Salmo 146
En esta bella composición poética se contrapone la suerte del que confía en el hombre y la del que confía en Dios. Es el primero de los cinco salmos "aleluyáticos", que cierran el Salterio. En él abundan las reminiscencias de otros salmos y textos bíblicos, y abundan también los paralelismos sinónimos. Los arameísmos prueban que fue redactado en época postexílica.
El salmista inicia su poema exhortándose a sí mismo a alabar a Yahvé. La idea central del salmo es la confianza en Dios, de quien únicamente puede venir el auxilio seguro al hombre. En consecuencia, es inútil confiar en poderes humanos, por muy altos que sean, pues los mismos príncipes dejan de existir y después de la muerte no pueden prestar ayuda a nadie. Sólo el Dios de Jacob puede inspirar verdadera confianza, pues es el mismo que ha formado el cielo y la tierra, y, por otra parte, es fiel a sus promesas de protección a sus devotos. Especialmente muestra su solicitud y favor con los necesitados: los oprimidos, los hambrientos, los ciegos, los contrahechos, los peregrinos, los huérfanos y las viudas. Ese Dios providente y justo tiene su morada en Sión y desde ella mantiene su dominio por la eternidad. El salmista no menciona las promesas de engrandecimiento hechas a la ciudad santa, pero, conforme a los vaticinios proféticos, exalta la situación privilegiada de Jerusalén, centro de la teocracia hebrea.—(Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC)
Con este cántico, el Salterio se hace eco del sentimiento lírico y musical de toda la humanidad. Que la música es buena quiere decir que resulta idónea para la alabanza divina; el medio, quizá, expresivo y comunitario. Cristo mismo -en cuyo Nacimiento cantaron los Ángeles (Lc 2: 13)- habló de la música en varias parábolas: la de los muchachos que tocan la flauta en la plaza (Mt ll: 17), la del hijo pródigo, en cuya fiesta hay música y danza para manifestar la alegría (Lc 15: 20).
Este salmo -uno de los más hermosos y líricos del Salterio- supone un regalo para nuestra oración de esta mañana que nos presenta el camino escogido por Jesús de continua alabanza por las obras de su Padre y de fidelidad a su amor. No es de extrañar que el Señor, evocando quizá este himno, dijera: 'Yo hago siempre lo que es grato a mi Padre' (Jn 8: 29).436 La glorificación perfecta y eterna de Dios en el Cielo será el gozo pleno de los Elegidos y como una sonrisa de toda la creación.
En la liturgia terrena este salmo de hoy expresa el sentido de admiración amorosa que eleva el espíritu y lo pone a punto y en trance de alabanza. Esa alabanza que la soberbia humana, durante la jornada de hoy, pretenderá negarle.
“Yo creo en Dios, pero no en un Dios católico. No existe un Dios católico. Existe Dios, mi Padre”, ha dicho el Papa Francisco. Ese es el Dios al cual nosotros alabamos y al cual debemos de cantar con alegría, con esperanza.
A. La felicidad de confiar en el Señor.
Una declaración de alabanza a Jehová.
Alaba, oh alma mía, a Jehová.
Alabaré a Jehová en mi vida;
Cantaré salmos a mi Dios mientras viva.
La alabanza a Dios es algo que ofrecemos en reconocimiento de la excelencia de Dios. Podrías pensar que alabar es lo mismo que decir “gracias”, pero existe una diferencia. El agradecimiento describe nuestra actitud hacia lo que Dios ha hecho, mientras que la alabanza es ofrecida por quien es Dios.
• Alaba a Dios por Su santidad, misericordia y justicia (2 Cr 20, 21; Sal 99, 3-4)
• Alaba a Dios por Su gracia ( Ef 1, 6)
• Alaba a Dios por Su bondad (Sal 135, 3)
• Alaba a Dios por Su cuidado (Sal 117)
• Alaba a Dios por Su salvación (Ef 2, 8-9)
¡La alabanza a Dios puede ser ofrecida en cualquier lugar! Con el tiempo, será tan normal como respirar. A veces alabamos a Dios interiormente como en el Salmo 9, 2, “Me alegraré y me regocijaré en ti; cantaré a tu nombre, Altísimo.” En otras ocasiones tenemos la oportunidad de dar gloria y alabanza a nuestro Dios públicamente. El Salmo 22, 22 dice, “Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la congregación te alabaré.” ¡Busca oportunidades para llevar alabanza a Dios!
¿Cómo le ofreces alabanza a Dios hoy? ¿Lo conoces como tu Salvador y Señor? Si no, ¿por qué no empezar por ahí? Aprende más acerca de la salvación. Cuando otros te miran, ¿ven un reflejo de la alabanza a Dios?
El salmista quiso decir esto (¡Aleluya!) como una declaración de su propia alabanza a Dios y como una exhortación a la alabanza. Él llama a su propia alma a alabar al Señor, y a otros a alabar también.
Aleluya es una palabra compuesta formada por dos palabras hebreas: hallel (un verbo imperativo que significa ‘alabanza’) y jah (una contracción del nombre de Dios, Jehová). Así que aleluya significa ‘Alabado sea el Señor (o Jehová).
Una advertencia contra la confianza en el hombre.
No confiéis en los príncipes,
Ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación.
Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra;
En ese mismo día perecen sus pensamientos.
El Señor es digno de alabanza, pero el hombre es cuestionable. Incluso los más elevados entre los hombres no son dignos de nuestra confianza. Es seguro que seremos decepcionados cuando confiamos en quien no hay salvación.
La palabra príncipes puede parecer que quita este consejo del plano de la gente común y sus necesidades; pero un equivalente moderno sería ‘los influencerss’, cuyo respaldo puede parecer más sólido y práctico que el de Dios.
Los versículos 3 y 4 exponen estos puntos mediante dos juegos de palabras hebreas. En hebreo, adam, que significa ‘hombre’, es la misma palabra para ‘tierra’ o ‘suelo’. Así que la tierra se convierte en tierra.
Los “príncipes terrenales”, si tienen la voluntad, a menudo quieren el poder, incluso para proteger a sus amigos. Y si no quieren ni voluntad ni poder para hacerlos avanzar, aun así todo depende del aliento en sus fosas nasales.
Esta es la condición estrecha del hombre, su aliento, su tierra y sus pensamientos; y este es su triple clímax en él: su aliento sale, regresa a su tierra, y sus pensamientos perecen. ¿Es este un ser en quien confiar? Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Confiar en ello sería una vanidad aún mayor.
La brevedad de la existencia humana puede sugerir una forma de ser y de comportarse fundamentada en los bienes presentes. Que todos se harten de vinos exquisitos y de perfumes, no pase ninguna flor primaveral, que nadie falte a la alegría orgiástica porque tal es la herencia del hombre. Después sólo queda la muerte. Pero hay otros valores. La historia de la cruz ha puesto de relieve que la esperanza en Dios y el concomitante amor a los demás no queda sin respuesta. Quienes viven como enemigos de la cruz de Cristo, proclamando dios a su vientre, gloriándose en su vergüenza, tendrán un final de perdición. Quienes por el contrario hacen suya la cruz del Señor, serán auxiliados por el Dios de Jacob. Él transformará nuestro cuerpo en un cuerpo glorioso como el de Cristo. La herencia de estos hombres no es la muerte, sino la vida. No perecerán los planes de aquellos que esperan en el Señor su Dios.
En ningún nombre bajo la tierra podemos encontrar, Padre, la salvación: solamente en el nombre de Jesús, tu Hijo, el Crucificado y el Exaltado a tu derecha; en Él encontramos la liberación que con los más desheredados de nuestro mundo esperamos.
Feliz confianza en un gran Dios.
Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob,
Cuya esperanza está en el Señor su Dios,
El cual hizo los cielos y la tierra,
El mar, y todo lo que en ellos hay;
Que guarda verdad para siempre,
Que hace justicia a los agraviados,
Que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos
Y acogidos por esta preciosa oración nos sentimos felices del auxilio de nuestro Dios, sentimos que nos lleva en su regazo o nos tiende su mano.
Y siempre, en la retaguardia, para casos de desánimo, de parecernos que ese auxilio del Señor no nos acompaña, ahí está nuestra esperanza, cómo tan expresivamente nos dice San Pablo: “Porque en esperanza estamos salvados... Esperemos, pues, sin ver y lo tendremos, si nos mantenemos firmes. Somos débiles, pero el Espíritu viene en nuestra ayuda. No sabemos cómo pedir ni qué pedir, pero el Espíritu lo pide por nosotros, con gemidos inefables” (Rm 8, 24)
¿Imploramos alguna vez el auxilio del Señor? ¿Consideramos alguna vez qué es la esperanza para nosotros? ¿Imploramos el auxilio del Señor para otras personas en necesidad? ¿Pensamos en la posibilidad de ser parte de la esperanza de esas personas?
La vida del hombre justo se caracteriza por estar en las manos de Dios. No se le ahorrarán las pruebas de aquellos que obran mal. Entre los propósitos de éstos figuran oprimir al justo, no perdonar a la viuda, ni respetar al anciano. Pretenden, en último término, comprobar si Dios está con el justo: "se ufanan de tener a Dios por Padre, veamos si sus palabras son verdaderas" (Sb 2,17). Un proceder con el que se quiso experimentar si Dios estaba con Jesús: "Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora" (Mt 27,43). Vana pretensión. Quieren ver y no ven. Nunca aprendieron que el Señor reinará sobre el justo eternamente, porque se confió enteramente a Dios. La confianza de Jesús en Dios fue de esa índole. El Padre, por ello, lo arrebató de la muerte. ¿Quién podrá robar la nueva creación de manos de Jesús?: "No hay quien libre de mi mano; lo que yo hago, ¿quién lo deshará?" (Is 43,13).
Dios mío, ven en mi auxilio... (Beato Francisco Palau)
“A fuerza de repetirlo cada día, uno siente que el corazón se serena y se va revistiendo de la invencible fuerza de los sencillos. Porque, ¿cómo beber el agua y comer el pan, cómo ponerse limpio y rezar en paz, cómo hacer un castillo del propio hogar sin que nos duelan tantas heridas que hay por curar?.
Dios mío, ven en mi auxilio ... porque de otro modo sería imposible!
Cuando lo que se lleva es triunfar, cuando el lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de muchos, cuando el pecado social se hace injusticia y violencia institucionalizada, cuando el contraste de posibilidades y oportunidades es vergonzoso y siempre desfavorable para los más pequeños..., uno siente que está llamado -por dignidad humana y por locura evangélica- a ser solidario y a luchar por una comunión que libere a los pobres de todo tipo de carencias: económicas, afectivas, culturales... Uno siente que está llamado a colaborar para hacer de nuestras comunidades espacios donde los más débiles, pueden sentirse amados, acogidos, escuchados.
Uno descubre que no es lo mismo mirar el mundo desde un palacio que desde una choza. Y entonces recuerda, con ternura y sobresalto, desde donde lo miró Jesús, y se confirma en la certeza de que la sencillez, la cercanía y la entrega son el mejor y casi el único fundamento de credibilidad humana y evangélica.
Pero no es fácil. La experiencia nos dice que toda transformación que no pasa por el corazón, poco o nada transforma de verdad. Que los cambios radicales y profundos sólo se consolidan en la libertad.
Y que, con frecuencia, es preciso un largo proceso simultáneo de “tocar el mundo” y “tocar a Dios”. ¿Acaso no es eso ser contemplativo? Es entonces, cuando, con agradecimiento y admiración, uno se atreve a mirarse en el espejo claro”
Tenemos la suerte de contar con un Dios personal que toma libremente la decisión de crear, sin que nada le obligue a ello; que crea al mismo tiempo el espacio y el tiempo que constituyen el ámbito global del universo.
Pero de la nada no puede salir algo, por consiguiente toda criatura proviene de Dios. La creación es el primer tiempo de una empresa que empieza con ella para conducir al hombre a su felicidad a través de la historia.
El libro del Génesis es la referencia capital para una teología de la creación, que será retomada por los profetas y que vemos en los salmos, como éste de hoy. El Nuevo Testamento volverá a ella desde una perspectiva centrada en la persona de Cristo.
Pero, además, el Señor, dice el Salmo, mantiene su fidelidad perpetuamente, es decir, realiza una acción constante; si su “brazo” dejara de sostener el mundo, éste se convertiría de nuevo en polvo.
Toda la creación está hecha para el ser humano; sin embargo el hombre no es dueño absoluto de la creación; tiene derecho a usarla, está confiada a la libertad del hombre, pero no puede abusar de ella; es más bien su administrador responsable. Todo dependerá, pues, del ejercicio justo y recto de esa liberad, capaz de lo bueno y de lo malo.
Nos dice Pablo: “Para nosotros hay un solo Dios, el Padre, del que proceden todas las cosas y por el que hemos sido creados” (1 Co 8, 6)
¿Tenemos una idea global, cristiana, ecológica... de la creación? ¿La vemos como obra del Señor? ¿Tratamos de cuidarla? ¿Cómo vemos las desgracias que causa la Naturaleza? ¿Sabemos interpretar la idea de creación que nos da el Génesis?
Si la causa de la pobreza en el mundo es la injusticia, la injusta redistribución de los bienes del planeta, deberíamos concluir que el Dios justo, tiene que ser el Dios de los pobres.
Los cristianos tenemos que seguir la línea de la práctica de la justicia misericordiosa de Dios, que acoge a los últimos, a los más débiles a los que tienen a la escasez como “lo suyo”, seguir la justicia del Dios que los contrata en su viña a última hora de la tarde y, aunque apenas han trabajado, les paga igual que a todos los fuertes que han trabajado desde la primera hora de la mañana y, además, los primeros.
¿Es a este Dios al que queremos seguir, al Dios de la justicia misericordiosa? Dios es un Dios de amor. Su justicia emana de ese concepto de amor, amor a los más débiles, a los despojados, a los injustamente tratados. Amor, justicia y misericordia que Dios demanda de los suyos.
Los cristianos deberíamos caminar en estas líneas intentando siempre que se eliminen parcelas a la pobreza, a ese escándalo y vergüenza humana ante lo cual se deben plantar los cristianos demandando justicia. Una justicia misericordiosa porque seguimos a un Dios justo.
Recordamos la lectura de Jesús en la sinagoga: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y restablecimiento de la vista a los ciegos, para liberar aquellos que están oprimidos” (Lc 4, 18)
Según el Diccionario de la RAE oprimido es aquel “Que está sometido a la vejación, humillación o tiranía de alguien”. ¿Conocemos a alguien que esté en estas condiciones? ¿Hacemos algo por mejorar su situación? ¿Somos generosos de verdad con los pobres? ¿Cautivos estamos nosotros?
Dios también se preocupa por los necesitados. A los hambrientos les provee comida y a los prisioneros les da libertad. En todo esto vemos a un Dios de poder, santidad y amor. Este es un Dios en quien se puede confiar con confianza.
Los corazones hambrientos de los hombres, que están todos llenos de necesidades y anhelos, pueden volverse a este poderoso, fiel y justo el Señor, y estar seguros de que Él nunca envía bocas, sino carne para satisfacerlas. Todos nuestros diversos tipos de hambre son puertas para que Dios entre en nuestro espíritu. Así completa la triple bendición: justicia, pan y libertad
B. La ayuda del Dios santo.
Declaración del poder y el cuidado amoroso de Dios.
El Señor abre los ojos a los ciegos;
El Señor levanta a los caídos;
El Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los extranjeros;
Al huérfano y a la viuda sostiene,
Y el camino de los impíos trastorna.
El salmista aquí continúa una descripción maravillosa de Yahveh como un Dios de poder, cuidado, justicia y compasión. El salmista parece encantado de describir a Yahveh en Sus grandes obras de amor y poder.
Nuestro Dios tan poderoso, se ocupa de los pequeños y de los débiles. Es ésta una de las más bellas intuiciones del pueblo de Israel, en su doble perspectiva: el Dios grandioso, dueño de todo, trascendente, cuyo poder brilla en el universo sideral y en las profundidades de la biología...: "Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de Dios". El mismo que sabe el número de las estrellas, se inclina hacia los corazones doloridos. La muchachita triste no escapa a su mirada. El adolescente decaído, que vaga por los caminos de la soledad porque su padre lo ha rechazado; parte el corazón de Dios. Cualquier hombre o mujer que sufre una herida remueve el cielo. A toda herida en el corazón del hombre corresponde una herida en el corazón de Dios. Dios ama. Dios es vulnerable. Y ha querido asociarnos, hacernos responsables. Envió a su Hijo, Jesús, para curar los corazones destrozados" e invitarnos a hacer lo mismo: "Como Yo os he amado, amaos los unos a los otros". Jesús "vino" a realizar algunas de las "acciones" divinas cantadas por este salmo: El "reconstruyó" la humanidad... El "reunió" a los que estaban dispersos... El "curó y perdonó" a los corazones afligidos... El "beatificó" a los humildes y pequeños... El "humilló" a los orgullosos... El "se da en alimento" para darnos vida...
¿Notamos la fidelidad del Señor o nos quejamos de nuestras angustias? ¡Toda la desgracia del mundo que conmueve a Dios! Pero, y a nosotros, ¿nos conmueve? ¿Nos hacemos conscientes de que nosotros somos las manos de Dios? ¿Somos conscientes de nuestra responsabilidad en la acción del bien a los demás?
Es preciso que consideremos lo que nuestros antepasados de la fe hicieron para conseguir la bendición de Dios, y cómo fueron bendecidos los santos de la iglesia primitiva. Debemos imitar la fe de los santos de la iglesia primitiva, para que Dios añada cada día a la iglesia los que han de ser salvos en esta época. Muchos dicen creer en Dios, pero rehúsan hacer su voluntad.
Hemos sido llamados a cumplir con nuestra misión profética en estos últimos días. Manteniendo viva nuestra fe con la práctica de la justicia, acerquémonos a Dios.
Poner en práctica la justicia nos da gozo. Cuando glorificamos a Dios llenos de alegría y hacemos lo que él desea, venimos a comprender su plan y su voluntad descrita en la Biblia. Nadie puede entender la palabra de Dios sin ponerla en práctica, aunque la lea cientos o miles de veces. Solo el que hace la voluntad de Dios puede comprender todos sus pasajes, incluso las cosas más difíciles.
Necesitamos tener en cuenta cómo la iglesia primitiva pudo guiar a la verdad a tantas personas y en tan poco tiempo. Esto fue posible porque hicieron lo que la Biblia decía; porque la Biblia nos guía hacia maneras prácticas de alcanzar la justicia.
Dios nos está haciendo perfectos. Obedeciendo su voluntad, pongamos en práctica una justicia mucho más grande que la de Noé, y Dios nos llamará justos y perfectos.
¡Justos que tienen fe con obras, despertemos a esta generación que está durmiendo y muriendo!
La justicia y la emigración pueden ser asuntos muy conectados, aunque de difícil acuerdo y ejecución
¿Nos sentimos amados por el Señor? ¿Cómo ejercemos la justicia en nuestra vida? ¿Somos muy dados a las críticas personales? ¿Cómo vemos la cuestión de la emigración?
Conectamos instantáneamente esta lista con la obra de Jesús el Mesías.
·Jesús abrió los ojos de los ciegos (Mt 9, 27-29).
·Jesús levantó a los caídos (Lc 13, 11-13).
·Jesús amó a los justos (Mt 13,43, 25:46).
·Jesús guardó a los extranjeros (Mt 8,5-10).
·Jesús sostuvo al huérfano y a la viuda (Lc 7,12-15).
·Jesús trastornó el camino de los impíos (Mt 21,12).
·La conclusión lógica es que Jesús es Yahvé, El Señor.
(10) Alabanza al Dios que reina para siempre.
Reinará el Señor para siempre;
Tu Dios, oh Sion, de generación en generación.
Aleluya.
a. Reinará Jehová para siempre: El salmista se alegra de declarar esto, porque el poder de Dios se expresa con tanto amor y compasión. Con poder y derecho, reinará Jehová para siempre, incluso de generación en generación.
i. Reinará Jehová para siempre: “Por tanto, él nunca puede fallar; y él es tu Dios, oh Sion. Hasta ahora te ha ayudado a ti y a tus padres; y ha extendido esa ayuda de generación en generación. Por tanto, confía en él y bendice al Señor”. (Clarke)
ii. “Por muy humillante que sea el pensamiento y por cualquier escrutinio que nos lleve, es seguro que si ‘Los hosannas languidecen en nuestra lengua y muere nuestra devoción’, la razón es que hemos perdido nuestra visión clara de Dios, nuestra aguda conciencia de lo que Él es. Conocerlo es alabarlo, y eso sin cesar”. (Morgan)
b. Aleluya: Salmos 146 termina como empezó – con una declaración de alabanza a Yahveh, la proclamación ¡Aleluya!
Otras consideraciones. –
Ungido para anunciar la Buena Nueva a los pobres
A pesar de las previsiones que se tomaron para que nunca hubiera pobres en el pueblo de Israel, como fue la institución del año sabático o la atribución propia del rey -defensor del pobre, del huérfano y de la viuda-; no obstante las promesas de la Escritura, los pobres están ahí con el clamor de su pobreza. Entre ellos divisamos a Jesús como el hombre que no tiene donde reclinar la cabeza. Lleno, sin embargo, del Espíritu, pudo decir: "Dios me ha enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4,18). Y añadir: "Hoy está cumplida esta escritura que habéis oído" (Lc 4,21). En efecto, con su pobreza nos ha enriquecido. ¿Será mucho que tomemos en serio las palabras que Jesús repite a quienes ama, a quienes llama: "Vende lo que tienes y dáselo a los pobres...; luego ven y sígueme"? (Mc 10,21). Que nuestra abundancia remedie la necesidad de los pobres. Será un testimonio fehaciente de que nuestra suprema riqueza es Cristo.
Resonancias en la vida religiosa
Mensajeros de la Alegre Noticia para los pobres: La mayoría de los institutos religiosos han surgido en la Iglesia para evangelizar con la palabra y con la vida a los más pobres y desheredados de nuestros hermanos. De este modo proclamamos la bienaventuranza sobre aquellos que no tienen nada que esperar de los príncipes de este mundo y cuya única posibilidad es la fuerza liberadora del Señor. Nuestro mensaje, hecho palabras y gesto existencial, anuncia que Dios hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, libera a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y la viuda, trastorna el camino de los malvados.
Por esto no podemos desvirtuar con nuestra conducta el mensaje que proclamamos: nuestra inserción en el mundo de los necesitados no es una moda del momento, sino una exigencia que brota de nuestro origen vocacional, de nuestras raíces carismáticas. En última instancia somos continuadores de la misión misma de Jesús, el Evangelista del Reino, el Profeta de la Alegre Noticia, que en su discurso programático de Nazaret anunció este mismo mensaje y proclamó con toda verdad: "Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido esta Escritura".
Catequesis de Juan Pablo II
1. El salmo 146, que acabamos de escuchar, es un "aleluya", el primero de los cinco con los que termina la colección del Salterio. Ya la tradición litúrgica judía usó este himno como canto de alabanza por la mañana: alcanza su culmen en la proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana. En efecto, al final del salmo se declara: "El Señor reina eternamente" (v. 10).
De ello se sigue una verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9).
2. Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad.
Son doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.
3. Así, el hombre se encuentra ante una opción radical entre dos posibilidades opuestas: por un lado, está la tentación de "confiar en los poderosos" (cf. v. 3), adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en el egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y una senda llena de revueltas" (Pr 2,15), que tiene como meta la desesperación.
En efecto, el salmista nos recuerda que el hombre es un ser frágil y mortal, como dice el mismo vocablo 'adam, que en hebreo se refiere a la tierra, a la materia, al polvo. El hombre -repite a menudo la Biblia- es como un edificio que se resquebraja (cf. Qo 12,1-7), como una telaraña que el viento puede romper (cf. Jb 8,14), como un hilo de hierba, verde por la mañana y seco por la tarde (cf. Sal 89,5-6; 102,15-16). Cuando la muerte cae sobre él, todos sus planes perecen y él vuelve a convertirse en polvo: "Exhala el espíritu y vuelve al polvo; ese día perecen sus planes" (Sal 145,4).
4. Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el salmista con una bienaventuranza: "Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios" (v. 5). Es el camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. El amén, que es el verbo hebreo de la fe, significa precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre todo significa compartir sus opciones, que la profesión de fe y alabanza, antes descrita, ha puesto de relieve.
Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40): esto es lo que dirá entonces el Señor.
5. Concluyamos nuestra meditación del salmo 145 con una reflexión que nos ofrece la sucesiva tradición cristiana.
El gran escritor del siglo III Orígenes, cuando llega al versículo 7 del salmo, que dice: "El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos", descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía: "Tenemos hambre de Cristo, y él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Orígenes-Jerónimo, 74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 526-527). [Audiencia general del Miércoles 2 de julio de 2003]
ORACIÓN FINAL
Te ruego, Señor, que abras en mí un corazón generoso, que sepa llevar la justicia a aquellos que sufren, que sufren por no tener qué llevarse a la boca, y sufren al ver el poco caso que les hacen aquellos que decimos ser cristianos, de los que podría esperarse un amor y una preocupación por el bienestar de los humildes por “hacer justicia a los oprimidos, dar pan a los hambrientos y liberar a los cautivos”.
A lo largo del salmo se hace una especie de letanía de desgraciados a los cuales ayuda Dios: los "oprimidos", los "hambrientos", los "prisioneros", los "ciegos", los "abatidos", los "extranjeros", las "viudas", los "huérfanos"...
¡Toda la desgracia del mundo que conmueve a Dios! Pero, y a nosotros, ¿nos conmueve? Nosotros somos las manos de Dios. Es casi como si escucháramos el Evangelio de Jesús; la misma “retahíla”.