Salmo 102
SALMO 102: Oración de un afligido
Introducción.- El título de este Salmo, en vez de referirse a un dato histórico, dice en qué situación se debe usar. No se sabe quién lo escribió ni cuándo, pero los detalles sugieren que fue un israelita enfermo y desanimado en el exilio, cerca del tiempo del regreso a Jerusalén. Es una súplica individual, pero el salmista ve su futuro enlazado con el de Sion; mira hacia la restauración de Jerusalén; y en esa mirada profética, Dios lo usa para mirar también hacia el Mesías (cf. vv. 25-27). El Salmo se incluye entre las llamadas “oraciones de los enfermos” (Sal. 6, 8, 41 y 88); también se considera uno de los salmos penitenciales (cf. Sal. 6).
Un clamor desde la crisis.
Una súplica por la presencia de Dios.
2Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
3no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco,
escúchame enseguida.
El suplicante sincero no se contenta con orar porque sí, por hacerlo; desea realmente alcanzar el oído y el corazón del gran Dios. Es un gran alivio en tiempo de aflicción dar a conocer a otros nuestra tribulación. Nos alivia el que ellos escuchen nuestros lamentos. Pero el mejor solaz de todos es el tener a Dios mismo como oyente simpatizante de nuestra queja. El que Él nos escucha no es un sueño, una ficción, sino un hecho fehaciente. El salmista le ruega a Dios que escuche su oración, sabiendo que un Dios bueno y compasivo no podría escuchar y no ayudar. El hombre afligido mismo se sentía lo suficientemente mal, pero lo hacía peor más allá de toda medida por la sensación de que Dios no lo escuchaba o no le importaba. Cuando él tuvo la sensación de que el favor y el rostro de Dios eran evidentes, la aflicción podía ser soportada.
Lo peor de nuestras desgracias sería si llegáramos a convencernos de modo indiscutible que Dios no escucha ni contesta nuestros ruegos; el que pudiera damos a entender tal cosa no nos haría un servicio peor que el leernos nuestro certificado de defunción. Mejor es morir que negar el propiciatorio. Lo mismo daría volverse ateos que creer en un Dios que no siente y no oye.
El don aumenta en su valor al llegar en el momento de necesidad urgente; y podemos estar seguros que nuestro Dueño celestial nos concederá los mejores dones en la mejor manera concediéndonos su gracia para ayudarnos en el tiempo de necesidad: Cuando las respuestas pisan los talones de las peticiones, son más sorprendentes, más consoladoras, más alentadoras.
Al desgraciado la vida le parece no sólo frágil, sino rodeada por un ambiente tan oscuro, corrupto, cegador y deprimente que, absorto en su abatimiento, se compara a un hombre perdido en la niebla, evanescente, vacío, de modo que es poco más que una columna de humo.
La agonía de ser afligido en la salud.
4Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
5mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
6con la violencia de mis quejidos,
se me pega la piel a los huesos.
Como una flor segada ya no bebe el rocío o saca nutrición del suelo, un corazón reseco por una pena intensa se niega a aceptar consolación para sí y nutrimento para el cuerpo, y desciende más rápidamente en la debilidad, el abatimiento y la desesperación.
El caso descrito aquí no es raro. Con frecuencia hemos encontrado individuos tan desorientados por la aflicción que su memoria les fallaba en cosas tan urgentes como las comidas, y hemos de confesar que hemos pasado por condiciones así nosotros mismos. Un agudo dolor ha llenado el alma, monopolizado la mente, y lo ha arrastrado todo al fondo, de modo que las cosas comunes como comer y beber eran despreciadas por completo, y no se hacía caso de las horas de refrigerio, sin que desmayara el cuerpo, pero sí incrementando la angustia del corazón.
Pero como el vigor del corazón alimenta el ánimo y éste se distribuye por todas partes, dando a uno el apetito natural, así también cuando el corazón está marchito y seco, como la hierba, y no hay vigor en él, el ánimo está paralizado, y no es extraño que el estómago pierda su apetito y se olvide de comer pan.
7Estoy como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas;
8estoy desvelado, gimiendo,
como pájaro sin pareja en el tejado.
El Salmista se compara a dos aves que son comúnmente el emblema de la desgracia y la tristeza; en otras ocasiones se ha comparado al águila, pero las aflicciones de su pueblo le han aplastado, no hay brillo en sus ojos ni hermosura en su persona.
Si hubiera más de esta santa aflicción, pronto veríamos que el Señor vuelve a reedificar su iglesia. Es triste ver cómo los hombres se pavonean con orgullo mundano, cuando los males del tiempo deberían impulsarles a afligirse y lamentarse como el pelícano; y es terrible ver que los hombres se congregan como buitres para devorar la presa de una iglesia exánime, cuando deberían lamentarse entre sus ruinas como el búho.
Los cristianos sinceros y vigilantes con frecuencia se hallan entre personas que no tienen simpatía por ellos; incluso en la iglesia buscan en vano espíritus afines; con todo, perseveran en sus oraciones y labores, pero se sienten solos, como el pájaro que mira desde la cima del tejado y no halla a otros de su clase por compañía.
Pero los hombres no se dan cuenta de lo que es la soledad, ni hasta dónde llega; porque la multitud no es compañía, y los rostros son como una hilera de cuadros, y su habla como un címbalo que retiñe, cuando no hay amor.
La agonía de ser afligido por los enemigos.
9Mis enemigos me insultan sin descanso;
furiosos contra mí, me maldicen.
10En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto,
11por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
12mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.
Es verdad lo que dice Plutarco, que a los hombres les afectan más los reproches que otras clases de agravios; la aflicción, también, da un filo más agudo a la calumnia, porque los afligidos son objetos más apropiados para la compasión que para la burla.
Si yo estuviera donde están ellos, se burlarían de mí en la cara; si no estuviera entre ellos, me apostrofarían a escondidas; y no lo hacen de modo esporádico, dánd6me un respiro, sino que escupen su veneno todo el día; y no uno a uno, de modo que pudiera tener esperanza de resistirlo, sino combinándose y en grupo; y para hacer sus grupos más firmes y menos propensos a disolverse, se juramentan y toman sacramento sobre ello.
Y, ahora, resumiendo mis desgracias y aflicciones: empiezan con mis ayunos; luego, mis gemidos; se añaden a ello mis vigilias; luego, la vergüenza de que se me señale en compañía, el desconsuelo del verse solo; y, finalmente el escarnio y la malicia de mis enemigos; y de qué extrañarse, pues: si todo esto junto me hace desgraciado; qué maravilla si no tengo más que piel y huesos, pues la carne se niega a permanecer en un cuerpo que sufre tales desgracias
No hay nadie que cometa pecado si no es con una intención de recibir placer de ello; pero esto no debería hacerse, puesto que todo el que comete pecado, puede estar seguro de que un día u otro encontrará mil veces más tribulación por causa de ello que el placer que encontró en el pecado. Porque todo pecado es una especie de exceso y saciedad y no hay manera de evitar que sea mortal sino con una dieta estricta' de cenizas como si fuera pan, y bebida mezclada con lágrimas
¡Oh alma mía, si éstas fueron las obras de arrepentimiento de David, ¿dónde hallaremos en el mundo un penitente después de Él? El hablar de arrepentimiento es común en la boca de todos; pero ¿dónde hay uno que coma cenizas como pan y mezcle lágrimas en su bebida?
Hay ocasiones en que a causa de la depresión del ánimo uno se siente como si le hubiera abandonado la vida y la existencia hubiera pasado a ser meramente una muerte que respira. El quebrantamiento del corazón tiene una influencia que marchita todo nuestro organismo; nuestra carne en el mejor de los casos no es sino hierba, y cuando es herida por dolores agudos su belleza se disuelve y se arruga, se seca y se vuelve detestable a la vista.
Adorando al Señor quien edifica a Sion. Reconociendo al Dios eterno
13Tú, en cambio, permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
14Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.
Cuando llega el tiempo de Dios, ni Roma, ni el diablo, ni los perseguidores, ni los ateos, pueden impedir que el reino de Cristo extienda sus límites. Es Dios el que la hace, Él debe «levantarse»; Él lo hará, pero tiene su sazón designada; y, entretanto, nosotros hemos de esperarle con santa ansiedad y expectativa creyente.
El tiempo designado por Dios es cuando la iglesia cree profundamente, es más humilde, más adicta a los intereses de Dios, más sincera. Sin fe no somos aptos para desear misericordia; sin humildad no somos aptos para recibirla; sin afecto no somos aptos para valorarla; sin sinceridad no somos aptos para mejorarla. Los períodos de aflicción extrema contribuyen al crecimiento y ejercicio de estos calificativos.
Reconociendo la exaltación de Dios entre las naciones.
15Tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas;
16los gentiles temerán tu nombre;
los reyes del mundo, tu gloria.
17Cuando el Señor reconstruya Sión,
y aparezca en su gloria,
18y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones.
El sol brilla siempre glorioso, incluso en el día más nublado, pero no se ve hasta que se han esparcido las nubes que impiden su vista en el mundo inferior: Dios es glorioso cuando el mundo no le ve; pero su gloria declarativa aparece cuando la gloria de su misericordia, su verdad y fidelidad irrumpen para la salvación de su pueblo.
¡Cómo ha de cubrir tu rostro la vergüenza, oh cristiano, si no procuras sinceramente la gloria de Dios, que te ama, sí, y a todos sus hijos tanto, que embarca juntos en un navío su gloria y tu felicidad, de modo que no puede perderse la una y salvarse la otra!
El desvalido sabe cómo ha de orar. No necesita instructor. Su desgracia le enseña maravillosamente el arte de ofrecer oración. Veámonos como desvalidos, para aprender a orar; desvalidos en fuerzas, sabiduría, influencia, verdadera felicidad, fe como se debe, consagración total, conocimiento de las Escrituras y justicia.
Renuncia a todo tu oro que son escombros, escombros en tanto que está en tus manos, dalo a mis pobres; y yo te daré oro verdadero, a saber, un sentimiento de tu miseria y tu invalidez; un anhelo de gracia, pureza y utilidad; un amor a tus prójimos; y mi amor derramado en tu corazón.
Reconociendo la gran liberación que Dios trae.
19Quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
20Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
21para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte.
22Para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
23cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor.
Para comunicar a otros lo que Dios ha hecho para nosotros personalmente y para la iglesia en conjunto es tan evidentemente nuestro deber que no tendríamos que necesitar estímulo para cumplirlo. Dios tiene siempre sus ojos sobre la gloria de su gracia en todo lo que hace, y no deberíamos voluntariamente defraudarle de este aporte de alabanza.
El hecho de dejar de escribir una palabra en un testamento puede desbaratar las intenciones de una persona; la falta de esta palabra, «mi» (Dios), es la pérdida del cielo para el inicuo, y el puñal que atravesará su corazón en el infierno por toda la eternidad.
La palabra «mi» es tan valiosa para el alma como una, porción ilimitada. Todo nuestro bienestar está encerrado en esta cámara privada. Cuando Dios dice al alma, como Acab a Ben-adad: «He aquí, yo soy tuyo y todo lo que tengo», ¿quién puede decir en qué forma el corazón salta de gozo, y se desvanece casi en deseos de El ante tales noticias?
Lutero dijo: «Gran parte de la religión consiste en pronombres.» Para nuestra consolación, realmente, consiste en este pronombre «mi». Es la copa que contiene todo el cordial. Todos los goces del creyente dependen de esta cuerda si se rompe todo está perdido. A veces he pensado en qué forma “mí” saborea David, lentamente, para no perder su dulzura: «Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador. Dios mío...» (Salmo 18:1, 2). Este pronombre es la puerta por la cual entra el Rey de los santos en nuestro corazón con todo su séquito de deleites y consuelos.
Por generación de generaciones son tus años. Tú vives, Señor, déjame vivir también. Una plenitud de existencia contigo; déjamela compartir contigo. Nota el contraste entre el mismo David cuando desfallece y está a punto de expirar, y cuando su Dios vive en él en la plenitud de fuerza para siempre; este contraste está lleno de poder consolador para el hombre cuyo corazón descansa en el Señor. Bienaventurado sea su nombre, Él no nos falla y, por tanto, nuestra esperanza no nos fallará; no vamos a desmayarnos ni en lo que afecta a nosotros ni a su iglesia.
El Salmista dice de Cristo: Por generación de generaciones son tus años (Salmo 102, 24); Salmo que el apóstol cita (Heb 1, 10). Sigamos el curso de su existencia puntualmente a lo largo de los tiempos. Vayamos punto por punto y veamos cómo en detalle las Escrituras están de acuerdo con ello.
Existía al principio del mundo: «En el principio era el Verbo.» En estas palabras, no habiendo predicado o atributo afirmado de esta palabra, la frase o admiración es terminada meramente con su existencia: «Él era», y «era» en el principio. No dice que fue hecho en el principio, sino que «Era en el principio».
La debilidad del hombre y la fuerza de Dios.
24Él agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;
Una oración del salmista afligido
25y yo dije: «Dios mío, no me arrebates en la mitad de mis días».
Tus años duran por todas las generaciones:
26al principio cimentaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.
27Ellos perecerán, tú permaneces;
se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
28Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
tus años no se acabarán.
29Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.
La concupiscencia pasará, no su esencia; la forma, no la naturaleza. Al renovar un vestido viejo no lo destruimos, pero lo cambiamos y hacemos que parezca nuevo. Pasarán, pero no perecerán; la escoria es eliminada, el metal permanece. La calidad corrupta será renovada, y todas las cosas restauradas a la hermosura original en la cual fueron creadas.
El fin de todas las cosas se acerca (1 P 4, 7); y un fin para nosotros, para nuestros días, para nuestros caminos, para nuestros pensamientos. Si un hombre pudiera decir como el mensajero de Job: «Yo solo he escapado», sería algo; o si pudiera hallar un arca con Noé. Pero no hay arca que nos defienda de este calor, como no sea el seno de Jesucristo.
Hemos pasado a través de la nube, y en el Salmo siguiente nos hallaremos en pleno sol. Tal es la experiencia variable del creyente. Pablo, en el capítulo siete de Romanos, gime y se lamenta, y luego, en el octavo, se regocija y salta de alegría; y así, de los gemidos del Salmo ciento dos vamos a progresar a los cantos y danzas del ciento tres, «bendiciendo al Señor porque, aunque dure el llanto toda la noche, por la mañana viene la alegría.»
Esta es una admirable declaración de confianza en la promesa de Dios para hacer todas las cosas justas y buenas, si no en el día presente, entonces en los días que han de venir. Demuestra una maravillosa progresión en el Salmo 102.
· Él empieza con una honesta declaración de su miseria.
· Después él mira más allá de sí mismo a su comunidad
· Después más allá de su comunidad a todo el mundo
· Después más allá de su tiempo a las generaciones futuras
Cualquiera que sea el destino de la generación presente, ya sea que vivan para ver el cumplimiento de todas las cosas que han sido predichas o no, de cualquier manera la palabra de Dios permanece firme; siempre habrá una iglesia, y una semilla santa, para quienes la promesa será cumplida.