Salmo 114a

Introducción. - Este salmo de acción de gracias hace parte del "Hallel egipcio". Los judíos lo cantan al finalizar la comida Pascual, después de recordar la liberación de la esclavitud de Egipto. Este contexto es el telón de fondo. Los prisioneros liberados, los antiguos deportados, los que han escapado a un grave peligro... comprenderán mejor. Israel estaba efectivamente atado en las redes del terrible faraón, sin ninguna libertad, atado con nudos de la más dura sujeción: sofocado en medio de una civilización de paganismo idolátrico, el pueblo de Dios se sentía como muerto. Se sentía muy "pequeño y débil" frente al formidable poder del estado opresor. Israel "gritó". Y Dios escuchó su clamor, nos dice la Biblia (Exodo 2,23-24). Dios liberó a Israel, y lo hizo entrar en la "tierra del reposo", "la tierra de los vivos"... Esta tierra de Canaán en que se vive a gusto, la tierra misma de Dios, en donde está su Casa y su Ciudad, la tierra en que uno puede vivir "en presencia del Señor". Observemos hasta qué punto este poema está impregnado del acontecimiento Pascual.
1Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Cuando... salió: habla de un tiempo específico. Los hechos salvíficos de Dios tienen lugar y fecha. Dios actúa en la historia, en nuestra historia. Así, cuando los israelitas celebraron la Pascua, no pensaban sólo en el pasado, expresaban su fe también en la acción de Dios en su propia historia cotidiana. Se mencionan Judá e Israel paralelamente; quizá el autor quiso incluir tanto el reino del norte como el del sur, pero también los usa como sinónimos para hablar de toda la nación.
Se evoca el éxodo de Israel desde la opresión egipcia hasta el ingreso en la tierra prometida, que es el «santuario» de Dios, o sea, el lugar de su presencia en medio del pueblo. Más aún, la tierra y el pueblo se funden: Judá e Israel, términos con los que se designaba tanto la tierra santa como el pueblo elegido, se consideran como sede de la presencia del Señor, su propiedad y heredad especial (cf. Ex 19,5-6).
Después de esta descripción teológica de uno de los elementos de fe fundamentales del Antiguo Testamento, es decir, la proclamación de las maravillas de Dios en favor de su pueblo, el salmista profundiza espiritual y simbólicamente en los acontecimientos que las constituyen.
Israel como nación, y como teocracia vinculada a Yahvé, surgió al ser liberado de Egipto, su opresor. En virtud de esta prodigiosa liberación, el pueblo hebreo se convirtió en propiedad exclusiva de Yahvé, para el que Israel es el «primogénito» entre los pueblos. En virtud de esta elección, Judá -símbolo de todas las tribus por surgir de ella el rey David, en cuya dinastía se canalizaron las promesas mesiánicas- se convirtió en santuario de Yahvé. Allí, en su capital de Jerusalén, en su templo, estableció Yahvé su morada permanente en la tierra

2Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.
Su santuario... su señorío. Dios no se menciona, pero es claro que el pronombre se refiere a Dios. La señal visible de la santidad de Dios y de su reino es su pueblo. Cuando el pueblo de Dios realmente es su santuario (le adora) y está rendido a su señorío (o dominio) Dios se manifiesta en poder y es glorificado delante de las naciones
El salmista hace primero la presentación del pueblo de Israel, o casa de Jacob, en la época de su fundación. El pueblo extraño o balbuciente, de otra lengua o raza, es Egipto. Al establecerse aquél en Canaán se dibujan ya los dos reinos futuros de Judá e Israel, partes de un todo, que llegaron a ser santuario y dominio o señorío de Yahvé. El salmista, un judaíta verosímilmente, atribuye a Judá -con Jerusalén y el templo- la prerrogativa religiosa, y a Israel la de dominio.

3El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
4los montes saltaron como carneros,
las colinas, como corderos.
5¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
6¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros,
colinas, que saltáis como corderos?
El salmista alude a los portentos de Yahvé en favor de su pueblo, y en primer lugar al paso milagroso del mar Rojo: el mar, al ver a Yahvé dirigiendo a su pueblo, huyó despavorido, dejando paso a los israelitas, y el mismo Jordán se echó atrás, secándose su cauce para que pasaran los protegidos de Yahvé. Las personificaciones del poeta son bellísimas. Así, presenta a los montes dando saltos de júbilo o de estremecimiento ante la presencia de la majestad divina, y a los collados retozando como corderos. El símil parece aludir a las conmociones cósmicas que acompañaron a la promulgación de la Ley en el Sinaí.
Se incluye todo el proceso del éxodo; el cruce del mar Rojo y del Jordán marcan el principio y el fin de ello. Nótese la poesía linda con lenguaje vigoroso; frente al pueblo, donde se manifestó el poder de Dios, todos los elementos de la naturaleza se espantaron: el mar ... huyó. No sólo las aguas se asustaron, también los montes saltaban. El salmista está recordando cuando Sinaí temblaba y humeaba.
En un estricto paralelismo enlaza el paso del Jordán con el paso del Mar Rojo, realizando así una síntesis teológica: el doble paso de las dos fronteras sintetiza la liberación. La personificación del mar y el Jordán tiene lejanos antepasados míticos, el océano representa las fuerzas del caos hostiles a Dios.
En dos pinceladas, recuerda las maravillas obradas en favor del pueblo naciente. La primera (v. 3) enlaza el paso del mar Rojo, al principio del éxodo, con el río Jordán, al fin de la peregrinación, en un solo acto, pleno de resonancias teológicas: el doble paso es figura de la redención liberadora. La personificación poética del mar y del río es frecuente en toda la literatura antigua. La segunda (v. 4) indica la teofanía del Sinaí, evocada con el temblor de los montes (Ex 18,18; Sal 68,9), que brincan como carneros o corderos. Tan vívidas imágenes, verdaderas hipérboles (Crisóstomo), no son más que una «poética vivificación de la naturaleza» (Gunkel) o una «vestidura regia» de la historia, sin necesidad de suponer, con Gunkel, influjos extraños mitológicos en el salmista.

7En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
8que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.
Ahora el salmista habla de Dios y presenta la respuesta: es la presencia y poder de Dios manifestados en su pueblo. A un observador no creyente lo que le impacta es lo que sucede fuera de lo ordinario con este pueblo. Dios quiere mostrar su poder y su gloria en el mundo; usa la fe, la alabanza, la oración y la obediencia de su pueblo para hacerlo.
El desierto tiene un sentido dual: lugar de la experiencia de Dios y ocasión de tentación. En Meribá surge la gran tentación: «¿Está Yahweh con nosotros o no?». Si está, que lo demuestre de una forma concreta, que nos ahorre la vida dándonos agua de beber. Situado en parecida coyuntura, Jesús prefiere afirmar el valor divino por encima de la vida. El Padre tuvo en cuenta esta heroica entrega e hizo que de su costado brotaran raudales de agua para el nuevo pueblo. Desde entonces y para siempre quien tenga sed puede acercarse a Jesús porque de su seno corren ríos de agua viva. Él es la roca espiritual que acompaña a los creyentes mientras es tiempo de éxodo.
La parte final del salmo introduce otro acontecimiento significativo de la marcha de Israel por el desierto, el del agua que brotó de la roca de Meribá (cf. Ex 17,1-7; Nm 20,1-13). Dios transforma la roca en una fuente de agua, que llega a formar un lago: en la raíz de este prodigio se encuentra su solicitud paterna con respecto a su pueblo.
El gesto asume, entonces, un significado simbólico: es el signo del amor salvífico del Señor, que sostiene y regenera a la humanidad mientras avanza por el desierto de la historia.
Como es sabido, san Pablo utilizará también esta imagen y, sobre la base de una tradición judía según la cual la roca acompañaba a Israel en su itinerario por el desierto, interpretará el acontecimiento en clave cristológica: «Todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo» (1 Co 10,4).
¿Podríamos orar con este salmo, olvidando su contexto histórico? Recitémoslo, en nombre de Israel, poniéndonos sicológicamente en el lugar de este pueblo una noche de comida pascual, de este pueblo que tenía conciencia de existir únicamente porque Dios lo había "salvado". Salvados. Somos salvados. Dios nos salvó de la muerte.