Salmo 099
Introducción. - «El Señor reina». Esta aclamación, con la que se inicia el salmo 98, que acabamos de escuchar, revela su tema fundamental y su género literario característico. Se trata de un canto elevado por el pueblo de Dios al Señor, que gobierna el mundo y la historia como soberano trascendente y supremo.
En efecto, el fiel, al comenzar su jornada, sabe que no se halla abandonado a merced de una casualidad ciega y oscura, ni sometido a la incertidumbre de su libertad, ni supeditado a las decisiones de los demás, ni dominado por las vicisitudes de la historia. Sabe que sobre cualquier realidad terrena se eleva el Creador y Salvador en su grandeza, santidad y misericordia.
El salmo tiene dos partes: a) grandeza de Yahvé, que mora en Sión (vv. 1-5); b) la santidad del Dios de Israel (vv. 6-9).]
1El Señor reina, tiemblen las naciones;
sentado sobre querubines, vacile la tierra.
A. La presencia santa de Dios.
Por tercera vez, un Salmo empieza con esta frase (ver también el Salmo 93,1 y 97,1). El Salmo 99 habla de la presencia de Dios (Él está sentado sobre los querubines), en su presencia Él reina. Dios no está simplemente ahí; Él es un rey que gobierna.
En la presencia de un Dios soberano, es apropiado el temblar. Incluso la tierra puede conmoverse en su presencia — mucho más aun los pueblos.
La idea es que Dios está en su trono en su santuario. Es difícil decir si el salmista tenía en mente el santuario celestial de Dios o su representación en la tierra (el tabernáculo o el templo); ambos son ciertos y ambos encajan bien.
¿Sabemos que el temor no es la línea de actuación de nuestro Padre?
2El Señor es grande en Sión,
encumbrado sobre todos los pueblos.
3Reconozcan tu nombre, grande y terrible:
Él es santo.
Dios está presente en el cielo y en toda la tierra, pero tiene un cuidado especial por Sion, la ciudad de Jerusalén. En esa ciudad ubicada en las colinas, Él es exaltado sobre todos los pueblos.
Santidad, en su raíz tiene la idea de separación. Describe a alguien, o algo, que está separado de otras personas o cosas. Un objeto puede ser santo si es separado para el servicio sacro. Una persona es santa si está separada para seguir la voluntad y los deseos de Dios.
La santidad de Dios es parte de todo lo que Él es y hace. El poder de Dios es santo. El amor de Dios es un Dios santo. La sabiduría de Dios es una sabiduría santa. La santidad no es una característica de su personalidad; Es la característica de todo su ser.
¿Intentamos ser santos como lo es nuestro Padre?
B. La santa fuerza de Dios.
4Reinas con poder y amas la justicia,
tú has establecido la rectitud;
tú administras la justicia y el derecho,
tú actúas en Jacob.
Aunque su dominio es absoluto e incontrolable, y su poder irresistible, el no abusa de él ni lo convierte en tiranía y opresión, como los príncipes del mundo comúnmente hacen, sino que controla y maneja las cosas con justicia. Su reino es para el fomento de la justicia.
Con Dios, la justicia y la rectitud no son simples eslóganes o promesas. Él ha confirmado la rectitud entre su pueblo y en este mundo, y continuará haciendo eso.
¿Somos conscientes de que la paz solo se conseguirá si existe la justicia?
5 Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante el estrado de sus pies:
Él es santo.
La mayoría de los comentaristas se refieren a esto como el arca del pacto, conectándolo con su entendimiento de sobre los querubines del Salmo 99:1. El arca del pacto es llamada el estrado de sus pies (1 Cr 28, 2), pero también lo es la tierra y Jerusalén
La frase del Salmo 99:3 es repetida para dar énfasis. Dios es santo en todo lo que Él es y hace.
La biblia llama a Dios santo más que cualquier otra cosa, más que soberano, más que justo, más que misericordioso o amoroso. De hecho ‘santo’ es el único epíteto de Dios que es repetido tres veces para darle énfasis, como en: ‘Santo, santo, santo.
La santidad es la armonía de todas las virtudes. El Señor no tiene un solo atributo, o en exceso, sino que todas las glorias están en Él como un todo; esta es la corona de su honor y el honor de su corona. El poder no es la joya de su elección, ni su soberanía, sino su santidad.
¿Cómo entendemos nosotros la santidad? La nuestra, claro.
C. La santa revelación de Dios
6 Moisés y Aarón con sus sacerdotes,
Samuel con los que invocan su nombre,
invocaban al Señor, y él respondía.
7 Dios les hablaba desde la columna de nube;
oyeron sus mandatos y la ley que les dio.
El Señor se acerca aún más, en su palabra. Revela su nombre para que lo invoquen, y atiende a la llamada; habla y dialoga con los mediadores; revela su voluntad en forma de ley.
Pero la inmensa grandeza de Dios no es óbice para que se abaje a escuchar y atender a cuantos le invocan.
El salmista menciona a tres sacerdotes notables de la historia de Israel—Moisés, Aarón, y Samuel. Estos eran quienes oraban (Invocaban a Jehová) y Dios se revelaba a sí mismo (Él les respondía).
Para motivar la fidelidad a la adoración de Dios, los ejemplos de Moisés, Aarón, y de Samuel son colocados, hombres con las mismas debilidades que nosotros, cuyas oraciones fueron escuchadas, tanto para sí mismos como para otros.
Evidentemente aquellos que invocan el nombre de Dios componen una clase separada... Es un gran honor el de ser incluidos entre aquellos que invocan su nombre. Si no puedes encontrarte en ninguna de las otras clases, tal vez te encuentres aquí.
La columna de nube era la representación física de la presencia de Dios en Israel en el desierto y Dios le hablaba a Moisés desde esa columna de nube (Éx 33,9).
¿Estamos a la escucha de la Palabra del Señor?
8 Señor, Dios nuestro, tú les respondías,
tú eras para ellos un Dios de perdón,
y un Dios vengador de sus maldades.
9 Ensalzad al Señor, Dios nuestro;
postraos ante su monte santo:
Santo es el Señor nuestro Dios.
Pero la cercanía de Dios hace sentir más intensamente su trascendencia, su santidad: un Dios de perdón y a la vez es un Dios vengador. Ofrece y exige, es santo y quiere levantar a su pueblo a la esfera de la santidad. En el monte «santo», morada del Señor, el pueblo sobrecogido prorrumpe en la tercera aclamación del trisagio.
Cuanto más cercano Dios, más fuerte y exigente se revela su santidad. En Cristo Dios está presente, el Padre «santifica» o consagra a su Hijo para la obra de la redención; y Cristo congrega un pueblo «santificado», que ha de ser santo como el Padre de los cielos. Los cristianos, enseñados por la revelación de Cristo, «santificamos el nombre de Dios», es decir, proclamamos con gozo y respeto su santidad. Un punto culminante de la misa es esta triple aclamación «Santo, santo, santo es el Señor».
Dios les respondía a estos hombres (y a otros) a quienes lo buscaban, y se revelaba a ellos como un Dios perdonador. De forma significativa, Incluso estos hombres de los que se decía, que guardaban su testimonio necesitan la revelación de un Dios perdonador.
Una vez más la audiencia es llamada a exaltar a Dios, A postrarse ante Él, y reconocer su santidad.
Por tercera vez para dar énfasis la santidad de Dios es proclamada. Más tarde en visiones celestiales el profeta Isaías (Is 6,3) y el apóstol Juan (Ap 4, 8) escucharía esta triple declaración de santidad combinada en una sola oración. Esta es la razón suprema para confiar en Él, y también la suprema inspiración para la adoración.
¿Es, de verdad, el Señor nuestro Dios? ¿Seguimos su Evangelio?