Salmo 106

Introducción.-

Este Salmo empieza y termina con un «¡Aleluya!» «Alabado sea el Señor». El espacio entre estas dos exclamaciones de alabanza está lleno de tristes detalles del pecado de Israel y la paciencia extraordinaria de Dios; y, verdaderamente, hacemos bien en bendecir al Señor tanto al comienzo como al fin de nuestra meditación cuando el pecado y la gracia son los temas.
Al meditar este santo Salmo podemos considerarnos nosotros mismos entre el antiguo pueblo del Señor y lamentar nuestras propias provocaciones al Altísimo, y al mismo tiempo admirar su infinita paciencia y adorarle debido a la misma.

1¡Aleluya! Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia
2¿Quién podrá contar las hazañas de Dios,
pregonar toda su alabanza?
Alabanza y confesión plantean una relación dialéctica: a pesar de los beneficios de Dios, el pueblo insiste en pecar; a pesar del pecado reiterado, Dios protege a su pueblo. La liturgia penitencial de Neh 9 comienza con un acto de alabanza; lo mismo que Dn 3,26.
Dad gracias al Señor; porque es bueno. Para nosotros, criaturas necesitadas, la bondad de Dios es el primer atributo que estimula nuestra alabanza, y esta alabanza toma la forma de gratitud.
Porque El es bueno. De modo esencial, único y original; comunica y difunde su bondad; es el autor de todo bien y de ningún mal; es misericordioso y clemente e inclinado a perdonar.
Porque es eterna su misericordia. El salmista, sin embargo, a lo largo de todo el Salmo celebra en muchos casos la forma en que el pueblo peca y fue detenido y herido. Y cuando propone que este Salmo fuera cantado en la iglesia de Dios, Israel se hallaba bajo contrariedades y aflicciones. Con todo, exigió que Israel reconociera que el Señor es bueno, y que su misericordia es para siempre, aun en el acto de disciplinar al ofensor. Esta es, pues, una confesión verdadera y plena de la bondad divina que se hace no sólo en la prosperidad, sino también en la adversidad.
¿Quién podrá contar las hazañas del poder del Señor? Embebido por la consideración de las obras divinas, el que implora su misericordia, dice: ¿Quién podrá contar las hazañas del poder del Señor, y hacer que sean oídas todas sus alabanzas? Para que esta frase sea completa ha de sobreentenderse lo que se dijo más arriba: ¿Quién podrá hacer que sean oídas todas sus alabanzas? Es decir: ¿Quién será capaz de hacer oír, después de haberlas escuchado, todas sus alabanzas? Dijo: Hará que sean oídas, es decir, hará que se oigan, declarando así que han de ser expuestas las obras del poder del Señor y sus alabanzas, para que puedan ser predicadas a quien las escucha. Pero ¿quién podrá expresarlas todas? ¿O quizá, porque continúa la frase: Bienaventurados los que observan el juicio y practican la justicia en todo tiempo, llama alabanzas del Señor a sus obras, las que afloran en sus preceptos? Porque Dios —dice el Apóstol— es quien obra en vosotros. Y a la descendencia de Abrahán se le dijo también: Cantadle y salmodiadle, lo que creo que debemos entender como si dijera: "Decidle y hacedle buenas abras en su alabanza". A estos dos verbos, es decir, cantar y salmodiar, se adaptan los dos versículos siguientes, de manera que narradle todas sus maravillas es lo mismo que cantadle; y regocijaos en su santo nombre4,es lo mismo que salmodiadle. Y a esta misma descendencia le dice también el Señor: Brillen vuestras obras ante los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos5. Por eso, considerando aquí los preceptos de Dios, cuyas obras son alabanza de aquel que obra en los suyos, dice el salmista: ¿Quién podrá contar las poderosas hazañas del Señor? Porque éstas se realizan de una manera inefable. ¿Quién logrará que sean oídas todas sus alabanzas?, es decir, ¿quién, una vez oídas, practicará todas sus alabanzas, que son las obras de sus preceptos? Porque, al hacerse, aunque no se hagan todas cuantas se han oído, ha de ser alabado él, quien por su benevolencia obra en nosotros el querer y el obrar6. De ahí que el salmista, pudiendo haber dicho "todos sus mandamientos", o "todas las obras de sus mandamientos", prefirió decir sus alabanzas, porque —como ya he explicado— por el hecho de ser realizadas, él ha de ser alabado. No obstante, ¿quién es capaz de hacer oír estas alabanzas? Es decir, ¿quién es capaz de, una vez oídas, ejecutarlas todas?
3 Dichosos los que respetan el derecho
y practican siempre la justicia.
La bienaventuranza es para quienes respetan la justicia y el derecho. La palabra hebrea podría aludir global mente a las cláusulas de la alianza (Ex 15,25; Jos 24,25). El verso ilumina por contraste el no cumplimiento.
Éstos son los principios y prácticas de rectitud; éste es el modo de alabar a Dios real y sustancial. El dar gracias es la prueba del agradecimiento.
Dichosos los que cumplen el juicio, y practican siempre la justicia: desde que comienzan, y están viviendo en el tiempo; pues, quien persevere hasta el fin, se salvará. Puede parecer una repetición de la misma sentencia, de manera que sea lo mismo observar la justicia que cumplir el juicio, sobreentendiéndose en la primera parte del versículo siempre, y en la segunda, dichosos. Pero si no hubiera ninguna diferencia entre juicio y justicia, no se diría en otro salmo: hasta que la justicia se convierta en juicio. Quizá por la similitud de su significado, podría expresarse una cosa por otra, la del juicio por justicia, o también la de justicia por juicio; sin embargo, si se emplean con propiedad, hay diferencia en algo, ya que el que cumple el juicio es el que juzga rectamente, y el que practica la justicia, es el que obra el bien. Y no creo que sea un absurdo el entender, según lo que se dijo: Hasta que la justicia se convierta en juicio, que también aquí se llamó dichosos a los que cumplen el juicio con fidelidad, y practican la justicia en las buenas obras, pues llegará el tiempo en que el juicio, que ahora se cumple con fidelidad, se ponga en práctica cuando la justicia se convierta en juicio, es decir, cuando reciban los justos la potestad de juzgar rectamente a aquellos por quienes ahora no son juzgados con rectitud.

4 Acuérdate de nosotros
por amor a tu pueblo,
visítame con tu salvación:
5 para que vea la dicha de tus escogidos,
y me alegre con la alegría de tu pueblo,
y me gloríe con tu heredad
Y puesto que es Dios el que justifica, o sea, el que hace justos a los hombres, curándolos de sus iniquidades, sigue la oración: acuérdate de nosotros, Señor, por complacencia con tu pueblo, es decir, para que estemos entre aquellos en quienes te complaces, puesto que no en todos se ha complacido Dios. Visítanos con tu salvación. Él es, efectivamente, el Salvador, por quien son perdonados los pecados, y sanadas las almas, para que puedan cumplir el juicio y practicar la justicia. Y comprendiendo que son dichosos los que dicen estas cosas, con razón piden esto para sí orando. De ella dice precisamente el anciano Simeón: Vieron mis ojos tu salvación. Y ella de sí misma dijo: Yo soy el camino. Por tanto, visítanos con tu salvación, es decir, con tu Cristo. Para ver en la bondad de tus elegidos, y alegrarnos en la alegría de tu gente. Es decir, visítanos con tu salvación, para que podamos ver en la bondad de tus elegidos, y alegrarnos en la alegría de tu pueblo. Lo que aquí se escribe en la bondad, otros códices dicen en la suavidad; así como unos códices dicen porque es bueno, y otros dicen porque es suave. Pero ¿qué significa visítanos, para que veamos en la bondad de tus elegidos, es decir, en aquella bondad que ofreces a tus elegidos? Que no permanezcamos ciegos, Así pues, visítanos con tu salvación para ver, es decir, para que podamos ver en la bondad de tus elegidos; para gozarnos, es decir, para que nos podamos gozar en la alegría de tu gente. Por gente de Dios hemos de entender únicamente la descendencia de Abrahán; pero los hijos de la promesa, no los de la carne. Luego éstos, cuya voz aquí resuena, desean tener la alegría de su gente. ¿Y cuál es la alegría de su gente, o de su pueblo? Dios. Y entonces el sentido de todo el párrafo sería éste: Visítanos con la alegría de tu salvación, para que veas en la alegría de tus elegidos, para que te regocijes en la alegría de tu gente y seas alabado con tu heredad.
Para ver, para alegrarse, y para alabar, si ellos desean ser visitados con la salvación de Dios, es decir, su Cristo, para no ser expulsados de su pueblo, y de aquellos en quien Dios se complace.
No puedo pedir más, ni quiero pedir menos. Trátame como al menor de tus santos, y estoy contento. Debería bastamos si se nos trata como al resto de la familia. Si incluso Balaam no deseaba otra cosa que morir la muerte del justo, podemos estar contentos viviendo como viven y muriendo como mueren. Este sentimiento debería impedir el desear escapamos de las pruebas, persecuciones y disciplina; ésta ha sido la suerte de los santos, y ¿por qué deberíamos nosotros escapar de ellas?
Ven a mi casa y a mi corazón y dame la salvación que Tú has preparado y sólo Tú puedes conceder. A veces oímos de un hombre que muere como resultado de la visitación de Dios, pero aquí tenemos uno que vive por la visitación de Dios. Jesús dijo a Zaqueo: «Hoy ha llegado la salvación a tu casa», y esto era porque El mismo había llegado allí.
No hay salvación aparte del Señor, y El ha de visitamos o nunca la obtendremos. Estamos demasiado enfermos para visitar a nuestro gran Médico, y, por tanto, Él nos visita. ¿Visitarme, Señor? ¿Es posible? ¿Puedo pedir tanto? Y, con todo, debo hacerlo, puesto que sólo Tú puedes traerme salvación; por tanto, Señor, te ruego que vengas a mí, y permanezcas conmigo para siempre.

6 Hemos pecado como nuestros padres,
hemos cometido maldades e iniquidades.
7 Nuestros padres en Egipto
no comprendieron tus maravillas;
no se acordaron de tu abundante misericordia,
se rebelaron junto al mar, junto al mar Rojo;
8 pero él los salvó por amor de su nombre,
para manifestar su poder.
9 Increpó al mar Rojo, y se secó;
los condujo por el abismo
como por tierra firme;
10 los salvó de la mano del adversario,
los rescató del puño del enemigo;
11 las aguas cubrieron a los atacantes,
y ni uno solo se salvó:
12 entonces creyeron sus palabras,
cantaron su alabanza.
Primer pecado: en el paso del Mar Rojo
Aquí empieza una confesión larga y particular. La confesión de pecado es la forma más apropiada para asegurarnos respuesta a la oración del versículo 4. Los hombres pueden decir que han pecado como sus padres, al haberlos imitado, cuando siguieron los mismos objetos, e hicieron de su vida la mera continuación de la locura de aquellos. Además, Israel fue una nación única en todo tiempo, y la confesión que sigue destaca el pecado nacional más bien que el personal en el pueblo del Señor. Ellos gozaban de privilegios nacionales y, por tanto, compartían la culpa de modo nacional.
No comprendieron porque no estaban dispuestos; el comprender está condicionado por la actitud ética y religiosa. Por eso no entender se considera a veces culpable
Hicimos iniquidad, hicimos impiedad. Así que la confesión se repite tres veces, como muestra de la sinceridad de la misma. Los pecados de omisión, de comisión y de rebelión deberían ser reconocidos bajo distintos títulos, para poder mostrar un sentimiento apropiado del número y maldad de nuestras ofensas.
Dios les dice que ellos se habían revelado desde antes: «Como hicieron vuestros padres, lo mismo hacéis vosotros» (Hechos 8:51). La antigüedad no es un argumento infalible de bondad; aunque Tertuliano dice que las cosas primeras fueron las mejores; y a medida que se distancian del principio se vuelven más pobres; pero ha de haberlo entendido sólo de las costumbres santas. Porque la iniquidad puede alegar antigüedad; el que comete un nuevo acto de homicidio puede hallar ejemplo de ello en Caín; la borrachera regresa hasta Noé; el desprecio a los padres, a Cam; la ligereza en la mujer, a las hijas de Lot.
No hay pecado que no lleve canas encima. Pero miremos más hacia atrás, a Adán; aquí vemos cuál es la edad del pecado. Esto es lo que san Pablo llama el viejo hombre; es casi tan viejo como la raíz, pero más antiguo que todas las ramas. Por tanto, nuestra restitución por Cristo a la gracia es llamada el nuevo hombre.
Los israelitas vieron las plagas milagrosas y se asombraron de ellas en su ignorancia; su designio de amor, sus profundas lecciones mora-les y espirituales, y su revelación del poder y justicia divinos, esto no lo pudieron percibir. Una larga permanencia entre idólatras había embotado las percepciones de la familia escogida y la cruel esclavitud había dado lugar a una pereza mental.

Ay, ¡cuántas de las maravillas de Dios nosotros mismos no las entendemos o las entendemos mal! Tememos que los hijos no muestren gran mejoría respecto a sus padres. Heredamos de nuestros padres mucho pecado y poca sabiduría; ellos sólo podían dejarnos lo que poseían. Vemos por este versículo que la falta de comprensión no es excusa para el pecado, sino que, en sí, es una acusación más contra Israel.
Un pecado es un paso hacia otro peor; el no observar va seguido del no recordar, y el olvido del deber arrastra la desobediencia y la rebelión.
No se acordaron de la muchedumbre de tus misericordias. ¿Qué eran estos amenazadores presagios y estos asombrosos anuncios de una ruina inevitable (según ellos entendían) sino el fruto de su incredulidad o desconfianza de Dios?; y esto era otro pecado, una provocación. Las misericordias anteriores son olvidadas, sí, devoradas por la incredulidad, como las siete vacas enjutas del sueño de Faraón devoraron a las gordas, y las dificultades presentes eran agravadas por la incredulidad, como si todo el poder de Dios no pudiera eliminarías o vencerlas. ¿Y no visitará el Señor en ira un pecado semejante? l
Su longanimidad y su paciencia. Fue contra la paciencia de Dios que pecaron los desagradecidos israelitas; porque incluso le acosaron con pecado tras pecado, una ofensa pisando los talones de la otra, las últimas peores que las primeras, hasta que todos los tesoros de gracia y perdón se agotaron y provocaron a Dios a que jurara, y jurara en su furor, y con propósito pleno de venganza, que nunca entrarían en su reposo.
Dice el versículo precedente: «se rebelaron junto al mar, el mar Rojo», o como dice el hebreo: «incluso en el mar Rojo»; cuando las aguas permanecían como una pared a cada lado de ellos; cuando veían aquellas paredes de agua que el pueblo no había visto nunca, y veían el poder, el poder infinito de Dios llevándoles a tierra seca; incluso entonces se rebelaron, en el mar; y a pesar de todo esto, el Señor los salvó como si no hubieran hecho nada.
Su nombre es «Jehová-Jireh», en el monte del Señor se verá, el Señor proveerá. ¿Necesitáis su presencia? Su nombre es «Jehová-Shammah», el Señor está aquí; «Emmanuel», Dios con nosotros: esperemos que estará con nosotros, por amor a su nombre. ¿Necesitas audiencia en la oración? Su nombre es «El que escucha la oración».
¿Necesitas fuerza? Su nombre es «Fuerza de Israel». ¿Necesitas consuelo? Su nombre es la «Consolación de Israel». ¿Necesitas abrigo? Su nombre es «Ciudad de Refugio». ¿No tienes nada y lo necesitas todo? Su nombre es «Todo en todos».
Siéntate y busca nuevos nombres para tus necesidades, y los encontrarás, que El tiene un nombre apropiado para ellas; para tu provisión, Él tiene sabiduría para guiarte, y poder para guardarte; y misericordia para compadecerse de ti; gracia para adornarte; y gloria para coronarte. Confía en su nombre, El salva por amor a su nombre.
Faraón se ahogó y el poder de Egipto quedó tan magullado que durante los cuarenta años del peregrinaje de Israel nunca fueron amenazados por sus antiguos amos.
El Señor no hace nada a medias. Lo que empieza lo termina. Esto hace el pecado de Israel mayor aún, puesto que vieron lo concienzudo de la justicia divina y la perfección de la fidelidad divina.
En el cubrir a sus enemigos tenemos un tipo del perdón de nuestros pecados; ellos se hundieron en el mar, para no reaparecer de nuevo; y, bendito sea el Señor, no «quedó uno de ellos». Ni un solo pecado de pensamiento, palabra u obra, la sangre de Jesús los ha cubierto todos. «Echaré vuestras iniquidades en lo profundo del mar.»
Es decir, creyeron las promesas cuando las vieron cumplidas, pero no antes. Esto se menciona, no para darles mérito, sino para causarles vergüenza. Los que no creyeron en la palabra del Señor hasta que vieron su ejecución no eran creyentes en absoluto. ¿Quién habría que no creyera cuando tiene el hecho ante sus ojos? Los egipcios habrían hecho lo mismo.
Cantaron su alabanza. ¿Podían hacer otra cosa? Su cántico fue excelente, y es el tipo del canto del cielo; pero, aunque era dulce, era corto, y al terminar cayeron en la murmuración. «Cantaron su alabanza», pero pronto «olvidaron sus obras». Entre Israel que canta e Israel que peca sólo hay un paso. Su cántico fue bueno en tanto que duró, pero terminó muy pronto.

13 Bien pronto olvidaron sus obras,
y no se fiaron de sus planes:
14 ardían de avidez en el desierto
y tentaron a Dios en la estepa.
15 Él les concedió lo que pedían,
y los hartó hasta saciarlos.
16 Envidiaron a Moisés en el campamento,
y a Aarón, el consagrado al Señor:
17 se abrió la tierra y se tragó a Datán,
se cerró sobre Abirón y sus secuaces;
18 un fuego abrasó a su banda,
una llama consumió a los malvados.
19 En Horeb se hicieron un becerro,
adoraron un ídolo de fundición;
20 cambiaron su gloria por la imagen
de un toro que come hierba.
21 Se olvidaron de Dios, su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto,
22 maravillas en la tierra de Cam,
portentos junto al mar Rojo.
23 Dios hablaba ya de aniquilarlos;
pero Moisés, su elegido,
se puso en la brecha frente a él,
para apartar su cólera del exterminio.
Segundo pecado: avidez
“Pero pronto olvidaron sus obras”. Esto se dijo de la generación de israelitas que salieron de Egipto. El capítulo que contiene la porción de su historia aquí aludida empieza con expresiones arrobadoras de gratitud y termina con murmullos de descontento; unos y otros pronunciados por los mismos labios en el corto espacio de tres días.
Como ocurre con una criba o un cedazo, el trigo y la harina fina pasan, pero la paja y el grano mal triturado se quedan en la criba; como con un colador, el líquido pasa, pero las heces se quedan en él.
Así pasa con la mayor parte de los recuerdos de los hombres; por naturaleza son poco de fiar; los conceptos vanos de los hombres tienden a ser retenidos, en tanto que las instrucciones divinas y las promesas misericordiosas pasan; las bagatelas y trivialidades son recordadas, y de modo tenaz; pero las cosas espirituales se salen; como Israel, y pronto se olvidan.
Aunque no querían esperar la voluntad de Dios, estaban impacientes por tener la propia. Cuando se halló alimento sano y agradable en abundancia para ellos, estuvieron descontentos al cabo de poco, y querían carne, alimento poco sano en un clima tan cálido y una vida tan fácil. La oración puede ser contestada en ira y denegada en amor.
¿Quién puede esperar escapar de la envidia, cuando el más manso de los hombres fue objeto de ella? ¡Qué poco razonable era envidiar a Moisés, el hombre que trabajaba más duro en todo el campamento y el que llevaba más carga! Deberían haber simpatizado con él; envidiarle era algo nefando.
Tercer pecado: rebelión de Datán y Abirán
Y contra Aarón, el santo de Jehová. Por elección divina, Aarón fue puesto aparte para la santidad al Señor y en vez de dar gracias a Dios de que les había favorecido con un sumo sacerdote por medio de cuya intercesión podían ser presentadas sus oraciones, murmuraron de la elección divina y buscaron querella con el hombre que iba a ofrecer sacrificio por ellos; querían arrancar el cetro a Moisés y la mitra a Aarón. Es la marca de los inicuos el tener envidia de los buenos y rencor a sus mejores benefactores.
Cuarto pecado: el becerro de oro
En el mismo lugar en que habían prometido solemnemente obedecer al Señor, quebrantaron el segundo, si no el primero, de sus mandamientos, y levantaron el símbolo egipcio del buey y se inclinaron ante él. La imagen del buey es llamada aquí de modo sarcástico «becerro»; los ídolos no son dignos de respeto; el desprecio nunca es más legítimo que cuando se usa para los intentos de ofrecer una imagen del Dios invisible. Los israelitas eran verdaderamente necios cuando pensaron que veían la más mínima gloria divina en un toro, a saber, la mera imagen de un toro. El creer que la imagen de un toro podía ser la imagen de Dios requería una gran credulidad.
Se postraron ante una imagen de fundición. Una imagen idolátrica hecha de oro no es menos abominable que cuando se hace de escoria; la hermosura del arte no puede esconder la deformidad del pecado.
Y ¿por qué un becerro? ¿No podían hallar una semejanza más apropiada a Dios entre todas las criaturas? ¿Por qué no un león, para mostrar soberanía; una serpiente, para mostrar sabiduría, etc.? Pero la forma importa poco, porque si se quiere dar forma a Dios no puede hacérsele semejante a nada, siendo tan ilegítimo darle forma de ángel como de gusano, ya que el mandamiento nos prohíbe toda semejanza de cosa en el cielo arriba como en la tierra abajo. Pero probablemente prefirieron un becerro porque lo habían aprendido de los egipcios que adoraban al buey Apis.
El trono local del Anticristo (y ¿qué otra cosa puede ser sino Roma?) es llamado en el Apocalipsis con tres nombres: se le llama Egipto (Apocalipsis 2:8). Se le llama Sodoma en el mismo versículo. Se le llama Babilonia en muchos lugares del Apocalipsis. Se le llama Babilonia en relación con su crueldad. Se le llama Sodoma con respecto a su inmundicia; y Egipto con relación a su idolatría.
Es de esperar que nunca llegaremos a vivir en un período en que los milagros de nuestra redención sean olvidados; en que no se espere ya el retorno de nuestro Señor Jesucristo desde el cielo; cuando el pueblo solicite a sus maestros que les fabriquen una nueva deidad filosófica para adorarla en vez de adorar al Dios de nuestros antepasados, a quien se ha adscrito la gloria de generación en generación.
El Salmista habla con desprecio, y con razón: la irreverencia hacia los ídolos es una reverencia indirecta a Dios. Los dioses falsos, intentos de representar al Dios verdadero, y realmente todas las cosas materiales que son adoradas sobre la faz de la tierra son inmundicia, ya sean cruces, crucifijos, vírgenes, reliquias y todas estas cosas. Somos demasiado blandos con estas abominaciones. El renunciar a la gloria de la adoración espiritual por la pompa y ostentación externa es el colmo de la locura y merece ser tratado de esta forma.
Nosotros, por la misericordia infinita, hemos tenido a algunos como Moisés, hemos tenido quien nos repare las brechas, refuerce nuestros fundamentos y cubra algunos setos; pero todavía quedan brechas. ¿No hay brechas en el seno de la doctrina? Si no las hubiera, ¿de dónde procederían tantas opiniones erróneas, blasfemas y desviadas entre nosotros? ¿No hay brechas en la autoridad eclesiástica? ¿No pisotean las multitudes la magistratura y el ministerio, todos los poderes, humanos y divinos?
¿No hay brechas en el culto a Dios? ¿No pisotean muchos las iglesias, las ordenanzas y las mismas Escrituras? ¿No hay brechas en el seno de la justicia cuando entran los toros de Basán, que oprimen a los pobres y aplastan al menesteroso? (Amós 4:1). ¿No hay brechas en el seto del amor? ¿No está roto el lazo de la perfección?
¿No hay envidias y contiendas entre nosotros; no nos mordemos y devoramos los unos a los otros? ¿No hay brechas en el seno de la conciencia? ¿No se ha quebrantado la paz entre Dios y nuestras almas? ¿No viene Satanás con frecuencia a la brecha y nos hostiga? ¿No hay brechas en nuestras muchas relaciones mediante lo cual él saca ventaja? Sin duda, si tenemos los ojos en la cabeza, veremos muchas brechas.

24 Despreciaron una tierra envidiable,
no creyeron en su palabra;
25 murmuraban en las tiendas,
no escucharon la voz del Señor.
26 Él alzó la mano y juró
los haría morir en el desierto,
27 que dispersaría su estirpe por las naciones
y los aventaría por los países.
28 Se acoplaron con Baal Peor,
comieron de lo ofrecido a los muertos;
29 provocaron a Dios con sus perversiones,
y los asaltó una plaga;
30 pero Pinjás se levantó e hizo justicia,
y la plaga cesó;
31 esto se le computó como justicia
por generación sin término.
32 Lo irritaron junto a las aguas de Meribá,
Moisés tuvo que sufrir por culpa de ellos;
33 le habían amargado el alma,
y desvariaron sus labios.
34 No exterminaron a los pueblos
que el Señor les había mandado;
35 emparentaron con los gentiles,
imitaron sus costumbres;
36 adoraron sus ídolos
y cayeron en sus lazos.
37 Inmolaron a los demonios
sus hijos y sus hijas.
38 Derramaron la sangre inocente,
la sangre de sus hijos e hijas,
inmolados a los ídolos de Canaán,
y profanaron la tierra con sangre;
39 se mancharon con sus acciones |
y se prostituyeron con sus maldades.
Quinto pecado: rehúsan entrar en la tierra prometida
Ésta es la raíz del pecado. Si no creemos la Palabra de Dios, pensaremos a la ligera de sus dones prometidos. «No pudieron entrar a causa de su incredulidad»; ésta fue la clave que dio vuelta a la cerradura para ellos. Cuando los peregrinos a la Ciudad Celestial empiezan a dudar del Señor de la ruta, pronto tienen en poco el reposo al final del peregrinaje, y ésta es la manera más segura de hacer de ellos malos peregrinos.
Nuestro gran obstáculo a la salvación es la pereza espiritual. Se dice de Israel: «Despreciaron la tierra deseable.» ¿Cuál fue la razón? Canaán era un paraíso de deleites, un tipo del cielo, sí; pero creyeron que les costaría mucho esfuerzo y riesgos entrar allí, y preferían quedarse fuera; despreciaron la tierra deseable. ¿No hay millones que de buena gana irían durmiendo al infierno, para no tener que sudar subiendo al cielo?
Sexto pecado: prostitución en Belfegor
El ritualismo les llevó a la adoración de dioses falsos. Si escogemos un modo falso de culto también nosotros, antes de poco estaremos adorando dioses falsos. Esta abominación de los moabitas era un ídolo en cuya adoración las mujeres entregaban sus cuerpos para la lujuria más vergonzosa. ¡Pensad en el pueblo del Dios santo llegando a esto!
Quizá contribuían a los ritos nigrománticos en que intentaban establecer contacto con espíritus ausentes, procurando con ello romper el sello de la providencia de Dios y entrar en las cámaras secretas que Dios ha cerrado. Los que están cansados de buscar al Dios vivo han mostrado con frecuencia apego por las ciencias ocultas y el contacto con demonios y espíritus. ¡A qué abominaciones y engaños se prestan los que desechan el temor de Dios! Este comentario es tan necesario ahora como en los días de antaño.
Sus pecados fueron causa de una nueva enfermedad para las tribus. Cuando los hombres inventan pecados, Dios no tarda en enviarles castigos. Sus vicios son una peste moral, y fueron visitados con una peste corporal; así el Señor paga con la misma moneda.
Fue por culpa de Saúl. Dios le mandó que destruyera a Amalec, y él halló un método mejor para salvar algo para sacrificar, algo impensable para Dios. Y fue culpa de Pedro, cuando intentaba persuadir a Cristo de que evitara su pasión, y halló un método mejor (según pensaba) que el que Cristo quería seguir. Lancelot Andrews
Su espíritu sincero no pudo tolerar tal liviandad practicada públicamente en un período en que se había proclamado ayuno. Un desafío tan atrevido de Dios y a toda la ley no podía ser tolerado, y con su lanza traspasó a los dos culpables en el mismo acto. Fue una santa pasión la que le inflamaba, y no había enemistad con las personas a las que mató.
No se detiene a considerar toda clase de escrúpulos: ¿Quién soy yo para hacer esto? El hijo de un sacerdote. Mi lugar es el de paz y misericordia; me corresponde sacrificar, orar por el pecado del pueblo; no sacrificar a nadie por su pecado. Mi deber me llama a apaciguar la ira de Dios, no a vengar los pecados de los hombres; a orar por su conversión, no a confundir al pecador. ¿Y quiénes eran los transgresores? El uno un gran príncipe en Israel, el otro una princesa de Madián.
¿Podía la muerte de dos tan famosos pasar sin ser vengada? O si era seguro y apropiado, ¿por qué mi tío Moisés derrama lágrimas en vez de la sangre de ellos? Yo lo lamentaré con el resto; dejaré la venganza a quien le corresponda. Pero el celo de Dios barrió todas estas débiles deliberaciones; y considera su deber y su gloria ejecutar a un par de transgresores tan vergonzosos. Joseph may
Se sintió impulsado por motivos tan puros que lo que de otro modo habría sido un crimen de sangre quedó justificado a la vista de Dios; es más, dio evidencia de que Fineés era justo. El hombre de Dios no fue inspirado por ambición personal, o desquite personal, o pasión egoísta, o incluso fanatismo, sino celo por Dios, indignación por la inmundicia franca, y verdadero patriotismo.
Moisés al fin se cansó y se enojó contra ellos, y creyó que era inútil intentar mejorarlos. ¿Podemos sorprendernos de ello, siendo hombre y no Dios? Después de cuarenta años de tolerarlos el temple manso de Moisés cedió, y los llamó rebeldes y mostró su indignación no debida; y por ello no se le permitió entrar en la tierra que él había deseado heredar.
Verdaderamente, pudo contemplar la buena tierra desde la cumbre del monte Pisgá, pero le fue negado el entrar en ella, y por ello «le fue mal». Fue el pecado de ellos lo que le había indignado, pero él tuvo que pagar las consecuencias. Por claro que sea que otros tienen más culpa que nosotros, siempre debemos recordar que esto no nos excusa, no es una pantalla, sino que cada uno debe llevar su propia carga.
Lo cual parece un pecado pequeño en comparación con el de los otros, pero era un pecado de Moisés, el siervo escogido del Señor, el cual había visto y conocido tanto del Señor que no podía pasársele por alto. No pronunció blasfemia o mentira, sino que habló inconsideradamente; pero esto es una falta seria para un legislad Este pasaje, a mi modo de ver, es uno de los más severos de la Biblia. Verdaderamente servimos a un Dios celoso. Con todo, no es un amo duro o austero; no hemos de pensarlo, pero hemos de sentir más celo nosotros mismos y procurar vivir más cuidadosamente y hablar con más juicio, porque servimos a un tal Señor.
Debemos también ser cuidadosos en la forma en que tratamos a los ministros del evangelio, no sea que provoquemos su espíritu y, con ello, los impulsemos a actos impropios que les acarreen a ellos el castigo del Señor. Poco piensan los murmuradores y querellosos en los peligros que pueden hacer caer a sus pastores con su conducta díscola.
Como Abraham se distinguió por su fe, Moisés se distinguió por su mansedumbre; porque la Escritura declara que fue «muy manso, más que todos los hombres sobre la faz de la tierra» (Números 12:3). Con todo, juzgando por los hechos que se nos dan de él, podríamos inclinamos a suponer que su temperamento era muy sensible y dado a la prisa; ésta fue su debilidad. Isaac Williams
Cuando alguno ha corrido, y ha corrido bien, ¡es triste que tropiecen a unos pocos pasos de la meta! Si Moisés tenía un deseo terreno era ver a Israel seguro en su heredad, y su deseo no pudo consumarse. La fe y la paciencia habían resistido casi cuarenta años, y unos pocos meses después habrían cruzado el Jordán y la obra habría sido terminada. Y ¿quién puede decir si esta misma proximidad al premio contribuyó a crear algo de presuntuosa confianza? La sangre de Moisés hirvió dentro de él, y no se comportó como el más manso de los hombres.
Somos lentos en reprender el pecado de los otros y estamos dispuestos a hallar excusas por los pecados «respetables», que, como Agag, andan con paso afectado y primoroso. La medida de nuestra destrucción del pecado no ha de ser según nuestra inclinación, o el hábito de los otros, sino según la orden del Señor. No tenemos garantía para obrar con benignidad con el pecado, sea el que sea.
Teniendo bastantes faltas propias, estaban dispuestos a ir a la escuela de los inmundos cananeos y educarse mejor aún en las artes de la iniquidad. Era cierto que no podían aprender nada bueno de hombres a quienes el Señor había condenado a una destrucción total. Pocos, desean ir a la celda del reo para aprender; con todo, Israel se sentó a los pies del maldito Canaán y se levantó diestro en toda abominación.
Sacrificaron sus hijos y sus hijas a los demonios. Esto era ya haber caído de veras en una trampa; se quedaron estupefactos por la cruel superstición y fueron arrastrados hasta el punto de dar muerte a sus propios hijos en honor de las deidades más detestables, que eran demonios y no dioses.
Y la tierra fue contaminada con sangre. La tierra prometida, la Tierra Santa, que era la gloria de todas las naciones, porque Dios estaba en ella, fue contaminada por la sangre de inocentes niños, y por las manos tintas en sangre de sus padres, que los habían sacrificado para rendir homenaje a los demonios. ¡Ay, qué deshonra para el Espíritu del Señor!

40 La ira del Señor se encendió contra su pueblo, | y aborreció su heredad;
41 los entregó en manos de gentiles, | y sus adversarios los sometieron;
42 sus enemigos los tiranizaban | y los doblegaron bajo su poder
El sentimiento descrito es como el de un marido que todavía ama a su esposa culpable y, con todo, cuando piensa en su lujuria, siente que toda su naturaleza se levanta en justa ira contra ella, de modo que el contemplarlo aflige su alma.
Y se enseñorearon de ellos los que les aborrecían. Y ¿por qué hemos de extrañarnos? El pecado nunca crea verdadero amor. Ellos se juntaron con los paganos en su maldad, y no ganaron sus corazones, sino, más bien, provocaron su desprecio. Si nos mezclamos con los hombres del mundo, ellos pasan a ser nuestros amos y nuestros tiranos, y no podemos pasarlo peor.

43 Cuántas veces los libró;
mas ellos, obstinados en su actitud,
perecían por sus culpas.
44 Pero él miró su angustia,
y escuchó sus gritos.
45 Recordando su pacto con ellos,
se arrepintió con inmensa misericordia;
46 hizo que movieran a compasión
a los que los habían deportado.
El pecado de la idolatría debía estar profundamente enraizado en su naturaleza, pues volvieron a él con tal persistencia, a pesar de tantas penalidades; no tenemos por qué asombramos de esto, hay todavía algo de que tenemos que asombrarnos más; el hombre prefiere el pecado y el infierno, al cielo y a Dios.
Su ira extrema hacia su propio pueblo es sólo una llama temporal, pero su amor arde para siempre como la luz de su propia inmortalidad.

47 Sálvanos, Señor, Dios nuestro,
reúnenos de entre los gentiles:
daremos gracias a tu santo nombre,
y alabarte será nuestra gloria.
48 Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
desde siempre y por siempre.
Y todo el pueblo diga:
¡Amén! ¡Aleluya!
Martín Lutero dijo una vez de la oración dominical o Padrenuestro que «era el mayor mártir de la tierra, porque era usado tan frecuentemente sin reflexión ni sentimiento, sin reverencia ni fe». Este comentario inesperado, tan verdadero como triste, se aplica quizá con más fuerza todavía a la palabra «Amén».
Una palabra que se usa con frecuencia sin la debida reflexión, sin ir acompañada del sentimiento que debería despertar, pierde su poder por esta misma familiaridad, y aunque está constantemente en nuestros labios, yace exánime en nuestra alma; y Lutero ha dicho en verdad: «según es el Amén, así ha sido tu oración».
El salmo nos enseña a solidarizarnos en el pecado con la comunidad y con los antepasados. El salmo es parte de nuestra historia. La redención de Cristo no ha dado un corte que interrumpa esa humilde solidaridad. También nos enseña a practicarla dentro de la historia de la Iglesia.