Salmo 049

INTRODUCCIÓN

Salmo sapiencial, que medita sobre la suerte de ricos y pobres, opresores y oprimidos, a la luz de su destino, la muerte. La meditación parte o desemboca en la experiencia religiosa de la salvación.
Composición didáctico-sapiencial en la que se plantea el gran problema: ¿Por qué prosperan los malvados mientras los justos llevan vida miserable? Como en el libro de Job, la solución está en admirar los caminos misteriosos y secretos de la Providencia. En este salmo, cuyo tema es la sentencia de muerte que pesa sobre todos los hombres, es muy de notar la seguridad que en el v. 16 expresa el salmista, de ser por Dios librado de la muerte.
El autor del salmo es un moralista de la escuela de los «sabios», que insiste en el hecho de que las riquezas no acompañan al impío a la otra vida. Por otra parte, tiene seguridad de que el justo triunfará sobre el impío y que Dios le premiará su virtud (v. 15) librándole del seol, o morada de los muertos (v. 16). El estilo sentencioso con que se expone el tema tiene muchas afinidades con el del libro de los Proverbios.
El salmo puede dividirse en dos partes, cada una de ellas con dos estrofas, precedidas de un preludio (vv. 1-5). Las dos secciones del salmo (vv. 6-12 y 14-20) se cierran con un estribillo (vv. 13 y 21) que predica la caducidad de las riquezas humanas. El estilo sapiencial y sus analogías de expresión con el salmo 72 hacen pensar que el salmo 48 es de composición tardía, no anterior al siglo III antes de Cristo.

2 Oíd esto, todas las naciones;
escuchadlo, habitantes del orbe:
3 plebeyos y nobles, ricos y pobres;
4 mi boca hablará sabiamente,
y serán muy sensatas mis reflexiones;
5 prestaré oído al proverbio
y propondré mi problema al son de la cítara.
Introducción solemne, de estilo sapiencial; reclama una audiencia universal, que merecen sus reflexiones; en ellas hay un problema o enigma
No hay en todo el Salterio invitación tan enfática. Recuerda las de Moisés, Isaías, Miqueas. El orbe o el mundo tiene aquí un sentido universalista absoluto, paralelo a pueblos o naciones. Esa universalidad la expresan también las dos categorías de hombres: el rico o feliz y el pobre o infeliz. Con ello insinúa el poeta cuál es el objeto preciso de su exhortación: el problema de las diferencias sociales. Sobre él va a proferir sabias reflexiones, que le brotarán del corazón, y que recibe a modo de inspiración profética, prestando oído al proverbio. Y el modo de exponer esa inspiración divina será como enigma o problema. Y cantando, no en habla sencilla, acompañando el canto con la cítara. El canto del salmo sapiencial acompañado de música se hacía en la calle.
Con todo énfasis, el poeta pide atención a sus oyentes, pues va a dilucidar un problema difícil y a aportar luz a un misterio. Sus palabras se dirigen a los pueblos todos, porque va a tratar de un interrogante que angustia a todas las conciencias: el problema de la justa retribución y compensación en esta vida por las buenas o malas obras realizadas. Por ello, el tema de su discurso es de interés general para todos los moradores del orbe.
La literatura «sapiencial» se caracteriza por abordar problemas humanos en toda su universalidad; así, en el libro de Job se plantea con crudeza el problema de la ecuación entre la virtud y la prosperidad en esta vida, y en el libro del Eclesiastés se aborda la realidad de la vaciedad de las cosas y quehaceres humanos, analizando las inquietudes del hombre sin restricción de fronteras ni razas. El salmista se sitúa en la misma perspectiva universalista: trata del misterio de la Providencia en la vida de los hombres como tales, prescindiendo de su pertenencia o vinculación a Israel.
6 ¿Por qué habré de temer los días aciagos,
cuando me cerquen y acechen los malvados,
7que confían en su opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas,
8 si nadie puede salvarse
ni dar a Dios un rescate?
9 Es tan caro el rescate de la vida,
que nunca les bastará
10 para vivir perpetuamente
sin bajar a la fosa.
Expone el problema «¿Por qué el bueno es atribulado por el malo?» en primera persona y bajo el aspecto del temor: Por qué habré de temer los días aciagos. Estos no son días cualesquiera, sino los causados por los suplantadores que me cercan acechándome. Esos acechadores son gente rica y confiada en sus riquezas para sus fines perversos. La solución apunta recordando la muerte, de la que no puede el hombre redimirse con dinero, pues ante Dios no tiene precio de rescate, como lo tenía entre los hombres en ciertos casos establecidos por la ley (Ex 21,30; 30,12). El v. 9 es un paréntesis entre los vv. 8 y 10. Ni las riquezas ni la ciencia libran de la muerte. Sólo les quedará el sepulcro a los que quisieron perpetuarse dando sus nombres a sus tierras. El estribillo (v. 13), en forma sentenciosa, recoge el principio sapiencial subyacente a toda la estrofa: El hombre no perdura en la opulencia, por mucha que sea. Por la caducidad de su vida es semejante a los animales que fenecen.
Los ricos, malvados y opresores, no tienen dinero suficiente para comprar a Dios una vida perpetua.
La prosperidad de los impíos es sólo transitoria. El salmista sale al paso de los justos que vacilan en sus caminos al contemplar la prosperidad de los malvados y la propia miseria. En realidad, los fieles a la Ley divina están constantemente hostilizados por los que viven fuera de toda ley, los cuales van pisando los talones del justo, poniéndole añagazas y haciendo ostentación de su opulencia y riquezas, para hacerle ver que el único modo de medrar en la vida es no tener escrúpulos religiosos y morales.
Pero, en realidad, su presunción se basa en un supuesto falso, ya que sus riquezas no bastarán para rescatarles de la muerte, pues Dios es el único dueño de la vida y de la muerte y no permite que se rescate por dinero su vida; las mayores riquezas no son suficientes para servir de rescate de la vida de un hombre.

11Mirad: los sabios mueren,
lo mismo que perecen los ignorantes y necios,
y legan sus riquezas a extraños.
12 El sepulcro es su morada perpetua
y su casa de edad en edad,
aunque hayan dado nombre a países.
Tampoco la sabiduría basta para salvar al hombre. Los ricos mueren, aunque sean sabios.
Ni basta la fama de fundadores de ciudades, dándoles el propio nombre; porque a la ciudad terrena sucede la morada del sepulcro.
El rico, aferrado a su inmensa fortuna, está convencido de lograr dominar también la muerte, así como ha mandado en todo y a todos con el dinero. Pero por ingente que sea la suma que esté dispuesto a ofrecer, su destino último será inexorable. En efecto, al igual que todos los hombres y mujeres, ricos o pobres, sabios o ignorantes, deberá encaminarse a la tumba, lo mismo que les ha sucedido a los potentes, y deberá dejar en la tierra el oro tan amado, los bienes materiales tan idolatrados.

13 El hombre no perdura en la opulencia,
sino que perece como los animales.
El hombre comparte con los animales este destino de morir.
Según la legislación mosaica, en determinados casos se podía redimir y rescatar la vida con dinero (cf. Ex 21,30). Pero nadie puede creer que ha de continuar viviendo indefinidamente, pues el precio del rescate de su vida es tan caro, que no hay dinero suficiente para librar de la muerte. La experiencia muestra que todos, sabios o necios, mueren. A los sabios, de nada les sirven sus conocimientos para librarse de la muerte; al final, su suerte es como la del necio o ignorante, pues tienen que dejar a otros sus haciendas y contentarse con sus tumbas como morada permanente. Aunque anteriormente hubieran dado sus nombres a las tierras que poseían, ahora tendrán que contentarse con dar nombre a un sepulcro, a unos pies de tierra. Esta es la gran realidad de la muerte, que evapora todas las falsas ilusiones de la vida. Es inútil que el hombre espere perdurar en su esplendor y triunfo, pues al fin desaparece como las bestias, que perecen.
La conclusión a la que llega el justo se formula como una especie de proverbio, que se encontrará también al final de todo el salmo. Sintetiza de modo límpido el mensaje dominante de la composición poética: «El hombre no perdura en la opulencia, sino que perece como los animales» (v. 13). En otros términos, las «inmensas riquezas» no son una ventaja, ¡al contrario! Es mejor ser pobre y estar unido a Dios.

14 Éste es el camino de los confiados,
el destino de los hombres satisfechos:
15son un rebaño para el abismo,
la muerte es su pastor,
y bajan derechos a la tumba;
se desvanece su figura,
y el abismo es su casa.
Destino de los ricos. Confiados y satisfechos en sus riquezas, en su sabiduría, en su propio poder; no necesitan a Dios. El abismo es el seol o morada de los muertos. Contraposición de la suerte final de los impíos y de los justos.
Los autosuficientes, que creen que no deben confiar sino en sus riquezas, olvidándose de Dios, tendrán un fin desastroso, pues serán visitados por la mano justiciera de Dios, que les enviará la muerte; ésta los gobernará, y pastoreará su rebaño en la región tenebrosa del seol, la morada de los muertos.
Esta personificación de la muerte es irónica: los impíos, que no han querido someterse al gobierno paternal de la Providencia divina, serán tratados como rebaño destinado al matadero y pastoreado por la muerte. En una noche desaparecen, y a la mañana su figura se desvanece. Los justos, en cambio, despiertan triunfantes sobre los opresores caídos (v. 16): «ha pasado la noche de la opresión para venir la mañana de la liberación» (A. F. Kirkpatrick); es el alborear del día justiciero de Yahvé del que habla el profeta: «Mirad que llega el día, ardiente como un horno: los malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir... Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas... y pisotearán a los malvados, que serán como ceniza bajo la planta de sus pies» (Mal 4,1-3).
Contraposición de la suerte final de los impíos y de los justos (vv. 14-21). Los autosuficientes, que creen que no deben confiar sino en sus riquezas, olvidándose de Dios, tendrán un fin desastroso, pues serán visitados por la mano justiciera de Dios, que les enviará la muerte; ésta los gobernará, y pastoreará su rebaño en la región tenebrosa del seol, la morada de los muertos. Esta personificación de la muerte es irónica: los impíos, que no han querido someterse al gobierno paternal de la Providencia divina, serán tratados como rebaño destinado al matadero y pastoreado por la muerte. En una noche desaparecen, y a la mañana su figura se desvanece. Los justos, en cambio, despiertan triunfantes sobre los opresores caídos (v. 16): «ha pasado la noche de la opresión para venir la mañana de la liberación» (A. F. Kirkpatrick); es el alborear del día justiciero de Yahvé del que habla el profeta: «Mirad que llega el día, ardiente como un horno: los malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir... Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas... y pisotearán a los malvados, que serán como ceniza bajo la planta de sus pies» (Mal 4,1-3).
El salmista supone que, en el día de la manifestación justiciera de Yahvé sobre los pecadores, los justos los dominarán; es la misma idea del vaticinio profético, expresada con menos radicalismo. Ante la perspectiva del profeta y del salmista, el «día del Señor» es el día de la manifestación de su justicia antes de la inauguración mesiánica. En Salmo 1,5-6 se dice que «no prevalecerán los impíos en el juicio, ni los pecadores en la asamblea de los justos, porque Yahvé protege el camino de los justos, pero el camino de los pecadores acaba mal». En efecto, el camino de los que insensatamente confían en sí mismos llevará a la perdición en la hora de la verdad, que es la de la intervención justiciera de Yahvé. Entonces los impíos serán como un rebaño destinado al sacrificio, a la muerte, que será su «pastor».

16Pero a mí, Dios me salva,
me saca de las garras del abismo
y me lleva consigo.
La situación del justo será muy diversa en la hora de la prueba definitiva, ya que Dios le rescatará del seol, es decir, le liberará de la muerte afrentosa que espera a los impíos; en el momento crítico de la manifestación justiciera, Dios le llevará consigo. En cambio, los pecadores son presa del seol, donde su figura se desvanece, pues es la región de las «sombras», en la que los difuntos llevan una vida lánguida como en ectoplasma, sin el vigor físico que caracteriza a la corporal de la tierra. Al contrario, los justos serán objeto de una particular providencia divina, pues serán preservados de la muerte que amenaza a aquéllos.
Seguridad del pobre. Es la clave del problema: el salmista, que pertenece a los pobres oprimidos, conoce por experiencia que Dios salva, aun del peligro de muerte; quizás espera una liberación posterior. Dios es capaz de salvar incluso de la muerte, del abismo. «Llevar» consigo es la fórmula empleada para Enoc y Elías: es una fórmula misteriosa, que en sí misma queda abierta a varios grados de significación.
Ser pobre, una forma de sabiduría: La pobreza evangélica que hemos asumido nos coloca entre el grupo despreciado de los pobres, plebeyos, ignorantes, de los que «no son nada» a los ojos de los demás. Por ello, la existencia nos resultará en más de una ocasión precaria, dolorosa, aciaga, y rebrotará en nosotros una imponderable avidez de aquello que no tenemos y a lo que hemos renunciado.
En cambio, contemplamos la realidad en toda su crudeza: el rico no puede asegurarse su vida para siempre; la ciencia e inteligencia, como la fama y el prestigio, son estrellas fugaces que desaparecen en la historia: «el hombre no perdura en la opulencia, sino que perece como los animales».
Ser pobre es en esta perspectiva una forma de sabiduría, que compara la realidad cambiante con los valores absolutos y pone en ellos todo el acento. El pobre evangélico renuncia al dinero, a la sabiduría arrogante, pero no para quedarse en la inopia, sino para situarse allí donde es posible la genuina riqueza y el auténtico y absoluto saber.
El nuestro es el grupo de los humildes: No formamos parte, por vocación, del grupo de los arrogantes de este mundo, de los «famosos», de aquéllos que caminan confiados en la fuerza y maestría de sus guardaespaldas, de los que «se lo pasan bien». Por vocación, el nuestro es el grupo de los humildes, de los inseguros, de los que deben sufrir privaciones, contrariedades.
El salmista cuenta con Dios para escapar a las garras del Seol. No se puede afirmar que vislumbre aquí la posibilidad de ser arrebatado al cielo como Henoc y Elías, pero piensa que la suerte final de los justos debe ser distinta de la de los impíos, y que la amistad divina no debe cesar.
Esta fe, todavía implícita, en una retribución futura prepara la revelación ulterior de la resurrección de los muertos y de la vida eterna.
Según el salmista, las riquezas de los impíos no tendrán valor para rescatar su vida a la hora de la muerte, mientras que las obras buenas y la fidelidad del justo contribuirán a que Dios rescate su alma o vida (v. 16) de la muerte. En los salmos son corrientes las frases alusivas al rescate de la vida del justo de una muerte inminente. En el momento crítico, Dios le tomará para que no vaya a engrosar el rebaño de los impíos, que están destinados a la muerte. En Gén 5,24 se dice de Henoc que Dios «se lo llevó», librándolo de la muerte corporal. Quizá en las ansias de supervivencia del salmista haya una remota esperanza de ser preservado de la muerte de modo milagroso, pero en el contexto no hay indicios claros para esta suposición.
Pero en nuestro salmo hay un viraje decisivo. El dinero no logra «rescatarnos» de la muerte (cf. Sal 48,8-9); sin embargo, alguien puede redimirnos de ese horizonte oscuro y dramático. En efecto, dice el salmista: «Pero a mí Dios me salva, me saca de las garras del abismo» (v. 16).
Solución al problema. Opuesta a la suerte del rico mundano es la del piadoso salmista, que habla en nombre de los pobres oprimidos. A mí Dios me salva o redimirá mi vida del poder del seol. La contraposición inicial, Pero a mí, pudiera sugerir que, al contrario del rico mundano, ya fuera de este mundo, con el cuerpo encerrado en el sepulcro y su alma en el seol, el justo Dios le ha de liberar de esos tres males, o sea prácticamente le ha de conservar la vida.
Para algunos autores eso es lo que se dice aquí. Pero la frase puede tener un más alto sentido, el de no dejar Yahvé sin protección especial al justo aun puesto ya en el seol (cf. Sal 15,10; 72,24). Eso es lo que persuade, pues me acogerá. Esta expresión, cuando no tiene un complemento explícito o contexto que la limite a un caso particular, equivale a «tomar, acoger o llevar a otro consigo». Así, Saúl tomó consigo a David (1 Sam 18,2). Dicha de Dios, es la frase consagrada para las asunciones divinas de personajes como Henoc (Gén 5,24) o Elías (2 Re 2,3.5.9). Según este uso, la exégesis del pasaje no es otra que ésta: el salmista espera ser llevado o asumido por Yahvé, sin bajar al seol, o bien, una vez puesto en él, será ulteriormente acogido con los rectos, que en el seol dominan a los injustos. En cuál de los dos modos pensara el salmista no puede determinarse; pero restringir su alcance a esperanzas meramente temporales en esta vida es contrario al texto y al contexto.

17No te preocupes si se enriquece un hombre
y aumenta el fasto de su casa:
18cuando muera, no se llevará nada,
su fasto no bajará con él.
Consolación de los pobres. El justo, pobre y humillado en la historia, cuando llega a la última frontera de la vida, carece de bienes, no tiene nada que ofrecer como «rescate» para detener la muerte y evitar su gélido abrazo. Pero he aquí la gran sorpresa: Dios mismo paga el rescate y arranca de las manos de la muerte a su fiel, porque él es el único que puede derrotar a la muerte, inexorable para las criaturas humanas.
Por eso, el salmista invita a «no temer» y a no envidiar al rico, cada vez más arrogante en su gloria (cf. ib.), porque, al llegar a la muerte, se verá despojado de todo, no podrá llevar consigo ni oro ni plata, ni fama ni éxito (cf. vv. 18-19). En cambio, el fiel no será abandonado por el Señor, que le señalará «el sendero de la vida, lo saciará de gozo en su presencia, de alegría perpetua a su derecha» (cf. Sal 15,11).
El salmista, aunque sea pobre, no es un demagogo: también los ricos y los nobles tienen cabida en su escuela. Quienes en el Nuevo Testamento son amigos del dinero no están excluidos, sin más, de la escuela del Rabino de Nazaret. Para ellos vale el axioma evangélico: «Haceos amigos con las riquezas injustas» (Lc 16,9). Las riquezas, confiadas al hombre, pertenecen al Creador. Comienzan a ser injustas cuando el hombre se apropia de ellas, transformándolas en ídolo, lo cual es un atentado contra Dios, por ser un expolio a los hombres. El rico ha de ser el «limosnero» de la comunidad. Así, cuando las riquezas lleguen a faltarle, será recibido en las eternas moradas (Lc 16,9). Si el rico fuera capaz de comportarse de este modo sabría apreciar el dicho evangélico: «Lo que es estimable para los hombres es abominable para Dios» (Lc 16,15). Pidamos a Dios que abra los ojos a los ricos.

19Aunque en vida se felicitaba:
«Ponderan lo bien que lo pasas»,
20irá a reunirse con sus antepasados,
que no verán nunca la luz.
En el contexto no encontramos todavía la expresión clara de la esperanza de supervivencia en la otra vida en intimidad con Dios, como se supone en el libro de la Sabiduría (3,17), ni menos la esperanza de resurrección; pero en las palabras del salmista hay unos deseos incoercibles de permanecer viviendo a la sombra protectora de Yahvé, y, en este sentido, sus afirmaciones llevan el germen de la futura doctrina sobre la retribución en ultratumba.
No obstante, si el salmista hubiera afirmado abiertamente la vida dichosa del justo después de la muerte, habría dado una solución más clara al problema de la desigualdad del impío y del justo en esta vida. Aquí parece que la compañía y las buenas relaciones con Dios son la mejor garantía para el justo contra la muerte, al tener menos probabilidades de ser arrebatado en muerte prematura como el impío. Los autores no convienen al determinar el sentido preciso del v. 16, pues unos ven aquí la fe en la inmortalidad del alma y su reunión con Dios; otros creen que el salmista espera ser librado de la muerte como Henoc y ser llevado a Dios; otros admiten la idea de la inmortalidad.

21El hombre rico e inconsciente
es como un animal que perece.
Nueva exhortación al pobre piadoso repitiendo las enseñanzas de la primera parte. La gloria o fasto de su casa es la que dan las riquezas, de las que el rico se vale para atemorizar al pobre, a la viuda, al desvalido. Esa gloria o fasto no se lo llevará consigo. Es un aforismo de orden natural, que los autores sapienciales repiten con frecuencia. «Ponderan lo bien que lo pasas» es una cita tácita, que se lee mejor como prótasis antitética del verso siguiente. El desenlace es la morada de sus padres, el seol, donde no verá la luz jamás.
Consecuencia de esta doctrina es que no se debe tener envidia del que prospera en esta vida, pues sus riquezas no le servirán para después de la muerte, y más bien acelerarán el fin del que las posee si no vive según la ley divina (v. 18). Es lo que declara el sabio en el Eclesiastés 5,13-14: «Pierden las riquezas... Como desnudo salió del seno de su madre, desnudo se tornará... y nada podrá tomar de sus fatigas para llevárselo consigo». Durante su vida se halagaba a sí mismo, creyendo que había triunfado en ella al poder satisfacer sus caprichos, y considerándose al abrigo del infortunio (cf Lc 12,19); pero llegará la hora de dejarlo todo para ir a la morada de sus padres, la región tenebrosa del seol. Según la mentalidad del AT, los difuntos se reunían por familias en la región de las sombras, imitando así de algún modo la vida anterior en la tierra; pero el seol es una región de «sombras» y en ella no se ve la luz (v. 20). El que ha entrado en esta región oscura no podrá volver de nuevo a la vida luminosa de la tierra. El salmista termina repitiendo el estribillo de que el esplendor del hombre es transitorio, y al fin muere como las bestias