 Dichoso el que cuida del pobre y desvalido;
en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor.
3 El Señor lo guarda y lo conserva en vida,
para que sea dichoso en la tierra,
y no lo entrega a la saña de sus enemigos.
4 El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor,
calmará los dolores de su enfermedad.
El salmo 40 comienza con una bienaventuranza, que tiene como destinatario al amigo verdadero, al que «cuida del pobre y desvalido»: será recompensado por el Señor en el día de su sufrimiento, cuando esté postrado «en el lecho del dolor».
El Señor se preocupa especialmente de los desvalidos, como el huérfano, el extranjero y la viuda; quiere que los que le sean fieles muestren su espíritu de comprensión hacia los que han sido lanzados por la resaca de la vida.
Para todo mortal hay días sombríos de dolor y tristeza, y, en esos momentos de abatimiento y abandono, el que haya sido compasivo con los demás sentirá la mano protectora del Señor, que le confortará y reanimará cuando se halle postrado en el lecho del dolor. Volverá a disfrutar de las nobles alegrías de la vida en la tierra, sin temor a caer en manos de los que animosamente le hostigan.
Debemos estar confiados en la justicia divina, y proclamar que el Señor premiará al misericordioso y compasivo con su protección, que no le ha de faltar en los momentos más difíciles de su vida.
¿Recordamos lo que nos dice la carta de Santiago: “La fe sin obras no tiene sentido? ¿Somos conscientes de las necesidades que tenemos alrededor? ¿Las atendemos?
5 Yo dije: "Señor, ten misericordia,
sáname, porque he pecado contra ti".
Inicia su discurso pidiendo perdón a Dios, de acuerdo con la tradicional concepción del Antiguo Testamento, según la cual a todo dolor correspondía una culpa. Para el antiguo judío la enfermedad era una llamada a la conciencia para impulsar a la conversión.
La Escritura nos presenta, con frecuencia, a un Dios “clemente y compasivo, paciente y misericordioso”
Lucas pone en nombre de Jesús las palabras “sed misericordiosos, como es misericordioso vuestro Padre”.
Que Dios Padre es misericordioso era ya algo conocido por el pueblo judío; ¿podremos serlo nosotros como Él?
6 Mis enemigos me desean lo peor:
"A ver si se muere, y se acaba su apellido".
7 El que viene a verme habla con fingimiento,
disimula su mala intención,
y, cuando sale afuera, la dice.
8 Mis adversarios se reúnen a murmurar contra mí,
hacen cálculos siniestros:
9 "Padece un mal sin remedio,
se acostó para no levantarse".
En este momento entran en escena los malvados, los que han venido a visitar al enfermo, no para consolarlo, sino para atacarlo.
Sus palabras son duras y hieren el corazón del orante, que experimenta una maldad despiadada. Esa misma situación la experimentarán muchos pobres humillados, condenados a estar solos y a sentirse una carga pesada incluso para sus familiares.
Y si de vez en cuando escuchan palabras de consuelo, perciben inmediatamente en ellas un tono de falsedad e hipocresía.
A la enfermedad se junta una tragedia moral, pues sus enemigos se alegran de su mal y conspiran maliciosamente contra él. Por el hecho de estar enfermo, ellos suponen que está abandonado de su Dios, en el que tanto confiaba; y, por supuesto, se le considera culpable.
Se sienten impacientes porque se retarda el fatal desenlace, deseando que se extinga su nombre o posteridad. Incluso se toman la libertad de ir a visitarle, como era usual en la sociedad israelita. En realidad, lo que quieren es comprobar con sus ojos que la vida del enfermo se extingue, y aunque al enfermo hablan mentirosamente, fingiendo interesarse por su salud, por dentro rezuman maldad, pues se alegran de la grave situación del salmista.
¿Mantenemos nuestro talante cristiano con los que sabemos que no nos aprecian? ¿Incluso cuando conocemos que nos difaman?
10 Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba,
que compartía mi pan, es el primero en traicionarme.
La amistad es uno de los regalos más bonitos que podemos dar y recibir. Dios nos creó para relacionarnos, no para estar solos y apartados de los demás, algo que es evidente desde Génesis. Durante la creación Dios declaró todo lo que hizo como bueno y se mostró satisfecho con el resultado. Pero cuando creó al hombre se dio cuenta de que hacía falta algo más.
Un amigo es alguien especial con acceso a áreas de nuestra vida a las que no dejamos entrar a todo el mundo. Sus actitudes nos influyen y a veces terminamos adoptando rasgos de conducta que vemos en ellos. Por eso necesitamos ser sabios al escoger con quién salir y a quién dejar entrar en nuestro mundo. Debemos orar y pedir a Dios que dirija nuestros pasos, que nos guíe hacia gente que comparta nuestro amor por él y nuestro deseo de agradarle.
Debemos ser fieles y leales a nuestros amigos, no permitir que otras personas nos vengan con comentarios malintencionados y chismes sobre ellos. Si alguien nos comenta algo debemos ir directamente a nuestro amigo y preguntarle si es o no es cierto lo que nos han comentado. Debemos abogar siempre a favor de nuestro amigo y nunca debemos contar a otros sus confidencias ni alimentar chismes sobre ellos. Es muy triste ser traicionado por alguien a quien amamos y consideramos nuestro amigo.
Las personas que aparecen cuando cobramos y luego desaparecen según se acaban el mes y los recursos no son amigos sino interesados. Un amigo de verdad no se fija en nuestra cuenta bancaria ni en nuestra posición social. Nos valora por nuestras cualidades y por lo que somos, no por lo que tenemos o dejamos de tener.
El salmista experimenta la indiferencia y la dureza incluso de sus amigos, que se transforman en personajes hostiles y odiosos.
Es profunda la amargura cuando quien nos hiere es «el amigo» en quien confiábamos, llamado literalmente en hebreo «el hombre de la paz». El pensamiento va espontáneamente a los amigos de Job que, de compañeros de vida, se transforman en presencias indiferentes y hostiles (cf. Jb 19,1-6).
En nuestro orante resuena la voz de una multitud de personas olvidadas y humilladas en su enfermedad y debilidad, incluso por parte de quienes deberían sostenerlas
¿Somos leales con nuestros amigos? ¿Los criticamos a sus espaldas? ¿Los atendemos en sus vicisitudes? ¿Nos mantenemos en contacto con ellos?
11 Pero tú, Señor, apiádate de mí,
haz que pueda levantarme,
para que yo les dé su merecido.
12 En esto conozco que me amas:
en que mi enemigo no triunfa de mí.
13 A mí, en cambio, me conservas la salud,
me mantienes siempre en tu presencia.
Siempre confiado en el poder y favor de Yahvé, implora su auxilio para que se manifieste en su favor y le salve de tan crítica situación, pues ansía, además de recuperar su salud, dar el chasco a sus enemigos, que esperan su muerte. La desaparición prematura del salmista hubiera dado la razón a sus adversarios, que le consideran abandonado de Yahvé.
Su curación será la prueba clara de que están equivocados y de que aún disfruta de la amistad divina. Se trata de una rehabilitación moral más que de una acción vindicativa física contra los que hostilmente se acercan a él y se complacen en su enfermedad. Si se salva del peligro de muerte, sus enemigos recibirán una gran humillación moral.
Al contrario, si es arrebatado por la muerte prematura, ellos considerarán esto como una victoria sobre él y una confirmación concreta de que Yahvé no protege a los que presumen de fidelidad a Él.
Siempre encontramos en los salmos reflejada la pugna entre los justos y los malvados en la sociedad. El salmista, al no esperar un premio a su virtud y fidelidad en la otra vida, declara que la prueba concreta de que su Dios se complace en él es la liberación de la muerte, con lo que no prevalecerán sobre él sus enemigos, que esperan la extinción de su vida y posteridad.
A pesar de su crítica situación actual, redobla su confianza en Yahvé, que le ha de sacar incólume del peligro mortal, permaneciendo él y su posteridad en presencia de Él.
Es la esperanza de ser rehabilitado en su salud y la seguridad de continuar él y su descendencia -por siempre- bajo la protección bienhechora de su Dios. La recuperación de su salud será la prueba tangible de que ha recuperado también plenamente la amistad divina, quebrantada por sus pecados, que han sido causa de sus infortunios físicos
¿Confiamos verdaderamente en el Señor? ¿Nos sentimos con frecuencia en presencia del Señor? ¿con el Señor a nuestro lado? ¿Lo transmitimos a los que nos rodean?
14 Bendito el Señor, Dios de Israel,
ahora y por siempre. Amén, amén.
Finalmente, la estrofa final se cierra con una doxología. Es una doxología litúrgica que cierra el primer libro o colección del Salterio, la parte atribuida por la tradición al Profeta Rey. Los dirigentes de las asambleas litúrgicas responderían a los deseos de salvación del salmista asociándolo a los destinos del propio pueblo Israel, vinculado en sus destinos históricos, pasados y futuros, a Yahvé como propio Dios nacional.
Y el pueblo responde aprobando los deseos del dirigente del coro: Amén, Amén, expresión hebrea que los LXX y la Vulgata traducen por «fiat, fiat», pero propiamente indican el asentimiento a lo antes declarado.
Parece que es el final de todo el primer libro de los Salmos. Aquí Yahveh es honrado como el Dios de pacto de Israel. Era apto para el salmista terminar el cántico con sus ojos puestos en el Señor, y no sobre él o sus enemigos.
¿Bendecimos alguna vez al Señor, reconociendo todos los bienes que nos da?