Salmo 121
Introducción. - Este salmo, que recuerda a los fieles que Dios los protege, era propio de los peregrinos que subían a Jerusalén por caminos difíciles. Conviene igualmente a los cristianos en camino hacia la Jerusalén celestial. El salmista canta la firme seguridad de Israel, a quien su Dios guarda y protege. El Señor custodia a su Pueblo. Esperanza significa confianza en Dios y tensión hacia él. La "paciencia" cristiana significa esperar activamente la venida de Cristo en el presente y al final de los tiempos.
Refleja las ansias de los peregrinos al acercarse al santuario de Yahvé, del que emana la protección sobre los fieles israelitas. A la sombra protectora del Dios de Israel podían los peregrinos emprender la dura marcha, seguros de que nada desagradable les había de ocurrir, porque la solicitud del Todopoderoso velará por ellos. El salmista, pues, recoge los pensamientos y ansias de los peregrinos de Sión para inculcarles confianza al emprender la ruta hacia el lugar santificado por la presencia de Yahvé. En el salmo parecen oírse las exhortaciones mutuas de los peregrinos que se lanzan por el camino de la ciudad santa, esperando divisar pronto los «montes» sobre los que descansa el santuario del Dios de Israel, desde el que mantiene vigilancia sobre sus devotos para que nada nocivo les sobrevenga.
1 Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
2 El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El canto comienza con una mirada del orante dirigida hacia las alturas, «a los montes», es decir, a las colinas sobre las que se alza Jerusalén: desde allá arriba le vendrá la ayuda, porque allá arriba mora el Señor en su templo. Con todo, los «montes» pueden evocar también los lugares donde surgen santuarios dedicados a los ídolos, que suelen llamarse «los altos», a menudo condenados por el Antiguo Testamento (cf. 1 R 3,2; 2 R 18,4). En este caso se produciría un contraste: mientras el peregrino avanza hacia Sión, sus ojos se vuelven hacia los templos paganos, que constituyen una gran tentación para él. Pero su fe es inquebrantable y su certeza es una sola: «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra». También en la peregrinación de nuestra vida suceden cosas parecidas. Vemos alturas que se abren y se presentan como una promesa de vida: la riqueza, el poder, el prestigio, la vida cómoda. Alturas que son tentaciones, porque se presentan como la promesa de la vida. Pero, gracias a nuestra fe, vemos que no es verdad y que esas alturas no son la vida. La verdadera vida, la verdadera ayuda viene del Señor. Y nuestra mirada, por consiguiente, se vuelve hacia la verdadera altura, hacia el verdadero monte: Cristo.
El peregrino levanta sus ojos para contemplar en el horizonte las siluetas lejanas de los montes que rodean la ciudad santa. En uno de ellos, la colina de Sión, descansa el trono de Yahvé. Justamente, desde el santuario de Jerusalén provendrá el auxilio o socorro a los piadosos que se confían a su Dios, que es nada menos que el Hacedor de cielos y tierra. Esta explicitación del salmista tiene por objeto sembrar confianza en sus devotos, que podrían dudar antes de exponerse a los peligros de una dura peregrinación. El Creador, con su omnipotencia, les garantiza su protección.
Una situación: Una situación vivencial: el salmista se ve como sobrecogido por el mundo exterior. Se ve pequeño ante los altos montes. Los montes, que podrían ser los que él tendría que atravesar para ir a Jerusalén, o mejor aún, la figura de las dificultades, de los obstáculos que tendrá que vencer y superar.
"Levanto mis ojos a los montes". La imagen es de gran belleza: nos describe la escena de la pequeñez del hombre rodeado de altas montañas, insuperables: pero un hombre que sabe calibrar su situación, su incapacidad ante dificultades y peligros.
Una pregunta: Instintivamente este hombre de nuestra escena se pregunta sobre quién le auxiliará, de dónde le vendrá el auxilio. "¿De dónde me vendrá el auxilio?" El peligro o el misterio llevan consigo la necesidad de una ayuda, de una salida. Espontáneamente busca una fuerza, una solución, una garantía que le permitirá afrontar las dificultades. El hombre de fe pasa por los mismos trances y los mismos riesgos que el hombre descreído, se hace los mismos interrogantes, experimenta las mismas angustias. Pero con una diferencia: el hombre de fe, en sus reflexiones, en sus interrogantes, incluso en sus dudas, encuentra un eco, halla una respuesta, recibe una palabra que le serena o le explica. Es lo que nos dice el salmo a continuación.
En un solo versículo el salmista nos ha presentado una vivencia humana profunda que ahora desarrollará dándonos en su respuesta la gran enseñanza de la confianza en el Dios providente y salvador.
La respuesta: La respuesta que recibe el salmista es la reflexión de su fe en un Dios que la historia de su pueblo ha mostrado siempre como salvador. Primeramente responde el salmista en primera persona: "El auxilio me viene del Señor" como una espontánea expresión de su fe y de su experiencia religiosa. El Señor que hizo los cielos y la tierra viene en seguida a su mente: él será su auxilio y su ayuda.
3 No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
4 no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
Comienzan las variaciones sobre el tema: el guardián de todo Israel es también guardián de cada uno, y siempre vigila.
Una segunda voz concreta más la idea de protección: Yahvé será tan solícito de sus siervos y devotos, que no permitirá que resbalen sus pies. Yahvé no es un centinela que fácilmente se duerme en su puesto de vigilancia, sino que estará constantemente en su puesto de guardia velando por los intereses de sus devotos. El salmista repite con énfasis: no duerme; no duerme ni reposa, para sembrar confianza entre los piadosos peregrinos que se acercan a la ciudad santa. La caravana de los peregrinos puede estar segura a la sombra del guardián de Israel, que es el que plasmó los cielos y la tierra.
La confianza está ilustrada en el Salmo mediante la imagen del guardián y del centinela, que vigilan y protegen. Se alude también al pie que no resbala en el camino de la vida y tal vez al pastor que en la pausa nocturna vela por su rebaño sin dormir ni reposar. El pastor divino no descansa en su obra de defensa de su pueblo, de todos nosotros.
5 El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
6 de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
Después de la vela y la sombra, viene el tercer símbolo: el del Señor que «está a la derecha» de sus fieles (cf. Sal 120,5). Se trata de la posición del defensor, tanto en el ámbito militar como en el procesal: es la certeza de que el Señor no abandona en el tiempo de la prueba, del asalto del mal y de la persecución. En este punto, el salmista vuelve a la idea del viaje durante un día caluroso, en el que Dios nos protege del sol incandescente.
Otra voz del coro insiste en la Providencia divina: Yahvé será como un dosel sobre la caravana que avanza hacia Jerusalén para que los peregrinos no sufran los efectos del sol y de la luna. Uno de los peligros de las grandes caminatas era la insolación y la oftalmía, atribuida por el vulgo al efecto de la luna llena. En realidad se debía al hecho de dormir al sereno, expuesto a los fuertes cambios de temperatura en las zonas semiesteparias de Palestina. La protección divina se extenderá no sólo a los días de la marcha hacia la ciudad santa, sino a todas las empresas -tus entradas y salidas- de los que se confían a su providencia.
Pero al día sucede la noche. En la antigüedad se creía que incluso los rayos de la luna eran nocivos, causa de fiebre, de ceguera o incluso de locura; por eso, el Señor nos protege también durante la noche, en las noches de nuestra vida.
7 El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
8 el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.
El Salmo concluye con una declaración sintética de confianza. Dios nos guardará con amor en cada instante, protegiendo nuestra vida de todo mal. Todas nuestras actividades, resumidas en dos términos extremos: «entradas» y «salidas», están siempre bajo la vigilante mirada del Señor. Asimismo, lo están todos nuestros actos y todo nuestro tiempo, «ahora y por siempre».