Salmo 065

Introducción. - En este canto de acción de gracias, la comunidad expresa su ferviente alabanza y reconocimiento al Señor por todos los beneficios recibidos de sus manos. La primera parte (vs. 2-5) insiste en la bondad de Dios, que escucha desde su Templo las oraciones de los fieles (v. 3) y se muestra siempre dispuesto a perdonarlos (v. 4). La segunda (vs. 6-9) evoca el poder creador del Señor y sus obras admirables en la naturaleza y en la historia, con acentos marcadamente universalistas (v. 6). La parte final del Salmo (vs. 10-14) es de un delicado lirismo, y celebra al Señor como fuente de vida e inagotable fecundidad.

1 Del maestro de coro. De David. Canto.
Reconocimiento de la bondad de Dios
2 A ti, Señor, te corresponde
un canto de alabanza en Sión,
y todos tienen que cumplir sus votos,
3 porque tú escuchas las plegarias.
A ti acuden todos los hombres
4 bajo el peso de sus culpas:
nuestras faltas nos abruman,
pero tú las perdonas.
5 Feliz el que tú eliges y atraes
para que viva en tus atrios:
¡que nos saciemos con los bienes de tu Casa,
con los dones sagrados de tu Templo!
En esta primera parte del salmo nos hallamos dentro del templo de Sión. A él acude el pueblo con su cúmulo de miserias morales, para invocar la liberación del mal. Una vez obtenida la absolución de las culpas, los fieles se sienten huéspedes de Dios, cercanos a él, listos para ser admitidos a su mesa y a participar en la fiesta de la intimidad divina.
Quienes retornan del destierro se saciarán de los bienes de la casa de Dios. Tras ese grupo elegido y cercano hay un lento pero decidido caminar de multitudes. Vienen de las islas remotas. Su guía es Aquel que hace temblar los confines de la tierra y gritar de alegría el Oriente y el Ocaso. Hay un hervor de multitudes que vienen a Sión. A su paso, la metáfora agrícola adquiere valor humano: «Alzad los ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega» (Jn 4,35). Son multitudes que claman y cantan, uniendo su júbilo al del sembrador y al del segador. Ya ha explotado la alegría de la cosecha. Nos la auguramos muy buena, porque la primicia, Cristo, es una excelente gavilla. Otros muchos han seguido al primero, mientras el resto espera con júbilo en el corazón.
¿De verdad nos sentimos atraídos por el Señor?

La obra de Dios en la Creación
6 Por tu justicia, Dios, salvador nuestro,
nos respondes con obras admirables:
tú eres la esperanza de los confines de la tierra
y de las islas más remotas.
7 Tú afianzas las montañas con tu poder,
revestido de fortaleza;
8 acallas el rugido de los mares,
el estruendo de las olas
y el tumulto de los pueblos.
9 Los que habitan en las tierras más lejanas
temen tus obras prodigiosas;
tú haces que canten de alegría
el oriente y el occidente.
Dios, Señor del universo y de todos los hombres. Ante Dios aparecen paralelamente el cosmos y la humanidad: estruendo del mar y tumulto de los pueblos, habitantes remotos y puertas de la aurora y el ocaso. La grandeza de Dios infunde a la vez júbilo y temor, sobrecoge y entusiasma a la vez; las grandes obras de la naturaleza y de la historia son «signos» de Dios, para quien sabe contemplar.
Al Señor que se yergue en el templo se le representa con un aspecto glorioso y cósmico. En efecto, se dice que él es la «esperanza de todos los confines de la tierra y de los mares lejanos; (...) afianza los montes con su fuerza (...); reprime el estruendo del mar, el estruendo de las olas (...); los habitantes del extremo del orbe se sobrecogen ante sus signos», desde oriente hasta occidente.
Dentro de esta celebración de Dios creador encontramos un acontecimiento que quisiéramos subrayar: el Señor logra dominar y acallar incluso el estruendo de las aguas del mar, que en la Biblia son el símbolo del caos, opuesto al orden de la creación. Se trata de un modo de exaltar la victoria divina no sólo sobre la nada, sino también sobre el mal: por ese motivo al «estruendo del mar» y al «estruendo de las olas» se asocia también «el tumulto de los pueblos», es decir, la rebelión de los soberbios.
San Agustín comenta acertadamente: «El mar es figura del mundo presente: amargo por su salinidad, agitado por tempestades, donde los hombres, con su avidez perversa y desordenada, son como peces que se devoran los unos a los otros. Mirad este mar malvado, este mar amargo, cruel con sus olas... No nos comportemos así, hermanos, porque el Señor es la esperanza de todos los confines de la tierra» (Expositio in Psalmos II, Roma 1990)
¿Son nuestra alegría la justicia y la esperanza en el Señor?

La fertilidad de la tierra
10 Visitas la tierra, la haces fértil
y la colmas de riquezas;
los canales de Dios desbordan de agua,
y así preparas sus trigales:
11 riegas los surcos de la tierra,
emparejas sus terrones;
la ablandas con aguaceros
y bendices sus brotes.
12 Tú coronas el año con tus bienes,
y a tu paso rebosa la abundancia;
13 rebosan los pastos del desierto
y las colinas se ciñen de alegría.
14 Las praderas se cubren de rebaños
y los valles se revisten de trigo:
todos ellos aclaman y cantan.
Admirable cuadro primaveral de la última parte (cf. Sal 64,10-14), una escena llena de lozanía, esmaltada de colores, llena de voces de alegría. Entre dichos «signos» se podría colocar el gobierno pacífico y rítmico del ciclo agrícola. La tierra se abre para recibir la lluvia como bendición de Dios: así Dios aparece como protagonista de esta actividad sencilla y prodigiosa.
En este punto entran en escena las demás aguas: las de la vida y de la fecundidad, que en primavera riegan la tierra e idealmente representan la vida nueva del fiel perdonado. Los versículos finales del Salmo, son de gran belleza y significado. Dios colma la sed de la tierra agrietada por la aridez y el hielo invernal, regándola con la lluvia. El Señor es como un agricultor que hace crecer el grano y hace brotar la hierba con su trabajo. Prepara el terreno, riega los surcos, iguala los terrones, ablanda todo su campo con el agua
El salmista usa diez verbos para describir esta acción amorosa del Creador con respecto a la tierra, que se transfigura en una especie de criatura viva. En efecto, todo «grita y canta de alegría». A este propósito son sugestivos también los tres verbos vinculados al símbolo del vestido: «las colinas se orlan de alegría, las praderas se cubren de rebaños, y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan». Es la imagen de una pradera salpicada con la blancura de las ovejas; las colinas se orlan tal vez con las viñas, signo de júbilo por su producto, el vino, que «alegra el corazón del hombre» (Sal 103,15); los valles se visten con el manto dorado de las mieses. El versículo 12 evoca también la corona, que podría inducir a pensar en las guirnaldas de los banquetes festivos, puestas en la cabeza de los convidados(cf. Is 28,1.5).
Todas las criaturas juntas, casi como en una procesión, se dirigen a su Creador y soberano, danzando y cantando, alabando y orando. Una vez más la naturaleza se transforma en un signo elocuente de la acción divina; es una página abierta a todos, dispuesta a manifestar el mensaje inscrito en ella por el Creador, porque «de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor» (Sb 13,5; cf. Rm 1,20). Contemplación teológica e inspiración poética se funden en esta lírica y se convierten en adoración y alabanza.
Pero el encuentro más intenso, al que mira el Salmista con todo su cántico, es el que une creación y redención. Como la tierra en primavera resurge por la acción del Creador, así el hombre renace de su pecado por la acción del Redentor. Creación e historia están de ese modo bajo la mirada providente y salvífica del Señor, que domina las aguas tumultuosas y destructoras, y da el agua que purifica, fecunda y sacia la sed. En efecto, el Señor «sana los corazones destrozados, venda sus heridas», pero también «cubre el cielo de nubes, prepara la lluvia para la tierra y hace brotar hierba en los montes» (Sal 146,3.8).
El salmo se convierte, así, en un canto a la gracia divina. También san Agustín, comentando este salmo, recuerda este don trascendente y único: «El Señor Dios te dice en el corazón: Yo soy tu riqueza. No te importe lo que promete el mundo, sino lo que promete el Creador del mundo. Est atento a lo que Dios te promete, si observas la justicia; y desprecia lo que te promete el hombre para alejarte de la justicia. Así pues, no te importe lo que el mundo promete. Más bien, considera lo que promete el Creador del mundo
¿Estamos seguros de la Providencia del Señor?

A nosotros este canto nos invita a la acción de gracias en un sentido más amplio y más pleno aún que el que tiene el sentido literal del salmo. Dios ha perdonado nuestras culpas y nos ha elegido y acercado para que vivamos en sus atrios, en una tierra cuidada y regada, enriquecida sin medida, donde nos sacia de los bienes de su casa, es decir, en la Iglesia, figura y comienzo terreno de su reino de felicidad eterna. Dios merece nuestro himno en Sión.-- [Pedro Farnés]
El salmista tiene muy buenos motivos para dar gracias a Dios: el perdón, la cercanía divina, el señorío de Dios sobre lo creado, su intervención en la historia y la prodigalidad de una buena cosecha, todo esto viene de Dios y remite a Dios. La acción de gracias es hija de un espíritu bien nacido. Dar gracias a Dios por haberle escuchado, alabarle por revelarse a los pequeños, bendecirle por hacer crecer el pan, el vino y el aceite, y proclamar «la acción de gracias» sobre el pan y el vino son actos que dimensionan la amorosa gratitud de Jesús para con su Padre. De entre los muchos dones que de la merced divina hemos recibido, le alabamos y bendecimos por el pan del cielo, sustentador de la vida verdadera y anticipo del pan que se sirve en el Reino consumado. Perseveramos en «la acción de gracias». Agradecemos a nuestro buen Padre el pan eucarístico.