Salmo 093
Introducción. - El tema central de este himno se vuelve a encontrar en un grupo de salmos cultuales, denominados habitualmente “Himnos a la realeza del Señor”. Todos estos poemas proclaman al Señor como Rey universal, destacando los diversos motivos en que se funda su realeza. En este caso, la soberanía del Señor aparece fundada en el acto de la creación y afianzamiento del mundo, que los vs. 3-4 describen -con evidentes reminiscencias mitológicas- como una victoria divina sobre las fuerzas del caos. El versículo final alude a la Revelación concedida a Israel, porque la obra creadora de Dios es inseparable de sus manifestaciones salvíficas en la historia.
EL SEÑOR, REY DE LA CREACIÓN
1¡Reina el Señor, revestido de majestad!
El Señor se ha revestido,
se ha ceñido de poder.
El mundo está firmemente establecido:
¡no se moverá jamás!
El Salmo 93 comienza repentinamente y de manera maravillosa, con la proclamación del reinado de Yahvé. Esto eleva al Dios del pacto de Israel sobre cualquier ídolo y pretendiente de gobernar.
El salmista celebra la realeza activa de Dios, es decir, su acción eficaz y salvífica, creadora del mundo y redentora del hombre. El Señor no es un emperador impasible, relegado en su cielo lejano, sino que está presente en medio de su pueblo como Salvador poderoso y grande en el amor.
¿Qué puede dar mayor alegría para un súbdito real que el ver al rey en su belleza? Repitamos esta proclamación, ‘Jehová reina,’ el susurrarla en los oídos de los desanimados, y publicándola en el rostro del enemigo.
Este salmo fue escrito muy probablemente después de alguna liberación que Jehová pudo traer sobre su pueblo, pero por la ventana abierta el cantor, consciente o inconscientemente, vio la lejana distante luz de otro día en la cual el Reino de Dios sería puesta en su poder, y el canto de un orden establecido será el himno de Su alabanza.
Dios está adornado con la vestimenta digna de Su soberanía; Él está vestido con majestad y poder. Éstos le rodean y le distinguen, así como la ropa distingue al hombre.
La magnificencia es una idea difícil de definir, pero tiene que ver con dignidad, autoridad de poder soberano, estabilidad, y grandeza. Es la característica apropiada de los monarcas terrenales, quienes a menudo han hecho grandes cosas para dar la impresión de su majestad por la multiplicación de adornos de poder. Pero es supremamente el atributo de él, quien es el Monarca sobre todo y quien no necesita multiplicar los adornos de su poder.
El poder y majestad de Dios no solamente son mostrados en su persona, sino también por lo que Él hace. En su poder, majestad, y genio, ÉL ha construido un mundo el cual está firmemente establecido y que no se moverá– al menos que Él lo mueva.
Confesamos la fuerza de Dios que armoniza el Universo: Las fuerzas del mal, de la división, del enfrentamiento, podrían hacer caótica la situación del universo y la existencia de la humanidad. La fuerza del oleaje del mar, el fragor impetuoso de los ríos son símbolos de la capacidad devastadora y mortífera de los poderes diabólicos. Sin embargo, hoy confiesa nuestra comunidad que más poderoso es el Señor; su presencia serena domina y doblega cualquier potencia maléfica.
La fuerza del pecado, el poderío de los malvados, puede acabar con la humanidad, destruyendo la fraternidad entre los hombres y tronchando las vidas humanas. Sin embargo, hoy confiesa nuestra comunidad que más poderosa es la Ley y los Mandatos que Dios ha incrustado en el corazón del hombre: ellos son seguros, santos, no pasarán.
Comunidad reunida a causa del Reinado de Dios, experimentamos el dinamismo vigoroso y liberador de su dominio. Anhelamos que se manifieste en todo el mundo y que nada ni nadie se sustraiga de su poderío salvador.
¿Sabemos contemplar al Señor en el desarrollo constante de la Naturaleza?
2 Tu trono está firme desde siempre,
tú existes desde la eternidad
No solamente el mundo es establecido, sino también es el trono de Dios. Su reinado hacia nosotros es sin reto. Hay rebeldes en contra de su reinado, pero no tienen ni la más mínima oportunidad de tener éxito.
Los tronos terrenales son temporales, son puestos y echados abajo, ninguna confianza debe de reposar en éstos. Pero el trono de Cristo es eterno e inmutable. Constituido antes de la fundación del mundo, y este permanecerá aun cuando ningún rastro de tal sistema no se halle más.
La autoridad eterna de Dios se extiende a su propio ser. Él es eterno en el sentido de que nadie más lo es; u vida no tiene principio ni final. En esta y otras maneras Dios permanece majestuosamente sobre su creación y más allá.
Nunca hubo algún tiempo en el cual Dios no reinó, en donde él no haya sido el Monarca supremo y absoluto; ya que él es desde la eternidad. Nunca hubo un tiempo en el cual él no fue; nunca podrá haber un periodo en la cual él deje de existir.
Especialmente Él enseña desde la eternidad, antes de la formación del mundo, Dios siempre permaneció el mismo en sí mismo, sin necesidad de creación o de alguna criatura, por la cual pudiera obtener una nueva perfección.
¿Sabemos que podemos contar con la fuerza del Señor en nuestro ser cristiano, en nuestro andar por la vida?
El poder de Dios. Su poder sobre la creación.
3 Los ríos hacen resonar sus voces, Señor,
los ríos hacen resonar su fragor.
4 Pero más fuerte que las aguas impetuosas,
más fuerte que el oleaje del mar,
es el Señor en las alturas.
Hay cosas fuertes que parecen que se oponen a Dios. Los ríos de agua parecieran imparables y sin ceder en su destrucción. Como las recias ondas del mar, éstos se levantan en contra de Dios con su sonido.
La mar con sus poderosas masas de agua, con las olas constantes que no descansan, con su opresión sin cesar sobre la tierra sólido y espumeando contra las rocas, es un emblema del mundo gentil alejado y en enemistad con Dios.
El salmista alude más en particular a la «voz» de los ríos, es decir, al estruendo de sus aguas. Efectivamente, el fragor de grandes cascadas produce, en quienes quedan aturdidos por el ruido y estremecidos, una sensación de fuerza tremenda. Frente a esta fuerza de la naturaleza el ser humano se siente pequeño. Sin embargo, el salmista la toma como trampolín para exaltar la potencia, mucho más grande aún, del Señor.
Los Padres de la Iglesia suelen comentar este salmo aplicándolo a Cristo: «Señor y Salvador». Orígenes, traducido por san Jerónimo al latín, afirma: «El Señor reina, vestido de esplendor. Es decir, el que antes había temblado en la miseria de la carne, ahora resplandece en la majestad de la divinidad». Para Orígenes, los ríos y las aguas que levantan su voz representan a las «figuras autorizadas de los profetas y los apóstoles», que «proclaman la alabanza y la gloria del Señor, y anuncian sus juicios para todo el mundo».
San Agustín desarrolla aún más ampliamente el símbolo de los torrentes y los mares. Como ríos llenos de aguas caudalosas, es decir, llenos de Espíritu Santo y fortalecidos, los Apóstoles ya no tienen miedo y levantan finalmente su voz. Pero «cuando Cristo comenzó a ser anunciado por tantas voces, el mar inició a agitarse». Al alterarse el mar del mundo -explica san Agustín-, la barca de la Iglesia parecía fluctuar peligrosamente, agitada por amenazas y persecuciones, pero «el Señor domina desde las alturas»: «camina sobre el mar y aplaca las olas»
¿Escuchamos al Señor en la fuerza de la Naturaleza?
El poder de su santidad.
5 Tus testimonios, Señor, son dignos de fe,
la santidad embellece tu Casa
a lo largo de los tiempos.
Como en otros lugares en el Salmo, los testimonios es una referencia poética de la Palabra de Dios. El salmista entendió que el poder, soberanía, y fuerza de Dios era poderosamente expresada en y a través de su Palabra.
Este poderoso Dios es santo, diferente de cualquier hombre o mujer. Su poder es un poder santo y su soberanía es una soberanía santa. Su santidad está conectada con todo lo que Él es y hace, y se puede decir que adorna su propia casa.
Si se toma en un sentido de una exhortación hacia el pueblo de Dios para mostrar santidad en su heredad, Su casa, esta idea tiene paralelismos en el Nuevo Testamento:
· Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es. (1 Co 3, 17)
· Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 P 2, 9)
Si nosotros no somos santos, ¿cómo podemos adornar la casa de Dios? ¡No podemos! Hacemos totalmente lo opuesto. La deshonramos — y al Dios que profesamos servir.
El gran carácter y ser de Dios – su poder, soberanía, fuerza y santidad – son de Él eternamente. Él es desde los siglos y es inmutable; Él es para siempre. Él no disminuirá o se degradará con el tiempo.
¿Es todo esto así? ¿Jehová reina? Entonces ofrezcamos los sacrificios de alabanza y acción de gracias. Él es digno de recibir; y en nuestro dar, también está el recibir los beneficios de Su reinado, la cual enriquece y glorifica nuestras vidas.
Sin embargo, el Dios soberano de todo, omnipotente e invencible, está siempre cerca de su pueblo, al que da sus enseñanzas. Esta es la idea que el salmo 92 ofrece en este último versículo: al trono altísimo de los cielos sucede el trono del arca del templo de Jerusalén; a la potencia de su voz cósmica sigue la dulzura de su palabra santa e infalible.
Así concluye un himno breve pero profundamente impregnado de oración. Es una plegaria que engendra confianza y esperanza en los fieles, los cuales a menudo se sienten agitados y temen ser arrollados por las tempestades de la historia y golpeados por fuerzas oscuras y amenazadoras.
¿Comprendemos lo que significa el Reino de Dios? ¿Contribuimos a su profundización y expansión?