Salmo 072

SALMO 072 
Introducción

Esta súplica en favor del rey (v. 1) fue compuesta probablemente para el día de su entronización. En ella se describe, con imágenes muy expresivas, la función vital del rey en el seno de la comunidad: la nación no podía gozar de bienestar y prosperidad, si el rey no aseguraba el orden social mediante un gobierno justo. Su “justicia” debía beneficiar, sobre todo, a los miembros más indigentes de la comunidad (vs. 2, 4, 7, 12-14).
Posteriormente el Salmo recibió una interpretación mesiánica, y se “releyó” como una descripción profética del Rey Mesías.
Para la reflexión del orante cristiano. - Si pensamos en el minúsculo rey de Palestina, soberano por algunas generaciones de insignificantes reyes vecinos, este salmo suena a sueño utópico, a adulación cortesana, a fantasía oriental. Salmos como éste, rezados sinceramente por generaciones, han alimentado y ensanchado la esperanza, han cultivado el sentido universalista, han hecho comprender el puesto de un salvador personal. Rezados por el rey presente, eran súplica; rezados por el rey futuro, iban siendo profecía y expectación. Solamente en Cristo alcanza el salmo su plenitud de sentido.

De Salomón.
El título atribuye este salmo a Salomón. Como hay concomitancias con diversos textos bíblicos de diferentes épocas, los autores más bien retrasan la composición del poema, aunque en general no hay dificultad en admitir un núcleo primitivo anterior al exilio, cuando la monarquía israelita sintetizaba las esperanzas de grandeza del pueblo elegido.

Deseo para el rey de una justicia perfecta y una paz indefectible
Concede, Señor, tu justicia al rey
y tu rectitud al descendiente de reyes,
2 para que gobierne a tu pueblo con justicia
y a tus pobres con rectitud.
3 Que las montañas traigan al pueblo la paz,
y las colinas, la justicia;
4 que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos de los pobres
y aplaste al opresor.
Dios es el juez verdadero, que hace justicia, es decir, defiende el derecho de los humildes. Esta justicia la puede ejercer personalmente, y puede confiársela a uno de sus elegidos, en concreto al rey de la dinastía elegida. De este modo el rey participa de la justicia divina, que debe ejercer puramente en servicio del pueblo. El régimen de justicia es fuente de paz, como síntesis de bendiciones. Bajo el régimen del Ungido, montes y collados producen estos frutos admirables.
Del mismo modo que el Señor rige el mundo con justicia (cf. Sal 35,7), así también debe actuar el rey, que es su representante visible en la tierra -según la antigua concepción bíblica- siguiendo el modelo de su Dios.
Al desfilar el cortejo de la entronización de un nuevo rey, el poeta, llevado de los íntimos sentimientos que embargan a las almas justas, desea en nombre del pueblo lo más ansiado del corazón humano: justicia y paz.
El rey, como representante de Dios, es el encargado de dar a cada uno lo que le pertenece, juzgando con equidad y protegiendo contra los opresores a los menesterosos y desvalidos de la sociedad. El salmista, pues, pide a Dios que otorgue al joven soberano el sentido de la equidad. Consecuencia de la justicia es la paz: el orden que surge del equilibrio de derechos y deberes entre los ciudadanos; el poeta ansía que esta paz y esta justicia broten como floración espontánea y abundante en las laderas de las colinas de Judá.
Los escritores sagrados, con un gran sentido poético de la naturaleza, suelen asociar las manifestaciones de ésta a la vida social de su pueblo. En los tiempos mesiánicos, todo se transformará en beneficio de los ciudadanos de la nueva teocracia. El salmista ansía que la paz y la justicia surjan espontáneamente como un producto natural del suelo. Las expresiones son poéticas, pero incluyen un sentido profundo moral, ya que expresan las ansias de equidad y de tranquilidad del pueblo, que serán características de los tiempos mesiánicos.
En Isaías 11,3-5 se dice del Mesías: «No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al hombre cruel con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado. Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos». El salmista, pues, se hace eco de estas esperanzas de justicia, tan arraigadas en el corazón del hombre y en las ansias de rehabilitación del pueblo oprimido. Sus versos son así una invitación al nuevo rey a reflexionar sobre sus deberes primordiales como juez del pueblo y representante de Yahvé. En su actuar debe acercarse al ideal de los tiempos mesiánicos.
¿Intentamos llevar la justicia a los que nos rodean, en el trato y la atención?

Descripción del reino eterno y universal mesiánico; peticiones para el rey
5 Que dure tanto como el sol y la luna,
a lo largo de las generaciones;
6 que sea como lluvia que cae sobre el césped
y como chaparrones que riegan la tierra.
7 Que en sus días florezca la justicia
y abunde la paz, mientras dure la luna;
8 que domine de un mar hasta el otro,
y desde el Río hasta los confines de la tierra.
9 Que se inclinen ante él las tribus del desierto,
y sus enemigos muerdan el polvo;
10 que los reyes de Tarsis y de las costas lejanas
le paguen tributo.
Que los reyes de Arabia y de Sebá
le traigan regalos;
11 que todos los reyes le rindan homenaje
y lo sirvan todas las naciones.
La primera petición considera un horizonte ilimitado de tiempo, conmensurable con el sol y la luna que son medida de los tiempos; la última, considera un horizonte ilimitado de espacio. Entre las dos el gobierno del rey se compara a la bendición primaria de Dios, que es la lluvia: fecundado el país por esta lluvia benéfica, hará brotar y florecer justicia y paz; así responde al fruto de los montes
El entusiasmo del poema le hace desear al nuevo soberano largos días de vida, tantos como el sol y la luna. Las expresiones son hiperbólicas y encajan dentro del estilo poético de las conmemoraciones solemnes de la vida del rey.
Pero la mente del salmista -que tiene una visión teológica de la historia de su pueblo y ve en el actual nuevo rey un paso hacia el Rey ideal de los tiempos mesiánicos- se proyecta hacia la etapa definitiva del pueblo elegido, y su imaginación oriental se dispara incontrolada para describir idealmente la futura época tanto tiempo anhelada por los fieles de Yahvé, que vivían de las promesas divinas: abundantes lluvias, paz edénica duradera, conforme a los vaticinios de los profetas. Su dominio se extenderá de mar a mar (desde el mar Rojo al Mediterráneo) y desde el Gran Río (el Éufrates) hasta los confines de la tierra.
La perspectiva se amplía, y la mente del salmista se proyecta sobre el universalismo de los tiempos del Mesías. Los pueblos paganos -bestias del desierto- le rendirán pleitesía, y los que se obstinen en hacerle oposición tendrán que morder el polvo.
Los reyes de la lejana Tarsis -en la desembocadura del Guadalquivir, al sur de España: Tartessos de los griegos- y los de las islas o ciudades costeras del Mediterráneo, juntamente con los soberanos árabes de Sheba y Sabá (Saba y Arabia), vendrán a entregar sus tributos.
Es una mirada que se extiende sobre todo el mapa del mundo entonces conocido, que abarca a los árabes y a los nómadas, a los soberanos de Estados remotos e incluso a los enemigos, en un abrazo universal a menudo cantado por los salmos (cf. Sal 46,10; 86,1-7) y por los profetas
Es justamente lo que se anuncia en los vaticinios gloriosos de la segunda parte del libro de Isaías: el reconocimiento universal de la preeminencia mesiánica del pueblo judío, simbolizado en su Rey ideal, el Mesías.
¿Pensamos en lo que es el Reino de Dios, e intentamos estar inmersos en él?

Especial solicitud con los humildes y menesterosos, vv. 12-15;
12 Porque él librará al pobre que suplica
y al humilde que está desamparado.
13 Tendrá compasión del débil y del pobre,
y salvará la vida de los indigentes.
14 Los rescatará de la opresión y la violencia,
y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos.
15 Por eso, que viva largamente
y le regalen oro de Arabia;
que oren por él sin cesar
lo bendigan todo el día.
Esta soberanía no es ansia de poder, dominación tiránica, sino un extender el reinado benéfico de la justicia, a favor de pobres, afligidos, indigentes, oprimidos. Será el salvador universal frente a la violencia, porque considera de gran precio la vida del pobre.
Como ya sucede en la primera parte del salmo, el elemento decisivo para reconocer la figura del rey mesiánico es sobre todo la justicia y su amor a los pobres. Sólo él es para los pobres punto de referencia y fuente de esperanza, pues es el representante visible de su único defensor y patrono, Dios. La historia del Antiguo Testamento enseña que, en realidad, los soberanos de Israel con demasiada frecuencia incumplían este compromiso, prevaricando en perjuicio de los débiles, los desvalidos y los pobres. Por eso, ahora la mirada del salmista se fija en un rey justo, perfecto, encarnado por el Mesías, el único soberano dispuesto a rescatar «de la opresión, de la violencia» a los afligidos (cf. v. 14). El verbo hebreo que se usa aquí es el verbo jurídico del protector de los desvalidos y de las víctimas, aplicado también a Israel «rescatado» de la esclavitud cuando se encontraba oprimido por el poder del faraón.
El Señor es el principal «rescatador-redentor», y actúa de forma visible a través del rey-Mesías, defendiendo «la vida y la sangre» de los pobres, sus protegidos. Ahora bien, «vida» y «sangre» son la realidad fundamental de la persona; así se representan los derechos y la dignidad de todo ser humano, derechos a menudo violados por los poderosos y los prepotentes de este mundo.
Llevado del sentido de la equidad, el Rey ideal sabrá salir por los derechos de los desvalidos; no será altanero, a pesar de sentirse honrado por todos los reyes de la tierra, sino que, al contrario, estará al servicio de los más necesitados de la sociedad. Su brazo estará siempre dispuesto a salvar las almas o las vidas de los necesitados, librándolos de los opresores y recaudadores.
Los déspotas orientales favorecen a los ricos que les adulan y ofrecen presentes; en cambio, el Rey futuro de Israel se preocupará justamente de los que no pueden ofrecerle nada. No permitirá que se les oprima, y menos que se les quite la vida, porque será preciosa su sangre ante sus ojos, y no permitirá que se derrame impunemente. Con esta su conducta magnánima y generosa, el Rey se granjeará la estimación de los humildes, los cuales orarán por él incesantemente y le bendecirán.
Si se violan los derechos de los pobres, no sólo se realiza un acto políticamente incorrecto y moralmente inicuo. Para la Biblia se perpetra también un acto contra Dios, un delito religioso, porque el Señor es el tutor y el defensor de los pobres y de los oprimidos, de las viudas y de los huérfanos, es decir, de los que no tienen protectores humanos.
¿Cómo anda nuestra compasión? ¿Sabemos lo que es “eso”?

Fertilidad como la del Edén y gloria del rey, vv. 16-17
16 Que en el país abunden los trigales
y ondeen sobre las cumbres de las montañas;
que sus frutos broten como el Líbano
y florezcan como la hierba de los campos.
17 Que perdure su nombre para siempre
y su linaje permanezca como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos
y todas las naciones lo proclamen feliz.
Los vaticinios proféticos hablan de abundancia de cosechas en los tiempos mesiánicos. El salmista recoge esta tradición y, con bella hipérbole, presenta los trigos altos como árboles del Líbano, dominando las colinas y valles, mientras la población se multiplicará en las ciudades como la hierba de la tierra.
Todos se sentirán felices en la nueva situación y bendecirán al que atrae la excepcional protección de Dios sobre el pueblo; y en él se bendecirán todas las familias de la tierra, según la antigua promesa hecha a Abrahán (Gn 12,3). Nadie se sentirá ajeno a la felicidad de los tiempos mesiánicos.
El nombre y la fama perpetuarán la vida del rey. Pero más importante es que el rey se hace heredero de la promesa hecha a Abrahán, de ser bendición para todos los pueblos. Los hombres pronunciarán ese nombre «bendito» como cifra y síntesis de felicidad; y ese nombre será, realmente, canal de la bendición divina para todos los pueblos.
¿Damos frutos cristianos? (¿cómo dices?)

Doxología a la colección de salmos davídicos
18 Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas.
19 Sea bendito eternamente su Nombre glorioso
y que su gloria llene toda la tierra.
¡Amén! ¡Amén!
20 Fin de las oraciones de David, hijo de Jesé
Esta es la doxología acostumbrada, que cierra cuatro libros o colecciones del Salterio, y por eso se considera añadida al salmo. Con ella se cierra el segundo libro o colección de salmos, davídicos en su mayor parte.
En efecto, se trata de una breve pero intensa bendición con la que se debía concluir el segundo de los cinco libros en los que la tradición judía había subdividido la colección de los 150 salmos: este segundo libro había comenzado con el salmo 41, el de la cierva sedienta, símbolo luminoso de la sed espiritual de Dios. Ahora, esa secuencia de salmos se concluye con un canto de esperanza en una época de paz y justicia, y las palabras de la bendición final son una exaltación de la presencia eficaz del Señor tanto en la historia de la humanidad, donde «hace maravillas» (Sal 71,18), como en el universo creado, lleno de su gloria (cf. v. 19).
Yahvé es el Dios único, que, como tal, hace portentos y maravillas en favor de su pueblo y de los que le son fieles. Su nombre glorioso es el reflejo de su majestad y es prenda de salvación para el que en Él se confía. Toda la tierra debe dejarse penetrar e invadir de su gloria o manifestación esplendente de su poder y magnificencia. A estas aclamaciones del coro respondía el pueblo: Amén. Amén, que incluyen la idea de asentimiento y entrega.
La tradición judeo-cristiana ha entendido este salmo en sentido mesiánico. Así se declara en el Targum. Los Santos Padres comúnmente ven en este rey cantado en el salmo al Mesías. Los autores católicos, sin embargo, no convienen en determinar si ha de entenderse su mensaje mesiánico en sentido directo literal o indirecto típico. Por nuestra parte creemos que el salmista, con ocasión de la entronización de un nuevo rey, ha proyectado sus esperanzas mesiánicas, conforme a la tradición de los vaticinios proféticos, viendo en él la continuación de la dinastía davídica, que habría de culminar en la aparición del Mesías, el Rey por excelencia, a quien únicamente se pueden aplicar las expresiones universalistas del poema.
¿Bendecimos y alabamos al Señor en nuestra oración, o andamos siempre de “peticionarios”?