Salmo 051

INTRODUCCIÓN
Los salmos 50 y 51 forman una unidad: son las dos partes de un pleito judicial entre Dios y su pueblo. El salmo 50, anterior, presenta la acusación de Dios. Yavé no acusa por deficiencias en el culto, sino por las infidelidades a la alianza, por las injusticias, por el daño al prójimo.
Como continuación a ese pleito judicial, habla el acusado (Sal 51). Se declara culpable, apela a la misericordia y al perdón de Dios y suplica ser recreado para que pueda rendir el culto verdadero que Yahvé reclama.

Súplica de perdón
3 Ten piedad de mí, oh Dios, por tu amor,
por tu inmensa ternura, borra mi culpa;
4 lava del todo mi maldad, limpia mi pecado.
5 Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado;
6 contra ti, contra ti solo pequé;
hice lo que tú detestas.
Por eso eres justo cuando hablas
e irreprochable cuando juzgas.
7 Mira que nací culpable,
pecador me concibió mi madre.
8 Pero tú amas la verdad en lo íntimo del ser,
en mi interior me enseñas sabiduría.
9 Rocíame con hisopo y quedaré limpio,
lávame y quedaré más blanco que la nieve.
Comienza el salmo con la apelación a la misericordia, que incluye la confesión formal del pecado; el versículo 3 es síntesis o germen del resto.
El salmo se sitúa en un espacio relacional profundo y apasionado. La mirada del orante se posa primero ante un Dios que experimenta como:
+ Piedad: Acción de inclinarse para ayudar a alguien que nos es querido.
Tú eres un Dios de “Piedad”: mi vida te importa mucho, no soy indiferente para ti.
+ Amor: Acciones, actitudes y gestos que circulan en una relación de amor. En el AT se refiere a Dios y se encuentra en el ámbito de la Alianza: amor más fuerte que el pecado.
Tú eres un Dios de “Amor”: puedo venir a ti con toda confianza, sé que no me
rechazarás ni me harás sentir mal; tu amor que tanto necesito, sanará mis heridas y me abrazará de nuevo a tu corazón.
+ Ternura: Hunde su raíz en una palabra hebrea que se refiere al vientre materno, y alude al vínculo profundo que se establece entre una madre y el hijo que ha llevado en sus entrañas.
Tú eres un Dios de “Ternura”: aunque me he alejado de ti, de la comunión contigo, me llevas en ti como una madre lleva a su hijo dentro. y Yo reconozco mi culpa
Ante ti, Señor, no quiero buscar excusas ni justificaciones. El pecado, personal y estructural, es una realidad presente en mi vida. Puedo hacer mías las palabras del salmista
Son tres matices de la misericordia que hunden al orante en el corazón de Dios y, desde ahí, implora el perdón. Desde esta perspectiva, la lectura del salmo cambia de tonalidad. El orante expresa su condición de pecador por naturaleza, pero sabe con qué Dios está tratando.
Ten piedad, amor, ternura. El punto de partida de este salmo es la certeza de que Dios es misericordia. ¿Vivo desde esta certeza? ¿Me miro bajo la óptica de la misericordia?
Yo reconozco mi culpa. Pero sé que mirando mi pecado no voy a salir de mí mismo. ¿Cómo busco encontrarme con Dios para recobrar la alegría de saberme querido y perdonado? ¿Siento esa alegría cuando perdono y me siento perdonado también por mis hermanos?

Súplica de renovación
10 Hazme sentir el gozo y la alegría,
y exultarán los huesos quebrantados.
11 Aparta tu vista de mis pecados,
borra todas mis culpas.
12 Crea en mí, oh Dios, un corazón nuevo,
renuévame por dentro con espíritu firme;
13 no me arrojes de tu presencia,
no retires de mí tu santo espíritu.
14 Devuélveme el gozo de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso;
15 enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
16 Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío,
y mi lengua proclamará tu fidelidad.
17 Abre, Señor, mis labios
y mi boca proclamará tu alabanza.
18 Pues no es el sacrificio lo que te complace,
y si ofrezco un holocausto no lo querrías.
19 El sacrificio que Dios quiere es un espíritu contrito:
un corazón contrito y humillado
tú, oh Dios, no lo desprecias.
Comienza la segunda parte, en el reino de la gracia; vuelve a sonar el nombre de Dios al principio. La purificación es una nueva creación por dentro. En esta nueva creación Dios derrama un triple espíritu que ordena nuestro ser: espíritu firme, santo, generoso. Este espíritu trae la salvación y con ella la alegría.
Una de las consecuencias de la reconciliación es este afán comunicativo o expansivo; el hombre reconciliado quiere convertir a otros y enseñarles el camino de vuelta a Dios.
El orante, que se reconoce pecador, se ve impotente para salir de esa situación por sí mismo, y pide a Dios que lo convierta en un ser nuevo. Recreado con el espíritu, con el aliento divino, podrá hablar de Dios a malvados y pecadores, podrá alabarlo. Sólo así será aceptable a Dios.
Resuena tres veces la palabra «espíritu», invocado de Dios como don y acogido por la criatura arrepentida de su pecado: «Renuévame por dentro con espíritu firme; (...) no me quites tu santo espíritu; (...) afiánzame con espíritu generoso», triple invocación del Espíritu que, como en la creación aleteaba por encima de las aguas (cf. Gn 1,2), ahora penetra en el alma del fiel infundiendo una nueva vida y elevándolo del reino del pecado al cielo de la gracia.
Los Padres de la Iglesia ven en el «espíritu» invocado por el salmista la presencia eficaz del Espíritu Santo. Así, san Ambrosio está convencido de que se trata del único Espíritu Santo «que ardió con fervor en los profetas, fue insuflado (por Cristo) a los Apóstoles, y se unió al Padre y al Hijo en el sacramento del bautismo»
Con esta triple mención del «espíritu», el salmo 51, después de describir en los versículos anteriores la prisión oscura de la culpa, se abre a la región luminosa de la gracia. Es un gran cambio, comparable a una nueva creación: del mismo modo que en los orígenes Dios insufló su espíritu en la materia y dio origen a la persona humana (cf. Gn 2,7), así ahora el mismo Espíritu divino crea de nuevo, renueva, transfigura y transforma al pecador arrepentido, lo vuelve a abrazar y lo hace partícipe de la alegría de la salvación. El hombre, animado por el Espíritu divino, se encamina ya por la senda de la justicia y del amor.
Crea en mí un corazón nuevo, dame tu aliento, tu espíritu. Conviérteme en criatura nueva, abre mis labios para que pueda decir a todo el mundo lo que has hecho conmigo. Y que tu amor en mí sea fermento para continuar implicándome, con mis hermanos, en la edificación de tu Reino ¿Soy consciente de que cada conversión es como un nuevo nacimiento?
Quiero estrenar el amor, la esperanza, la alegría de vivir. Una vez perdonado, recreado, ¿me hago pregonero del mismo perdón que yo he recibido gratuitamente? ¿Perdono con la misma generosidad con que Dios me perdona?

Adición posterior
20 Favorece a Sión por tu bondad,
reconstruye las murallas de Jerusalén.
21 Entonces te agradarán los sacrificios prescritos,
holocausto y ofrenda perfecta;
sobre tu altar se ofrecerán novillos.
Estos versículos finales manifiestan la actualización que vivió el AT en distintas fases de la historia creyente de Israel. Pero apaga la recapitulación final del orante, en la que pedía un corazón dispuesto a la conversión y enamorado de la misericordia.
El salmo concluye de modo inesperado con una perspectiva completamente diversa, que parece incluso contradictoria. De la última súplica de un pecador, se pasa a una oración por la reconstrucción de toda la ciudad de Jerusalén, lo cual nos hace remontarnos varios siglos después. Por otra parte, tras expresar en el versículo 18 que a Dios no le complacen las inmolaciones de animales, el salmo anuncia en el versículo 21 que el Señor aceptará esas inmolaciones.
Es evidente que este pasaje final es una añadidura posterior, hecha en el tiempo del exilio, que, de alguna manera, quiere corregir o al menos completar la perspectiva del salmo davídico. Y lo hace en dos puntos: por una parte, no se quería que todo el salmo se limitara a una oración individual; era necesario pensar también en la triste situación de toda la ciudad. Por otra, se quería matizar el valor del rechazo divino de los sacrificios rituales; ese rechazo no podía ser ni completo ni definitivo, porque se trataba de un culto prescrito por Dios mismo en la Torah. Quien completó el salmo tuvo una intuición acertada: comprendió la necesidad en que se encuentran los pecadores, la necesidad de una mediación sacrificial. Los pecadores no pueden purificarse por sí mismos; no bastan los buenos sentimientos. Hace falta una mediación externa eficaz. El Nuevo Testamento revelará el sentido pleno de esa intuición, mostrando que, con la ofrenda de su vida, Cristo llevó a cabo una mediación sacrificial perfecta.