Salmo 048

INTRODUCCIÓN.-
El salmo se sitúa entre el himno y la acción de gracias a Dios por haber librado la ciudad de un ataque enemigo. El comienzo tiene varias relaciones verbales con el final del precedente. El salmo entero está lleno de enlaces temáticos y verbales con el 46: se podrían leer unidos. Para la trasposición cristiana. La clave es la ecuación Sión = Iglesia. [L. Alonso Schökel]

[1 Cántico. Salmo. De los hijos de Coré.]
2 Grande es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios,
3 su monte santo, altura hermosa,
alegría de toda la tierra:
el monte Sión, vértice del cielo,
ciudad del gran rey;
4 entre sus palacios,
Dios descuella como un alcázar.
Dios es el "gran rey" o emperador de todo el universo: ha escogido una capital o ciudad imperial erigida sobre un monte. Este monte, por la presencia de Dios, es el "vértice" que sube al cielo; y descuella entre todos los montes por su belleza. Entre los palacios de la ciudad, el alcázar que protege y corona es Dios mismo.
¿Es la Iglesia el lugar donde habita el Señor? ¿Confundimos “Iglesia” (todos nosotros) con iglesia (el templo)? ¿Confundimos “Parroquia” (Comunidad) con “iglesia” (templo)?

5 Mirad: los reyes se aliaron
para atacarla juntos;
6 pero, al verla, quedaron aterrados
y huyeron despavoridos;
7 allí los agarró un temblor
y dolores como de parto;
8 como un viento del desierto,
que destroza las naves de Tarsis.
Jerusalén, más concretamente el monte Sión con su templo, ha despertado desde antiguo un mundo de soterrados e inefables sentimientos. Es el lugar que Dios ha elegido para morada de su nombre. Las gestas de Dios en el pasado han quedado esculpidas en piedra. Contra este baluarte se han estrellado los enemigos de Dios y de la ciudad. Para quien acceda a Jerusalén, a celebrar el renombre de Dios, el pasado es un elocuente testimonio de Dios, mientras comienza a vislumbrarse un futuro dichoso. Todo esto significa «la ciudad de nuestro Dios», a quien el salmista dedica su canción lírica.
Los reinos del mundo se alían para formar la ciudad hostil a Dios. Pero la agresión queda desbaratada con la sola presencia de Dios en su ciudad: su majestad infunde un terror pánico o sacro. El aliento de Dios es como un viento huracanado que destroza los barcos de alto porte que hacen la travesía del Mediterráneo.
El ejército en fuga se compara a una armada invencible sobre la que se abate un tifón causado por un terrible viento del desierto (cf. v. 8). Así pues, queda una certeza inquebrantable para quien está a la sombra de la protección divina: la última palabra no la tiene el mal, sino el bien; Dios triunfa sobre las fuerzas hostiles, incluso cuando parecen formidables e invencibles.
¿Defendemos nuestra Iglesia, tratando de que sea capaz de extender la justicia y misericordia del Señor?

9 Lo que habíamos oído lo hemos visto
en la ciudad del Señor de los ejércitos,
en la ciudad de nuestro Dios:
que Dios la ha fundado para siempre.
El pueblo ha venido en procesión al monte santo: en una experiencia histórica, o bien en la conmemoración del culto, el pueblo se convierte en testigo de lo que conocía por la tradición. Estas salvaciones históricas, conmemoradas en el culto, dan prueba de que Dios es el fundador de la ciudad santa.
Comunidad fundada por el Señor: La iglesia, comunidad de creyentes, es el monte santo, la ciudad del gran Rey, el anticipo sacramental de la Ciudad celeste. En ella descuella Dios Padre, manifestado en su Hijo Jesús, como un alcázar. Su Espíritu crea unidad, armonía, belleza, fortaleza, alentando misteriosa e infaliblemente la historia.
¿Vemos en la nueva Jerusalén la nueva Iglesia fundada por Jesús?

10 Oh Dios, meditamos tu misericordia
en medio de tu templo:
11 como tu renombre, oh Dios, tu alabanza
llega al confín de la tierra;
tu diestra está llena de justicia:
12 el monte Sión se alegra,
las ciudades de Judá se gozan
con tus sentencias.
En el templo el pueblo medita sobre la misericordia de Dios: desde este centro el nombre de Dios se hace famoso y respetado.
El templo es también el centro donde Dios juzga con justicia: a las naciones en la historia, y a su pueblo escogido. La experiencia de la justicia divina es un gozo que se difunde al monte santo y a las ciudades del reino.
¿Seremos capaces de extender esa misericordia del Señor también fuera del templo?

13 Dad la vuelta en torno a Sión,
contando sus torreones;
14 fijaos en sus baluartes,
observad sus palacios,
para poder decirle a la próxima generación:
15 "Éste es el Señor, nuestro Dios".
Él nos guiará por siempre jamás.
El acto litúrgico termina con una procesión en torno a las murallas de la ciudad. La procesión se ocupa primero de contemplar atentamente, para desembocar en la alabanza. Lo que habían oído lo han visto, lo que ahora están viendo lo contarán a los hijos: es el principio de la tradición de Israel.
Se cuentan las torres, signo de la segura protección de Dios, se observan las fortificaciones, expresión de la estabilidad que da a Sión su Fundador. Las murallas de Jerusalén hablan y sus piedras recuerdan los hechos que deben transmitirse «a la próxima generación»
En la antífona conclusiva, es muy bella una de las más elevadas definiciones del Señor como pastor de su pueblo: «Él nos guiará por siempre jamás»
El Dios de Sión es el Dios del Éxodo, de la libertad, de la cercanía al pueblo esclavo en Egipto y peregrino en el desierto. Ahora que Israel se ha establecido en la tierra prometida, sabe que el Señor no lo abandona: Jerusalén es el signo de su cercanía, y el templo es el lugar de su presencia.
Para nosotros, cristianos, nuestra Jerusalén es la Iglesia; la ponderación de sus bellezas externas, la evocación de sus victorias nos ha de alentar la esperanza. Como Dios habitó en Sión, así Cristo habita en la Iglesia; como Dios protegió a Jerusalén, así Cristo protege a la Iglesia, esposa amada. En torno a ella se realizará la gran liberación escatológica de la humanidad. Entonemos, pues, nuestro himno de alabanza a la madre Iglesia, alegría de toda la tierra. Y, si se presentan dificultades, confiemos en quien habita en la Iglesia: Mirad, los reyes se aliaron, pero, al verla, huyeron despavoridos.
Lo vivido y celebrado en el templo impulsa a un compromiso con la generación venidera. Se debe despertar la confianza en Dios y tender a una confesión: «Este es nuestro Dios». De este modo procede Juan: «Lo que hemos oído, lo que hemos visto..., lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos» (1 Jn 10,1ss). Estamos ante una catequesis familiar que versa sobre «el Primero y el Ultimo, el que estuvo muerto y revivió» (Ap 2,8). Si sobre Él, Dios fundó su ciudad para siempre, se entiende que Él, como Buen Pastor, nos «guíe por siempre jamás». Incluso más allá de la muerte. Desvelar estas convicciones íntimas en el ámbito familiar es formar parte de la tradición viva de la Iglesia. Comprometámonos a ello con el rezo de este salmo.
¿Nos dejamos guiar por el Señor?