Salmo 115
Introducción. - Israel, probablemente en el tiempo que siguió al destierro, se sentía como humillado en su fe religiosa. Parecía como si los pueblos vecinos tuvieran dioses más poderosos que Yahvé, pues la situación de estos pueblos era más próspera que la del pueblo de Israel. En este contexto, se compone el salmo 113, como acto de fe en el poder de Yahvé frente a los dioses extranjeros.
La tentación de creer que hay dioses más poderosos que nuestro Dios no es una cosa ya superada; también nuestro tiempo tiene sus divinidades, en las que no pocos ponen su confianza: el dinero, el poder, los proyectos humanos, los ideales políticos, el progreso del mundo y de la ciencia, los planes propios. El domingo es el día bautismal -muchos cristianos han recibido hoy el baño del nuevo nacimiento- y por ello puede llevarnos fácilmente al recuerdo de nuestros compromisos bautismales. En las renuncias del bautismo, "abandonamos los ídolos para servir al Dios vivo" (1 Ts 1,9). Que el salmo que ahora rezaremos renueve nuestra fidelidad a los compromisos bautismales: Los ídolos del mundo son plata y oro, hechura de manos humanas; Israel, confía en el Señor: sólo él es su auxilio y su escudo.
Himno al Dios verdadero
1No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
2¿Por qué han de decir las naciones:
"Dónde está su Dios"?
Comienzo brusco, con la invocación a Yahvé implícita. El nosotros es la comunidad de Israel en una situación angustiosa, pero imprecisa, que hace una petición urgente a Yahvé. La bondad y la lealtad o fidelidad de Dios a sus promesas son los motivos que invocan, tan frecuentes en las lamentaciones individuales o colectivas. La pregunta burlona de los gentiles ¿Dónde está su Dios? sería un reproche contra Yahvé.
Cuando Dios salva al oprimido manifiesta su propia gloria, da gloria a su nombre; pero esa glorificación no es algo que Dios necesite, sino acto de bondad hacia el hombre, de lealtad con el pueblo escogido
A la gloria de Dios se opone la blasfemia de los gentiles, que niegan el poder o la presencia de Dios. Israel, frente a los gentiles, es testigo del Señor, misionero de su gloria; en el culto da solemne testimonio de su Dios y creador.
El pueblo, indudablemente, deseaba alivio de los insultos despectivos de los idólatras, pero su principal deseo era que Jehová mismo no tolerara por más tiempo los insultos de los paganos. Lo más triste de esta tribulación es que su Dios ya no era temido por sus adversarios. Cuando Israel entró en Canaán, se extendió el pánico entre la población de los alrededores, porque Jehová era un Dios poderoso; pero este temor ya se 10 habían sacudido las naciones, puesto que hacía tiempo que no se había presenciado ningún despliegue del poder milagroso.
La repetición de las palabras «No a nosotros», parece indicar un deseo muy intenso de renunciar a la gloria que habrían podido atribuir a sí mismos, y expresa de modo vehemente el deseo de que Dios, a toda costa, engrandezca su nombre. En aquellos tiempos, en que las primeras victorias del evangelio eran recordadas como historias de un pasado remoto y vago, es comprensible que los escépticos tendieran a jactarse de que el evangelio había perdido su fuerza inicial y, por ello, se atrevían a ultrajar el nombre de Dios mismo.
Por tanto, nosotros tenemos derecho a suplicar la intervención divina, para que la mancha aparente sea quitada del blasón suyo, y que su propia Palabra resplandezca gloriosamente como en los días de antaño. No deseamos el triunfo para nuestras opiniones, ni por amor a nosotros mismos, ni por honor a una secta, sino que confiadamente oramos pidiendo el triunfo de la verdad para que Dios mismo pueda ser honrado.
El Salmista, con su repetición, da a entender nuestra tendencia natural a la auto idolatría y a exaltarnos a nosotros mismos, y la dificultad de limpiar nuestros corazones de este egocentrismo.
Y «¿Dónde, por favor, está su Dios?» ¿Por qué ha de ser permitido a las naciones desdeñar con burla la cuestión de la existencia, misericordia y fidelidad de Jehová? Siempre están dispuestos a blasfemar. En nuestro propio caso, debido a nuestra tibieza y descuido de la predicación fiel del evangelio, hemos permitido que se levante y extienda la duda moderna, y nos vemos obligados a confesarlo con profunda pena en el alma; con todo, no tenemos por qué desalentarnos, sino suplicar a Dios que salve su propia verdad y gracia del desprecio de los hombres del mundo.
¿Por qué han de poder los supuestos sabios de hoy poder decir que dudan de la existencia de la persona de Dios? ¿Por qué han de poder decir que la respuesta a la oración es una ilusión piadosa y que la resurrección y deidad de nuestro Señor Jesús son cuestiones imposibles de demostrar?
¿Por qué han de poder hablar despectivamente de la expiación por la sangre y por precio, y rechazar de plano la doctrina de la ira de Dios contra el pecado, y aun la ira que arde para siempre jamás? Hablan con altanería extrema, y sólo Dios puede detener sus arrogancias; procuremos por medio de una intercesión extraordinaria prevalecer sobre Dios para que se interponga, dando a su evangelio una reivindicación tan triunfante que ponga en silencio total a la perversa oposición de los inicuos.
3Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
4Sus ídolos, en cambio, son plata y oro,
hechura de manos humanas:
5tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
6tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;
7tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
8que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.
En un trozo de valiente polémica opone su enérgica afirmación de fe en Dios Creador, que hace cuanto quiere, contra la nulidad de los ídolos, que son mera hechura de los hombres. Un acto de fe monoteísta en el Todopoderoso, frente a siete negaciones enfáticas, ponderando sarcásticamente la impotencia e inutilidad de los ídolos. Termina con una imprecación contra los idólatras: que se vayan conformando a sus ídolos (cf. Sal 134,15-18).
El testimonio se vuelve polémico contra los falsos dioses: en siete negaciones enfáticas proclama la nulidad de los ídolos. Es capital la oposición del comienzo: mientras Dios hace cuanto quiere, los ídolos son "hechura"
Imprecación contra los idólatras: como el verdadero Dios hace al hombre a su imagen y lo va conformando, así los dioses falsos trasforman en nulidad a sus adoradores.
El emperador Teodosio dio orden de derribar un templo pagano, y Teófilo, el obispo, ayudado por los soldados, se apresuró a ascender los peldaños y entró en el templo. A la vista de la imagen, durante un momento los soldados vacilaron, aunque eran cristianos. El obispo ordenó a un soldado que golpeara sin vacilación. Con su hacha dio un golpe a la rodilla de la estatua.
Todos esperaban con emoción, pero no hubo muestras de ira divina. Los soldados se encaramaron a la cabeza y la destruyeron a golpes. Rodó sobre el suelo hecha pedazos. Había en ella una familia de ratas que, perturbadas en su tranquila estancia dentro de la estatua, se desparramaron en todas direcciones por el suelo del templo. El público empezó a reír y siguieron destruyendo con renovado celo.
Arrastraron los fragmentos de la estatua por las calles. Incluso los paganos estaban disgustados con dioses que no hacían nada para defenderse. El enorme edificio fue destruido poco a poco, y en su lugar fue construida una iglesia cristiana. Había aún algo de temor entre el pueblo cuando el Nilo mostraba su desagrado al demorarse la inundación regular. Pero, al poco, el río ascendió más que de costumbre y toda ansiedad desapareció.
9Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
10La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
11Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Al acto de fe sigue un acto de confianza. Israel designa al pueblo todo primero; luego se divide en dos clases: Casa de Aarón y los fieles del Señor. Los aaronitas serían sólo los sacerdotes, no toda la tribu de Leví (sacerdotes y levitas). Y los "fieles o temerosos de Yahvé" son todos sus adoradores, sacerdotes y pueblo, no los prosélitos del judaísmo, que sólo se dan en el Nuevo Testamento
Algunos preguntan: "¿Cuál es la respuesta al ateísmo? ¿Cuál es la respuesta que se puede dar al materialismo? ¿Cuál es la respuesta a la inmoralidad que nos rodea? La respuesta es simple, tan sencilla que mucha gente la ha pasado por alto. Y es, confiar en el Señor. Ésa es la solución, estimado oyente. En medio del ateísmo, del materialismo y de la inmoralidad, deposite su confianza en el Señor. Acérquese a Él. Arrójese en sus brazos. Confíe en Él. Acérquese a Él y ponga todas sus cargas sobre Él. Luego, comenzando con el versículo 12, tenemos la respuesta que daba la congregación, porque este poema puede considerarse un salmo antifonal. Leamos el versículo 12 de este Salmo 115:
12Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendiga a la casa de Aarón;
13bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.
A la triple afirmación responde una triple bendición, pronunciada por los sacerdotes.
Su naturaleza es bendecir; su prerrogativa es bendecir; su gloria es bendecir; su deleite es bendecir; Él ha prometido bendecir y, por tanto, podemos estar seguros de esto, que Él bendecirá y bendecirá y bendecirá sin cesar.
Él nos bendice, también bendecirá nuestro hogar, Iglesia y comunidad. Sí, lo hará, si nos volvemos hacia Él. Lo maravilloso es que Él piensa en nosotros. Dios no se ha olvidado de ti ni de mí. Cuando uno vuela en un avión y mira hacia abajo, puede ver todas las subdivisiones de la ciudad y piensa en los miles de personas que viven en esa ciudad. Pero ¿quién las conoce? En el presente parece que la sociedad es muy impersonal. Somos un número para el lugar donde se vive y trabaja; un número en la escuela, y un número para el gobierno. Pero Dios nos conoce, no sólo conoce nuestro número. Conoce nuestro nombre, y todo sobre nosotros.
14Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
15benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
Una de las bendiciones divinas es la fecundidad: al crear bendice Dios a plantas y animales, a Abrahán le dará un gran pueblo. Se subraya la eficacia de esta bendición divina, recordando el tema de la creación universa
16El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.
17Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
18Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.
El universo se divide en tres zonas: cielo, tierra, zona inferior. La primera es de Dios; la segunda también es de Dios, pero se la da a los hombres; la tercera es el reino del silencio, de la muerte, donde no existe el culto gozoso y comunitario de Dios, donde no suena el "halelu-ya". Entre el cielo y el abismo se encuentra ahora la asamblea de Israel, y desde la tierra entona unánime la bendición y alabanza del Señor. "Halelu-ya"="alabad al Señor" es aclamación gozosa.
Nosotros que estamos todavía viviendo, procuraremos que las alabanzas a Dios no cesen entre los hijos de los hombres. Nuestras aflicciones y depresiones de espíritu no serán causa de que suspendamos nuestras alabanzas, ni nuestra avanzada edad o más numerosas dolencias disminuirán el ardor de los fuegos celestiales; sí, ni aun la misma muerte podrá hacernos cesar de esta deleitosa ocupación. Los muertos espiritualmente no alaban a Dios, pero la vida dentro de nosotros nos constriñe a hacerlo.